Toni Zweifel
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Toni Zweifel

  1. 192 páginas
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Información del libro

Toni Zweifel, ingeniero de origen suizo, perteneció al Opus Dei desde 1962 hasta su muerte en 1989. Dejó atrás proyectos humanos legítimos -como fundar una familia, dirigir una empresa, educar a generaciones de ingenieros o disfrutar de su patrimonio-, supeditándolos a lo que él consideraba el mejor servicio a Dios y a los demás. Dirigió una fundación que impulsa proyectos de desarrollo en todo el mundo. Su vida, que siempre consideró "una historia de amor con Dios", ha dejado una huella imborrable en muchos, que acuden ya a su intercesión ante Dios en todo el mundo.

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Información

Año
2018
ISBN
9788432150104
Categoría
Literature
Categoría
Literary Essays

VII. Perfil espiritual

La vida sobrenatural de Toni fue creciendo y haciéndose más profunda a lo largo de los años, hasta culminar en los largos periodos que debió pasar enfermo en el hospital. En ellos su virtudes fueron afianzándose día a día hasta componer un edificio cuyo perfil querría dibujar en las páginas que siguen.
Es evidente que, con más o menos ferviente práctica religiosa, llevó siempre una vida ejemplar. Lo ejemplar en su caso consistía en que poseía una vida contemplativa de un modo tan natural que pasaba desapercibido, apoyado en firmes virtudes y en una formación teológica sólida en sus fundamentos doctrinales.
Su oración era conversación con Dios, llena de sencillez y de la confianza de un hijo que se apoya para todo en su padre. En ella no contaban tanto lo que podríamos llamar accidentes —lengua, lugar u otras circunstancias exteriores—, como la inteligencia y el corazón. Siendo políglota y utilizando diversas lenguas de modo habitual, comentaba a veces que no hablaba con nuestro Señor en ningún idioma preciso, sino a veces en alemán, en italiano, o incluso en castellano. Por ejemplo, cuando se sorprendía distraído, su reacción solía ser: “Signore, ¡qué tontería!”.
Ejemplar era también en él su laboriosidad. Lo extraordinario fue que, aunque para él, hasta unos diez años antes de su muerte, el trabajo estaba sustancialmente unido al éxito, cuando Dios le mostró que el resultado positivo de su esfuerzo no era esencial para su vida interior, lo comprendió, lo aceptó y ofreció a Dios, como una Misa, el fracaso y la enfermedad.

Piedad docta

La suya era una fe docta, de un intelectual. Había dedicado temporadas largas de su vida al estudio de las ciencias sagradas y había superado exámenes que le habrían permitido recibir el sacerdocio, si el Prelado del Opus Dei se lo hubiera propuesto. Esa llamada no llegó para él, pero no le habría costado nada aceptarla porque buena parte de su esfuerzo ascético se dirigió a desarrollar un alma realmente sacerdotal, rezadora y abierta a las necesidades de los demás. Era evidente que se esforzaba por colocarse en la óptica de Dios para interpretar lo que ocurría en el mundo y en su mundo.
Un ejemplo significactivo, es el testimonio de los profesores que formaban el tribunal ante el que rindió examen de algunas asignaturas teológicas. Unánimamente reconocen que dominaba la materia correspondiente, hasta el punto de que recibía siempre la máxima calificación.
A lo largo de su vida invirtió centenares de horas en asistir a clases de filosofía y teología, más alrededor del diez por ciento de esas horas de clase —lo tenía calculado rigurosamente— para fijar los conceptos y hacer la prueba.
Pero a la vez su fe no permanecía en abstracto, sino que luchaba por conseguir una presencia de Dios habitual, consciente de que era hijo suyo y sintiendo la felicidad de poder tratarle con confianza.
Ponía en ejercicio esa actitud en cosas pequeñas de la vida ordinaria, siempre disponible, sin discutir lo acertado o lo oportuno de una indicación que recibiera. No se le pidieron actos heroicos, pero era heroico en su disposición para cambiar sus planes siempre que se le pedía algo, porque tenía claro que esa era su oportunidad para responder a la voluntad divina en las pequeñas cuestiones de la vida diaria, ya fuera recibir encargos y cumplirlos, ya brindar determinados servicios; y esto, de modo constante. Continuamente se le pedía que realizara tareas con la seguridad de que las cumpliría y bien.
Durante unas Navidades, en los años setenta y en la Tschudiwiese, una casa de convivencias situada en las montañas de Flums, un miembro de la Obra se puso muy enfermo y había que ingresarlo de urgencia. Llamé a Toni a las seis de la mañana a Zürich y una hora más tarde se presentó con su coche. Entonces no había todavía autopista, hacía un frío muy intenso, las carreteras estaban heladas. Puso a disposición todo el día y llevamos a esa persona al hospital, donde esperamos hasta tener el diagnóstico. Llegamos a Zürich cuando ya era noche cerrada. Durante esas horas no hizo ningún gesto de impaciencia, ningún intento de dar por zanjado el tema y volver a su plan de trabajo, a pesar de que seguramente tendría cargada hasta el borde su agenda para esa jornada.

Práctica sacramental

Nunca dejó de frecuentar los sacramentos. Si es verdad que en los primeros años de sus estudios en el Politécnico se resintió su piedad, reducida a la misa dominical y a algunas oraciones vocales, desde que llegó al Opus Dei recuperó sin dificultad una práctica religiosa intensa.
Recibía a diario la santa Comunión y se confesaba regularmente, de ordinario una vez por semana, incluidas las temporadas de hospitalización. Su conciencia era clara como el cristal y transparente. Procuraba difundir la devoción al sacramento del perdón, haciéndolo tema frecuente de los cursos de formación para estudiantes universitarios, mientras fue director de la residencia Fluntern, o en cursos análogos para profesionales, que siguió dando durante toda su vida.
Comulgaba normalmente en la Santa Misa. Se había preparado para ello con media hora previa de oración y se quedaba después aún en el oratorio de ocho a diez minutos para dar gracias. En ese rato no faltaba nunca la recitación de memoria de una oración vocal que le conmovía especialmente. Es la que comienza: Credo, Domine, sed credam firmius… Este texto estaba incluido en un pequeño volumen titulado Preces selectae que utilizaba habitualmente y que llevaba siempre consigo cada vez que tenía que ser internado.
Cada jueves cantaba el himno eucarístico Adoro te devote y todos los años, durante ocho días después de la fiesta del Corpus Christi, asistía a diario a una bendición solemne con el Santísimo. Tenía la costumbre, inmediatamente antes de salir de casa y a su vuelta, de hacer una corta visita al Santísimo, que consistía normalmente en una genuflexión.
También durante los periodos de servicio militar se las ingeniaba para acudir a diario a la santa Misa. Lo hacía tras informarse con detalle de las posibilidades que brindaban los pueblos de los alrededores y acudía luego como podía: a pie, en bicicleta o en algún otro vehículo militar, teniendo siempre buena cuenta de estar de regreso a la hora de formar y pasar lista en su unidad.
Un detalle significativo de su amor y respeto a la Sagrada Eucaristía fue que a los pocos días de su primer ingreso en el hospital —y lo continuó haciendo en lo sucesivo— advirtió al personal que le atendía que no entraran en la habitación mientras no saliera el sacerdote. Al darse cuenta de que se producían interrupciones porque acudían otras personas o porque simplemente lo olvidaban, nos pidió que imprimiéramos un cartel en el que, con caracteres visibles y dignos, se hacia la advertencia: “Bitte, nicht stören: Por favor, no molestar”.
Él mismo lo preparó de manera que se pudiera colgar de la puerta, y cada día recordaba al sacerdote que lo colocara. Lo sorprendente es que el personal e incluso los médicos, en buena parte no católicos y desde luego poco acostumbrados a limitaciones de este tipo —más bien habituados a disponer de un derecho absoluto sobre el tiempo del enfermo—, respetaban esa advertencia.
Incluso en una ocasión, una enfermera, que quizá por inadvertencia irrumpió en la habitación, al darse cuenta de que Toni estaba recibiendo la Comunión, se excusó y se retiró para volver al cabo de un rato, cuando ya habíamos quitado el cartel de la puerta. Consideraba una gran suerte poder asistir a veces a la Misa del domingo en el hospital. Cuando el tratamiento lo impedía, agradecía que un sacerdote celebrara el Santo Sacrificio en la habitación. Esto fue posible solo en tres ocasiones y en ellas siguió con toda atención la ceremonia, sirviéndose del misal de los fieles.
En esos periodos adoptó la costumbre de, al menos los domingos, leer los textos de la Misa del día como si hubiera estado presente en una iglesia: al llegar el momento de recibir la Eucaristía, recitaba una comunión espiritual.
Se conserva un relato de un testigo que presenció un fenómeno sorprendente, una semana antes de su muerte. Por un derrame cerebral, Toni había perdido el dominio de sus movimientos, palabras y hasta miradas. Esa situación le llevaba a hacer o decir cosas incoherentes. Así fue hasta el momento en que el sacerdote entró en la habitación con el Santísimo: desde ese instante y durante los minutos que duró la ceremonia y la acción de gracias, Toni contestó correctamente a las oraciones y mantuvo la máxima atención y piedad. En cuanto transcurrió ese tiempo, el enfermo volvio a caer en el estado anterior.
Por otra parte, se preocupó de recibir la unción de los enfermos en cuatro ocasiones, siempre por iniciativa propia: la primera, inmediatamente después de recibir el diagnóstico de su enfermedad, las otras tres antes de cada hospitalización, pues en cada una de ellas no había garantías de que saliera con vida. Siempre siguió la ceremonia con gran atención y quedó agradecido y en paz.
Esa misma actitud adoptó frente a otros sacramentos. Todos participamos de algún modo en una larga historia que duró años, durante la evolución de su enfermedad. Se trataba de un joven médico que había sido durante sus años de estudiante residente de la Maison du Bourg, una obra corporativa del Opus Dei en Friburgo. Al principio le visitaba por una mezcla de amistad y compasión ante el estado de su salud. Pero poco a poco aumentó el ritmo de sus conversaciones, atraído por la convicción y la fuerza con las que Toni le urgía a la conversión, ya que convivía con su amiga. La situación se hizo más urgente cuando ambos tuvieron un hijo. A Toni le dolía pensar en ese niño, que aún no había recibido el bautismo. Por eso empezó a convencer a su amigo para que diera al niño la oportunidad de recibir la gracia del sacramento y, cuando logró ese objetivo, siguió en su empeño hasta que ambos se casaron por la Iglesia.

Devociones habituales

Pero, aparte de la vida sacramental, su fe se alimentaba de unas prácticas piadosas que cuidaba regularmente, evitando cualquier atisbo de rutina o superficialidad. Sobra decir que las cumplía con la puntualidad que caracterizó siempre todo lo que hacía. Antes de ir al trabajo, leía cada día el Nuevo Testamento durante algunos minutos, normalmente en el oratorio y de pie, como muestra de respeto ante la Revelación divina. A lo largo del día hacía la lectura espiritual: escritos del Fundador de la Obra, documentos del Magisterio o un libro de espiritualidad clásica. En conjunto, esta doble lectura duraba 15 minutos. Luego hacía a diario una visita al Santísimo, normalmente después del almuerzo. Cuando hacía esta comida fuera de casa, buscaba en cuanto le era posible una iglesia después del mediodía para hacer esa visita. De ordinario rezaba una parte del Rosario, cinco misterios, con la letanía, aprovechando los trayectos, y repasaba mentalmente en poco tiempo los otros diez. Ya hemos hablado de la hora de oración mental diaria, dividida en dos medias horas, una por la mañana y otra por la tarde.
Antes de ir a descansar por la noche rezaba con los demás las Preces de la Obra, escuchaba un breve comentario al Evangelio de la Misa del día —costumbre iniciada por san Josemaría desde el principio— y acababa la jornada con el examen de conciencia, antes de retirarse a su habitación.
Cada mes hacía un día de retiro espiritual, normalmente el último domingo. Una vez al año —de ordinario entre Navidad y Año nuevo— realizaba un curso de retiro que duraba cinco días. Llamaba la atención la intensidad con que Toni participaba en esos ejercicios. Pasaba largos ratos delante del belén instalado en la sala de estar, embobado en la contemplación de la escena del nacimiento. Disfrutaba del silencio de esos días, consciente de que precisamente en ese ambiente había venido al mundo el Hijo de Dios hecho hombre: cum silentium teneret omnia… Si su esfuerzo por llegar a ser alma contemplativa se centraba en meterse a fondo en las escenas del Evangelio, esta fue una de sus preferidas.
Durante el tiempo que ocupaba en esos ejercicios de piedad se le veía siempre concentrado, despierto, de manera que permanecía de pie, en vez de sentarse, por ejemplo cuando notaba cansancio mientras rezaba o mientras escuchaba al sacerdote que predicaba. Se le podía interrumpir naturalmente, pero no recuerdo que él tomara la iniciativa para empezar una conversación en la capilla o interrumpir un acto liturgico.
Puede resumir su actitud de confianza absoluta en Dios el comentario que le salía espontáneo: «Estamos en las manos de Dios» o «pongámonos en sus manos». Eran consejos que impartía a las personas que acudían a él en busca de ayuda o recibían de él medios de formación. Los daba con la sencillez que le caracterizaba, pero también con el convencimiento de quien lo tiene bien experimentado.

Optimismo frente a los obstáculos

Toni quería realizar cosas útiles para los demás, para el bien de la gente, y al mismo tiempo trabajaba cara a la eternidad. Le interesaba realizar un trabajo que fuera digno de la contemplación divina.
Tomaba nota de las contradicciones con realismo, las analizaba en profundidad, también cuando provenían del odio a Dios y a la Iglesia. No era un soñador, que iba por la vida al margen de la realidad. Al contrario, intentaba convencer a quienes le ponían obstáculos usando todos los medios que tenía a disposición, sin juzgar, sin pronunciar una observación despectiva.
En septiembre de 1984 volvíamos de un viaje a Roma, trayendo con nosotros dos bustos voluminosos del Fundador de la Obra. Cuando llegamos al aeropuerto de Zürich —cerca de las once de la noche—, los aduaneros querían cobrarnos una tasa excesiva. Uno de ellos, que se presentó a mitad de conversación, afirmaba que habíamos querido pasar aquellos objetos sin declararlos (era una acusación absurda, porque no se podían disimular de ningún modo, dado su volumen). Toni no perdió la calma, contestó a todas sus preguntas, accedió a que desembalaran uno y lo tasaran. Pagó el impuesto, hizo que lo envolvieran como estaba antes, utilizando material de embalaje nuevo, les dio las buenas noches y continuó como si no hubiera pasado nada.

Entrega generosa y conducta sobria

Era un hombre que sonreía, que se mantenía sereno, que estaba dispuesto a...

Índice

  1. Toni Zweifel. Huellas de una historia de amor
  2. Índice
  3. Cita
  4. Presentación
  5. I. Tiempo de nacer
  6. II. Tiempo de recibir
  7. III. Tiempo de rendir
  8. IV. Tiempo de plantar
  9. VII. Tiempo de sufrir
  10. VI. Tiempo de morir
  11. VII. Perfil espiritual
  12. Cuadernillo de imágenes
  13. Créditos