Mi otra vida
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Mi otra vida

  1. 380 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Mi otra vida

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Índice
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Información del libro

¿Cuántas veces has soñado con una segunda oportunidad? ¿Cuántas veces has deseado poder elegir dos caminos a la vez al llegar a una encrucijada vital?El veterano escritor Martín Díaz viajará junto a su hijo Gabriel, recorriendo medio mundo, siguiendo la estela de un sueño recurrente, persiguiendo un sentimiento profundo que tiene nombre y apellidos. Descubre la apasionante y a la vez enternecedora historia de un hombre que jamás olvidó a su amor de juventud. Acompaña a Martín en este relato profundo y sincero en el que padre e hijo estrecharán lazos, aprenderán lecciones vitales, saborearán experiencias únicas y descubrirán de qué está hecha la verdadera esencia de la vida."Porque a veces una sola vida no es suficiente para encontrar el amor"

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Información

Año
2017
ISBN
9788416900459
Categoría
Literatura
Dedicada a todo aquel que necesitó una segunda oportunidad, que quiso saber querer y no supo.
DEDICADA A TI...
PRÓLOGO
Anoche, entre sus cosas, sus escritos desechados o tal vez celosamente guardados, encontré una ventana a sus anhelos. No he podido evitar sentir un inquietante escalofrío que no hace sino confirmar todo lo que he vivido junto a mi padre en estos últimos y extraños meses:
Cae de nuevo la apacible noche y ardo en deseos de sumergirme en el sueño de mi realidad. Sueño que despierto y siento que al soñar no quiero volver a despertar jamás. Soy el soñador y dueño de mis deseos, y no albergo otro más férreo que el de no volver a despertar. Amo soñar casi tanto como amo amarla a ella, pues ella es un sueño, pero solamente se puede amar los sueños al anochecer. Y es cuando despierto, cuando en realidad anhelo volver soñar, porque soñar es sinónimo de volver a ver a quien solamente habita en el mundo de mis sueños.
Con el ocaso llegan las sonrisas, los besos y los abrazos.
Con el ocaso siento sus ojos, su pelo y sus labios.
Con el ocaso encuentro sus curvas, su cintura y su regazo.
Por eso ansío con tanto fervor el amanecer de mi anochecer, porque cuando las estrellas rutilan tintineantes, allá a lo lejos, en el mundo de mis sueños emerge el sol y con su calor llegan las cosas buenas que me esperan al otro lado. Y vivo queriendo soñar por siempre. Y camino hacia la nebulosa realidad con el deseo de que la noche sea eterna, para que no cesen esos amaneceres entre sus sábanas, que no son las mías, que son las nuestras. Sueño con desvanecerme en un sueño, uno del que no necesite regresar, un sueño en el que ella me espere y del que no necesite despertar. Tal vez esta sea la noche definitiva en la que no vea al alba llegar, por fin.
Sueño con sueños, como un soñador
que quiere que soñar sea algo más que soñar.
Y soñando me libero, entre ensoñaciones despierto
y por morir en mis sueños me muero.
Capítulo 1
Le observo mientras desayuna desde la entrada del amplio y concurrido comedor de este increíble e inmenso crucero. Es mi padre, un anciano algo solitario, con la mirada ociosa y que bien podría pasar por un hombre diez años más joven. A sus setenta y nueve años luce un perfil elegante y serio, su cabello es blanquecino, exhibe sutilmente diversos tatuajes en sus brazos y, al igual que hago yo analizándole en la distancia, él no pierde detalle de todo y de todos los que le rodean. Le encanta observar. Es un enamorado del comportamiento humano. Le entretiene estudiar a las personas que revolotean a su alrededor. Ahora mismo está sentado en la mesa degustando un completo y más que calculado desayuno. Un equilibrio casi perfecto de hidratos, proteínas, vitaminas y un largo etcétera, un hábito saludable que conserva desde antes de que yo naciera. Por supuesto está sentado solo, como siempre, como a él le gusta. Es curioso, porque en este tipo de viajes la gente acaba congeniando y haciendo amistad, o al menos alcanzando una cierta relación cordial y baladí con los demás, pero él no, a él le cuesta mucho conectar con la gente. Bueno, conectar quizás no es la palabra, he de disculparme, no tengo la facilidad léxica ni la habilidad retórica que posee él. Digamos que romper el hielo es una odisea que nunca ha sido capaz de superar, pese a que luego, una vez superada esa barrera de la confianza, es todo un orador, se apodera de la atención de aquellos que le escuchan e incluso habría que pedirle que por favor guardase silencio para que los demás también se expresasen. Es un ser humano de lo más complejo y peculiar, pero yo le admiro, como solo se puede admirar a un padre.
Avanzo hacia él, todavía adormecido. Llevo mi pobre desayuno torpemente, bregando para que el café de la taza no se desborde y moje el sobrecito del azúcar. Me siento con cuidado a su lado sin decir nada. Escudriño su bandeja para sorprenderme del festín que tiene organizado, y digo sorprenderme porque, tras tantos años, aún me fascina tal capacidad de ingesta en una persona. Su desayuno consta de tres tostadas de pan integral, varias lonchas de fiambre ibérico, dos huevos escalfados, un zumo de naranja natural, un vaso de leche caliente, un cuenco de cereales y dos lustrosas y brillantes ciruelas. Lo más curioso de sus desayunos, algo que siempre logra hacerme sonreír de tan paradójico maridaje, es cuando le observo verter el zumo de naranja sobre los cereales, al contrario que la inmensa mayoría de personas que lo hacemos con la leche, como es natural. Él se gira, me observa y tras revisar mi café y mis dos bollos, lanza un resoplido de desaprobación. Después continúa masticando su tostada de pan integral con tomate y jamón ibérico.
―Buenos días, papá ―le digo, mientras esbozo una sonrisa.
Me encanta que, sin decirme nada, solamente con una mirada y una respiración profunda, sea capaz de enviarme una crítica tan clara. A veces los ojos y los gestos transmiten más cosas y con mayor claridad de lo que podría expresar una elocuente frase. «Eso no es un desayuno como dios manda», «¿Así es como pretendes alimentarte?» o incluso «Veo que no has aprendido nada de tu padre en cuarenta años» son, a bote pronto, las dos ideas que he interpretado ante la exhalación que ha lanzado con su grande y distinguida nariz. Son muchos años de viajes, los dos mano a mano, y ya no hace falta hablar para entendernos.
―¿Qué tal has dormido hoy? ―le pregunto. Últimamente no descansa con su harmonía habitual. Nuestro viaje le tiene de lo más alterado.
―Bueno… ―Detiene su ingesta y hace una pequeña pausa reflexiva―. Me desperté cuatro veces. Dos para ir al baño, una porque el aire acondicionado me tenía congelado y la última porque sin el aire acondicionado me asaba. Vamos, una delicia de velada. Así que en mi último desvelo decidí quedarme en el balcón del camarote, leyendo a Cortázar, esperando el amanecer y reflexionando acerca de la vida. Esperar el alba acompañado de Julio no es mala forma de dar comienzo a un nuevo día, ¿no crees?
―Muy cierto. Me había parecido oírte un par de veces desde mi habitación ―le respondo mientras prosigo con mi desayuno «poco saludable»―. ¿Qué leías?
―Adivina… ―me contesta, poniendo a prueba nuestra conexión.
―Mmm… ―Dudo entre Rayuela o Historias de Cronopios―. ¿Rayuela?
―Efectivamente, mi favorito ―me responde con cierta satisfacción. Luego da un ligero sorbo a la leche, que aún está demasiado caliente―. Me encanta ese halo de bohemia parisina que desprende, me doy cuenta de lo insignificante que es mi obra cuando leo a genios como él. Me fascina el capítulo siete.
―¿Cuál era ese? ―Creo recordarlo, pero no los detalles.
Ante mi pregunta mi padre mezcla dos reacciones en su rostro. En la primera percibo desaprobación por no ser capaz de recordar un fragmento tan esencial en el mundo de la literatura, pero seguidamente cambia el gesto hacia la gratificante sensación de poder recitarlo. Se agacha para sacar de su mochila un viejo y ajado ejemplar de la obra de Cortázar, se coloca sus gafas de leer y sin pausas ni introducciones comienza a leer.
«Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja ―hace una pausa y me mira fijamente, como queriendo decirme: Ahora viene la mejor parte―. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua». ―Cierra el libro y lo guarda cuidadosamente―. Es sencillamente magistral, no le llego ni a la suela de los zapatos.
―Bueno, hay quien diría que tú también eres un escritor de gran talento, incluso inalcanzable.
―Esos no saben lo que dicen ―asevera sin dudar y da un bocado a una ciruela, que salpica sobre la bandeja―. Existe un Olimpo donde habitan los dioses de la literatura, hijo, verdaderas divinidades de las letras y de su magia. Yo solamente soy un simple mortal que juega con las palabras.
Su humildad, como siempre, roza la exasperación. Así que sonrío y no insisto más, porque podríamos entrar en un bucle de calificativos desmentidos y sé que acabaremos discutiendo. Le gusta desayunar sin la molestia de una conversación forzosa, así que desisto. Es de esas personas que le cuesta arrancar por las mañanas. Decido poner en práctica esa curiosa costumbre familiar de observar a mi alrededor. Todas esas personas ...

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