Inventario de recuerdos
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Inventario de recuerdos

Caracas como memoria en la narrativa de finales del siglo XX

  1. 224 páginas
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Inventario de recuerdos

Caracas como memoria en la narrativa de finales del siglo XX

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En "Inventario de recuerdos", María Elena D?Alessandro Bello realiza un análisis de la literatura escrita desde y sobre Caracas a partir de la propuesta de tres novelistas y cinco novelas: "El exilio del tiempo" (1990), "Vagas desapariciones" (1995) y "Los últimos espectadores del acorazado Potemkin" (1999) de Ana Teresa Torres; "Juegos bajo la luna" (1994) de Carlos Noguera y "El round del olvido" (2002) de Eduardo Liendo. A partir de estas obras, que representan y reimaginan el pasado reciente de Caracas —un pasado del que sus habitantes tienen aún memoria—, la autora extrae un referente común: la ciudad que se transforma y las interacciones culturales que tal cambio genera.A su juicio, la literatura urbana cumple el cometido de ser el espacio de encuentro entre recuerdo y olvido, entre tradición y progreso, al tiempo que posibilita la reescritura del pasado desde el presente, así como la coexistencia de tiempos y espacios que se reconstruyen en la medida en que se escriben. Dichas obras, al restituir el pasado de la ciudad en la ficción, constituyen el testimonio de un momento específico de la cultura urbana, así como un reconocimiento de que la Caracas del pasado persiste en la palabra que la enuncia y en el relato que la convoca.

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Información

Año
2018
ISBN
9788417014643
Edición
1
Categoría
Literature
Categoría
Literary Essays

Capítulo III
Caracas desde el recuerdo en la obra de Ana Teresa Torres

Deudora de toda una tradición de crónicas y libros de viajes, así como de una narrativa y ensayos vinculados con el recuerdo y la memoria, la producción literaria de Ana Teresa Torres[50] constituye un proyecto narrativo que propone interrogar al pasado en múltiples formas para obtener alguna respuesta sobre la identidad urbana de una Caracas a las puertas del nuevo milenio. La amplitud y diversidad de su obra nos ha colocado en la inevitable situación de escoger, entre sus novelas, las más significativas sobre la ficcionalización del recuerdo en la Caracas del siglo XX. En tal sentido, hemos elegido El exilio del tiempo, Vagas desapariciones y Los últimos espectadores del acorazado Potemkin porque consideramos que establecen la reconstrucción del pasado urbano desde la memoria personal como un punto de vista de la memoria colectiva a partir del imaginario de la modernización.

La modernización de Caracas desde el recuerdo y el desarraigo en El exilio del tiempo

Cuando fui al centro (...) tuve la tentación de caminar hasta la esquina de Veroes a Ibarras, y daba vueltas y vueltas sin encontrar el edificio (Residencias Veroes), me parecía que estaba perdida en una ciudad desconocida (...) estaba en la esquina y las Residencias no las veía porque las habían tumbado y en su lugar se levantaba un edificio inmenso, una torre de una financiadora o de una compañía de seguros. Fue como quedarme sin paisaje, como si las máquinas demoledoras hubieran arrasado con nosotros (...) como si el tiempo o las máquinas de demoler fueran lo único que tuviera en este país una cualidad democrática (...) como si debajo de los escombros estuviéramos nosotros, soportando el peso de la financiadora o de la compañía de seguros (...) o como si nosotros fuéramos muertos mal enterrados y nuestros brazos o piernas sobresalieran, dejándose ver entre las bases del edificio y se aplastaran así todas nuestras conversaciones, nuestros gritos (...) y nuestras gargantas traspasadas por las cabillas de la financiadora, sofocándonos en el polvo de nuestros propios escombros mientras cantamos por última vez Bambilandia es el país donde los niños son felices.
ANA TERESA TORRES: El exilio del tiempo
El exilio del tiempo[51] traza el mapa de la modernización narrando la historia de una familia caraqueña cuyo pasado se remonta al siglo XIX y la de una familia de inmigrantes europeos recién llegados a la ciudad. La presencia del moderno edificio de la financiadora que suplantó a las residencias Veroes es la metáfora de una ciudad construida derrumbando a otra, «como si nosotros fuéramos muertos mal enterrados» y de la que sobresalen los «vestigios» de la que fue en otro tiempo en el mismo lugar.
El exilio del tiempo, su primera novela, fue escrita cinco años antes de su publicación. Este dato es importante porque la escritura comienza luego de la crisis del año 1983, es decir, después del quiebre más significativo de la vida democrática que comenzó en 1958 con la caída de Pérez Jiménez[52], cuando aquellas otrora utopías se mostraron envejecidas y era posible un cuestionamiento sobre la puesta en práctica de la modernización urbanística, arquitectónica y cultural de la ciudad. La novela demuestra narrativamente la capacidad de albergar distintos tiempos históricos en un mismo espacio[53] e interrelacionar diversos imaginarios urbanos, aludiendo a una serie de referencias «conocidas» en su carácter mutante, sustituible y movible; así como por representar a Caracas como un referente que no existe salvo en el recuerdo de los ciudadanos.
Si bien ET ha sido objeto de distintas lecturas críticas[54], nos interesa destacarla como novela intrahistórica, en el sentido de que narra la ciudad desde el recinto doméstico[55]. A través de un exigente proceso de elaboración estética, la obra desarrolla cómo se construye la memoria mediante la escritura de un relato formalizado como oral, representando las voces de los silenciados (niña, mujer, inmigrante, generaciones precedentes, entre otros) otorgándoles un espacio para que narren su versión del pasado tanto familiar como urbano. Asimismo, se cuestiona en el interior de la obra la necesidad de contar la historia, de no perder la memoria, de explicar el propio ser a través de lo contado. Sin embargo, paralelamente se va reflexionando sobre la inasibilidad del pasado y lo inútil del esfuerzo por recuperarlo en un presente que se muestra como un tiempo de decadencia. A partir de ello, ET escenifica al referente que le es propio: la autorrepresentación[56]; lo que sobrevive es el texto que leemos, que se contempla a sí mismo y que nos va dando las pautas de su específico proceso de creación.

Quedarse duele y volver parece imposible

Dos narradoras cuentan su pasado en la ciudad desde dos lugares de la misma, dos historias personales (y familiares) y dos maneras de «estar» en la urbe como las nuevas ciudadanas de una metrópolis que se transforma frente a sus ojos. ET propone revisitar el pasado desde sus huellas en el presente y desde la perspectiva de una memoria personal que construye un tejido con la memoria colectiva y la memoria urbana de Caracas. La narradora básica y anónima organiza parte del relato en distintas voces narrativas y en distintos tiempos, para poder contar la historia de su familia desde finales del siglo XIX hasta su presente. Esta narradora elige el anonimato[57] frente al lector, sin esconder que en su condición de testigo pertenece a la última generación de un linaje familiar; ella, progresivamente, cede la voz de la narración a diversos personajes para que cuenten su versión y su posición en la genealogía familiar para reconstruir el pasado de cada uno. La obra se estructura a partir de una multiplicidad de voces, muestra a unos personajes que cuentan la vida de otros, donde uno es el reflejo de otro, donde presente y pasado se entrecruzan. Asimismo, la novela plantea otra versión de la ciudad a partir de Marisol, una narradora que cuenta al entorno citadino que se transforma. Ambas narradoras, como en una especie de espejos encontrados, narran la ciudad del pasado que desaparece y la nueva que nace a partir de su transformación. Dos perspectivas complementarias sobre una misma ciudad: la nostálgica, que mira al pasado como un tiempo perdido para siempre, y la que apuesta por el futuro que está construyendo. Es en esa tensión pasado-presente, centro-este, tradición-modernidad en la que se define la ciudad representada.
En ET, el recuerdo individual[58] está vinculado necesariamente con la memoria colectiva y con la memoria de la ciudad. Este es uno de los recursos del(los) narrador(es) para restablecer la ciudad del recuerdo. Cada voz narrativa es una manera de acercarse al pasado desde el recuerdo personal y familiar en relación con una ciudad cambiante por el avance de la modernización. La historia de la familia está insertada en la historia urbana y cultural de Caracas, mediatizada tanto por el recuerdo como por ciertos íconos representativos del progreso material que transformaron el entorno, como: el movimiento expansivo de la ciudad incorporando pueblos aledaños y urbanizando haciendas, moviendo así los límites tradicionales; las grandes obras de ingeniería, las nuevas edificaciones, la presencia de los carros, medios de comunicación radioeléctricos y visuales, letras de canciones, películas, entre otros.
Siguiendo a Halbwachs cuando se refiere a cómo la memoria personal es un punto de vista de la memoria colectiva, podemos observar que ET, al narrar un hecho del pasado personal, lo inserta en la memoria familiar y en la memoria colectiva del caraqueño del siglo XX. Por ello, el mismo hecho histórico tendrá tantas versiones como voces narrativas lo cuenten. La narración desde el recuerdo ha permitido la ausencia de fechas, apellidos o ubicación cronológica precisa, otorgándole a la ficción el poder de representar a dos familias opuestas en la misma ciudad.
El primer indicio sobre cómo opera el recuerdo lo encontramos en la manera de abordar el relato. La obra comienza con la referencia a la casa desordenada al día siguiente de una fiesta de fin de año con la expectativa de la mudanza de la casa familiar en el Country Club a otro lugar, lo que implica la inminente diáspora familiar. El recuerdo se activa ante la alteración del orden conocido y la ruptura de la centralidad familiar representada por la casa. La casa es la representación del orden patriarcal, que establece una estructura y una identidad personal; es el anclaje del recuerdo para establecer la singular genealogía familiar frente a la dinámica urbana y valida la reconstrucción de la historia y el pasado a partir del vestigio.
Los objetos de la casa[59] permiten reordenar la genealogía familiar para encontrar alguna respuesta en el presente. La desestructuración de la morada provoca la «crisis» del sujeto, quien necesita registrar el pasado a través de la escritura para que no se desvanezca por completo el «orden» conocido frente al cambio del presente y poder preservarlo ante la incertidumbre del futuro. El resto o vestigio del pasado, representado simbólicamente por los objetos de la casa que, como tales, tienen una historia que contar, está vinculado con realidades desvanecidas. Una morada que lejos de percibirse como espacio de amparo representa la pérdida de la estabilidad, la destrucción de la estructura y del arraigo. En tal sentido, uno de los trabajos de la memoria será fijar mediante la escritura ese «orden grabado en los objetos», ahora representantes simbólicos de la familia. La narradora explica cómo cada objeto simboliza a un miembro de la familia o algún aspecto de la misma:
«Ahora ya todos han subido a sus habitaciones y la casa está sola, yo me quedo en el salón con ese aire de fiesta terminada (...) y pienso en cómo la vida se agolpa en los objetos y cómo estamos sentados sobre tantos días, en un espacio tan pequeño (...) Una dialéctica estática (...) que en el fondo nos amargaba un poco la vida del presente (...) porque nos daba noción de tiempo, de desarrollo que no podíamos frenar. Por eso al recordar esta silla reina Ana (...) recordábamos, esta silla era de la casa de Veroes (...) Estas discusiones no eran tan banales como parecen, porque al discutir los detalles del pasado del objeto, también discutíamos su pertenencia y sucesión (...) y así trazábamos su presente y (...) su futuro (...) de esta manera, no sólo los objetos o los muebles o las obras de arte conservaban el espíritu de los tiempos, sino que los manteníamos vivos en la palabra como los pueblos de tradición oral relatan sus gestas y desventuras (Torres, 1991: 13/19-20).»
ET actualiza al pasado reinstaurando el orden perdido a través de la escritura; la confrontación entre el pasado familiar con ese presente que se desintegra genera un nuevo relato que reinterpreta a la familia y a la ciudad que se moderniza. La narradora intenta establecer una diacronía temporal y espacial, que ella misma invalida porque el orden del recuerdo es subjetivo y genera un relato discontinuo. Los objetos de la casa muestran que lo que ya terminó sigue existiendo en forma residual y adquiere una nueva significación en el presente:
«(...) Extraer de cada gaveta (...) todos los restos, huellas y papeles allí conservados. Fue una exhumación del pasado en la que los cadáveres de la memoria se removían tan incómodos que ninguno parecía calzar en su tumba. Mamá en esas ocasiones desarrollaba un sentido práctico (...) inventariaba nuestras pertenencias y desocupaba las habitaciones (...) ella conocía mejor que nadie el recuerdo ligado a cada una (...) Y así infinitamente, recorríamos los objetos que, como fantasmas mal enterrados, revelaban su recuerdo y su sentido, luchando por mantener un puesto en nuestras vidas (236-238).»
En tal sentido, los diversos tipos de «restos» también son percibidos como fantasmas de otro tiempo que se resisten a desaparecer frente a la inminencia de los cambios, así como hacen presentes a los ausentes dando cabida a relatos sobre miembros de la familia desconocidos para la narradora.

Una particular genealogía a través de las casas y los diarios

La novela reconstruye un árbol genealógico deslastrado de su natural verticalidad, vinculado a las casas que desaparecen y a la ciudad en su carácter mutante, estableciendo una particular genealogía a partir de vacíos y ausencia contando con una memoria personal como punto de vista de la colectiva.
Tal como un microcosmos que reproduce al macrocosmos, las casas mantienen una correspondencia entre los cambios del afuera urbano y del adentro del recinto familiar; como una especie de vasos comunicantes, las casas se transforman al ritmo de los cambios de la ciudad y la ciudad es relatada desde el espacio privado de la casa. En tal sentido, las casas reproducen los diversos momentos y épocas de la modernización urbana desde las distintas voces y épocas de la familia, donde la casa de la esquina de Veroes, la del Country Club y la de Macuto ya no existen.
La casa de Veroes narra la evolución de un sector vinculado con el pasado de una familia. La casa colonial se estructura espacialmente alrededor de un patio interior como la ciudad se funda y organiza en torno a una plaza mayor. El quiebre comienza cuando el espacio urbano deja de ser centralidad familiar, cultural o personal para convertirse en posesión y ocupación. De esta manera, las casas familiares en sus remodelaciones, destrucciones, sustituciones y posteriormente el traslado al Country Club revelan cómo fue el movimiento transformador del casco central, la expansión hacia el este y la destrucción de los hitos representativos del pasado histórico; todo ello apunta a la disolución de una identidad vinculada con cuatro siglos de historia urbana. La casa familiar derrumbada y sustituida por otra(s) es la historia del centro de Caracas, la expansión urbanística hacia el este, el oeste y el sur: un espacio que se vació de significado llenándose con otro(s) ajeno(s) a su evolución.
La casa vacacional de la familia en Macuto corrió con la misma suerte. Al ser vendida la utilizaron para diversos fines: «remodelada para hotel de temporadistas y más tarde (...) convertida en residencia de niños abandonados (...) pasó de nuevo a la propiedad privada y en su lugar se alzó un edificio de apartamentos, derrumbado en el terremoto del 67» (82).
El imaginario urbano de ET responde a tres espacios contiguos: el este, el oeste y una zona vacacional (hoy estado Vargas) que nunca se amalgamaron en una sola ciudad y que la escritura representa como tales. Al final de la novela, dos personajes realizan en carro un recorrido desde Macuto hasta Caracas; ellos observan que el lugar donde estuvo la casa es un solar vacío. En el recorrido por la autopista, construida en los años cincuenta, dialogan sobre la pérdida de la ciudad en donde nacieron y crecieron, a la que han visto convertirse en un espacio desconocido. Ello promueve una reflexión para poder así definir e interpretar a una metrópolis cambiante: «hemos asistido al surgimiento de una nueva ciudad, y por eso nos parece que nos han robado algo (...) Piensa en los que conocieron la Caracas gomecista, cuando todas estas urbanizaciones eran haciendas, el shock del futuro debe ser mucho más fuerte para ellos» (234).
Ante la pérdida de los referentes tradicionales, la obra se apropia de la nueva geografía, cartografiándola y creando mapas a partir del recuerdo personal, del recuerdo colectivo y del imaginario urbano de la segunda mitad del siglo XX en la demostración ficcional de cómo un espacio «liso» es atravesado por uno «estriado».
Asimismo, ET representa una singular historización de tres momentos de la transformación urbana que simbolizan la evolución de la burguesía caraqueña, haciendo gala de la parodia para promover la reflexión del lector. La primera modernización, a finales del siglo XIX y principios del XX, a manos de una burguesía inversionista[60], responde al imaginario de la implementación del progreso material en la voz de Olga:...

Índice

  1. Introducción
  2. Capítulo I. Caracas, el espacio de la memoria
  3. Capítulo II. El recuerdo en la representación literaria del siglo XX
  4. Capítulo III. Caracas desde el recuerdo en la obra de Ana Teresa Torres
  5. Capítulo IV. Novelas de memoria urbana en la obra de Carlos Noguera y Eduardo Liendo
  6. Capítulo V. Caracas escrita desde el registro de una pérdida
  7. Bibliografía y hemerografía
  8. Notas
  9. Créditos