Recuperar el realismo
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Recuperar el realismo

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Según Descartes, el conocimiento existe en forma de ideas, que supuestamente representan el mundo. Esta epistemología -ideas que median entre la realidad externa y nuestra mente- sigue ejerciendo un control sobre el pensamiento occidental. Sin embargo, como muestran Dreyfus y Taylor, el conocimiento consiste en mucho más que en las representaciones explícitas que formulamos. Ganamos en conocimiento del mundo mediante un compromiso corporal con las cosas, las manejamos, nos movemos entre ellas y nos interrogamos sobre su significado.

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Información

Año
2016
ISBN
9788432146824
Edición
1
Categoría
Filosofía
1.
“UNA IMAGEN NOS TUVO CAUTIVOS”
«Una figura nos tuvo cautivos» (Eine bild hielt uns gefangen). Así lo afirma Wittgenstein en el parágrafo 115 de las Investigaciones Filosóficas[1]. Con ello se refiere a la poderosa imagen de “una mente en el mundo” de la tradición epistemológica moderna que comienza con Descartes. Lo que quiere subrayar empleando el término “imagen” (Bild) es distinto y más profundo que una simple teoría. Se trata en gran medida de un trasfondo de comprensión irreflexivo que constituye el contexto de todas nuestras teorizaciones e influye en ellas. Pero se puede interpretar la afirmación además como si el modelo epistemológico que surge con Descartes conllevara y estuviera formado por una imagen no completamente explícita. Esto ha provocado una especie de cautividad porque ha impedido identificar los errores de esta corriente de pensamiento. En cierto sentido, somos incapaces de pensar “fuera de su caja” porque su imagen nos resulta tan evidente y tan de sentido común que se nos antoja incuestionable[2].
Detectar esa imagen equivaldría a comprender el gran error, el “error marco” que distorsiona nuestra comprensión y que, al mismo tiempo, evita que la reconozcamos justamente como lo que es: una distorsión.
A nuestro juicio, en esta cuestión Wittgenstein está en lo cierto. En nuestra cultura subyace un gran error, una comprensión equivocada de tipo operativo sobre lo que significa conocer, con consecuencias también nocivas en otros ámbitos, tanto teóricos como prácticos. Como resumen, podríamos indicar que entendemos (o malentendemos) el conocimiento como “mediacional”. En su origen esta concepción se sustentaba sobre la idea de que éramos capaces de captar la realidad externa por medio de representaciones internas. En una de sus Cartas, Descartes señalaba que «estoy seguro de que no puedo tener ningún conocimiento de aquello que se haya fuera de mí sino por mediación de las ideas que yo he tenido en mí de ello»[3]. Pero esta afirmación solo tiene sentido si se acepta al mismo tiempo una determinada topología de la mente y el mundo. La realidad que buscamos conocer se encuentra fuera de nuestra mente, mientras que nuestro conocimiento sobre ella está dentro de nosotros. De ese modo, el saber dependería de que ciertos estados de la mente representaran de un modo preciso lo que existe fuera de ella. Cuando la representación es correcta y fiable, hay conocimiento. Se conocen, pues, las cosas “sólo a través” o “por medio” de esos estados internos que llamamos ideas.
Esta imagen puede ser calificada de “mediacional” debido a la importancia crucial que adquiere en ella la expresión “solo a través de”. A través del conocimiento, establecemos cierto contacto con la realidad externa, pero solo mediante esos determinados estados internos. Un rasgo de esta importante imagen, que aquí resulta evidente y que con el tiempo se ha convertido en un contexto indubitable, es precisamente la estructura “interioridad/ exterioridad”. Se supone que la realidad que queremos captar está fuera de nosotros y dentro los estados que nos permiten percibirla. Si las ideas, entendidas como representaciones internas, son el elemento de mediación, también esta imagen puede ser llamada “representacional”. Pero esta no es la única posibilidad, como veremos. De hecho, aunque este modelo ha sido criticado, a menudo se ha pasado por alto esa topología subyacente que constituye el contexto implícito tanto de la concepción original como de la crítica que intentó refutarla más tarde.
Es este último punto el que es más difícil de hacer convincente. Descartes pasa por ser en la filosofía contemporánea uno de los pensadores más refutados. Tanto su distinción entre lo interno y lo externo, como la consiguiente separación entre lo físico y lo mental, implican un dualismo que hoy tiene pocos defensores. Además, el elemento mediador, la idea, el contenido de la mente, al que se accede por introspección, plantea dudas y, lo que es aún peor, se considera irrelevante en la mayoría de las concepciones contemporáneas sobre el conocimiento. Y podríamos seguir añadiendo reparos.
Pero, sin embargo, algo esencial a su concepción se mantiene. Pensemos, por ejemplo, en el llamado “giro lingüístico”. Muchos filósofos creen hoy, en relación con los contenidos de la mente, que no deberíamos recurrir a imágenes mentales, sino referirnos a aquellos enunciados de verdad que sostiene un hablante o, por decirlo más coloquialmente, a sus creencias. Aunque el cambio es significativo, permanece la estructura mediacional. En este caso, el elemento de mediación no es psíquico, sino lingüístico. Pero con ello se acepta que, por un lado, hay algo externo en sentido cartesiano, pues los enunciados se expresan en el espacio público de los hablantes. Pero, por otro, al depender la verdad de los enunciados de los hablantes individuales y de sus pensamientos (habitualmente no expresados), se reproduce aquí esa misma estructura básica: una realidad externa, fuera, y la verdad dentro de la mente. El conocimiento se produce cuando las creencias (los enunciados de verdad) se corresponden presumiblemente con la realidad. Nuestro saber depende, por tanto, de las creencias, es decir, es una “una creencia verdadera y justificada”.
Algo parecido ocurre con el denominado “giro materialista”, que rechaza el dualismo cartesiano negando uno de sus extremos: a su juicio, no existen “sustancias mentales”. Todo es materia e incluso el pensamiento surge de ella. Esa es la opinión de Quine. Pero este filósofo reprodujo, en un nuevo contexto metafísico, una estructura similar a la cartesiana. Para él nuestro saber proviene de lo que llama “estimulaciones superficiales”, al ser afectados los receptores sensoriales por los diversos estímulos del entorno. Esta es la base del saber humano. En otras ocasiones, Quine afirma que es la descripción inmediata de dichos estímulos, es decir, los enunciados observaciones, la base del conocimiento, y considera que la ciencia se construye sobre requisitos que muestran cómo (la mayoría) se mantienen. En cualquiera de estos casos, se mantiene esa misma estructura mediacional, es decir, el requisito de “solo a través de”. La prueba de la “indeterminación de la traducción”, de la “indeterminación o inescrutabilidad de la referencia” y de la diversidad de explicaciones científicas nacen de la suposición de que la elección entre los diversos postulados científicos u ontológicos no está determinada por aquellas situaciones básicas.
Lo interior en la “epistemología naturalizada” de Quine posee un sentido materialista. El conocimiento sobre el mundo exterior nos llega a través de los receptores, por lo que estos determinan el límite, pero en un sentido exclusivamente científico y no metafísico. Igualmente, también está reflejada la estructura cartesiana en la conocida hipótesis del “cerebro en una cubeta”, en la que se supone que es posible engañar al cerebro induciéndole a creer que es el de un sujeto que actúa en el mundo, aunque en realidad esa creencia está causada por los estímulos que provoca un científico maligno. Si en su momento la epistemología clásica creyó en la posibilidad de que un demonio maligno determinara la continuidad de nuestros contenidos mentales, sin que el sujeto se diera cuenta, la contemporánea recrea una pesadilla similar con el cerebro. Este se ha convertido en el reemplazo material de la mente porque supuestamente es la base material de la que depende causalmente el pensamiento. La estructura mediacional y la conexión mediatizada de inputs, causados en el ejemplo por el científico maligno, y por tanto la misma exigencia de “un solo a través de”, se mantienen también en el caso de esta interpretación materialista.
Si se preguntara a un defensor de la hipótesis del “cerebro en una cubeta” por qué se refiere solo al cerebro, diría que porque el pensamiento “superviene” sobre él. Pero ¿cómo lo sabe? ¿Cómo podemos saber que sólo se necesita el cerebro, o el cerebro y el sistema nervioso o todo el organismo, o con mayor seguridad, el organismo y el entorno para que haya percepción y pensamiento? Sencillamente, nadie lo sabe. Si la hipótesis del cerebro en una cubeta resulta plausible es únicamente debido a la influencia de la estructura mediacional, es decir, debido a la imagen implícita en la epistemología moderna, que exige que un ámbito funcione como dentro, y que todavía nos mantiene cautivos.
Veamos otra de las interpretaciones que se han dado a esa estructura, la del “giro crítico”, propiciado por la filosofía kantiana. Para Kant, la relación fundamental no es la que existe entre representación interna y realidad externa. Lo que Kant llama representación (Vorstellung) parece en general ser lo mismo que realidad externa y empírica. Es decir, para él el contenido de la intuición proviene de fuera porque lo recibimos al ser afectados (affiziert) por los objetos, y es diferente de lo formado por las categorías, que son productos de la mente. En Kant, pues, el requisito “solo a través de” adopta una forma diferente. Es “solo a través de” la aplicación de las categorías como las intuiciones se constituyen en objetos para nosotros y hacen posible la experiencia y el conocimiento. Sin conceptos, las intuiciones serían ciegas. En la obra de Kant, “interno”, “externo”, “solo a través de” adquieren nuevos significados (y en concreto, en el caso de los dos primeros, más de uno). Pero lo importante es que se mantiene la misma estructura básica. Más tarde explicaremos por qué esta continuidad ha resultado tan importante y decisiva.
Podemos concluir, por tanto, que la imagen que subyace en la epistemología moderna todavía ejerce sobre nosotros mayor influjo de lo que los críticos del dualismo cartesiano, del mentalismo y del fundacionalismo, admitirían. También a estos críticos les afecta. Ni tampoco, como veremos después, los que se autodenominan “posmodernos” han conseguido escapar a su influencia. Esto quedará poco a poco claro a medida que avancemos en nuestra argumentación. Por el momento bastará con indicar que tampoco en la tradición filosófica han faltado corrientes escépticas que han dudado sobre nuestras facultades mentales y el alcance de la ciencia. Surgieron precisamente con el argumento contra el escepticismo (Descartes) y desde entonces se han producido conocidos giros escépticos (como Hume, por ejemplo, por no hablar del relativismo ontológico de Quine). Por ahora, bastará con que señalemos esa profunda continuidad a la que hemos aludido en los párrafos anteriores.
1.
La relación entre escepticismo y epistemología moderna es evidente desde que esta nació en la obra de Descartes. Descartes no utiliza el escepticismo para proponer una filosofía escéptica, sino para ofrecer su propia topología del yo, la mente y el mundo. Sin embargo, desde la Primera Meditación, el constante bombardeo de argumentos escépticos satura al lector. Frente al escepticismo antiguo o el más moderno de Montaigne, su objetivo no es convencernos de lo poco que en realidad sabemos, sino que su argumentación concluye...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. DEDICATORIA
  5. ÍNDICE
  6. PRÓLOGO
  7. PREFACIO
  8. 1.“UNA IMAGEN NOS TUVO CAUTIVOS”
  9. 2. HUYENDO DE LA IMAGEN
  10. 3. LA COMPROBACIÓN DE LAS CREENCIAS
  11. 4. HACIA UNA TEORÍA DEL CONTACTO: EL LUGAR DE LO PRECONCEPTUAL
  12. 5. LA COMPRENSIÓN ENCARNADA
  13. 6. FUSIÓN DE HORIZONTES
  14. 7. EL REALISMO RECUPERADO
  15. 8. UN REALISMO PLURAL
  16. AUTORES