Nosotros, los subdesarrollados. Por qué podemos ser felices sin tener que progresar
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Nosotros, los subdesarrollados. Por qué podemos ser felices sin tener que progresar

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Nosotros, los subdesarrollados. Por qué podemos ser felices sin tener que progresar

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Sobre el libro El libro presenta una irreverente defensa del subdesarrollo, bajo la tesis de que éste no es una etapa económica ni histórica, sino un estado del alma, un sentimiento, además poco estudiado. Con una original reflexión, se nos ofrece el subdesarrollo como un curioso refugio ante los desastres del desarrollo y no como la desgracia que predican muchos. La civilización occidental, dirá el autor, es la prueba viviente del fracaso moderno, y en tal sentido la crítica es para las sociedades avanzadas. Con sutil ironía Arias Toro se burla de los que corremos detrás del progreso como borregos, porque él, una vez contempla el mundo y la vida, sólo ve cosas extrañas y entonces se pregunta honestamente: ¿De qué progreso habla la gente?

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Información

Editorial
Hipertexto
Año
2011
ISBN
9789584620927
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LA EDUCACIÓN

—El colegio frustra las mentes creativas
en aras de un desarrollo estándar—.
—Es doloroso ver cómo entregamos nuestros niños
a instituciones educativas que hace mucho tiempo fracasaron
dentro del desarrollo—.
—El trabajo en equipo: ¿será en verdad un nuevo descubrimiento
de las organizaciones, o será solo una nueva forma de
organizar rebaños?—.
CONOCEMOS DE IGUAL manera la tesis que atribuye el progreso de los países desarrollados a una mejor proyección de su sistema educativo, sobre todo por su autonomía frente a la mentalidad religiosa, en procura de una perspectiva científica. En el mundo subdesarrollado hay bajos niveles de lectura y escritura, y es natural que esto influya en las pocas oportunidades con que cuentan muchos para incorporarse a la sociedad: no obstante hasta el momento nadie ha demostrado que eliminar el analfabetismo aumenta el desarrollo. El concepto de ignorancia que utilizamos nosotros es distinto, pues está relacionado con el sentido que damos al mundo más que con la habilidad de leer o escribir, lo que explica porqué muchos de nosotros, por dar un ejemplo, consideramos incultos al grueso de la clase media desarrollada, aunque sepa leer y escribir.
Jamás pensaríamos que un campesino es un ignorante. En cambio, que el 100% de la población estadounidense lea y escriba, no impide que nos parezca pobre el sentido que dan al mundo. Desde tiempos remotos existe un sentimiento de desconsuelo al ver que el hombre progresó solamente cuando estableció el dinero como máximo valor social. ¿Por qué no pudo avanzar a partir de valores espirituales?
Los expertos en educación sostienen que América Latina se está quedando atrás en educación superior, entre otras cosas porque las universidades públicas tienen mucho poder político y se niegan a ser evaluadas. Igualmente, los gobiernos subdesarrollados dan la mayoría de los fondos para la educación superior a las universidades, en lugar de dárselo a los estudiantes. Las grandes universidades públicas latinoamericanas (la UNAM o la UBA) son gratuitas, y dicen las estadísticas que un porcentaje significativo de graduados de estas universidades son estudiantes de clase media o clase media alta, que perfectamente podrían pagar sus estudios.
Nos parece sensato lo que plantean los expertos, sin embargo les falta decir además que muchas de esas instituciones llamadas universidad y colegio son otros centros de burocracia increíble, donde se pondera más el método y los procedimientos que el talento de los estudiantes. Se ven aportes fabulosos de los estudiantes que se marchitan en las oficinas de publicaciones universitarias hasta tanto no se ajusten al estilo y metodología de las revistas académicas. Si quieres enfriarte y perder tu espontaneidad, decimos, entra al mundo académico. Si quieres cortar las alas a tus hijos, entrégalos al colegio. Si quieres multiplicar la brecha económica o social, y favorecer la segregación, enséñalos a dividir entre educación pública y privada. Tanto la universidad y el colegio, si son privados, no pasan de ser un negocio más dentro del mundo del comercio. No tendría por qué ser de otra manera, pues por lo general las instituciones educativas de naturaleza privada son fundaciones de familia o de amigos. Y si son públicas, es cierto que no pasan de ser una rama de la política.
Pero en el desarrollo la cosa es peor, o por lo menos más burda: la utilidad económica de la ecuación es abierta y sin pudor: científicos y estudiantes se van a Estados Unidos atraídos por las ofertas económicas, así como una estrella del espectáculo aspira a un gran mercado.
Reiteremos aquí la urgencia de salirnos del valor económico que todo lo pervierte. Nosotros, los subdesarrollados, aún tenemos posibilidades de salvar a nuestra juventud. Nuestros niños subdesarrollados, por ejemplo, deberían seguir siendo auditivos y mágicos y no estar sometidos al perjuicio de estandarizarlos bajo modelos desarrollados: los padres, rectores y profesores, algún día responderemos por semejante crimen. Parece increíble que alguien tan creativo como el ser humano tenga prohibido ser autodidacta. Ese engendro llamado colegio es el que da fe pública de si alguien es apto o no en el conocimiento, mediante un examen que lo autoriza para utilizar en sociedad sus capacidades intelectuales, de hecho bien mutiladas dentro de sus salones de clase. Hemos formado a nuestros niños en la profundidad de la institución escolar; para ello replicamos el modelo educativo del desarrollo y entregamos nuestros niños a esa institución castrante que es el colegio, en vez de revelarnos y permitirles la formación más libre y sana de la superficie subdesarrollada.
¿Acaso ha salido algún talento especial del mundo homogenizado del colegio o de la universidad? Por el contrario, siempre ha brotado del esfuerzo individual, del talento particular, y éste no se fomenta en los colegios ni en las universidades, mucho menos en las empresas; allí se patrocina el trabajo en equipo, esto es, la rebañización, que es la forma técnica de mantener organizados a los rebaños.
Todos estamos de acuerdo en que los valores constituyen la base fundamental de la educación humana, por encima del conocimiento científico. Sin embargo hay una sensación común de que los valores occidentales decaen ante la ola superficial que los supera, ésta última nutrida de sentimientos distintos a los de Occidente. Esta ola proviene del interior del mismo desarrollo, o del subdesarrollo, no importa su origen, pero parece cierto que desde hace años soplan vientos que chocan contra el pasado riguroso de Occidente con el fin de que se reconozcan nuevos ámbitos de conducta. El mundo conceptual occidental ha sido imitado en lo que tiene de institucional, pero el ámbito individual, privado, sigue otro rumbo.
La profundidad se replica en instituciones educativas, leyes o modelos administrativos, pero el sentimiento personal, que en últimas es el que mantiene al subdesarrollo, se mantiene intacto en la superficie.
En el desarrollo la educación está atada indefectiblemente al bienestar económico. En nosotros no es evidente que la educación lleve a tal bienestar, lleva eso sí a un avance moral del individuo, asunto bien distinto. Un adagio popular que circula entre nosotros dice que para hacer dinero no se requiere estudiar, y parece cierto. Las profesiones liberales fueron sinónimo de prestigio por el estatus intelectual que tuvieron un día, pero desde hace mucho dejaron de representar fórmulas productivas. Quien sabe hacer dinero está más cerca de las habilidades comerciales primitivas que del estudio intelectual, pues éste, por naturaleza, paraliza el arrojo que requiere la aventura económica. El estudio hoy en día resulta ser un refinamiento adicional para ocultar la vulgaridad del mercantilismo salvaje que reside en el hombre económico, pero no más. El lavado de activos, o el simple comercio campechano, para perdurar, deben pasar en algún momento de su cadena productiva por la universidad o por la compra de objetos de arte.
Un término útil en estos momentos, asociado a la crisis del siglo XX, es el de posmodernidad. Digamos que con este vocablo se puede designar lo inútil del pensar. Pero nosotros, los subdesarrollados, llegamos a la posmodernidad sin haber pasado por la modernidad. Por eso la crítica al pensamiento, desde el subdesarrollo, es legítima si ésta vuelve a surgir a partir de preguntas importantes.
El pensamiento, al sumergirse en su hondura, pasó de largo ante la superficie de la vida, que es la contribución del subdesarrollo. Como la espuma del mar, o la amistad, la vida es liviana, tiende a flotar. Soñar es lo que más nos hace sentir vivos, y los sueños son algo que tiene que ver con volar, no con naufragar. La juventud rinde homenaje a la superficie, porque está más cerca de la música, la emoción y la irreverencia. Esto significa que la juventud está más cerca de la vida que el resto. Ningún creador serio negará que sus sueños se fraguaron en su juventud.
En la medida en que nunca pudimos consolidar una herencia educativa sólida, precisamente por la ruptura con el pasado y la ausencia de futuro, algunos creen que a sus hijos les faltó afianzar principios de conducta, y los empujan cruelmente a la profundidad occidental. Ellos sienten que hubo un tiempo perdido y creen en la fuerza del destino como una corriente que nos arrastra a todos, en igualdad de condiciones. Ellos no ven la ruptura y aplauden el desarrollo.
Beber, emborracharse, dejar embarazada a la novia, abandonar la universidad, ¿son errores de la juventud? No, son los errores de nuestro sistema educativo, fiel copia del sistema desarrollado, el cual fue hecho por pensadores profundos que despreciaron la vida.
Nuestra producción intelectual sólo existe en las élites, y las élites reproducen los adelantos del desarrollo; incluso, cuando replican la parte crítica del desarrollo, posan de avanzados. Reconocemos la modernización, por supuesto, pero a la vez advertimos la variedad de países desgarra dos que se hicieron modernos o semimodernos al anular su identidad, no propiamente occidental. Por eso ahora, en esta superficie convulsa, las riquezas escondidas y las voces acalladas experimentan un resurgimiento.
La verdadera educación del subdesarrollo comenzará cuando estudiemos nuestros lazos rotos y nuestro extrañamiento.

EL TRABAJO

¡Calma! Se puede ser exitoso sin “misión” ni “ visión”—.
—No podemos creer que el trabajo sea tan importante como
lo hacen creer los países desarrollados—.
—Afortunadamente en el subdesarrollo consideramos más
importante la vida que el trabajo—.
SI EL EMPRESARIO no mide la eficiencia de sus trabajadores, el escritor no reconoce la importancia del Quijote, el científico no atiende la física cuántica, la familia rechaza un estándar típico de estabilidad, o el niño no es educado en la escritura, todos serán considerados subdesarrollos. Para el desarrollo serán pequeños seres estúpidos incapaces de reconocer la superioridad del pensamiento profundo.
Nosotros creemos, por esto mismo, que hay más subdesarrollo del que parece, pues cada vez la gente repudia más la estrechez moral del desarrollo. Hay empresas que no han entrado en la moda de la misión, visión sin consecuencias que lamentar. Negar el Quijote no debería ser tan grave: hay otras culturas con héroes igualmente respetables. Conocemos familias dichosas sin casa propia, sin automóvil ni club.
Para el desarrollo, el trabajo no es sólo la manera digna de ganarse la vida y de hacer producir los bienes de la naturaleza, sino que resulta insólito vivir en el mundo sin trabajar. Dios, el plan infinito, la nueva sociedad, en fin, el escalón último al que podríamos llegar, rechazará el ocio. Razones estas por las cuales el escritor, dentro de la corriente profunda del desarrollo, seguirá siendo visto como un fracasado: su actitud no es la que corresponde al concepto de trabajo productivo que exige la nueva sociedad. En el subdesarrollo, estos mismos sujetos, además de fracasados, son vistos como descarados, pues si no tenemos para comer resulta desfachatado ponerse a pensar o, peor aún, a escribir, en vez de trabajar.
Es propio de flojos perder el tiempo en jugarretas artísticas en vez de trabajar. El peso de tal idea significa que si el artista no triunfa y hace dinero, llevará dentro una doble frustración: la de ser pobre, por una parte, y la de haber escogido un oficio inútil, por otra. Al menos un panadero es pobre pero sabe hacer pan, un obrero es pobre pero sabe construir casas. ¿Qué podemos esperar de un poeta? Sus versos no son capaces de mover ni la hoja más liviana de la Tierra.
La empresa es la materialización del capitalismo, y una empresa es, ante todo, un contrato que obligatoriamente debe arrojar utilidades, de lo contrario entra en quiebra. Así funciona en todos los países que adoptan el desarrollo.
Para mitigar el impacto grotesco del hombre como un animal que acumula toneladas de dinero, aparecieron los principios éticos en torno a la forma de hacer dinero, y cualquier empresa respetable hoy en día tiene su código de buen gobierno; sin embargo, fue el fin de lucro el que determinó la ética y no la ética la que produjo el resultado económico. Claro está que dentro de la creatividad actual también existen empresas que incrementan sus utilidades a partir de la ética, incluso las hay especializadas en transparencia (otra rama de los negocios) o en obtener beneficios a partir de grandes proyectos sociales. El dinero impone la obligación de legitimar los negocios a partir de la ética, si se tiene en cuenta que el ser humano desea ocultar uno de sus instintos más burdos: la ambición.
La ambición no podía subsistir en el mundo como mero instinto, por ello fue necesario civilizarla con un régimen racional y a su vez neutralizarla con inyecciones de ética. La ética, entonces, es un compuesto sintético. En el desarrollo cualquier instinto se puede moralizar o, por el contrario, desmoralizar según el temperamento de la sociedad. Lo importante es recordar que bajo el maquillaje bullen los instintos primarios, aún en las sociedades más avanzadas....

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