Los caminos de la literatura
eBook - ePub

Los caminos de la literatura

  1. 120 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Los caminos de la literatura

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Los caminos de la literatura manifiesta la pasión del autor por la lectura de los clásicos: una pasión que se extiende a libros y bibliotecas, y que muestra una especial predilección por la Antigüedad Clásica y el Medioevo, por la épica, por gigantes como Homero y Shakespeare y también por lo más selecto de la literatura popular.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Los caminos de la literatura de Luis Alberto de Cuenca y Prado en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literature y Literary Essays. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2015
ISBN
9788432145315
Categoría
Literature
Categoría
Literary Essays

Veinte escalas de un viaje por la excelencia literaria

Ramayana, de Valmiki
El segundo gran poema épico de la India es muy diferente del primero, el Mahabhárata. Mientras que este tiene un carácter enciclopédico, una extensión casi abismal —unos doscientos mil ślokas o pareados— y es en realidad un corpus de las leyendas sagradas y profanas de la India antigua, además de ofrecer en su interior el conjunto de saberes teológicos y filosóficos del mundo brahmánico, el Ramayana tiene un carácter unitario y se presenta bajo la especie de un único poema en veinticuatro mil ślokas, dividido en siete partes, de las que la primera, Balakanda, y la última, Uttarakanda, fueron añadidas más tarde.
Se ha atribuido a Valmiki, el primer Kunstdichter o «poeta artístico» de la India. Nada sabemos de él, pero ha quedado como modelo insuperable de un tipo de poesía en que lo importante es la forma, mientras que el contenido es accesorio. El poeta se sirve en el Ramayana de la retórica o alamkara, conjunto de ornamentos lingüísticos como el símil, la metáfora, el juego de palabras, la metonimia, la hipérbole, la aliteración, etc., pero ese uso no convierte exclusivamente la epopeya en un Kunstepos al estilo de los Argonautica de Apolonio o de la Eneida de Virgilio, pues el Ramayana participa también del concepto de epopeya popular (Volksepos) y pertenece a todo el pueblo indio, influyendo de forma decisiva en su paideia, en su pensamiento y en su manera de entender el mundo.
En la introducción, el propio dios Brahma exhorta a Valmiki a cantar las «hazañas de Rama» (que es lo que viene a significar Ramayana), prometiéndole que su canción sobrevivirá eternamente. Y algo de razón tiene el bueno de Brahma, porque hoy en día, dos mil años después (el Ramayana se compuso entre el siglo I antes de Cristo y el II de nuestra era), de la epopeya de Valmiki se siguen haciendo lecturas públicas en la India con ocasión de fiestas religiosas y de otras muchas solemnidades.
Rama es el hijo del rey Dasaratha de Ayodhya, al noroeste de la India. Casado con Sita, hija del rey Janaka de Mithila (antiguo reino de Nepal), y destinado a suceder a su padre en el trono, es desterrado por culpa de una intriga cortesana a la selva, donde pasa catorce años en compañía de Laksmana, su hermano, y de Sita, su esposa. Durante el destierro, esta es raptada por Rávana, rey de los demonios, quien se la lleva a su isla de Lanka (Ceilán), donde la mantiene cautiva. Rama se alía con un ejército de monos capitaneado por Hánuman y, después de muchas vicisitudes, consigue derrotar y dar muerte a Rávana, rescatar a Sita y regresar triunfante a Ayodhya, donde ocupa el trono en compañía de su mujer, que se somete previamente a la prueba del fuego para dar testimonio de que ha conservado su pureza.
Se ha dicho que el Ramayana traslada al mundo de la épica un mito agrícola, representando Rama el papel de dios de la lluvia y Sita el surco que esa lluvia fecunda. Sea como sea, Valmiki es, a lo largo de los veinticuatro mil pareados que componen su epopeya, un verdadero maestro de la descripción, tanto en lo que se refiere a las tremebundas batallas como en lo que atañe a las escenas íntimas de amor. Lo natural y lo sobrenatural conviven de manera armoniosa en la acción del poema, que revela a la perfección el sentimiento hindú de la unidad cósmica y la estrecha y mutua vinculación entre todos los seres, sean estos humanos, animales o demonios, habitantes de un mundo en que la selva y las fuerzas de la naturaleza cobran por momentos un protagonismo sustancial.
Ilíada, de Homero
El autor más antiguo de la literatura griega es también el más grande: Homero. En sus dos epopeyas en hexámetros, la Ilíada y la Odisea, compuestas entre 800 y 700 a. de C., Homero nos introduce en un mundo muy especial reservado a los héroes. Un mundo en el que los sentimientos básicos del hombre —el amor, la amistad, el odio, el coraje, la venganza, el honor, el dolor, la envidia, la fidelidad, la traición, etc.— se diría que están recién creados y acuñados para siempre, a juzgar por la frescura y grandeza primitivas con que aparecen en cada personaje.
En más de quince mil versos, Homero refiere en su Ilíada, obra maestra de la literatura heroica, la cólera de un héroe, Aquiles, y las consecuencias de esa cólera en el décimo y último año de contienda entre aqueos y troyanos al pie de Ilión. Los personajes que pueblan los veinticuatro cantos o rapsodias de la Ilíada constituyen modelos literarios y humanos in aeternum. Allí está Aquiles, casi divino, pero capaz de sentimientos tan arraigados en el hombre como el de la más elevada y pura amistad. Allí su antagonista, el teucro Héctor, mucho más cercano a nosotros, cuyo postrer diálogo con su esposa, Andrómaca, es digno de figurar entre los pasajes más intensos y hermosos de las letras universales («Tú, Héctor, padre para mí, y veneranda madre, y hermano de sangre, y floreciente compañero de lecho», dice Andrómaca a su marido). Allí Agamenón, orgulloso y altivo, y hasta insufrible, pero rebosando nobleza por todos sus poros. Y Ulises o Odiseo, personificación de la astucia, el maquiavelismo y la sangre fría (en la Odisea asumirá los mismos rasgos, pero los dulcificará, pues, a la postre, la Odisea prefigura la narrativa posterior de la misma manera que la Ilíada sería, si acaso, una especie de tragedia ante litteram). Y el viejo Néstor, astuto y sabio, y el joven Diomedes, intrépido y audaz en el combate, incluso si son dioses sus adversarios. Entre las mujeres, nos encontramos con la reina Hécuba, cuya altivez supera la de su esposo, Príamo, y en cuyo desdén regio se adivina el disfraz de un secreto amargo. Y con la fiel Andrómaca, tierna esposa y madre. Y con Helena, la culpable de la guerra, la femme fatale por excelencia de la epopeya, que no aparece mucho, pero que no pasa ni mucho menos desapercibida cuando lo hace.
Si tuviera que escoger entre la Ilíada, que muere sin descendencia literaria, y la Odisea, de donde parte toda la escritura ulterior, me quedaría con la Ilíada. Su esterilidad le confiere una aureola especialísima; se pueden escribir otras Ilíadas (lo son, a su modo, el Ramayana, el Beowulf, el Nibelungenlied o la Chanson de Roland), pero nunca serían hijas de la Ilíada original, sino hermanas dentro de la misma familia de la Volksepik, o sea, de la épica susceptible de asumir eso que los alemanes llaman Volksgeist y que caracteriza, a partir del Romanticismo, un tipo de literatura. Esa Volksliteratur se opone a la Kunstliteratur, desprovista de Volksgeist y escrita con unas intenciones artísticas que representan solo al que la escribe, no a la colectividad.
La Ilíada es un poema que canta la guerra («el combate es el padre de todas las cosas»: Heráclito nos lo recuerda). Está compuesta con entusiasmo, con un vigor heroico y apasionado. Aquiles, su protagonista, es una prodigiosa mezcla de fortaleza y debilidad. La ley de las pasiones prevalece en todos sus actos. Ninguna regla frena su violencia. No vacila en manifestar abiertamente todas sus emociones, pues no encuentra ningún motivo sólido para reprimirlas. Aquiles llora, se desespera, amenaza a un anciano indefenso —Príamo, cuando este lo visita en busca del cadáver de Héctor— solo porque no deja de llorar y no quiere comer. Es un héroe épico, y la épica homérica, como todas las épicas, se desarrolla en un presente eterno, más allá del bien y del mal, pero sin renunciar nunca a lo humano.
Eneida, de Virgilio
Junto con su predecesor Apolonio de Rodas y sus sucesores Ariosto, Tasso, Alonso de Ercilla, Klopstock, Voltaire o Byron, Virgilio representa la Kunstepik frente a la Volksepik de Homero, del Beowulf, de la Chanson de Roland o del Nibelungenlied. Esa épica «artística» siempre tiene un autor preciso, real, histórico, no una criatura nebulosa como el autor de la Ilíada. Virgilio existió, nació en Mantua, fue protegido de Augusto y amigo de Horacio (que lo llamó —Odas, I, 3, 8— animae dimidium meae). En la Eneida se propone cantar las excelencias de Eneas, un héroe secundario de la guerra de Troya, hijo de Anquises y de Venus (la Afrodita griega), que aparece poco y en un segundo plano en los poemas homéricos, pero que a Virgilio le viene pintiparado para justificar la procedencia troyana de la gens Iulia, o sea, la familia de Octaviano, el sobrino de Julio César, que pasaría a la historia como primer emperador romano y con el nombre de Augusto (no cabe otro más solemne).
Con la Eneida se inicia ese tipo de obras, en verso o en prosa, que pretenden suministrar el abolengo del que carecen a las dinastías imperantes con las que simpatiza el autor. Se me viene a las mientes, por ejemplo, la Historia regum Britanniae o Historia de los reyes de Britania, de Geoffrey de Monmouth (circa 1135), que intenta dar a los Plantagenet reinantes en Inglaterra un pedigrí de fábula que se remontaría al troyano Bruto. Pero, al margen de esta intencionalidad espuria al servicio de este o aquel linaje, lo que instala a Virgilio en las vitrinas de la permanencia es su portentosa sensibilidad a la hora de urdir versos inolvidables. Viven en mi recuerdo, de manera indeleble, algunos de ellos.
En el libro I, por ejemplo, el Mantuano se pregunta, ante el despliegue de insidias y partidismos de que hacen gala los dioses en su apoyo a la causa de los aqueos o a la de los troyanos: Tantaene animis caelestibus irae? No concibe que sentimientos tan negativos como la cólera puedan habitar en el corazón de los dioses. Más adelante, en el mismo libro, Venus se aparece a su hijo bajo la especie de una doncella armada; al darse la vuelta, su divinidad se revela por la forma de andar: et vera incessu patuit dea. ¿Y qué me dicen de ese prodigioso hexámetro del libro VI, tan citado por Borges como ejemplo supremo de hipálage: ibant obscuri sola sub nocte per umbram? La Eneida es un museo de prodigios textuales, un vivero inagotable de loci memorabiles, un palacio encantado de palabras maravillosas.
Bucólicas, de Virgilio
Con este título reunió Virgilio (71-19 a. de C.) diez églogas compuestas entre los años 40 y 37, diez delicados cuadros de vida pastoril inspirados en los Idilios del griego Teócrito. Cada una de estas églogas desarrolla un motivo propio e independiente. De la poesía helenística toma Virgilio los procedimientos técnicos, mientras que el lenguaje, las ideas y la trasposición de los temas a un mundo de vivencias enteramente nuevas son aportación suya.
Los personajes de las Bucólicas han conquistado la inmortalidad literaria. ¿Quién no recuerda a los pastores Títiro y Melibeo, protagonistas de la primera égloga? Coridón, Alexis, Dametas, Menalcas, Mopso… son otros tantos nombres que enmascaran el alma del propio Virgilio. Es tan extraordinaria la viveza de la poesía bucólica virgiliana que confiere a la acción de las diez églogas un valor autobiográfico, por más que solo dos de ellas circulen por esa senda, la primera y la novena, relacionadas con el tema candente de la confiscación de tierras de los viejos colonos en favor de los veteranos de César.
La cuarta égloga se ha hecho famosa porque Virgilio la escribe en honor de un niño (identificado con Jesús en la tradición cristiana) a quien la suerte depara la ventura de inaugurar un nuevo advenimiento de la Edad de Oro, reproduciéndose la felicidad y el bienestar de aquella perfección tiempo ha perdida. La identificación de ese niño con Jesús hizo que Virgilio fuese representado como un profeta más en la iconografía medieval, como puede verse, por ejemplo, en un capitel románico de la colegiata de Toro, en Zamora, posando para la posteridad como mensajero de excepción del hijo de María.
Modelo de la riquísima poesía bucólica posterior, las églogas virgilianas gozaron de especial relevancia en la literatura del Renacimiento europeo. Es curioso que unos poemas inspirados en parte por la cruda realidad (la confiscación de tierras citada) se encuentren en la base de la idealización ulterior del mundo campestre que aparece en los libros de pastores renacentistas (firmados por primeros espadas literarios como Sannazaro, Tasso, Montemayor, Gil Polo o el propio Cervantes en su Galatea de 1585).
Odas, de Horacio
Tras las primeras Sátiras, urdidas en edad juvenil y llenas de rencor ante la sociedad por la precaria situa...

Índice

  1. Portadilla
  2. Índice
  3. Dedicatoria
  4. Nota del autor
  5. Los caminos de la literatura
  6. Veinte escalas de un viaje por la excelencia literaria
  7. Bibliotecas y mundo clásico
  8. Héroes medievales
  9. Créditos