Óscar Romero
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Óscar Romero

  1. 144 páginas
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Óscar Romero

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Índice
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Información del libro

Ante el cuerpo inerte del padre Rutilio Grande, asesinado por los escuadrones de la muerte, Óscar Romero, un hombre de personalidad compleja, entendió que había llegado el momento de decir en voz alta hacia dónde debía decantarse la Iglesia: al servicio de los pobres. Reservado y esquivo, Romero se convirtió, así, en la voz de los sin voz hasta el 24 de mayo de 1980, cuando un disparo le arrebató la vida y lo dejó muerto sobre el altar en el que estaba oficiando una misa. Su lealtad al evangelio le valió el martirio.

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Información

Editorial
EMSE
Año
2018
ISBN
9788417177669
Edición
1

Óscar Romero

(Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, Ciudad Barrios, 15 de agosto de 1917
- San Salvador, 24 de marzo de 1980)
ARZOBISPO CATÓLICO SALVADOREÑO
BEATIFICADO el 3 de febrero de 2015
RECIBE SEPULTURA en la catedral de San Salvador en El Salvador
SE CONMEMORA el 24 de marzo, el día de su asesinato; ese mismo día ha sido proclamado por la ONU el Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas

Un mártir por odio a la fe

Un obispo puede morir, pero la Iglesia de Dios,
que es el pueblo, no perecerá nunca.
Óscar Romero
El 3 de mayo de 1979, el arzobispo salvadoreño Óscar Romero, que, después de haber visitado San Pedro, se encontraba en Roma, anotó lo siguiente en su diario:
Olvidaba decir que por la mañana hice también una nueva visita a la basílica de San Pedro y junto a los altares, muy queridos, de San Pedro y de sus sucesores actuales en este siglo, pedí mucho la fidelidad a mi fe cristiana y el valor, si fuera necesario, de morir como murieron todos estos mártires, o de vivir consagrando mi vida como la consagraron estos modernos sucesores de Pedro. Me ha impresionado más que todas las tumbas, la sencillez de la tumba del papa Pablo VI.1
Menos de un año después, el 24 de marzo de 1980, Óscar Romero fue asesinado mientras celebraba la eucaristía. ¿Su delito? Haber defendido a los pobres y a los campesinos, haber reivindicado que también debían respetarse los derechos humanos de estas clases sociales —a diferencia de lo que era común en los grandes consorcios latifundistas— y haber reclamado abiertamente justicia social. Pero El Salvador estaba gobernado por una oligarquía militar y los sacerdotes fieles al evangelio como Óscar Romero eran tratados como peligrosos traidores subversivos a los que había que acallar.
Muchos religiosos fueron asesinados, como había sucedido ya antes con el padre Rutilio Grande, amigo íntimo del arzobispo. De hecho, el propio Óscar Romero había sido amenazado tres años antes, motivo por el cual el apoyo del arzobispo a los campesinos se volvió, si cabe, aún más claro y definido, puesto que un pastor —como le gustaba definirse a monseñor Romero— no puede callar ni mirar para otro lado ante las injusticias y los abusos de poder cuando su pueblo sufre. En cuanto Óscar Romero empezó a darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor no dudó en repetir tantas veces como fuera necesario que el evangelio estaba del lado de los pobres, y no de los tiranos, aunque era consciente de que esta actitud le conduciría, posiblemente, a la muerte.
Se le acusó a menudo de hacer política en vez de ocuparse de la fe, pero lo que hizo fue simplemente recordar que no había hombres de primera y segunda clase; para ello, no dudó en enumerar cada domingo, desde el púlpito y durante la homilía, a los fallecidos y desaparecidos durante la semana, víctimas de la violencia institucional; tampoco dudó en negarse a asistir a ceremonias públicas en las que había políticos presentes; y, finalmente, no dudó en llamar a todos a la conversión y recordar que declararse cristiano significaba comportarse de manera coherente con la propia fe. Todo esto hacía que los políticos se sintieran atacados, sin duda porque no tenían la conciencia muy limpia.
A Óscar Romero se le recuerda generalmente por el compromiso social que caracterizó los últimos años de su vida y que lo dio a conocer como «la voz de los sin voz», pero sería simplista recordarlo solo por eso. Su ministerio, de hecho, siempre se sostuvo por una vida de genuina sencillez, de estricto rigor de juicio y por una profunda fe.
La suya es, sin duda, una personalidad compleja y controvertida de la que muchos han intentado apropiarse; pero él sabía que su legado permanecería en el pueblo, en su pueblo, que ya inmediatamente después de su muerte lo llamó «san Óscar Romero».

1 Ó. Romero, Diario, KKIEN Publishing International, Milán, 2015.

La vida

La infancia

Óscar Arnulfo Romero y Galdámez nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, un pequeño pueblo de montaña de unos mil habitantes de El Salvador, cerca de la frontera con Honduras. Se trataba de una pequeña comunidad que se había constituido como municipio hacía apenas unos años. Hoy en día es célebre no por ser el lugar de nacimiento de una figura tan importante como monseñor Romero, sino por su peligrosa prisión y por las atrocidades que se han cometido en ella.
El padre de Óscar Romero se llamaba Santos y era telegrafista, y su madre, Guadalupe de Jesús Galdámez, era ama de casa. Ella había proporcionado como dote una pequeña granja, gracias a la cual la familia pudo vivir en condiciones modestas pero no pésimas, a pesar de la numerosa descendencia del matrimonio. Por otro lado, Santos era un buen lector y debido a ello nunca faltaron libros en casa de los Romero, lo que constituía algo excepcional para los estándares de la población de la zona.
De pequeño, a Óscar le apasionaba la música; su otra gran afición fue el circo, que de vez en cuando pasaba cerca de su casa, un momento que Óscar aprovechaba para ver a los acróbatas; siempre quedaba fascinado por ellos. También era un niño muy devoto: le gustaban tanto las procesiones que, cuando volvía a casa después de verlas, se divertía escenificándolas. Asimismo, su familia le enseñó desde muy pequeño a recitar el rosario todas las noches, un hábito que mantendría a lo largo de toda su vida. Su devoción llegaba hasta el punto de levantarse a rezar en mitad de la noche; sus hermanos consideraban que su fervor religioso era excesivo. Y es que, si bien su familia profesaba el cristianismo, lo hacía con cierta moderación. Tal vez Óscar soñaba desde la infancia con convertirse en sacerdote, pero su sueño pareció desvanecerse cuando, a la edad de doce años, su padre lo llevó a un taller como aprendiz de carpintero para que pudiera aprender un oficio que le permitiera vivir.
En 1930, con cierta oposición por parte de su familia, Óscar consiguió entrar en el seminario menor de la ciudad de San Miguel, gracias a la recomendación del alcalde de Ciudad Barrios al padre Benito Calvo, el sacerdote que acudía al pueblo para las celebraciones religiosas. El joven Óscar cambió así el clima agradable de la montaña por el asfixiante clima de la capital de la región, una ciudad que, con sus veinte mil habitantes, le debió de parecer una gigantesca metrópolis.
Al principio su padre alquiló una habitación en su propia casa con el fin de conseguir los ingresos necesarios para pagar los estudios de su hijo, pero más adelante cambió de parecer y se lo comunicó al obispo. Este, que ya había tenido oportunidad de apreciar las notables habilidades del muchacho, se comprometió a hacerse cargo de la matrícula del seminarista. Óscar también contribuyó a sufragar sus estudios, dedicando los veranos a trabajar en la mina o en cualquier otra ocupación.
Los años del seminario menor transcurrieron serenamente para Óscar, que disfrutaba de la compañía de sus colegas y del estudio, y se encontraba muy a gusto en aquel ambiente en el que se impartía educación con disciplina, pero también con alegría, sin una rigidez excesiva. Pronto demostró sus dotes como orador y los profesores le animaron a cultivar este don mediante el estudio de la elocuencia y la retórica.
A pesar de que se trataba de un lugar humilde, el seminario se esforzaba por transmitir a los niños que debían dar lo mejor de sí mismos en la vida, a insistir en la importancia de las amistades y a favorecer las aspiraciones de los alumnos a una vida santa. Durante estos años, Óscar Romero adquirió la devoción por el Sagrado Corazón de Jesús, al que permanecería fiel durante toda su existencia.
Oración de consagración al Sagrado Corazón de Jesús
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús acompañó a Óscar Romero durante toda su vida. A su muerte, fue hallada en su cartera esta oración de consagración.
Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío. Decepcionado de mi debilidad e inconstancia, siento que hoy mi fe en ti es más sincera. Si tú, cansado de mi infidelidad, no me tienes misericordia, ya no hay salvación para mí. Ahora más que nunca, te confieso que eres el único que puede salvarme y por eso me consagro a ti. ¡Tuus sum ego! No te avergüences de mí; no hay nada que pueda honrarme más que consagrarme a ti; solo un mundo de miserias y sombras para que más fuerte brille tu redención.2

2 R. Morozzo della Rocca, Primero Dios, Mondadori, Milán, 2005, pág. 45.

Los estudios en Roma

El padre de Óscar murió en 1937. Poco después, el muchacho fue transferido a la capital, San Salvador, para continuar su formación en el seminario mayor, dirigido por los jesuitas. Sus maestros y superiores pronto se percataron de su excepcional predisposición para los estudios y decidieron entonces enviarlo a Roma, a la Pontificia Universidad Gregoriana, junto con Rafael Valladares, otro brillante seminarista.
En aquel momento la Iglesia estaba tratando de remediar una situación que se había producido de modo particular en América Latina, donde un creciente número de sacerdotes con escasa preparación mostraba a menudo un vínculo mayor con la política que con el evangelio. Para corregir esta tendencia se invirtieron muchos esfuerzos en la creación de una Iglesia verdaderamente universal, en la que la formación del clero fuera lo más uniforme posible, y en diferenciar a la Iglesia de la sociedad civil, ya que, debido a una tradición heredada del colonialismo, la mezcla de ambas instituciones era especialmente fuerte.
Óscar permaneció en Roma hasta el año 1943; esos seis años fueron esenciales para su crecimiento espiritual y para la construcción de su identidad sacerdotal.
Su formación fue, por tanto, jesuita, en su variante más estricta. Comenzó a seguir diligentemente los ejercicios espirituales tal y como los había desarrollado san Ignacio de Loyola en el siglo XVI, pero ello no le impidió participar también en la vida de las parroquias de Roma, sobre todo en el barrio de Garbatella. Los que lo conocieron en esa época lo recuerdan como un joven respetuoso de las normas y preocupado sobre todo por formarse bien, exhaustivamente, antes de abordar la vida sacerdotal.
La época romana de Óscar coincidió con un momento particularmente complicado para la ciudad y la Iglesia. En aquel entonces el papado lo ostentaba Pío XI, cuya fuerte oposición al nazismo impresionó al joven seminarista, que siempre conservaría una especial estima hacia este pontífice. En 1939, cuando ya se sentía en el ambiente la llegada inminente de la guerra, Pío XI murió. Su sucesor fue Pío XII; Romero no se mostró especialmente entusiasmado con el nuevo papa, pero reconoció que era el hombre adecuado para la situación: íntegro, diplomático y atento a las necesidades de las personas. Un episodio en particular suscitó la admiración del joven hacia el nuevo pontífice: después del terrible bombardeo de los aliados del 19 de julio de 1943, Pío XII viajó al distrito de San Lorenzo para visitar a los heridos y comprobar personalmente los daños entre la población, y luego acudió al cementerio Campo Verano para bendecir a las víctimas de las incursiones aéreas; cuando regresó al Vaticano, su túnica blanca estaba manchada de sangre.
Además de permitirle completar sus estudios, su etapa en Roma contribuyó de manera decisiva a su formación como persona y como hombre de la Iglesia: las privaciones impuestas por la guerra, la austeridad, las huidas a los refugios antiaéreos, la sucesión de hechos trágicos... Todo lo indujo a orientarse hacia una dimensión esencial de la existencia, en un ascetismo que lo marcaría permanentemente. Durante toda su vida rechazó las comodidades; la vida en pobreza fue para él, ya desde su juventud, la única y verdadera condición que le permitía estar verdaderamente abierto a la misión salvadora de Cristo. En las cartas que escribía a su madre todos los meses y en otros documentos de este período que se han encontrado en su archivo personal descubrimos que se trataba de un joven interesado sobre todo en alcanzar la santidad, cautivado por la belleza de Roma, pero no hasta el punto de distraerse de los estudios, a los que se dedicaba con extrema seriedad y rigor. Un compañero mexicano lo describía así:
Era de estatura media, tez morena, con un porte decidido, como alguien que no tiene prisa por llegar porque sabe que alcanzará la meta. En su trato con los demás era pacífico, tranquilo.
[...] Su capacidad intelectual, según recuerdo, era superior a la media. Calificaría el estilo literario de su prosa como elegante, con cambios de lenguaje y metáforas que conferían gracia y fluidez a su escritura.
[...] Con los demás, sabía cómo estrechar lazos; y los más cercanos a él, su grupo de amigos, lo apreciábamos por su sencillez y su generosidad.3
Como no tenía dinero para comprar libros, anotaba a mano los pensamientos y lecturas relacionados con la espiritualidad y el misticismo en unas tarjetas que se han conservado casi en su totalidad, lo que ha permitido a quienes han tenido la po...

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