Humanizar el sufrimiento y el morir
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Humanizar el sufrimiento y el morir

Perspectiva bioética y pastoral

  1. 128 páginas
  2. Spanish
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Humanizar el sufrimiento y el morir

Perspectiva bioética y pastoral

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Resulta evidente que, al igual que se necesita una cultura de la vida, también se requiere una cultura del morir. No solo hemos de promover un desarrollo de la medicina, sino también un desarrollo del ser humano que ejerce el arte galeno y del enfermo que lo necesita. El paradigma biologicista en el que todos nos solemos mover, donde la salud no pasa de ser considerada como el buen funcionamiento de los órganos de nuestro cuerpo, ha de ser superado. Nuestro empeño por trabajar por la vida ha de ser revisado y contrastado con la humilde constatación de que somos eso: seres humanos, limitados, destinados también a morir. Y no es esta una mala noticia. En estas páginas se hace un diagnóstico -provisional, cómo no- del mundo de la salud, de la medicina y del acompañamiento pastoral. Es un diagnóstico crítico, pero también propositivo. Ese enfermo llamado cultura sanitaria se puede sanar; está enfermo porque todos tenemos hábitos no saludables, porque lo enfermamos, aunque luego seamos tristes víctimas suyas. No se trata de hacer una crítica a los profesionales de la salud, sino un análisis del corazón humano que anhela la salud y, equivocadamente, construye un mundo enfermo con el modo de situarse ante la limitación de nuestra condición. Tampoco es cuestión de una crítica superficial a la acción pastoral en el mundo de la salud. De donde partimos es del profundo convencimiento de que hemos de revisar algunos modos en que hemos reflexionado desde la fe sobre el sufrimiento y el morir, así como algunos modos en que acompañamos a quien se encuentra en ese trance propio o de los seres queridos.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2010
ISBN
9788428822787
Categoría
Religion
1
Anhelo de salvación que nace del malestar
Anhelo, salvación, malestar: tres palabras clave dan título a este capítulo. Y todas ellas susceptibles de ser interpretadas de manera polisémica.
Efectivamente, el malestar, el sufrimiento y la proximidad de la muerte nos sitúan en un espacio de interpelación en el que se espera una respuesta. Es un espacio de preguntas, de las preguntas existenciales, vitales, por el sentido, un espacio para el deseo más hondo del ser humano: el de liberación del mal, el de curación, el de ser atendido en medio de la vulnerabilidad. Es un espacio de esperanza de salvación.
Pero la salvación es una palabra también polisémica. ¿Esperamos la salvación en sentido teológico, en el sentido de liberación de lo que nos hace mal, en el sentido de superación de aquello por lo que nos sentimos amenazados? ¿Esperamos solo la liberación del dolor? ¿Esperamos solo en sentido escatológico?
En efecto, son muchas las formas de malestar que nos interpelan y muchos los retos que nos lanza el malestar: el primero y fundamental es, sin duda, el de la justicia, puesto que es la injusticia la que produce más formas y cantidad de malestar en el mundo. Pero centraremos nuestra atención también en la esperanza de liberación, de autenticidad, de verdad, de salud en sentido global. Al dejarnos interpelar por las preguntas que surgen del malestar nos encontraremos también con la pregunta por el sentido y por el reto de humanizar. Terminaremos el capítulo reconociendo que estas preguntas son espacio de esperanza y, por eso, solicitación a la acción de los cristianos, a la pastoral social y de la salud.
1. El malestar
La palabra «malestar» tiene múltiples acepciones y se manifiesta de múltiples formas. Es obvio que hay más formas que la enfermedad y la hospitalización.
La palabra «malestar» es una palabra compuesta y, obviamente, comienza por «mal», con una connotación negativa, como también hablamos de mal humor, mal gusto; y continúa por «estar», que no evocaría en sí misma algo negativo.
Frecuentemente, el término «malestar» se refiere al conjunto de los elementos de disconfort de una situación, pero no solo disconfort en el sentido concreto, sino más en general la sensación de incomodidad que experimenta una persona. Esta sensación puede estar determinada por factores psicológicos y subjetivos: podemos sentir malestar en un lugar porque no conocemos a nadie, porque nos parece que no estamos vestidos conforme a lo que se esperaría... En algunos casos, en cambio, son los demás los que nos hacen sentir mal, quizá con temas que no deseamos compartir o que nos molestan.
Con frecuencia son las nuevas generaciones, en un mundo que cambia cada vez más rápidamente, las que sienten el malestar ante comportamientos y reglas de la sociedad de los adultos que a ellas les resultan incomprensibles. Por eso se habla también del malestar juvenil, por ejemplo.
La privación del confort, desde un punto de vista social, y en particular en las condiciones de bienestar de los países desarrollados, equivale a la pobreza; y los individuos y las clases que sufren el malestar son las más débiles y están en desventaja desde el punto de vista económico.
El malestar, por tanto, puede expresarse bajo diferentes formas que van desde la exclusión de ámbitos de relación, de trabajo, a la ausencia de un apoyo familiar adecuado, a la presencia de situaciones de pobreza, etc.
Para hacernos una idea de la multiplicidad de formas que adquiere el malestar, citemos al menos algunos adjetivos que acompañan a la palabra en la literatura, para indicar la infinidad de situaciones: el malestar económico, el bioclimático, el escolástico, el adolescente, el habitacional, el relacional, el tecnológico ante aparatos que nos resultan poco familiares, el «terminal» del agente de salud o de la familia ante los enfermos al final de la vida, el psicológico, el de la posmodernidad, el laboral, el de las mujeres en una sociedad machista...
Más frecuentemente se habla de malestar social, expresión más amplia que el de exclusión social, porque recoge los tradicionales indicadores de pobreza monetaria junto a otros de exclusión social. En concreto, estos expresan la presencia de algunos problemas en la zona donde viven las familias (suciedad en las calles, presencia de criminalidad, de actos vandálicos o de violencia, presencia en la calle de personas que se drogan, emborrachan o prostituyen) y la dificultad en el uso de algunos servicios por problemas de lejanía o saturación de personas (urgencias, guarderías, colegios, etc.).
También el malestar tiene que ver con la competencia en la gestión de los sentimientos que no siempre se ha aprendido en los procesos evolutivos[3]. Si es verdad que el malestar caracteriza a toda experiencia humana y está presente en diferentes formas en todas las civilizaciones, cuando se encarna en algunas personas puede llevar incluso al suicidio[4].
Existe también el malestar de los inmigrantes que dejan a su familia: ¡cuántas mujeres dejan a los niños y al marido y se convierten en nuevas esclavas que sirven en las casas o cuidan de los ancianos! Muchas son engañadas para dedicarse a la prostitución, etc. Su salud física, psicológica y afectiva está seriamente comprometida.
En este contexto podríamos pensar también en el malestar existencial. En efecto, el sufrimiento humano tiene múltiples caras, y la cara existencial se caracteriza por la falta de sentido de la vida, del dolor, de la muerte vivida en la angustia derivada del vacío de valores y significados. El malestar existencial ha sido profundizado especialmente por filósofos existencialistas y fenomenólogos, como Kierkegaard, Heidegger, Sartre, Husserl, Jaspers y otros. También la logoterapia de Viktor Frankl ha intentado ayudar a las personas a encontrar el sentido de la vida y del sufrimiento en sus diferentes formas, sentido buscado en las claves del amor, el altruismo, la libertad, la responsabilidad, la búsqueda de valores y la consideración de la voluntad de dar significado y sentido como primera motivación humana para salir al paso del malestar existencial.
De este malestar psicológico y existencial se interesa también la psicoterapia humanista promovida por Maslow mediante una visión optimista del hombre, en el que están presentes tendencias innatas a la verdad, la justicia, la libertad y la creatividad, y cuya frustración produce angustia. Entre las principales aproximaciones humanistas encontramos a Carl Rogers, con su terapia centrada en el cliente. Él promueve una visión positiva del ser humano que tendería a la independencia, a la autoconciencia y a la autorrealización a través de la capacidad de hacer opciones autónomas en medio del malestar.
En efecto, dice Freud que «nuestras posibilidades de ser felices resultan limitadas ya desde nuestra constitución. Experimentar infelicidad es mucho menos difícil. El sufrimiento nos amenaza de múltiples maneras: en nuestro cuerpo, que, destinado a deshacerse y morir, no puede eludir los signos de alarma que son el dolor y la angustia; en nuestro mundo externo, que lanza contra nosotros potentes y despiadadas fuerzas destructivas, y, por último, en nuestras relaciones con los demás seres humanos»[5].
Entre todas estas formas de malestar, no obstante, hay que considerar que, si se le comprende y acepta bien, puede ser fuente de estímulo para el conocimiento de sí mismo y la mejora continua de las relaciones con los demás y la comunicación, puede dar paso a la resiliencia, a la salvación. En todo caso, siempre nos encontraremos con el límite: ¿qué decir ante un discapacitado mental, un enfermo en estado vegetativo persistente?, ¿qué decir ante la eliminación de inocentes donde la razón, en realidad, no tiene nada que decir si no es elevar el lamento o gritar y protestar?[6]
Nosotros queremos ver el malestar como la cruz del mundo sufriente: los pobres del mundo, los enfermos, los moribundos, los presos, los inmigrantes, los que han perdido un ser querido, los que sufren enfermedades relacionales (algunas de las cuales no tienen ni siquiera nombre), el sufrimiento que nace de la mala gestión de los sentimientos o de la pobreza espiritual o antropológica.
Cuando la intensidad del malestar sobrepasa el límite de vulnerabilidad, surgen los síntomas que reclaman la atención de la persona y la necesidad de ayuda, adquiriendo un rostro especial los anhelos de salud-salvación.
Quizá una síntesis de las diferentes formas de malestar que reclaman la solidaridad como respuesta a la vulnerabilidad es el versículo de Mateo, capítulo 25, donde habla de los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los desnudos, los enfermos y los presos.
2. El anhelo de justicia
El primer y más fuerte malestar que encontramos en el mundo, a mi modo de ver, es el producido por la injusticia, por la pobreza, por las desigualdades entre los hombres y las mujeres. ¿Cómo sentir bienestar contemplando las diferencias entre Norte y Sur, ricos y pobres, blancos y negros, hombres y mujeres? ¿Cómo sentirnos a gusto perteneciendo a «mundos vitales»[7] en los cuales estas dinámicas son el resultado también de nuestro comportamiento personal? Todos somos conscientes del ma...

Índice

  1. Introducción
  2. 1 Anhelo de salvación que nace del malestar
  3. 2 Esperanza y compasión ante el dolor humano
  4. 3 Humanizar el morir
  5. 4 Bioética para el final de la vida
  6. A modo de conclusión
  7. Colección pastoral
  8. Créditos