El quinto hombre
eBook - ePub

El quinto hombre

Una corte de los milagros en la Salamanca de 1936

  1. 330 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

El quinto hombre

Una corte de los milagros en la Salamanca de 1936

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Inmediatamente después de ser nombrado Jefe de Estado y Generalísimo a finales de septiembre de 1936, Francisco Franco se instala en Salamanca. Por unos meses la ciudad del Tormes se convierte en el centro del mundo. En sus centenarias y recoletas calles se juega el destino de Europa y allí españoles huidos, trepas de distinto pelaje, políticos soñadores, soldados italianos o generales nazis intentan abrirse paso en un mundo plagado de intrigas, espías y ambiciones. Nos vamos pues al origen de la España franquista, a los meses que alumbraron y dieron forma a las décadas posteriores. Si esto es así, fue un alumbramiento extraño, pues sus protagonistas constituyen la mayor reunión de personajes estrafalarios que ha dado nuestra historia. Este libro persigue uno a uno a estos curiosos protagonistas para darse un paseo por la estética de lo grotesco y para, desde una perspectiva novedosa, divagar sobre los objetivos y naturaleza del franquismo.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a El quinto hombre de Ramiro Feijoo en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de History y European History. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
Laertes
Año
2019
ISBN
9788416783793
Edición
1
Categoría
History
Ramiro Feijoo

EL QUINTO HOMBRE

UNA CORTE DE LOS MILAGROS EN LA SALAMANCA DE 1936

Una decisión democrática

Francisco Franco fue nombrado Generalísimo democráticamente por ocho votos a favor, una abstención y ninguno en contra. El lugar elegido había sido el aeródromo de San Fernando, un pequeño aeropuerto construido para la guerra a 32 km al sureste de Salamanca, entre los pueblos de Robiza de Cojos y Aldehuela de la Bóveda, oculto apropiadamente entre encinas y cerca del Portugal aliado.
Es cierto que el lugar tenía un pedigrí muy español, pues pertenecía al ganadero de reses bravas don Antonio Pérez Tabernero, político integrista de toda la vida; es verdad que probablemente en aquellos mismos momentos algunos toros ramoneaban por los alrededores y que el susodicho terrateniente regaló a los generales tras la votación con un cocido, pero también hay que apuntar que el lecho paritorio de nuestro futuro fue, como el pesebre divino, un albergue modesto, por no decir miserable, pues se trataba de un barracón muy funcional y castrense, sin ornato ceremonial alguno.
La cuestión de la unificación del mando siempre había estado presente, pero los acontecimientos de las últimas semanas de la guerra habían precipitado el proceso. Hasta entonces existían, de facto, tres poderes: el de Mola en el norte, el de Queipo de Llano en Andalucía y el de Franco, que había subido hasta Toledo desde Marruecos. No obstante, Marina, Aire e incluso los cuerpos africanos de Orgaz funcionaban con considerable autonomía. La Junta de Defensa Nacional, con sede en Burgos, a cuya cabeza se encontraba el general Cabanellas, en teoría coordinaba a los generales, aunque en realidad se dedicaba a cuestiones administrativas más que militares. Pero ahora que, tomada ya gran parte de Andalucía y de Extremadura, se trataba de conquistar Madrid, cuando las columnas de Mola y Franco confluirían para ello, el ejército nacional no se podía permitir semejante dispersión del mando.
Sucedía además que en el Madrid «rojo» se habían producido algunos cambios que aventuraban más y mejor resistencia que la que habían observado en Andalucía y Extremadura. Largo Caballero había sucedido a Giral, principio y consecuencia de una República más organizada y disciplinada, como habían podido observar las columnas nacionales en su marcha hacia la capital, donde los enemigos ya no corrían como conejos. Además, se hablaba de la llegada al Madrid republicano de unas brigadas de voluntarios internacionales que podían complicar el intento.
Unificar parecía razonable y necesario, pero ¿en quién? Muerto Sanjurjo en accidente de aviación, Cabanellas parecía descartado por viejo y sobre todo por masón. Queipo de Llano tenía un pasado más que cuestionable. Como reconoció él mismo, «yo estaba muy desprestigiado», aludiendo seguramente más a su pasado republicano y antimonárquico que a las diatribas en la radio sevillana en que se mostraba bebido. Todo parecía dirimirse entre Mola, el cerebro del alzamiento y Franco, el general de mayor prestigio.
A favor del segundo jugaba un pasado glorioso y un historial impresionante, desde África hasta Asturias antes de la propia guerra civil, y una apabullante campaña en Andalucía y Extremadura, ya dentro de ella. A favor del primero jugaba haber sido el planificador de la sublevación y el arquitecto de los primeros pasos de la contienda, aunque sus resultados militares habían resultado más bien magros, pues ni había sorprendido Madrid ni había conseguido siquiera pasar la sierra de Guadarrama. Sin embargo, todo indica que fue el mismo general Mola el que decidió no entrar en la partida. «Este hombre, dispuesto a exponer su vida con fría serenidad tantas veces como se lo ordenase el deber militar, retrocedía ante una responsabilidad política», comentó José Ignacio Escobar,1 un hombre que le conocía bien, al observarle dando un paso atrás en el momento decisivo en que se dirimía el liderazgo de los ejércitos.
Si hoy, desde nuestra atalaya del futuro, observamos el camino de Franco bastante expedito, los protagonistas no lo vieron así en absoluto. El propio general, prudente hasta la exasperación, no se atrevió a proponerse. Sus partidarios, que eran muchos, se desesperaban ante su indecisión. Él había reconocido la necesidad de la unificación del mando y, por lo que parece, también la bondad de que recayese en su persona, pero al tiempo sabía que en la Junta no todos lo aprobarían. Sus apologetas ensalzaron la modestia y la nula ambición de poder del futuro Generalísimo, defendiendo que acumuló cargos por su acendrado patriotismo. Su hermana Pilar, en cambio, se mostró más ponderada: «Mis hermanos no fueron movidos por una ambición desmesurada como se ha dicho. Ambición desmesurada, no. Puede haber algo de santa ambición, que es algo muy digno».2
El caso es que el instigador de la unificación del mando no fue el mismo Franco sino sus cercanos: Kindelán, Millán Astray, Yagüe, Orgaz... El primero relata cómo empezó todo, es decir, cuál fue el germen de la España contemporánea: «Ante esta dificultad, me sentí español y procedí como procederían todos los españoles cuando tienen gran interés en conseguir un empeño difícil: busqué una recomendación. Y, ya en esta vía, siguiendo las normas clásicas, acudí como intermediario recomendante a un próximo pariente de Franco: a su hermano Nicolás».3
La española gestión culminó con éxito y Nicolás convenció a su hermano Paco de convocar una reunión para el día 21 de septiembre a las once de la mañana en el mencionado barracón. Cuatro por ocho metros, una gran mesa en el centro, mapas por las paredes y los miembros de la Junta: Cabanellas, Franco, Mola, Queipo de Llano, Dávila, Saliquet, los coroneles Montaner y Moreno Calderón, así como tres generales que no pertenecían a esta y que casualmente eran partidarios de Franco: Orgaz, Gil Yuste y Kindelán.
Todos sabían para lo que habían sido convocados, pero a pesar de que Kindelán sugirió más de una vez, tal vez tímidamente, que se abordase el tema, transcurrieron las tres horas y media de reunión matinal en otros asuntos. En el aperitivo ofrecido en el descanso por el ganadero, Kindelán y Orgaz se conjuraron para sacar el tema de una vez por todas. Así lo hizo el primero, encontrándose con la desgana o el rechazo abierto de varios participantes. Y en eso salió Mola:
—Pues yo creo tan interesante el mando único que, si antes de ocho días no se ha nombrado Generalísimo, yo no sigo. Yo digo: ahí queda eso, y me voy.
La salerosa intervención redujo la resistencia, que quedó limitada a Cabanellas. El anciano general sostuvo que la unificación del mando era innecesaria, que podía perfectamente continuarse la guerra con un directorio. Hubo menciones a un triunvirato.
Pero Kindelán replicó:
—En efecto, existen dos modos de dirigir una guerra: con el primero se gana, con el segundo se pierde.
Finalmente, nueve generales y dos coroneles, en representación de los millones de españoles de la España nacional, y en futura representación también de los millones de españoles de la España republicana, procedieron a elegir democráticamente al general de generales, al Generalísimo de los ejércitos. Los dos coroneles, por serlo, no votaron, así que la exigua representación de los españoles menguó aún un poco más. Cabanellas se abstuvo, por creer innecesario el cargo. Los ocho restantes votaron a favor de Franco.
Desde entonces, octubre de 1936, hasta agosto de 1937, Salamanca se convirtió en la capital de facto de la España rebelde. La antigua Junta de Defensa, con sede en Burgos, se disolvió y en su sustitución se creó la Junta Técnica, que tendría de nuevo funciones más administrativas que decisorias. Un gobernador del Estado se situó en Valladolid, como para satisfacer a todos, pero el verdadero poder se había instalado en la ciudad del Tormes, donde residiría la Secretaría General y el cuartel general del Caudillo.
Ambos servicios ocuparon el Palacio Episcopal que el obispo Pla y Daniel había ofrecido cortésmente. El palacio era y es un pequeño edificio en frente de la catedral, de dos pisos más buhardilla. En su planta principal se concentró la vivienda para Franco y su familia y en el superior piso abohardillado los despachos para sus inmediatos colaboradores. El poco espacio que restaba fue ocupado por distintos soldados, guardias civiles, moros y requetés. El mando de este maremágnum lo llevaba Nicolás Franco y a su servicio dos jóvenes subsecretarios, Pedro José Carrión y Manuel Saco Serrano.
El principio del Estado español se compuso así de una suerte de «presidente del gobierno», el hermano Nicolás, y dos únicos ministros, cuyos respectivos ministerios se separaban por un biombo. Un tercero, el de Exteriores, fue encomendado a Francisco Serrat y Bonastre, aunque el que de verdad mandaba en estos menesteres era José Antonio Sangróniz,4 que se pasaba por allí esporádicamente y no necesitaba ni silla ni mesa ni biombos, ni mucho menos máquina de escribir, que por entonces escaseaban. Sólo el jardín, también bastante pequeño, guardaba algo de tranquilidad, sosiego que utilizaba Franco a menudo para pasear o mantener entrevistas reservadas. Así pues, lo cimero del naciente Estado se concentraba en este cuco palacete de muchos años y pocos metros.
Es lo que los historiadores han llamado el «Estado campamental» y otros autores el «laboratorio» del franquismo, como si en Salamanca se hubieran realizado los experimentos que servirían para modelar la futura España. Este sustantivo supone considerar a la Salamanca del 36-37 como un tubo de ensayo del que pudieron salir, o no, los rasgos del nuevo Estado. Así fue fundamentalmente en lo político, aunque en lo ideológico y cultural, como veremos, el rumbo se había fijado años antes e incluso cabe preguntarse si el sustrato no había fraguado hacía algún que otro siglo...
Llamarle Estado a la España de estos diez meses es llamarle mucho. Máxime cuando los cuatro primeros fueron dirigidos por un «primer ministro» simpático, noctámbulo y vividor como Nicolás Franco, seguramente la persona ideal para irse bandeando dignamente dentro de la anarquía, pero poco apto para la labor de estructurar un Estado en formación. Para este cometido llegó en febrero del 37 Ramón Serrano Súñer, época que nosotros iremos abandonando sigilosamente.
De repente, la pequeña ciudad provinciana del Tormes había comenzado a recibir la llegada de todo tipo de gentes procedentes del resto de España, funcionarios, voluntarios, fugitivos, milicias de todos los partidos, pero también población extranjera: soldados marroquíes, italianos, alemanes, corresponsales europeos y americanos... «Por los días iniciales de la Guerra Civil —convertida la venerable y docta Salamanca en capital del país y Cuartel General de los Ejércitos—, la ciudad, antes rema...

Índice

  1. EL QUINTO HOMBRE