Dios, ¿un extraño en nuestra casa?
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Dios, ¿un extraño en nuestra casa?

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¿Es Dios un extraño en nuestra casa? ¿Podemos abrigar todavía la esperanza, aunque sea crucificada, de una presencia del Señor que impregne todos los lugares humanos de nuestra casa, todas las encrucijadas de nuestra humanidad?Hacerle un espacio mayor a Dios en nuestra vida es un imperativo del exilio en el que vivimos. Como el pueblo de la Biblia en su exilio babilónico, tampoco nosotros tenemos templo, ni ley, ni sacerdocio en esta sociedad en donde se ha intentado extirpar la redención curativa de nuestro Dios. Solo tenemos un pan roto que se comparte, un vino nuevo que nos comunica la Vida abundante, la verdadera.En este sentido, hemos de movilizar más los resortes de una fe que ha de vivir en el exilio. Y necesitamos recurrir a una exploración interior más cuidadosa y atenta de los movimientos del corazón. Si la experiencia espiritual de la fe no alcanza a tocar los repliegues del alma, algo está fallando en nuestra evangelización.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2010
ISBN
9788428822831
Categoría
Theology
1

ESPACIOS DE INTIMIDAD

LA FÁBULA DE LA OSTRA Y EL PEZ
En algún lugar que ahora no recuerdo leí la historia de un pez algo ingenuo que un día se arriesga a sumergirse en las profundidades, descubre una ostra hermosísima y se queda prendado irremisiblemente de ella. Se acerca con cierta brusquedad y, por mucho que intenta entrar en su intimidad moviendo frenéticamente sus aletas, las valvas de la ostra se le cierran una y otra vez en las narices, y el pobre pez se queda dolido y desconcertado: ¿por qué le teme tanto ese ser fascinante y extraño?, ¿cómo puede decirle lo que ardientemente la desea?
Solo desde su propio desconcierto, y después de muchos intentos infructuosos, decide acudir a pedir ayuda y se dirige a la cofradía de los peces expertos en abrir ostras, y ante ellos, tímidamente, les presenta su gran deseo y su frustrada impotencia. Se va abriendo a ellos, y va descubriendo que tiene que aprender a suscitar en la ostra el deseo de comunicarse con él. Comprende que lo que sucede es que, como no conoce su lenguaje, sus costumbres, sus miedos, sus gustos… no puede comunicarse con ella y lograr su intimidad.
Y así, poco a poco, se va iniciando en una sabiduría nueva: a partir de sus propios temores y de sus propios deseos se va haciendo experto en intimidad con las ostras, y al fin de su aprendizaje vuelve de nuevo al lugar de su anhelo y, después de intentos cuidadosos y repetidos, logra al fin que la ostra se confíe, le abra sus valvas y le invite a entrar en sus interioridades. Por fin puede conocer íntimamente a la ostra, compartir sus riquezas con ella y, de paso, capacitarse para abrir otras muchas ostras maravillosas del fondo del mar. Ha aprendido la gramática de la intimidad.
La intimidad es todo un mundo, un lugar complejo, un castillo interior que tiene muchas estancias, no todas de fácil acceso, porque no se abren para todos, sino solamente para los amigos. Entrar en el ámbito de la intimidad de una persona exige hacerlo con mucho cuidado, sin prisas, con el máximo respeto posible, sin avasallar. Porque de otra forma nos cerramos, subimos las defensas, nos protegemos ante el que pretende colarse por la fuerza en lo más recóndito del corazón.
Como es un lugar muy personal y muy propio, es también muy vulnerable, enseguida nos podemos sentir heridos o desengañados; si la persona que nos aborda quiere forzar la puerta, se la cerramos de golpe en las narices. Además, para entrar a compartir la intimidad de alguien hace falta tomarse su tiempo, acercarse a la persona, conocerla, ir ganando poco a poco su confianza, atraerla con cuidado, conquistar su cariño, y así nos iremos adentrando cada vez más en su intimidad.
APRENDER A ENTRAR EN EL ÁMBITO DE LO ÍNTIMO
Saber de intimidad es una sabiduría difícil. Con frecuencia tenemos vergüenza de abrir el corazón y de ventilar nuestros deseos más íntimos. Lo íntimo es el lugar del secreto personal, del misterio central de la persona. Y a ese reducto solamente dejamos entrar a pocas personas, a aquellas en quienes confiamos plenamente. Es una aventura larga lograr la intimidad de una persona; debemos respetarla, ganarnos su confianza, contarle nuestras cosas, compartir los secretos...
Cuando hablamos de intimidad nos encontramos siempre pensando en un mundo cálido, de encuentro relajado, de confidencias. Es el ámbito de los que se quieren, de los que no tienen problemas en acercarse al amigo o a la amiga sin tapujos, dejando el alma en mangas de camisa.
Hablar de intimidad es entrar dentro de uno mismo, en ese lugar de los secretos mejor guardados, pero entrar con el otro, de la mano de la persona querida, para mostrarle quiénes somos, para dejarle gozar de todo aquello que queremos, aun lo que guardamos en lo más recóndito de nuestro corazón. El ámbito íntimo es siempre el último reducto de mi ser, el centro del alma, el fuego vivo que nos habita.
El mundo de la intimidad es el mundo de la intensidad. Y la sociedad en la que nos encontramos se nos aparece como un lugar de múltiples encuentros y rica en relaciones, pero predominantemente impersonal. Y, sin embargo, al mismo tiempo el individuo tiene en ella la posibilidad de intensificar, en ciertos casos, sus relaciones personales, de comunicar a otros su intimidad buscando así su confirmación. La sociedad moderna se caracteriza por una doble acumulación: un mayor número de posibilidades de establecer relaciones impersonales y una ocasión mayor de intensificación de las relaciones personales.
Esta intensificación de lo personal es un elemento importante en el código de la intimidad. Existen reglas y códigos que, antes que nada, señalan de manera precisa que, en ciertas relaciones sociales, se debe estar abierto a los demás, no dejar sin respuesta pregunta alguna y no mostrar desinterés por las cosas que el otro considera importantes. Y esto solo es posible cuando se está decidido a dar un tratamiento altamente personal a las propias vivencias, resuelto a la acción en busca de la afirmación personal en el trato con los otros.
En el mundo de las relaciones íntimas, es decir, de amor y de amistad, se produce un reparto de las perspectivas que se realiza de manera asimétrica. Como la que se da entre el que conduce un vehículo y el va a su lado en el asiento delantero. Uno es el que lo lleva, el que toma las decisiones, el que actúa, el otro no, pero sus reacciones, producidas por la conducción del primero, son su modo de participar. Uno actúa, toma la iniciativa, conduce el automóvil, otro reacciona, indica, acepta o protesta, y su actividad, aunque de otra forma, también es un factor que se tiene que tener en cuenta para la buena marcha del viaje.
Por eso la intimidad no sería comprendida de modo adecuado desde la mera reciprocidad del deseo, como si se tratara únicamente de desear y ser deseado, sino como la conversión de la relación con el otro en algo íntimo, es decir, que con ella se transfiere una particular fuerza de convicción a lo que el otro vive o podría vivir. Cuando se trata de dar, el amor significa permitir al otro dar algo por ser él como es. En las relaciones íntimas, la diferencia entre la acción y la observación juega un papel de mayor importancia que en la mayoría de las demás relaciones.
CULTIVAR LA INTIMIDAD ES CREAR UNA BIOGRAFÍA A DOS VOCES
Sabemos quiénes somos en la medida en que podemos contar nuestra historia, lo que nos ha pasado, pero de una forma propia, desde nuestro propio punto de vista. Es decir, realizando una crónica de lo vivido, sentido, amado, creído, etc. Cuando nos acercamos al ámbito íntimo de otra persona no podemos por menos que intercambiar esa biografía particular.
Si se llega a alcanzar el deseo mutuo de intimidad, ello comportará un intercambio de los puntos de vista, y además decidirse a crear una biografía común. Intercambiar la vida es ir fundiendo también lo que hemos llegado a saber que somos cada uno en particular, es decir, intercambiar los signos de las cosas que hemos vivido y llegar así, poco a poco, a construir una biografía narrativa en común.
De este modo se puede constatar que una forma de intimidad más exploratoria se está abriendo paso en el campo de la relación amistosa. Es un tipo de intimidad desarrollado a partir de la idea de amistad como ideal de la relación amorosa. En lugar de centrarse en la fascinación despertada por el amado o la amada, se centra en el interés mutuo que suscita la relación. En la exploración continuada de la mutua preocupación, de la ayuda, de las fuerzas renovadas de las que se vive, etc.
Es una intimidad de asociación para la búsqueda de la verdad que nos amplía la mirada, porque alcanzamos a percibir la realidad desde la persona a la que se ama. Como la definición de las limitaciones personales se considera fundamental para una relación de este tipo, porque no se entra en la intimidad del otro para manipular ni para dominar, se puede abrir confiadamente el secreto interior.
Lo que se considera en este modelo de relación íntima como prioridad absoluta es el desarrollo del yo desde un deseo de consentimiento mutuo en una relación que se desarrolla paso a paso. Se comparten deseos y sentimientos y se aprecia lo que opina el otro sujeto. Sus diferencias les ayudan a explorar a los amigos, juntos y por separado, lo que no podrían realizar por sí solos. Al aceptar al otro en su individualidad, la relación se ajusta a la realidad y, a la vez, va transformándose paulatinamente. Ambos miembros se muestran con cierto desprendimiento amoroso, con una preocupación sana por el bienestar y el des arrollo del otro, sin atosigarle.
LA INTIMIDAD, ESPACIO DE ACOGIDA Y APERTURA
Cuando nos disponemos a hablar o a escribir sobre el amor y la amistad, siempre esperamos encontrar corazones interesados. Es un tema que nos atrae y parece despertar en nosotros una chispa de complicidad. Pero muy poca gente que lee o comenta sobre estos temas piensa que la amistad es un amor comparable al amor erótico, o incluso simplemente que se pueda tratar de un amor. ¿No es cierto que desconfiamos de las amistades íntimas? ¿Quién no ha sentido que se le levantan las defensas ante el surgir de una amistad verdadera de nuestro compañero o compañera? ¿Cuántas veces hemos escuchado a formadores o educadores comentarios incómodos ante amistades fuertes entre los alumnos?
Theodore Zeldin, en su interesante libro Historia íntima de la humanidad, se pregunta en un momento dado: «¿Por qué ha sido tan rara y difícil la amistad entre hombres y mujeres?». Y aunque él dice que se suele responder que es debido al sexo, más bien opina que es debido al miedo a la gente diferente.
Desde la antigüedad, la amistad ha sido siempre un antídoto frente a la rivalidad, una manera de combatirla, de obtener camaradas. Los griegos, tan apasionados por la amistad, todavía sentían más interés en sentirse admirados, de tal manera que la amistad se confundió fácilmente con el orgullo, y se dio de bruces con la competitividad.
Aún parece ser más difícil la amistad entre personas de distinto sexo. Aunque se tiene noticia de que en algunos pueblos de África hombres y mujeres traban estrechas amistades que duran toda la vida. E incluso continúan después del matrimonio con otra persona, e intervienen en las peleas conyugales. Por otro lado, no todos los hombres se han sentido siempre obsesionados por el sexo al acercarse a una mujer. El amor cortés, por ejemplo, podía ser tremendamente apasionado e inspirar la poesía más excelsa, pero no se esperaba que su devoción fuera más lejos.
Solo en el romanticismo se puso de moda una relación de amor revolucionaria, al incluir la relación sexual como un modo de lograr la intimidad. Pero anteriormente no había sido así. Una de las invenciones más extraordinarias de la humanidad fue la de idealizar al ser amado de tal manera que se suponía que el amor jamás tendría fin. Y esa suposición, nunca confirmada, fue seguramente su sepultura.
El amor-pasión se vivió como un imposible necesario, se creyó que el sexo era la mejor garantía de armonía, lo que dio lugar a unas formas de amor frecuentemente desesperadas. Solo bien avanzado el siglo XX, los hombres y mujeres casados han comenzado a describir a su cónyuge como un amigo o amiga muy íntimo.
AMOR ÍNTIMO, AMOR DE AMISTAD
Otro pensador que nos puede inspirar en este tema es C. S. Lewis. En su ensayo Los cuatro amores reivindica la amistad como una forma de amor auténtica y, a la vez, diferenciada del amor erótico. Es cierto que opina que los afectos y lo erótico están demasiado claramente relacionados con nuestro sistema nervioso; que remueven nuestras entrañas y alteran nuestra respiración. Pero se propone refutar la teoría de que toda amistad sólida y seria tenga que ser, en realidad, sexual.
Pensamos, como él, que, excluidos los que jamás han tenido un amigo de verdad, los demás sabemos que, aunque podamos sentir amor erótico y amistad por la misma persona, nada como la amistad se parece menos a un asunto amoroso. La verdadera amistad es el menos celoso de los amores.
Y no podemos olvidar que al hablar de amistad no estamos hablando solo de compañerismo. Todos hemos conocido y saboreado el afecto entre compañeros como un gusto por la colaboración en el trabajo o del mutuo entendimiento cómplice entre hombres o mujeres. Al hablar de amistad nos referimos siempre al descubrimiento de un tesoro que considerábamos exclusivo, y que de pronto vemos en otro hombre u otra mujer, igual da. «Ah, ¿tú también…?».
Tener un amigo siempre comienza por una revelación particular: por el descubrimiento de un alma afín, por la sorpresa de otro corazón de parecida sensibilidad, por otra mirada que, completándonos, es tan nuestra que nos deja atónitos, por el desvelamiento vertiginoso de que pueda existir alguien como nosotros. Entonces, y solo entonces, ha despuntado una amistad.
En este tipo de amor no se pregunta al otro: «¿Me amas?», sino más bien: «¿Lo ves igual que yo? ¿Te interesa como a mí?». Por eso resulta tan patético ir a la caza de los amigos. Porque la condición para tener amigos es querer algo más que amigos, porque la amistad siempre tiene que construirse sobre algo que casi siempre es compartir el mismo secreto.
Evidentemente, el amor de amistad puede llevar fácilmente al amor erótico. Pero también al revés: el amor erótico puede llevar a la amistad entre los enamorados. El eros suele entrar en el enamorado como un invasor: tomando posesión y reorganizando todas las otras cosas que ya se habían conquistado, tam...

Índice

  1. Dedicatoria
  2. Introducción
  3. 1. ESPACIOS DE INTIMIDAD
  4. 2. LA SABIDURÍA DE LO EXTRAÑO
  5. 3. LA PUERTA DEL CORAZÓN SE ABRE DESDE FUERA
  6. 4. SI VES UNA ESTRELLA, PIDE UN DESEO
  7. 5. DIOS, ¿UN EXTRAÑO EN NUESTRA CASA?
  8. CONCLUSIÓN
  9. Créditos