Francisco de Asís y la ecología
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Francisco de Asís y la ecología

  1. 160 páginas
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Francisco de Asís y la ecología

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El problema ambiental no es solo científico, técnico y político, sino también cultural, ético y religioso, ya que en el trasfondo de la crisis ecológica está la cuestión de la justicia, de la igualdad de los derechos humanos y del respeto por el mundo natural. En este campo, la voz de Francisco de Asís tiene mucho que decir, para poder caminar más humanamente en esta casa común llamada planeta Tierra y sus relaciones con el universo entero.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2014
ISBN
9788428822893
Categoría
Theology
II

LA HERENCIA ECOLÓGICA DE SAN FRANCISCO

Los grandes genios de la historia, sea cual sea su campo, siempre son germinales, es decir, capaces de hacer germinar su pensamiento, su arte o su espiritualidad. El maestro original es creador que abre nuevos caminos y logra ofrecer pistas a otros que sintonicen con su horizonte mental y espiritual.
Francisco de Asís originó un gran movimiento espiritual, basado en el evangelio ciertamente; pero una espiritualidad que implica un ser y un estar peculiares en la Iglesia, en la sociedad y en la naturaleza. Un nuevo habitar y un nuevo relacionarse con todo lo existente. Francisco logró implantar y transmitir a su familia religiosa un estilo, un talante y una forma peculiares de ser, de existir y de vivir. Eso que, en diversas ocasiones, he llamado humanismo franciscano.
El franciscanismo originario se presentó, desde sus comienzos, como un fenómeno vital y transformador, que gradualmente logró introducirse en los más variados sectores de la sociedad de aquel tiempo. Fue un movimiento evangélico, que pronto adquirió grandes proporciones e incidió de modo decisivo en lo religioso, lo social, lo cultural, en la literatura y en el arte.
Francisco, con su estilo sencillo, pobre y evangélico, logró crear en sus seguidores una escuela que lleva el nombre de franciscana por ser él su alma fundacional y sus seguidores los forjadores de un pensamiento filosófico-teológico de profunda raigambre intelectual y espiritual. Los grandes maestros de la escuela franciscana se inspiraron en su fundador y trataron de sacar las consecuencias teóricas y prácticas que encontraban en la espiritualidad de la familia. Por eso el tema de la naturaleza siempre fue vivo, muy meditado y tratado de forma particular. En el pensamiento filosófico-teológico de los maestros franciscanos podemos encontrar la fundamentación doctrinal para afrontar los problemas ambientales desde principios iluminadores, capaces de elaborar una cultura ecológica de gran respeto y custodia hacia todos los seres, los fenómenos naturales y los ecosistemas.
Cuando del mundo vivido de Francisco se pasa al mundo interpretado de los pensadores y maestros franciscanos, nos encontramos con un horizonte mental común, pero prolongado en una visión filosófico-teológico-mística. En estos, el universo espiritual de Francisco no es transformado ni deformado, sino trascendido en una grandiosa síntesis mental, donde Dios, el hombre y el mundo se presentan magistralmente articulados e interrelacionados en un luminoso y bello sistema doctrinal.
1. La naturaleza en san Buenaventura
En el espectáculo de la naturaleza, san Buenaventura (1221-1274) descubre y describe todo un universo de belleza y de armonía, pues cada realidad natural, aunque sea la más ínfima en la escala del ser, reverbera un destello de verdad divina. Es asombrosa la penetración de la inteligencia amante del Doctor Seráfico para ver y descubrir en el secreto de la naturaleza las infinitas analogías, metáforas e imágenes que revelan, de un modo patente o latente, las huellas y los vestigios divinos impresos en ella por el acto creador de la Trinidad.
Buenaventura, en su Itinerario de la mente hacia Dios, escrito en el escenario maravilloso de la Verna, manifiesta su estupor y admiración contemplativa ante el paisaje que se le ofrece desde su celda de trabajo y en sus paseos solitarios. El mundo que se abre ante su mirada le habla. Pero no es solo una palabra que le explica algo, sino además una palabra que le interpela y le cuestiona porque el mundo también interroga al hombre. Atento a la voz de la naturaleza, que brota del silencio, e inmerso en la contemplación como un místico y un poeta, el Seráfico Doctor se deja seducir e instruir por el espectáculo del mundo natural y se llena de estupor ante la íntima relación que vincula al hombre con la naturaleza desde su misma creación. Relación vital y existencial que se expresa en singular lenguaje, que solo los poetas y místicos logran descodificar y descifrar.
En la línea de Francisco, Buenaventura ve e interpreta el mundo como un conjunto de relaciones armónicas que forman eso que se llama cosmos, es decir, orden. Tanto relaciones verticales con el Creador como relaciones horizontales con todos los seres, que se presentan como miembros de una familia común e interdependiente. A este mundo de relaciones pertenece el hombre, creado el último como complemento y coronación de la creación. No solo el universo es visto por este maestro como una parte del hombre, que mediante su cuerpo vive y se instala en el mundo, sino que el mismo hombre es el universo en miniatura, una síntesis, un microcosmos. El hombre recapitula en sí el universo: «El orden de las partes en el microcosmos o en el mundo menor responde al orden de las partes del mundo mayor»17.
La persona está ligada al universo por fuertes vínculos, como una partícula del todo. La naturaleza es su ambiente propio, su casa, su morada. La historia del universo es la historia del ser humano. El hombre existe porque existe la naturaleza, y sin ella no sería nada. Los seres humanos hemos sido creados a partir de los elementos fundamentales: agua, tierra, aire y fuego. Es decir, las realidades corpóreas de la naturaleza y el mismo hombre, en su corporeidad, participan en el misterio omnicomprensivo del ser.
a) Dinamismo de la naturaleza
La materia, según este maestro, no es inerte ni pasiva. Es viva, llena de potencialidades indefinidas, animada por el espíritu universal. En el Itinerario (cap. 1, n. 14) se describe la gran potencialidad del mundo natural. Analiza con profundidad y belleza el «origen, la grandeza, la multitud, la hermosura, la plenitud, la actividad y el orden de las cosas» como una especie de orquestación cósmica que se vinculan con el ser humano y se relacionan con el ser creador en comunidad de apoteosis cósmica, de sinfonía inacabada. Desde esta perspectiva, cada ser en este mundo tiene gran potencialidad y dinamismo, que van en sintonía con el desarrollo del universo. Cada ser refleja todo el universo, y el universo se condensa en cada ser.
La materia sería como seminarium o receptáculo de simientes, donde Dios ha creado, en estado virtual, las formas corpóreas que después se actualizarán y especificarán de un modo progresivo y sucesivo. Es decir, esas razones seminales estaban originariamente en la materia en estado de germen o virtualmente. Una semilla, de hecho, puede ser indiferentemente raíz de uno o de muchos árboles, pues ello depende de la fecundidad del terreno.
Según Buenaventura, el universo no pasó de un salto de la nada al ser, sino que se formó según un plan progresivo, siguiendo el esquema de los seis días de la narración del Génesis. Es decir, Dios creó al principio los elementos básicos que después entrarían en la construcción del universo.
El Doctor Seráfico conserva la expresión «razones seminales», a la que da un sentido diverso al de san Agustín como creación simultánea. Todo ser creado está compuesto de materia y forma. Pero la materia fue creada en el principio. Las formas, sin embrago, se fueron desarrollando en el curso de los seis días. Las razones seminales no son las formas en acto, sino en potencia. Ellas no son «ni materia espiritual ni materia corporal, sino una cierta potencia espiritual conferida por el Creador a la materia corpórea, fundada sobre ella y en dependencia de ella»18. Buenaventura plantea la cuestión de si estas razones seminales están en potencia pasiva o activa, optando por esta última como correspondiente al dinamismo interno de la creación.
En el pensamiento buenaventuriano, el cuerpo humano no aparece como un sepulcro, una tumba, un fardo o algo viscoso que el alma tuviera que soportar y sublimar. El cuerpo no es el antialma, sino su complemento y su posibilidad en la existencia concreta. El cuerpo, creado por Dios, estaba de tal modo dispuesto que era totalmente proporcionado en su complexión, en armonía con el alma y adaptado para habitar en la naturaleza.
Para que en el mismo hombre se manifestase la sabiduría de Dios, hizo tal al cuerpo que a su modo tuviese proporción con el alma. Y porque el cuerpo se une al alma como la perfeccionadora y motora y con tendencia hacia arriba, a la bienaventuranza, para conformarse al alma vivificante, tuvo una complexión igual, no de peso o de mole, sino con igualdad de justicia natural, la cual dispone para el más noble modo de vida. Para conformarse al alma, como motora por la variedad de potencias, tuvo variedad de órganos con suma belleza, artificio y ductilidad; como se manifiesta en la cara y en la mano, que es el órgano por excelencia. Para que se conformara al alma con tendencia hacia arriba, al cielo, tuvo derechura de posición y la cabeza levantada hacia arriba, para que así la derechura corporal atestiguara la rectitud mental19.
Este texto buenaventuriano es un sublime himno al cuerpo humano, que, en conjunción y en sintonía con el alma, tiene incomparable valor en el mundo natural y en vinculación con todo el universo. El cuerpo, así valorado, no puede ser reducido a biología ni a fisiología, ni puede ser comprendido ni interpretado con solo principios y análisis físico-químicos, sino con categorías del sentido y de la significación, que trascienden lo puramente empírico y material para transportarnos al mundo de la transfiguración y de la relación cósmica.
El cuerpo, a través de los sentidos, tiene dimensión relacional, no solo interpersonal, sino también con todo el cosmos. Gracias a la vista, al oído, al olfato, al gusto y al tacto, el hombre conecta con todo el universo que le rodea. Para este maestro franciscano,
el hombre, que se dice microcosmos, tiene cinco sentidos como cinco puertas, por las que entra en nuestra alma el conocimiento de todas las cosas que existen en el mundo sensible20.
El cuerpo humano nos vincula al universo material y nos abre al mundo del espíritu. Magnífica superación del dualismo antropológico y gran negación de todo tipo de maniqueísmo. Necesitamos persua...

Índice

  1. Portadilla
  2. Abreviaturas
  3. Presentación
  4. I. San Francisco y la naturaleza
  5. II. La herencia ecológica de san Francisco
  6. III. Ecología actual y mensaje franciscano
  7. El Cántico de las criaturas
  8. Notas
  9. Contenido
  10. Créditos