San Juan de la Cruz
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San Juan de la Cruz

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San Juan de la Cruz

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Información del libro

San Juan de la Cruz fue, junto a santa Teresa de Ávila, el fundador de la Orden de los Carmelitas Descalzos. En la España del siglo xvi trabajó fervientemente en la creación de monasterios para esta orden reformadora, y se enfrentó con determinación y coraje al clero de la época, que vivía con todo tipo de lujos y comodidades. Figura poliédrica, Juan de la Cruz fue un hombre de acción, uno de los más grandes místicos de Occidente y un reconocido teólogo.

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Información

Editorial
EMSE
Año
2018
ISBN
9788417177621
Edición
1
Categoría
Religion

San Juan de la Cruz

Mariangela De Faveri

Introducción

La figura de san Juan de la Cruz presenta una gran complejidad: fue místico, poeta, teólogo y también, junto a santa Teresa de Ávila, el reformador de la Orden de los Carmelitas. En su personalidad poliédrica encontramos un espíritu de grandes acciones y coraje junto a una existencia meditativa que le llevó a lo más alto de la experiencia mística.
Desde pequeño manifestó una fuerte tendencia hacia el estudio y la espiritualidad, por lo que siempre obtuvo excelentes resultados en su formación académica. Por otro lado, ya de joven mostró una inclinación por la asistencia y el apoyo a los más débiles, que le llevó a cuidar de los enfermos del hospital de Medina del Campo.
Se inspiró en los primeros eremitas que en el siglo XII se habían instalado en el Monte Carmelo para llevar una vida de ascesis siguiendo las enseñanzas del Evangelio. Juan renunció a sí mismo, a sus deseos y a su voluntad para satisfacer únicamente la voluntad de Dios: dejó atrás la nada para alcanzar la unión perfecta con el todo, con Dios:
Si purificares tu alma de extrañas posesiones y apetitos, entenderás en espíritu las cosas; y, si negares el apetito en ellas, gozarás de la verdad de ellas, entendiendo en ellas lo cierto.1
Se sirve de la poesía para describir el estado de beatitud que el alma alcanza cuando se une con Dios. El alma que se niega a sí misma alcanza el estrato más elevado del amor a Dios y, en consecuencia, a todas las criaturas. San Juan de la Cruz manifestó un amor incondicional hacia el prójimo. Durante toda su vida ayudó a monjes y fieles que le pedían consuelo y también estuvo a cargo de enfermos. Al mismo tiempo demostró una marcada sensibilidad hacia la naturaleza, la creación de Dios, y siempre trató de transmitir esta sensibilidad a los demás religiosos.
Fue un teólogo de alto nivel y escribió muchos tratados de teología y mística en los que hablaba sobre la Trinidad y los distintos niveles de ascesis. Gracias a su erudición y a su práctica religiosa describe en sus tratados, de gran profundidad teológica, el camino espiritual de un alma que logra alcanzar, mediante el ascetismo, la verdad celestial. Siendo fiel a su vocación de padre espiritual, sus escritos responden a las preguntas de sus hijos espirituales, con la intención de instruir a quienes quieran seguir su ejemplo y alcanzar cotas altas de la experiencia mística.

1 L. Ruano, San Juan de la Cruz. Obras completas, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2005, pág. 157.

La vida

La infancia de Juan de Yepes Álvarez

San Juan de la Cruz nació en 1542 en Fontiveros, un pueblo castellano de la provincia de Ávila. Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento. Era el tercer hijo de Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez, que lo bautizaron con el nombre de Juan.
Su padre provenía de una familia de ricos comerciantes que pertenecía a la aristocracia castellana, mientras que la madre era una humilde trabajadora. La historia de su compromiso y matrimonio resulta un caso singular, y en aquella época levantó revuelo, puesto que era impensable la unión entre un noble y una mujer del pueblo.
Gonzalo de Yepes era descendiente de una noble estirpe toledana. Quedó huérfano a muy temprana edad y fue adoptado por unos tíos ricos de Torrijos dedicados al comercio de la seda. Pronto empezó a trabajar y a menudo viajaba a Medina del Campo, que entonces era una de las más florecientes ciudades españolas, para velar por la próspera actividad comercial de la familia. El viaje era largo y Gonzalo debía atravesar la meseta castellana, por lo que muchas veces se alojaba en Fontiveros, una localidad pequeña a medio camino entre los dos centros comerciales donde se elaboraba la seda. Allí Gonzalo conoció a la huérfana Catalina, que se ganaba la vida tejiendo seda en un taller pequeño; inmediatamente surgió el amor entre los dos.
La joven había sido adoptada por una viuda que, sin medios para subsistir, había mandado a Catalina a realizar su mismo oficio. Gonzalo, aunque preveía la fuerte oposición de sus tíos, estaba decidido a casarse con Catalina sin tener en cuenta las consecuencias que ello podía acarrearle. A pesar del malestar familiar, la pareja se casó en 1529 en Fontiveros. Como los padres del chico deseaban para él un matrimonio que afianzase el prestigio social y la riqueza de la familia, el joven noble quedó desheredado de inmediato y tuvo que aprender a tejer seda, un oficio que realizó junto a su mujer y que les permitió ganar lo justo para ellos y sus tres hijos: Francisco, el mayor, nacido en 1530, Luis y Juan, el menor.
El contexto histórico
La España del siglo XVI estaba gobernada por la dinastía de los Habsburgo. Carlos I (1500-1558), hijo de Juana la Loca y de Felipe el Hermoso, había heredado con dieciséis años el reino de España y todas sus posesiones fuera de Europa. Por parte del padre había recibido el gobierno de los Países Bajos y Austria, y el derecho a ocupar el cargo de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. En 1519 fue nombrado emperador con el nombre de Carlos V. Acto seguido recibió la Corona de España y el nombre de Carlos I. Su reino duró casi cincuenta años, hasta que en 1556 abdicó y murió. Sus sucesores fueron su hermano Fernando, que asumió el título de emperador, y su hijo Felipe II (1527-1598), que heredó los bienes de la Corona española, los Países Bajos y, en 1580, se anexionó el reino de Portugal y sus colonias.
El reinado de Carlos I se caracterizó por una cierta estabilidad política interna, mientras que exteriormente se sucedieron numerosas guerras, especialmente en Alemania, donde empezaba a difundirse la Reforma protestante. El ferviente católico Carlos I participó activamente en la Contrarreforma dirigida por la Iglesia católica para combatir las ideas reformistas y que dio lugar al Concilio de Trento. Sin embargo, la dura reacción católica no logró frenar la expansión de la Reforma, que se difundió por el norte de Europa, alcanzando también los Países Bajos, uno de los territorios de la Corona de España. Si bien al principio el rey esperaba un acuerdo entre reformistas y católicos, al final tuvo que salir en defensa del catolicismo y luchó con empeño contra el protestantismo.
Tras la muerte de Carlos I, subió al trono de España Felipe II. Como monarca español y católico, además de príncipe Habsburgo, desempeñó un papel religioso que le llevó a organizar campañas para unificar la cristiandad en la fe católica y someterla al liderazgo de España. En 1557 inició la construcción de El Escorial, un convento enorme cerca de Madrid que se convirtió en residencia y panteón de los reyes españoles.
En política interna empezó la persecución (la Inquisición) de herejes, moriscos (descendientes de la población árabe) y «marranos» (judíos conversos por la fuerza al catolicismo). Se hizo con el poder de la Iglesia católica española y se reservó el derecho de plácet sobre cualquier decisión del papa en su territorio.
Bajo su reinado, la situación económica del imperio era precaria, aunque las arcas del Estado se llenaban con las riquezas coloniales. El gasto militar era elevado y agravado por el hecho de que España debía defender continuamente sus territorios en el exterior, incluso en periodos de paz. En aquel momento, los enemigos de España eran Francia e Inglaterra. Esta última evitó la invasión española en 1588 e hizo fracasar a la Armada Invencible en una épica batalla naval. Empezaba de esta forma el ocaso del Imperio español. En comparación con el reinado de su padre, que se caracterizó por una gran apertura cultural, el de Felipe II fue un periodo de mayor cierre y menor libertad.
El Siglo de Oro
Este periodo histórico comprendido entre los siglos XVI y XVII coincidió con el apogeo cultural español. Se trata de una época de esplendor artístico y literario que, políticamente, encaja con la crisis progresiva del reinado de los Habsburgo. Los historiadores lo dividen en dos fases: el Renacimiento (siglo XVI) y el Barroco (siglo XVII).
También fue una época de esplendor literario: Miguel de Cervantes escribió El Quijote y Calderón de la Barca y Lope de Vega crearon sus respectivos dramas religiosos. En el campo de la pintura, destacaron El Greco y Velázquez.
Con el tiempo, el sector de la seda se debilitó y el trabajo de los padres resultaba insuficiente para sustentar a la familia: la situación empeoró cuando, a causa de la escasez, los precios de la comida aumentaron hasta límites insostenibles.
Pero los problemas no se ceñían solo al trabajo: a la lucha por la supervivencia se añadió la enfermedad de Gonzalo, que murió de forma precoz tras dos años de sufrimiento. Sin el salario del marido, Catalina se encontró sola para ocuparse de los tres niños, una tarea colosal para garantizar la comida y el sustento mínimo necesario de Francisco, Luis y Juan.
Pronto se constató que sus esfuerzos eran en vano: el sector estaba en declive. Sin garantías salariales ni un trabajo duradero, la mujer tuvo que asumir que no podía hacerse cargo de toda la familia y decidió hablar con los familiares de Gonzalo para pedirles ayuda.
Se puso en camino con sus tres hijos y recorrió a pie los casi ciento sesenta kilómetros que separan Fontiveros de Torrijos, donde residían sus parientes nobles, los tíos de Gonzalo. Tras llamar a la puerta, se enfrentó a una amarga desilusión: la imagen de la mujer con los niños muertos de hambre no despertó compasión alguna en el corazón de los tíos, ni mitigó la hostilidad que sentían hacia ella. Se negaron por completo a acogerla. Siempre la habían rechazado, considerándola una vergüenza para la familia. Tampoco habían conocido a los hijos de Gonzalo.
Catalina abandonó la ciudad sin perder la esperanza y decidió probar fortuna en Gálvez, donde vivía Juan de Yepes, un tío médico de su difunto marido. La suerte le sonrió y el pariente rico, casado pero sin descendencia, se apiadó de la mujer y aceptó quedarse a cargo del hijo mayor, Francisco, garantizándole una educación adecuada. Sin embargo, lo que parecía haber sido un golpe de suerte para Catalina, tras un año se convirtió en una situación insostenible para Francisco, pues era sometido a un maltrato constante por parte de su madrastra.
Tras un año sin recibir noticias de su hijo, a Catalina le llegaron rumores de esta situación y decidió presentarse en Gálvez para comprobarlo. Al llegar, constató que el joven vivía en un estado de depresión, sin fuerzas a causa de los largos ayunos y con el espíritu maltrecho por las humillaciones cotidianas. Catalina no se lo pensó dos veces y se llevó a Francisco, decidida a hacerse cargo de él a pesar de las penurias. Entonces, le enseñó el oficio de tejedor en sus horas libres de estudio.
Poco tiempo después otra desgracia golpeó a la familia. Luis, el hijo mediano, de salud frágil, se puso enfermo y murió poco después. El niño fue enterrado junto a su padre en la iglesia de San Cebrián, en Fontiveros.
La vida debía seguir su curso a pesar de las desgracias, y Catalina y Francisco trabajaban sin descanso...

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