III.
EL MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LA ECONOMÍA Y EL MUNDO EMPRESARIAL
¿CUÁL ES LA COMPETENCIA DOCTRINAL de un papa en asuntos económicos? Lógicamente el papa, cualquier papa, no enseña economía ni formula teorías económicas. La misión de la Iglesia es religiosa, no científica ni política. En su Magisterio reciente, la Iglesia ha subrayado que no tiene soluciones técnicas que ofrecer, pero que se esfuerza en adaptar la sociedad a las exigencias de la dignidad humana. La Iglesia se reserva el derecho de alzar la voz en temas políticos y económicos concretos «cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas». Hablando de los problemas sociales de América Latina, Benedicto XVI expresó esta misma convicción con su lenguaje característico:
Si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en sujeto político, no haría más por los pobres y por la justicia, sino que haría menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral, identificándose con una única vía política y con posiciones parciales opinables. La Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres precisamente al no identificarse con los políticos ni con los intereses de partido.
LA SINGULARIDAD DEL PAPA FRANCISCO
No está claro si el papa Francisco ha mantenido la misma convicción que Benedicto XVI sobre este tema. Por un lado, el Papa ha repetido varias veces que no es su labor analizar ni proponer soluciones concretas para los problemas sociales o económicos específicos, y no solo eso, sino que «ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos». Además, el Papa deja el campo abierto a la economía en su dimensión empírica para reunir y analizar los datos de manera objetiva. Los hechos son los hechos, en su mayoría muy complejos; su interpretación es otro tema. En su encíclica ecológica Laudato si’, el papa Francisco deja claro que es posible dicha variedad de interpretaciones y propuestas. Hablando del cambio climático y otros temas ecológicos, el Papa reconoce que «se han desarrollado diversas visiones y líneas de pensamiento acerca de la situación». Y prosigue: «Sobre muchas cuestiones concretas la Iglesia no tiene por qué proponer una palabra definitiva y entiende que debe escuchar y promover el debate honesto entre los científicos, respetando la diversidad de opiniones». Sobre el tema de los transgénicos, por ejemplo, el Papa reclama «una discusión científica y social que sea responsable y amplia», que sea «capaz de considerar toda la información disponible y de llamar a las cosas por su nombre».
Por otro lado, y en la línea de su hermenéutica pastoral, el papa Francisco está profundamente interesado en el contexto socioeconómico de la evangelización y en la necesidad de denunciar los casos de injusticia flagrante. Por eso aborda temas específicos con mayor frecuencia que sus predecesores.
En Evangelii gaudium, el Papa señala que los pastores de la Iglesia «no podemos evitar ser concretos —sin pretender entrar en detalles— para que los grandes principios sociales no se queden en meras generalidades que no interpelan a nadie». Desea que los pastores saquen «sus consecuencias prácticas» y que «puedan incidir eficazmente» en las situaciones actuales. En una atrevida formulación, Francisco reclama el derecho de los pastores a «emitir opiniones sobre todo aquello que afecte a la vida de las personas, ya que la tarea evangelizadora implica y exige una promoción integral de cada ser humano. Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito privado y que está solo para preparar las almas para el cielo». Esta afirmación va más allá del supuesto planteado en Gaudium et spes, 76 —que limitaba la posibilidad de emitir juicios políticos «cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas»—, como podemos comprobar en las siguientes líneas: «Sabemos que Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados a la plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas “para que las disfrutemos” (1 Tm 6, 17), para que todos puedan disfrutarlas. De ahí que la conversión cristiana exija revisar “especialmente todo lo que pertenece al orden social y a la obtención del bien común”».
Para evitar el clericalismo que el Concilio Vaticano II quería superar, estas palabras deben aplicarse a la Iglesia en su totalidad, tanto a sus ministros como a los fieles ordinarios que viven en el mundo. Los pastores tienen el deber de formular los principios de la doctrina social de la Iglesia (junto a expertos laicos). Los laicos, por su parte, tienen la obligación de aplicarlos con libertad en su misión de santificar el trabajo en una esfera secular plural. El Concilio Vaticano II recordó a los laicos su vocación de santidad y su responsabilidad de sanear los asuntos temporales a la luz del Evangelio. Los sagrados ministros y las órdenes religiosas poseen una misión diferente dentro de la Iglesia. Ambos aconsejan a los laicos y les ofrecen su apoyo espiritual, pero no interfieren en su ámbito de competencia. El papa francisco no pretende revocar estas prescripciones, como resulta evidente cuando cita a Pablo VI: «Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación propia de su país». Asimismo, el Papa se ha mostrado contrario a la clericalización del laicado cristiano, que muchas veces es la consecuencia de una complicidad pecadora entre sacerdotes y laicos. El sacerdote clericaliza, pero el laico se lo pide y lo acepta para emular al clero en su protegida esfera eclesiástica. Esto conduce a una falta de madurez entre los laicos y a una ausencia de testigos cristianos en el mundo. Los laicos reducen su propia vocación profética a una vocación representativa de la jerarquía.
Empezar por las periferias
Podemos entender los propósitos del papa Francisco analizando sus palabras y sus actos, por ejemplo, en Bolivia. Allí, el papa Francisco habló a la recicladora de papel, ropa vieja y metales usados; al artesano, al vendedor ambulante, al transportista; a los trabajadores excluidos; a la campesina indígena y al pescador, «que apenas pueden resistir el avasallamiento de las grandes empresas»; a los que viven en barriadas y chabolas, a las víctimas de la discriminación y a los marginados; a los estudiantes y a los jóvenes militantes, y a «ese misionero que patea las barriadas y los parajes con el corazón lleno de sueños pero casi sin ninguna solución para sus problemas». El Papa les animó a cambiar un sistema económico global que «ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza». El Papa desea «un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras».
Aunque el Papa también ha protagonizado encuentros con representantes del mundo empresarial, no espera que un cambio cultural tan drástico parta del centro, es decir, de los empresarios, los líderes económicos y los ricos, sino de la «periferia», del pueblo. En eso coincide con el espíritu de la «teología del pueblo». Además, desde que era joven, Jorge Mario Bergoglio tuvo que trabajar para ganarse la vida. La cultura del trabajo ha determinado profundamente su carácter, y comparte el «sueño americano» de esos inmigrantes que, al igual que sus antepasados, dejaron Europa para labrarse un porvenir. Por eso piensa que el trabajo está en el centro de la doctrina social de la Iglesia. Pero que el Papa critique una economía centrada en el beneficio no significa que esté a favor de un gobierno todopoderoso. Para Bergoglio, el gobierno debe fomentar la cultura del trabajo, no el asistencialismo, que es necesariamente temporal. Por eso critica las políticas que se limitan a reducir la jo...