VIAJE A BONN-BAD GODESBERG
Según lo habíamos acordado el día anterior en mi casa, Hilda Hertz debía telefonearme inmediatamente después de su llegada a Bonn (Alemania); y, también, habíamos hasta decidido escribirnos mutuamente después de recibir cada uno la carta del otro.
Tras partir el tren a las 11 horas de aquella mañana y emprender su viaje vía Barcelona, Port-Bou, cruzar toda Francia y llegar a Bonn-Bad Godesberg, recibí su prometida llamada telefónica diciéndome que ya había llegado a su casa. ¡Había sido un feliz viaje!
Pasaron dos largas semanas y un sobre grande con los sellos de correos ponía ante mis ojos un álbum con las fotos de su estancia conmigo y de nuestras visitas culturales. Dentro con todo ello había una carta manus-crita, en la que ella me expresaba con bonitas palabras su agradecimiento y su admiración hacia mí. Concluía sus letras reiterándome el afecto que ya sentía. No tardé tampoco yo en responder manifestándole, también, mis sentimientos con el recuerdo de todo lo vivido juntos y de su estancia conmigo.
Durante cinco meses consecutivos con una puntua-lidad casi matemática, se fueron entrecruzando nuestras mutuas cartas. De vez en cuando, alguna llamada tele-fónica desde su casa a la mía y desde la mía a la suya iban renovándo aún más nuestros mutuos sentimientos.
A finales del mes de mayo siguiente, me reiteró lo que ya me había manifestado de palabra con bastante insis-tencia a través del teléfono, esto es, su agradecimiento y su afecto: por lo que -según me decía- me esperaba en su casa durante mis próximas vacaciones de verano. Sin casi pensarlo más yo pronto le acepté su invitación. Sin embargo, me apresuré a manifestarle que no podría cumplir mi palabra hasta los primeros días del mes de julio próximo.
En las siguientes cartas y conversaciones suyas, poco a poco me iba describiendo sus proyectos para que pudiera yo conocer una parte de Alemania con sus monumentos, sus parajes más pintorescos, etc. durante mi próxima visita.
Desde entonces, yo diría que para mí hasta las semanas pasaban con excesiva lentitud. Pero, a mitad de junio, le comuniqué por teléfono que disponía ya de los billetes del tren (ida y vuelta) desde la Rápita hasta Bonn-Bad Godesberg. Le señalaba, asimismo, los días y los horarios de mi próxima llegada.
A su vez, una posterior llamada suya me aseguraba su espera puntual en la misma estación del ferrocarril cuando yo llegara allí.
Teniéndolo ya todo dispuesto y preparado, el viernes 3 de julio siguiente emprendí el viaje hacia Alemania, vía Barcelona, llevando conmigo el regalo de un hermoso libro sobre el arte rupestre en España, que sin duda según mi parecer le iba a gustar a ella.
Hecho el correspondiente y necesario trasbordo en la frontera francesa, ocupé mi sitio reservado en el departa-mento correspondiente del tren de Cerbère-Hagen, sentán-dome en el vagón de 2ª clase, nº 7, y en el asiento, nº 115.
El tren se puso en marcha puntualmente a la hora señalada para su salida. Ante mí, comenzaron a pasar las ciudades, los paisajes, los campos… el anochecer de Francia, mientras iba leyendo unos periódicos y una revista hasta que, ya de madrugada, pude distinguir el diferente ecosistema paisajístico de la Selva Negra en Alemania. El tren había cruzado ya toda Francia de sur a norte y nos adentrábamos en territorio alemán.
Cuando a las 10,20 horas de la mañana del sábado 4 de julio entraba el convoy del ferrocarril en la estación de Bonn terminaba esta etapa de mi largo viaje desde España.
Mas, como el tren no tenía allí su punto final de destino sino que debía proseguir su marcha hasta Hagen, yo estuve muy atento para bajarme del mismo inmedia-tamente después de su parada en Bonn.
Cuando frenaba y se paraba el tren yo miré por el andén, curioso y expectante, desde la misma ventanilla del vagón. Sí, efectivamente, allá en el fondo del andén estaba Hilda con un vestido blanco de tirantes y un aire fresco, que le daba un aspecto muy juvenil.
Ante la señal de mis manos, que yo comenzaba a agitar, vino Hilda corriendo hasta el vagón del que yo bajaba. En ese momento nos cruzamos un gran abrazo y nos dimos muchos besos el uno al otro. Sonrientes por el encuentro y arrastrando el portamaletas, que ella había cogido, cargamos mi equipaje y fuimos en busca de su coche de color amarillo, marca Volkswagen, aparcado en la misma plaza de la estación.
Partimos, después, desde allí hacia su misma casa, conducido perfectamente el coche por ella entre una gran densidad de tráfico. Abandonadas las calles céntricas de Bonn, pronto nos encaminamos por la carretera, que nos llevaría tras una media hora de trayecto hasta la zona de Bad Godesberg, en la calle Burgstrasse, s/n., donde vivía ella.
Era su particular deseo que mi primera visita en Alemania fuese a la casa de sus ancianos padres. Dejada mi maleta y mis pertenencias en su propia vivienda, nos dirigimos de inmediato hacia ella. Cuando llegamos a su domicilio, no muy distante, les saludé con cortesía y me recibieron con delicados y finos modales.
Hilda, previamente, ya les había comunicado por teléfono mi próxima llegada. En alemán, que ella se apresuraba a traducirme, expresaron pronto su deseo de compartir conmigo la cena o la comida algún día próximo. Acepté la invitación por medio de mi atenta traductora. Acordamos que la fecha y la hora ya las fijarían ellos junto con su propia hija.
Subidos de nuevo al coche, regresamos a su casa-chalet, en donde, según lo previsto por Hilda, iba yo a residir y pernoctar durante algunos días de mi estancia alemana.
Era éste un edificio singular en una zona ajardinada, que compartían su hermana Britta, casada con Karl Horz, sus dos hijos pequeños, y ella misma. En la planta baja había un hermoso y cuidado jardín con un garaje de dos plazas y un almacén. En el piso primero, vivía su hermana con su familia. Y Hilda, soltera y sin compromiso, ocupaba la planta segunda.
En cuanto llegamos allí, yo me apresuré a saludar a su hermana y a su cuñado, quienes, igualmente, mani-festaron también su deseo de que ellos me esperaban un día en su propia casa y me invitaban a cenar. Acepté, igualmente, la invitación sin fijar ni la fecha ni la hora; sólo les advertí mediante mi traductora que mi billete de vuelta a España estaba confirmado para el próximo día 15 de julio, a las 14,41 horas, desde la estación de Bonn.
Recuerdo, asimismo, que, cuando desde la estación de Bonn íbamos hacia su casa, yo le había dicho a Hilda cómo me había sido imposible conciliar el sueño en el tren durante toda la noche anterior. Por ello, ya en su casa, ella me invitó a ducharme y descansar de mi largo viaje, indi-cándome dónde estaba la habitación y el cuarto de aseo.
Después de mi confortante ducha, ella me acercó a la cama unos zumos de fruta fresca y un vaso de café con leche. Me dormí profundamente en aquella cama limpia con las típicas cubiertas alemanas, que no eran nuestros edredones españoles, aunque lo parecían, ni eran tampoco nuestras clásicas sábanas. No desperté hasta casi dos horas después. Era ya pasado el mediodía.
En mi sueño profundo ni siquiera me apercibí, según me dijo después Hilda, que ella se había asomado a la habitación en dos o tres ocasiones. Cuando, por fin, verificó que yo me estaba ya despertando fue cuando ella se acercó, se sentó junto a mí y recostándose en la cama me dio un abrazo y un beso. Después de haberme vestido y aseado, nos fuimos a comer a un restaurante cercano.
Cuando terminamos de comer, nos apetecía salir a dar un largo paseo por los alrededores del Rhin. Íbamos los dos cogidos de la mano, caminando y hablando uno junto al otro. La brisa húmeda era confortante y relajante. Hacía un fresco muy agradable. Caminamos juntos un largo rato con alguna que otra parada sentándonos en algún banco. Nuestra conversación y nuestros escarceos amorosos se prolongaron casi toda la tarde.
Ya casi al anochecer, cruzando de nuevo aquel hermoso parque junto al Rhin, llegamos a la iglesia de St. Albertus Magnus de la misión franciscana en Robert-Koch-Strasse. En ese momento estaba a punto de comenzar la celebración de la misa vespertina, valedera para el precepto dominical del día siguiente. Entramos y nos quedamos allí. Hilda me estuvo susurrando al oído la traducción castellana de algunos pasajes bíblicos proclamados durante la misa en alemán. Al terminar, regresamos a su casa para cenar y descansar.
Según ya me había manifestado ella, en su calculado y metódico programa de mis visitas alemanas durante los doce días, en que iba yo a permanecer en su patria, Hilda me iba a acompañar todos los días a todas partes e iba a hacer de guía turístico en esta mi primera visita a Alemania.
Además, me había dicho que, como sus clases de profesora en el colegio infantil, donde ella trabajaba durante el curso escolar, no comenzaban hasta el primero de septiembre siguiente, en cuanto nos fuera posible, nos trasladaríamos siempre en su propio coche de una ciudad a otra y de un punto artístico a otro.
Desde la mañana siguiente, pues, según los meticu-losos planes programados por Hilda, íbamos a emprender e iniciar nuestras visitas turísticas. Tres zonas fundamen-tales con sus respectivos alrededores iba yo a visitar en mi estancia alemana: Bonn, Münster y Köln.
Según el cálculo de Hilda, el día 5 de julio, primer día de mi completa estancia alemana, no nos levantaríamos pronto para que yo pudiera descansar de mi largo viaje del día anterior.
Tras mi correspondiente descanso, habiéndome levantado a mitad de la mañana, nos fuimos en coche hasta el mismo río Rhin y dimos por allí un largo paseo pudiendo ver a lo lejos y distinguir desde allí una montaña conocida como la colina de los siete picos, en donde estaban las ruinas conocidas como de Drachenfelds, que ya visita-ríamos un día.
Después, nos acercamos a ver el castillo de Godesberg, hoy lujoso hotel, que daba nombre a toda aquella zona donde ella vivía. Pasamos, también, según me indicó puntualmente ella, junto a la residencia del embajador español en Bonn.
A continuación, habiendo aparcado el coche, fuimos recorriendo a pie y visitando sucesivamente: la Komende, antiguo palacio de la orden teutónica; St. Martin Müffen-dorf, hermosa iglesia primitiva de estilo románico; y la Redoute, edificio del siglo XVIII, en donde -según me decía ella- Beethoven, siendo todavía muy joven, interpretó en 1792 unas piezas musicales al piano ante el maestro Haydn.
Posteriormente, subidos de nuevo al coche y acercándonos hasta el mismo río Rhin, nos embarcamos en una nave de la compañía Bonner Personen Schiffhart para poder ver y recorrer el curso del río desde allí hasta Unkel, en donde visitaríamos su iglesia parroquial, en cuyo altar principal había una preciosa talla primitiva de madera, que databa del año 1350.
Tras una serie de visitas turísticas por toda aquella zona, habiendo sobrepasado ya el mediodía, entramos en un bar y tomamos una bebida refrescante en Schaumburger Hof. Y, después de haber c...