... Y Franco salió de Tenerife
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Franco en Canarias

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Franco en Canarias

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…Y Franco salió de Tenerife es el resultado de una investigación sistemática elaborada desde el conocimiento de la geografía política del Archipiélago, su sociedad y su territorio. A partir de las más diversas fuentes canarias y estatales se relatan los hechos protagonizados por el general Francisco Franco durante su intensa estancia en Canarias durante la primavera e inicio del verano de 1936. Esta obra descarta ficciones, falsas tradiciones y viejos y nuevos mitos.En la primera parte del libro se narra y analiza la triple vida de Franco en Tenerife: altísimo funcionario del estado español en Canarias, el comandante militar del Archipiélago; dirigente y máximo organizador de la rebelión contra el gobierno en el territorio de su jurisdicción; y pieza fundamental de la conspiración estatal que dirige el general Mola contra el gobierno del Frente Popular.La segunda parte se ocupa de desvelar dos de los hechos más controvertidos de la estancia de este jefe militar en las Islas. En los dos primeros capítulos se establece la veracidad de algunos de los intentos de atentado sobre la persona del general Franco. El siguiente apartado está dedicado al caso Balmes (la conjetura de que el fallecimiento de este militar fue un asesinato). Por último, se presta una especial atención a "la cara oculta del general Franco en Canarias", a su papel como represor responsable durante el transcurso de las diversas fases represivas en el Archipiélago.

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Información

Editorial
Laertes
Año
2018
ISBN
9788416783533
Edición
1
Categoría
Historia
Ramiro Rivas García

...Y FRANCO SALIÓ DE TENERIFE
Franco en Canarias

PRIMERA PARTE
1936: FRANCO EN CANARIAS

LA CONSPIRACIÓN CONTRA LA REPÚBLICA: FRANCO Y SU DESTINO
(febrero de 1936)

Capítulo I
EL DESTINO DEL GENERAL FRANCO

Francisco Franco Bahamonde1

El resultado de las elecciones convocadas para febrero de 1936 era incierto. La mayoría de los pronósticos preveían un ajustado triunfo de la coalición de izquierdas. Cuando ese pronóstico se cumplió, las derechas antirrepublicanas aceleraron sus planes conspirativos. Y el general Francisco Franco era, a principios de 1936, uno de los más firmes candidatos a encabezar el previsible golpe militar. Para ello lo cualificaba su fulgurante carrera en la milicia, su prestigio profesional y sus demostradas habilidades sociales en los entornos reaccionarios. En lo teórico e ideológico, el general hacía años que simpatizaba con la Entente Internacional Anticomunista, a la que se adhirió el 21 de junio de 1934 y a cuyo Bulletin estaba suscrito.2 En la práctica, su experiencia y aplicación contrarrevolucionarias estaban contrastadas. Franco venía avalado por la eficacia en el aplastamiento de la insurrección asturiana de octubre de 1934, donde había actuado como coordinador del operativo militar, máximo jefe del mismo y asesor del ministro de la Guerra, Diego Hidalgo Durán.
El general Franco fue una de las cabezas visibles de la reacción antirrepublicana. Sus «méritos» más significativos eran el aborto de la intentona revolucionaria de Asturias, el ejercicio de su reciente mando del ejército de Marruecos y haber ocupado durante unos meses la jefatura del Estado Mayor Central del Ejército.3 En 1936 Franco era el general en activo más importante del Ejército español.

Madrid, febrero de 1936: un general golpista y conspirador

El general Franco, desde su puesto de jefe del Estado Mayor Central del Ejército, y en connivencia con los sectores más retrógrados del país, envió a todas las cabeceras militares, tres días antes de la jornada electoral del 16 de febrero, una circular reservada, de marcado carácter intervencionista, sobre las tareas del Ejército y el orden público, en la que el general se arrogaba atribuciones que no eran de su competencia, se extralimitaba en sus funciones y se situaba al borde de la legalidad.4
Sus instrucciones no ocultaban la posibilidad real de intervención de la fuerza militar en los asuntos civiles. El supuesto de partida era la previsión de desórdenes y alborotos de grandes proporciones. A pesar de que, según se afirmaba en la circular, las directrices procedían del ministro de la Guerra, en general eludían de hecho la autoridad del poder civil, al que se citaba de soslayo. Rozaban, pues, la ilegalidad. Estas órdenes constituyeron, en la práctica, el plan del operativo militar que se preparó para las jornadas postelectorales. El general Franco estableció en ellas las prioridades operativas, llegando en algunos casos a una minuciosa concreción de las instrucciones a seguir, muy acordes con su mentalidad atenta a los detalles, minuciosa y que no dejaba nada a la improvisación o a la iniciativa de sus subordinados. Lo que se ordenó, bajo el camuflaje de una neutral disciplina castrense, no era otra cosa que la preparación de fuertes medidas represivas contra las presumibles manifestaciones de «las masas», a las que se opondría el uso sistemático de la fuerza, bien empleada y distribuida por el mando militar. La consecuencia fue que estas instrucciones de Franco se cumplieron estrictamente en la capital tinerfeña y en otros lugares.
Tras su triunfo electoral, las nuevas autoridades del Frente Popular eran perfectamente conocedoras de los intentos del general Franco para que no asumieran el poder durante la crisis que se produjo en Madrid del 16 al 19 de febrero de 1936. Si no actuaron con la contundencia que merecían las graves actuaciones de Franco, no fue porque las desconocieran. El general, además de intentar que el traspaso de poderes no se produjese, o al menos no de forma tan rápida como tuvo lugar, trató de arrancar del presidente del Consejo de Ministros en funciones, Manuel Portela Valladares, y del de la República, Niceto Alcalá Zamora, la promulgación del decreto que proclamaba el estado de guerra en todo el territorio nacional bajo el pretexto de un supuesto descontrol de la situación por el comunismo. Así se lo hizo ver en la entrevista que Franco mantuvo con Portela, al que le puso el ejemplo de Kerenski, que le obsesionaba.5
Con estas acciones, Franco intentó dar un golpe institucional y así impedir el acceso al gobierno de los partidos vencedores en las elecciones del 16 de febrero. La intentona fracasó6 al negarse el jefe del Gobierno y el presidente de la República a aceptar la sugerencia del jefe militar. Franco conspiraba con los generales Goded, Fanjul, Rodríguez del Barrio y el teniente coronel Galarza, a la vez que tanteaba a varias guarniciones. Los conspiradores llegaron a la conclusión de que no disponían de los recursos suficientes para el triunfo de un eventual golpe, puesto que no contaban con la Guardia Civil, cuyo director general era el general Pozas, ni con las fuerzas de Asalto.
El Gobierno que se constituyó con la victoria del Frente Popular mostró desde el principio evidentes signos de moderación. Sin embargo, la conspiración contra la República se activó desde los primeros instantes. En realidad, el nuevo Gobierno era de estricta obediencia republicana y burguesa, ya que no había en él ni un solo miembro de los partidos obreros y, además, el programa que esgrimían y apoyaban todos los grupos políticos integrantes del Frente Popular era sumamente moderado.
Muy distinta era la interpretación que hacían las clases subalternas, deseosas de profundos cambios sociales, ya que creían firmemente que el triunfo electoral significaría para ellas una decidida marcha hacia las reformas que necesitaban para mejorar, de una vez por todas, sus pésimas condiciones de vida y trabajo. El convulso panorama internacional y español explicaba cómo y por qué los grupos conservadores y reaccionarios decidieron optar por un golpe de Estado que supusiera terminar con el régimen democrático republicano y les garantizara, al mismo tiempo, la continuidad del orden social establecido, tradicional, que veían peligrar.
A pesar de que las tramas conspiradoras eran múltiples, y en muchos casos descabelladas en sus intenciones, se abría paso la idea de que ya no se trataba de un pronunciamiento militar al viejo estilo, en el que se saldase la cuestión con unos pocos tiros, y que al triunfar el intento premiase con ascensos y honores a los golpistas, o con castigos de unos meses de encierro si fracasaba. Ahora, para los más lúcidos de los militares sediciosos y para los individuos de la oligarquía que financiaban la conjura la apuesta era mucho más arriesgada, ya que el fracaso podía activar, como sucedió, la revolución político-social que se quería impedir.

Franco y su destino

El día 21 de febrero de 1936 el general Franco fue nombrado comandante militar de Canarias7 por decreto promulgado por el nuevo Gobierno del Frente Popular,8 publicado en el número 44 del Diario Oficial del Ejército, ratificado en la Gaceta de Madrid del 23 de febrero.9 Franco se enteró de su nuevo destino el día 22 y apuró al máximo los 15 días preceptivos de su incorporación para arreglar sus asuntos y asegurar sus contactos. De hecho, tomó el tren para Cádiz para emprender el viaje en dirección a su nuevo puesto unos minutos antes de que se venciera el plazo legal, como afirma el normalmente bien informado Philippe Nourry.10
El general Franco, antes de emprender su viaje, entró de inmediato en contacto directo con las diversas tramas conspirativas que se urdieron tratando de organizar la respuesta ante la consolidación del poder de los republicanos de izquierdas y, sobre todo, para responder al ascendente protagonismo de la clase trabajadora.
El general Franco realizó las preceptivas visitas protocolarias para despedirse de las principales autoridades republicanas, el presidente Niceto Alcalá Zamora11 y el jefe del Gobierno Manuel Azaña.12 Antes de emprender el viaje hacia el archipiélago, Franco se entrevistó varias veces en Madrid con representantes de la conspiración, que contaban con la financiación de algunos banqueros a través de los conspiradores monárquicos alfonsinos. El más importante de estos financieros era Juan March, con el que Franco estaba relacionado a través de Alejandro Lerroux y de Nicolás Franco,13 su hermano mayor.
Franco se reunió con un nutrido grupo de generales y con activos conspiradores civiles el domingo 8 de marzo, el día de su partida.14 Uno de sus hombres de confianza era el teniente coronel de Estado ...

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