I
Historia indígena
Otomianos y nahuas: antiguos pobladores del Centro de México
David Charles Wright Carr
Universidad de Guanajuato
Introducción
Cuando llegaron los españoles por primera vez al Centro de México1 encontraron una sociedad plurilingüe que compartía una serie de elementos culturales propios de su región y su tiempo, producto de milenios de participación en la gran red de interacción que hoy llamamos Mesoamérica, y de contactos con los habitantes de las tierras más áridas del Centro-Norte de México. Varios grupos convivían en el Centro de México, destacándose los hablantes de las lenguas otomianas (las variantes otomíes,2 el mazahua, el matlatzinca y el ocuilteco)3 y los nahuas,4 estos últimos arribaron al territorio ancestral de los otomianos como migrantes y dejaron su huella, a la vez que asimilaron muchos aspectos de las añejas tradiciones culturales de los habitantes originales de esta región.
En este capítulo se analizarán los papeles desempeñados por los principales grupos lingüísticos que convivían en esta región -otomianos y nahuasen los procesos culturales del Centro de México durante la época prehispánica. Para lograr este propósito se tiene que adoptar una perspectiva multidisciplinaria, integrando información aportada por la lingüística, la arqueología y la historia.5 Este enfoque permitirá trascender los antiguos prejuicios que podrían obstaculizar nuestra comprensión de dichos grupos lingüísticos y sus contribuciones al desarrollo de la cultura regional.6
Cultura, lengua e identidad étnica
La mayor parte de la población del Centro de México, en los tiempos de la Conquista, hablaba algún idioma otomiano o el náhuatl. Los grupos con raíces más profundas en esta región eran los otomianos, quienes hablaban lenguas emparentadas entre sí: otomí, mazahua, matlatzinca y ocuilteco. Al lado de estos grupos había una gran cantidad de hablantes del náhuatl, cuyos ancestros, como más adelante se verá, provenían del Occidente de Mesoamérica, donde todavía viven sus parientes lingüísticos más cercanos. Otros idiomas usados en esta región eran alguna lengua llamada “chichimeca” en las fuentes novohispanas (posiblemente el pame, proveniente de los márgenes septentrionales de Mesoamérica),7 así como el popoloca, en el sur de Puebla, con un barrio en Tlaxcala y otro en Teotihuacán, y el chocho, procedente del norte de Oaxaca, que se hablaba en un barrio de Tlacopan (hoy Tacuba). En la Sierra Madre Oriental había totonacos, tepehuas y huastecos que interactuaban con sus vecinos otomíes y nahuas (Carrasco, 1987; García Quintana y Castillo Farreras, 1976; Harvey, 1972; Soustelle, 1993).
Estas comunidades lingüísticas convivían en los señoríos del Centro de México, la mayor parte de los cuales eran plurilingües. Los señoríos estaban constituidos por barrios, estructuras sociales con cierta autonomía, que eran capaces de desvincularse de un señorío e integrarse a otro. Había menos diversidad lingüística en los barrios que en los señoríos. La convivencia cotidiana de otomianos, nahuas y los otros grupos mencionados, dentro de los mismos señoríos y por medio del contacto entre señoríos, dio lugar a una cultura regional relativamente homogénea.
Es importante tomar en cuenta que un grupo lingüístico no es lo mismo que una cultura. Tampoco equivale a una etnia, aunque estos tres términos suelen confundirse en los estudios sobre la antigua Mesoamérica. La cultura, como concepto básico de la antropología, puede considerarse como el conjunto de ideas, valores y patrones de comportamiento colectivos de un grupo humano determinado. La cultura se compone de subsistemas interrelacionados cuyas fronteras, generalmente borrosas, no necesariamente coinciden. Estos subsistemas se transmiten y se aprenden, adaptándose continuamente a los cambios en el contexto geográfico y social del grupo.
Una lengua es una variedad del habla con un alto grado de inteligibilidad interna y una baja inteligibilidad con otras variedades. La lengua se puede concebir como un subsistema cultural, al lado de otros subsistemas como la indumentaria, la dieta, los conocimientos tecnológicos, la forma de organización social, etcétera. Las fronteras lingüísticas no necesariamente coinciden con las fronteras políticas, ni con los límites espaciales de cualquier otro elemento cultural. Si asignáramos un color a cada elemento de la cultura en un mapa, el resultado sería un mosaico complejo, con superposiciones, huecos, salpicaduras y límites borrosos. Lo mismo sucedería si agregáramos el tiempo, como una tercer dimensión, al espacio cartográfico.
Las identidades étnicas son construcciones sociales cambiantes que los individuos pueden poner y quitar voluntariamente; sirven para distinguir a los integrantes de un grupo, marcando contrastes con otros. Se construyen a partir de elementos biológicos, lingüísticos, sociales, políticos, ideológicos, estéticos, económicos, tecnológicos o cualquier combinación de estas variables. La lengua puede ser un factor para definir la identidad étnica, pero no necesariamente es el más importante, ni es un componente indispensable para hacerlo.
Lo anterior es importante para comprender los procesos históricos del Centro de México durante la época prehispánica. Evidentemente sería un error suponer que los otomíes, los mazahuas, los matlatzincas, los ocuiltecos o los nahuas formaran “culturas” o “etnias” monolíticas, con sus propias tradiciones culturales, distintas a las de sus vecinos, o que tuvieran estructuras políticas propias y excluyentes. Estos grupos lingüísticos se movían en una realidad cultural, social y política compleja y cambiante, e interactuaban continuamente y de distintas maneras. Compartían muchos elementos culturales. Ninguno de estos grupos dominaba ni era dominado. Las estructuras sociales dominantes o dominadas eran los señoríos, muchos de ellos con composiciones plurilingües. Las fronteras interlingüísticas, interétnicas y políticas eran borrosas, permeables y fluctuantes. El modelo de una gran red de interacción cultural en el Centro de México, de naturaleza plurilingüe permite un mayor acercamiento a la realidad cotidiana de los antiguos habitantes de esta región.
La prehistoria lingüística
Se iniciará la reconstrucción del pasado de los otomianos y nahuas con un análisis de la distribución lingüística en el Centro de México durante los primeros años de la época novohispana, ya que de este periodo se tiene información sobre los idiomas que se hablaban en los pueblos de indios. Este análisis permitirá entender, a grandes rasgos, las probables migraciones que se dieron a lo largo de los siglos anteriores y que culminaron en los patrones de distribución lingüística que observaron y registraron los cronistas españoles. Más adelante se cotejará esta reconstrucción hipotética con evidencia arqueológica y documental, con la intención de enriquecer la comprensión de la prehistoria e historia antigua, logrando así una visión integral de los procesos sociales y culturales de esta región.
La teoría de las migraciones
Las lenguas suelen cambiar de manera gradual a través del espacio y del tiempo, formando cadenas, en las cuales las variantes geográficamente más cercanas presentan un mayor grado de semejanza lingüística, mientras las más alejadas tienden a ser más diferentes (Suárez, 1995: 39-48). Este tipo de distribución resulta, por lo general, de la divergencia gradual de las variantes a partir de una protolengua ancestral, dentro del territorio donde ésta se hablaba.8 Las migraciones pueden causar discontinuidades en estas redes, rompiendo con las distribuciones en cadena. De esta manera, el estudio de la ubicación de las lenguas en el tiempo y en el espacio permite detectar las migraciones antiguas.
Los principios básicos de la teoría lingüística de las migraciones son, en esencia, una aplicación del principio de la parsimonia, conocida también como la “ley de la economía” o “la navaja de Ockham”. Este regla práctica dice que cuando dos o más hipótesis parecen explicar adecuadamente la evidencia, la más sencilla probablemente es la correcta (Popper, 2000: 108, 171). Si se aplica este principio al análisis de las distribuciones lingüísticas dentro del espacio geográfico, cuando hay varias hipótesis que parecen explicar de manera satisfactoria el patrón de distribución observado, la explicación que implica el menor número de movimientos migratorios es la más probable. De esta manera, si hay una cadena de lenguas, la protolengua probablemente se usaba en el territorio que estas ocupan, ya que es muy difícil que una cadena entera se migre, reacomodándose en el nuevo territorio sin desarticularse. Cuando hay cadenas emparentadas entre sí, pero separadas por otra lengua, es probable que la protolengua ancestral se hablara en todo el territorio que ocupan estas cadenas, más el intervalo que lo separa, y que la lengua que las separa haya llegado por medio de una migración. Para determinar el lugar de origen de una lengua, buscamos la región donde hay una mayor diversidad de lenguas emparentadas con ella. Las migraciones usualmente se hacen desde regiones con una mayor diversidad de lenguas emparentadas hacia otras regiones con menor diversidad (Dyen, 1956).
Cuando aplicamos esta teoría a la distribución lingüística existente en tiempos de la Conquista en el Centro de México, surge una visión interesante de los movimientos a través del espacio y el tiempo de los grupos lingüísticos de esta región.
La glotocronología
La teoría de las migraciones ayuda a determinar las migraciones prehistóricas de los principales grupos lingüísticos del Centro de México. Para cotejar esta información con la evidencia arqueológica e histórica, necesitamos ubicar estas migraciones en el tiempo. La principal herramienta para este propósito es la glotocronología, un método estadístico que determina el grado de divergencia entre dos idiomas emparentados, mediante el cotejo de listas de palabras. El porcentaje de palabras cognadas (las que se derivan del mismo vocablo en la protolengua ancestral) es con...