Lidera con sentido del humor
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Lidera con sentido del humor

Los equipos más eficaces se divierten trabajando

  1. 240 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Lidera con sentido del humor

Los equipos más eficaces se divierten trabajando

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Información del libro

El autor de estas páginas nos demuestra que el humor es una herramienta fundamental para la gestión de equipos y una forma de destacar en el ámbito laboral. El humor aumenta el impacto en la comunicación, fomenta la creatividad, mejora el aprendizaje, facilita las negociaciones y la gestión del conflicto, reduce el estrés y potencia la resiliencia y la cohesión de los equipos.Aquí no vas a aprender a contar chistes. Al contrario, descubrirás cuál es tu tipo de humor, cuáles son los temas más efectivos sobre los que bromear, cómo contar historias memorables que hagan reír durante diez segundos y te dejen pensando durante diez minutos. Lidera con sentido del humor te ayudará a potenciar una habilidad indispensable para generar un ambiente en el que las personas sean productivas y al mismo tiempo disfruten trabajando.

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Información

Editorial
Plataforma
Año
2020
ISBN
9788417886516
Categoría
Gestión

PRIMERA PARTE ¿Por qué hacerlo?
Evidencias y experiencias

1. Mitos vs. hechos

«Humor es una palabra que uso constantemente, y estoy loco por ella. Algún día averiguaré su significado.»
GROUCHO MARX
Antes de empezar, alguien podría preguntarse: «¿Qué entendemos por humor? Yo ni soy gracioso ni sé contar chistes». No es eso a lo que me refiero. Contar chistes es solo una parte del todo, y ni de lejos la más importante. Andrew Tarvin, consultor experto en el campo del humor en las organizaciones, cuyo blog te recomiendo seguir,2 dice: «Todos los leones son gatos, pero no todos los gatos son leones». Es decir, todos los chistes son cómicos, y todas las bromas son humor…, pero no todo el humor son bromas o chistes. Muy concretamente, el chiste, como tal, tiene un espacio muy limitado en el ambiente laboral.
El humor en el ámbito profesional debe tener un objetivo claro: ayudarte a conseguir impacto y a alcanzar tus objetivos. El humor tonto, es decir, hacer gracia por el único gusto de divertir, no para influenciar o gestionar una situación profesional, no tiene lugar en el entorno de trabajo. Y por humor tonto me refiero a replicar fórmulas que en su día tuvieron éxito: «Estúpido velo», «Ya ves truz», «Parece menterio», «Un saludo de mis partes», «Estupéndulo» y un largo etcétera, imitar a cómicos renombrados, repetir sus frases famosas o simplemente incluir humor en todos y cada uno de tus comentarios. Personalmente, me divierte escuchar expresiones como: «Esta aplicación tiene más peligro que Espinete vendiendo preservativos» o «Este proyecto está más caliente que el cenicero de un bingo», pero ¿cuál es su propósito más allá de hacer reír por reír? Siempre hay un público para este tipo de humor, pero, sin un propósito concreto, a la larga puede hacer parecer inmadura a esa persona.
El peor escenario es convertirte en el «gracioso oficial» y, en el trabajo, no es una buena etiqueta. Y lo digo por experiencia propia: allá por el año 2001, en una comida de toda la dirección, la organizadora había ubicado a los asistentes de una determinada forma en las mesas, pues buscaba romper silos y que tuviéramos la oportunidad de conocer mejor a compañeros con los que no teníamos trato usual. En la mía estaba el director general, al cual yo no conocía, por lo que consideré el hecho fruto de la casualidad. Pero no lo era. Lo descubrí cuando el directivo se sentó, me miró sonriente y dijo: «Me han dicho que contigo nos vamos a reír un montón». Eso me mató. En esa época, yo era júnior, buscaba mi hueco en la carrera de gestión y no quería ser percibido como un frívolo. En consecuencia, no abrí la boca en todo el evento. Paradójicamente, la secretaria que tomó la decisión de sentarme en aquella mesa lo hizo con toda la buena voluntad: consideraba mi humor una virtud, sabía que la presencia directiva no me inhibiría de usarlo y buscaba que yo sirviera de puente entre un directivo considerado distante y el resto de los miembros de la mesa. Y seguramente habría sido así si no hubiera creado la expectativa y, por tanto, la etiqueta. Hay muchas oportunidades para sacar partido al humor en el ambiente laboral, no es necesario hacerlo gratuitamente. Hay que usarlo con foco, selectiva y dosificadamente.
Sobre qué entiendo por humor, no quiero ponerme teórico y analizar las raíces etimológicas del tema. Si te metes en esos berenjenales, verás que el término proviene del latín humor, -oris, que significa «humor del cuerpo humano», es decir, se remonta a la teoría de los cuatro humores desarrollada por Hipócrates, en la Grecia clásica. Según él, los humores que regulaban el estado de ánimo eran la bilis, la flema, la sangre y la bilis negra. El carácter humorístico corresponde concretamente al humor sanguíneo. De ahí evolucionó y en la Edad Media pasó a significar el genio o la condición de las personas.
Jonathan Pollock rastreó el sentido de la palabra diacrónicamente y en diferentes lenguas y concluyó que, a pesar de que el término humor tuvo diferentes connotaciones a lo largo del siglo XVI, la noción de componente humoral todavía se vislumbra y permite diferenciar humor de humorismo y comicidad. La diferenciación entre estos tres conceptos es retorcida y tiene zonas de sombra. Jesús Garanto3 lo resume, a grandísimos trazos, diciendo que el humor sería el estado de ánimo en general, y el humorismo y la comicidad, las manifestaciones discursivas de ese estado de ánimo.
El humor, como actitud, podría ser habitual o circunstancial, y predisponer a las personas a estar contentas y mostrarse amables o, por el contrario, a estar insatisfechas y mostrarse ariscas. El humorismo sería la expresión más inteligente y profunda del humor. La comicidad es un fenómeno más superficial que el humorismo, puesto que su función principal es hacer reír. La comicidad juega con la torpeza, la ridiculez, el absurdo y la incongruencia.
George Burns sentencia: «Quien nos hace reír es un cómico; quien nos hace reír y pensar es un humorista». Personalmente, el tipo de humor que me gusta es este: «El que me hace reír cinco segundos y me hacer pensar diez minutos», como expresó muy clarividentemente el experto en finanzas William Davies.
En ocasiones es lícito usar chistes prefabricados si el contexto lo facilita, pero el humor en el trabajo tiene que ver mucho más con contar historias que chistes, más con enseñar que con criticar, todo con sorprender y nada con ofender, más con apaciguar que con encender… En cualquier caso, la diferenciación sigue siendo complicada: la frontera es borrosa y la diferencia entre ambos, tirando a subjetiva, así que dejemos a los expertos a un lado y aferrémonos al sentido común. Para a una persona al azar por la calle y pregúntale qué es el humor; seguro que te responderá: «Todo aquello que me hace reír».

Si es tan bueno, ¿por qué no lo hacemos más?

«In matters of humour, what is appealing to one person is appalling to another.»
MELVIN HELITZER
«Humour can hurt or heal.»
ANÓNIMO4
A todo el mundo le gusta reírse. Punto.
De hecho, al no haber muchas razones por las que reírse de forma espontánea, buscamos intencionadamente estímulos en el día a día:
  • Según un estudio de la revista DT, Boing Boing es uno de los blogs más influyentes del mundo y su objetivo no es otro que hacer reír. Asimismo, otra de las páginas web más visitadas de España es la del diario satírico El Mundo Today: un portal con las noticias más hilarantes del panorama español, aunque sean falsas. Es abrirlo y automáticamente sonreír. Lo he hecho en el momento de escribir esta página y me encuentro con el titular: «Dos de cada tres parejas casadas piensan en el divorcio para llegar al orgasmo» acompañado del testimonio de un participante en el estudio imaginario: «Me imagino yéndome de casa y es que me voy, me voy».
  • Los diez vídeos más visitados de YouTube de 2017 son, mayoritariamente y como casi siempre, musicales…, pero, cuando no lo son, son vídeos de humor: un doblaje de Trump y Obama el día de la inauguración del primero y un cómico repaso a la historia de la humanidad.
  • De los diez tuiteros más seguidos en el mundo, nueve son cantantes y el décimo es Ellen DeGeneres, la humorista que salió de las sitcoms para ser una de las presentadoras más influyentes en los Estados Unidos. En España, los futbolistas son los tuiteros más seguidos sin excepción, hasta el puesto diecisiete…, en el que entra el Rubius (@rubiu5), youtuber tan conocido por su excéntrico humor como por su faceta de gamer.
  • Y, por supuesto, la inundación de memes. Recibimos docenas, si no cientos, al día, múltiplemente repetidos, que buscan arrancarnos una sonrisa. Y parece que lo consiguen, porque el emoji más utilizado por los usuarios de dispositivos Apple no es, como podrías pensar, ni la caca ni los ojos saltones, sino la cara que se ríe y a la que se le saltan las lágrimas. El «me parto» de los emojis… Y es que tan importante es hacer reír como constatar que te has reído.
La necesidad de hacer reír es tan vieja como el hombre. El primer chiste documentado pertenece a la cultura sumeria y data del siglo XX a. C. Es un grabado en la piedra que dice así: «Algo que no ocurre desde tiempos inmemoriales: una mujer joven que no se haya tirado un pedo en el regazo de su marido» (yo no lo pillo, pero, claro, no soy un sumerio de hace cuatro mil años). Bastante más tarde, encontramos el Filógelos, el libro de chistes más antiguo documentado y que data del siglo IV a. C. (Filipo de Macedonia, en el siglo III a. C., recopiló los mejores chistes de Atenas, pero el libro no se conserva), que está escrito en griego y se atribuye a Hierocles y Filagrio.

Si es una necesidad tan antigua y tan obvia, ¿por qué no lo practicamos con más frecuencia y libertad en el ambiente de trabajo?

Se asume que lo humorístico y lo serio son mutuamente excluyentes. La risa a menudo se asocia a la frivolidad, a la falta de seriedad y al humor, a la crítica y la burla al poder, al ataque de lo establecido, a la crítica mordaz. Ese desprecio por lo humorístico ha calado en nuestras formas de relación y se refleja en microcomportamientos diarios con los que hemos lidiado desde niños.
Así, la abuela, con su mejor intención, te empieza a decir a la tierna edad de seis o siete años: «Ya eres mayor, déjate de tonterías». En el colegio, los profesores te riñen: «¿Y tú de qué te ríes? ¡Esto es muy serio!» o «¿Se puede saber de qué te ríes? Anda, cuenta el chiste a los compañeros para que podamos reírnos todos». En el ejército te gritan: «¡Borra esa estúpida mueca de tu cara!» y en la oficina te recriminan: «Qué bien que te lo pasas. Eso es que vives bien».
Pero la denostación del humor viene de muy antiguo, ya que los más reputados filósofos cuestionaban su uso. Platón afirmó en La República que el humor distraía a la gente de asuntos más serios, y por eso los guardianes y las personas de mérito no debían reírse. Y a día de hoy todavía parafraseamos a estos célebres autores, como ocurrió en enero de 2019, cuando Antonio Tajani, presidente del Parlamento Europeo, exasperado por la risa escéptica de otro eurodiputado, le espetó: «Risus abundat in ore stultorum. Busque en el diccionario lo que significa». «La risa abunda en la boca de los tontos», frase que había dicho el comediógrafo griego Menandro con el objetivo de denostar la farsa, género que «solo entretiene y no alimenta el espíritu».
La razón de esto la explica Evaristo Acevedo, escritor y humorista español, tan prolífico como poco reconocido,5 analizó las obras de los principales humoristas europeos y concluyó que el humor siempre viene acompañado en mayor o menor medida por la sátira, la ironía o por ambas. Es decir, de alguna forma, el humorista crea sobre los problemas de su realidad social, los expone y, en un deseo de mejora, critica. Acevedo acuña el concepto «lo cómico combativo»,6 que tiene una función social que trasciende a la risa: pretende socavar el poder, denunciar lo injusto y convivir mejor con la desigualdad. Un ejemplo reciente de ese combate es la batalla legal que mantuvo el sistema con la comediante, escritora y cineasta estadounidense de origen iraní Negin Farsad, radicada en la ciudad de Nueva York y que define su humor como «social justice comedy». Ella y otros cómicos norteamericanos musulmanes decidieron combatir los prejuicios con monólogos que recogieron en la comedia Muslims are coming! (¡Que vienen los musulmanes!). La autoridad de transportes de la ciudad (MTA) respondió contundentemente y prohibió la exhibición de sus carteles publicitarios en la red de metro de Nueva York, pues argumentó que contenían un mensaje político. Afortunadamente, los cómicos llevaron la decisión ante la justicia y, tras mucho tira y afloja, el juez contravino la prohibición: «Se trata simplemente de anuncios sobre una obra de entretenimiento que pretende mostrar que los musulmanes son unos ciudadanos norteamericanos más».

Su poder subversivo ha arrinconado el humor a una esquina del tablero

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, planteó en marzo de 2019 la posibilidad de que las autoridades electorales y de regulación de comunicaciones del país investigaran a los responsables del programa de humor Saturday Night Live y de otros espacios nocturnos de comedia debido a las burlas hacia él. El New York Times retiró sus tradicionales tiras satíricas de su versión internacional en junio de 2019 tras las críticas de antisemitismo recibidas por una viñeta en la que el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu aparecía caracterizado como un perro lazarillo que guiaba un Donald Trump ciego, tocado con una kipá, el sombrero circular típico judío.
En España, hemos visto a humoristas denostados en las redes sociales, como el guionista de comedias Sergio V. Santesteban, por hacer bromas sobre aspectos culturales de las autonomías. Para los que no lo sepan, Sergio tuiteó en abril de 2018: «La primera vez que escuché la Salve Rociera pensé que el estribillo decía: “Leo, leo, leo, leo, leo”, pero luego caí en que era una canción andaluza y eso no podía ser». Para su sorpresa, muchos se sintieron ofendidos y hubo una llamada masiva que exigía su despido, lo que obligó a su productora a desvincularse de la broma y al autor a pedir disculpas. Y digo «para su sorpresa» porque Sergio era uno de los guionistas de la serie de Allí abajo, sobre tópicos de vascos y andaluces, y de la muy aplaudida Ocho apellidos vascos, que, tres años antes, había sido uno de los taquillazos del cine español, con chistes bastante más brutos que ese.
Así pues, queda claro por qué no se utiliza más el humor en el ambiente profesional: su doble filo tiene la capacidad de atraer, pero también la de ofender. En consecuencia, muchos dudan si asumir el riesgo y se decantan por el mensaje aséptico. Para evitar la tibieza y reivindicar la risa, Campofrío lanzó la muy brillante campaña de la Navidad de 2018 en defensa del humor frente a la tiranía de lo políticamente correcto, en la que presentaba un futuro distópico en el que los chistes son un objeto de lujo, al alcance de unos pocos, por el alto precio que hay que pagar en caso de no ser aceptado.
Ciertamente, el humor puede ser utilizado para poner distancia y alejar a las personas, pero tiene mucha más capacidad para acercar posiciones y reforzar relaciones. Se puede utilizar para criticar, pero es más efectivo para reconocer. Puede ser origen de una discusión, pero también sirve para cerrarla y que no deje poso. Todo esto lo veremos en el apartado siguiente, pero, para cerrar este apartado, cabe decir que, en contraposición a los que solo ven elementos negativos en el humor, ha habido también autores que han buscado dignificarlo y hacer aflorar el benigno concepto de «humor puro» para diferenciarlo de lo puramente «cómico». Académicos como Wenceslao Fernández Flórez, Pío Baroja...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. Prólogo de Juan Carlos Cubeiro. Para ser líder, diviértete con tu equipo
  6. Introducción. ¿Hacía falta?
  7. Primera parte. ¿Por qué hacerlo? Evidencias y experiencias
  8. Segunda parte. ¿Cómo hacerlo en primera persona? Los enigmas del humor
  9. Cierre
  10. Agradecimientos
  11. Notas
  12. Colofón