Los nombres de la tía Lita
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Los nombres de la tía Lita

  1. 448 páginas
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Los nombres de la tía Lita

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Información del libro

Lita vive en una profunda contradicción provocada por la sociedad en la que nace y los terribles acontecimientos históricos que afectan directamente a su vida y que no logra entender.Nacida en La Coruña, en un entorno conservador del que no se siente parte, Lita busca cómo canalizar su rebeldía hacia una existencia que entienda mejor y que le produzca menos rechazo. Entre los personajes de izquierdas y de derechas que se cruzan en su camino, ella ha de encontrar el mundo en el que desea vivir dentro de una época especialmente convulsa de la historia de España.La realidad y la ficción se entrelazan en un todo inseparable por el que discurren personajes reales como Franco y los miembros de su familia, o el famoso hostelero Perico Chicote, y los viajes de Lita a lo largo y ancho de la España de la posguerra, desde su Galicia natal hasta Ceuta y el norte de África, le muestran un país roto por las desavenencias de personas que no supieron o no quisieron entenderse a tiempo.

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Información

Año
2017
ISBN
9788416942756
Edición
1
Categoría
Literatura
AMELIA
—¡Sereno!
—¡Va!
Un gran manojo de llaves tintineantes se acercaba corriendo por la acera de enfrente. En aquellos años nadie salía con llaves del portal de casa. Se podían perder y solían ser demasiado grandes y pesadas. Para eso estaban los serenos, dueños de la noche, controladores de los movimientos lícitos e ilícitos del barrio. Sabedores de grandes secretos, mantenían, sin haberlo jurado, un inviolable secreto profesional que los hacía ser respetados y queridos. Por aquel entonces aún se buscaba la oscuridad de la noche para pecar, aunque aquel mundo todo él era oscuro. Vestían uniforme con botones dorados en abrigo o chaqueta y gorra de plato con cordón dorado. Eran atentos, serviciales, educadísimos, valientes. No llevaban arma, no hacía falta, en aquel mundo oscuro nunca ocurría nada. Tampoco llevaban nombre, no hacía falta. Todos eran sereno. Lo dejaban en casa al ponerse el uniforme.
—Buenas noches, señores, disculpen la tardanza, pero estaba justo en el otro extremo de mi obligación —jadeaba el sereno.
—Buenas noches, sereno.
—Les voy abriendo. —Y el sereno entraba discreto en el portal, encendía la luz y se iba al ascensor para dar tiempo a que los señores se despidieran en la intimidad.
—Hasta mañana, Amelia querida.
—Hasta mañana, Luis.
Cuando abrió la puerta del piso, ya todo estaba apagado y en silencio. De puntillas llegó a su habitación y cerró la puerta. Encendió la luz de la mesilla de noche y en su cama aparecieron las cabezas de las gemelas dormidas. No era la primera vez que Amelia salía a cenar y hasta ahora las gemelas nunca habían hecho esto. Tenía que haber pasado algo. La verdad es que se había retrasado un poco, pero desde que conocía a Luis la vida volvía a pasar demasiado rápido. Y ella ya era mayorcita para ponerse sus horarios. Y las gemelas sabían que iba a volver tarde y habían prometido que no la esperarían. Además, estaban encantadas de verla tan contenta desde que salía con el médico y siempre le pedían que les contase cosas de su novio (palabra prohibida en la casa y solo usada entre ellas). Una viuda de 45 años no debe tener novio si no quiere dar que hablar, decía Isidro. Es hasta indecoroso. Seguro que había estallado algún lío entre su odioso hermano y las niñas, aprovechando como siempre que Pura y Evaristo estaban de viaje.
—¡Tía Lita, no nos riñas, pero es que estábamos muy preocupadas!
—¿Qué ha pasado? ¿Cómo os voy a reñir sin saber nada?
—Ha sido el tío, ¡es un veneno!
—¿Pero qué ha pasado?
—Ana, cuéntaselo tú.
—Es que, le oímos hablar por teléfono con mamá y le llamamos chivato.
—Porque estaba contando que habías salido de noche con un hombre —continuaba María.
—Y también decía que nosotras te habíamos despedido encantadas, y que vaya ejemplo nos estabas dando.
—Y que cuando volvieras te ibas a enterar, pues cuando ellos están fuera el que tiene que cargar con la responsabilidad es él.
—Y que en esta casa todo el mundo le hace la vida imposible, sobre todo cuando ellos están de viaje.
—Se puso como una fiera con nosotras, y nos dijo cosas horribles.
—Y queríamos avisarte antes de que te acostaras.
—Por eso hemos venido aquí, en nuestra habitación no te hubiéramos oído llegar.
—Oye, Tía Lita, ¿no se le ocurrirá hacerte daño?
—Supongo que se le ocurrirá seguro, otra cosa es que se atreva. De todas maneras, niñas, no hay por qué preocuparse, no pienso dejarle que me amargue la vida, así que a vuestro cuarto y a dormir tranquilas.
Y entonces Lita, antes de que las gemelas pudieran protestar y en un arrebato de inofensiva rebeldía, tiró el bolso sobre la cama, se quitó los zapatos y comenzó a caminar por la habitación muy erguida y dando órdenes, tal y como lo hacía su horrible hermano, haciendo muecas y ademanes, en una imitación perfecta de aquel ser tan fácil de imitar.
—¡A ver, cocinera, le he dicho que no vuelva a poner lentejas, no tienen categoría suficiente para esta casa!
Y Lita hablaba con voz de hombre prepotente mientras gesticulaba tal y como lo hacía Isidro, con la tremenda rigidez que da la escondida inseguridad. Luego se sentó en una esquina del sofá verde, casi cayéndose, y con un lenguaje corporal perfecto, encogida, tímida, reducida a la mitad de su tamaño decía con voz humilde:
—Evaristo, ¡no sabes lo difícil que ha sido esta semana!... He tenido que emplear todos mis recursos para que se cumpliese el plazo. Casi no he tenido tiempo ni de dormir... Oye, cuñado, eres un genio, mira que conseguir... —Lita no pudo seguir. Las risas reprimidas de las gemelas empezaban a salir por el pasillo.
—Niñas, muchas gracias por preocuparos de mí.
—¡Tía, ahora no hay quien se duerma! Si no nos cuentas algo de Luis no nos vamos. ¡Ya es hora de que sepamos algo más! ¿Te quiere?
—Creo que mucho.
—¿Y tú también le quieres?
Las voces de las gemelas se alternaban en una sincronización perfecta.
—Empiezo a quererlo sin miedo.
—¡Qué emocionante! ¿Cómo es?
—Es alto, delgado, pelo grisáceo, ojos color… marrón claro, adornados con suaves arrugas de sonreír, atractivo, tierno...
—¡Pero si estás enamorada de verdad!
—Shhhh... ¡Solo falta que ahora despertemos al espía!
—¡Sigue, sigue!
—Sus manos son suaves, grandes, casi enormes, como sus pies.
—¿Te ha besado ya?
—¡Ana, qué descaro! —se reía Lita.
—¡Anda tía, que esto del amor nadie nos lo cuenta! ¿Te ha besado solo un poquito?
—Solo un poquito...
—¡Guau! ¿Y qué se siente?
—Se siente como un escalofrío que te recorre el cuerpo mientras la tierra debajo de tus pies desaparece y te encuentras en el aire.
—¿Y eso no es pecado?
—El que peque con eso es que es tonto. ¡Si me oye vuestro tío me excomulga!
—¿Con el tío José sentías lo mismo?
—El tío José era un hombre que me hizo sentirme feliz y segura a su lado. Era muy apasionado y nos quisimos mucho. En sus brazos me olvidaba del mundo. Pero no creo que sea bueno hacer comparaciones, primero porque es muy difícil ya que no hay dos amores iguales y segundo porque en el amor hay que disfrutar el presente sin interferencias del pasado. Además, a Luis todavía no le conozco lo suficiente.
—Mamá dice que el tío José era un perfecto caballero y un héroe. ¿Le caía muy bien, verdad?
—Sí, María, se llevaban muy bien.
—¿Tú crees que fue un héroe?
—¡Vaya pregunta, Anita querida! Hace un tiempo estaba segura de que sí lo había sido. Ahora ya no sé qué pensar. Creo que las heroicidades se pueden entender de formas muy diversas según las personas que las juzguen. Un héroe para unos puede ser un traidor para otros. Lo importante es ser honrado de verdad con uno mismo, sin hipocresía. Y si consigues eso ya eres un héroe.
—¡Tía, dices unas cosas tan distintas que nos haces dudar de todo!
—Dudar es muy sano.
—¿Ves? En el cole nos dicen lo contrario, que hay que estar muy segura de todo.
—Sí, ya me lo imagino. Ahora to...

Índice

  1. AMELITA
  2. LITA
  3. AMELIA
  4. SRA. DE APARICIO
  5. LA TÍA LITA
  6. PROFE LITA
  7. AMELIA
  8. SEÑORITA LITA
  9. AMELIA
  10. MADAME AMELIA GONZÁLEZ
  11. LA TÍA