Pospornografía:
¿disidencia sexual o pornografía cool?
Carlos Alberto Barzani
1. La contra-sexualidad de los abyectos
La forma más eficaz de controlar la sexualidad de los sujetos que componen una sociedad no es ni a través de la fuerza, ni de la censura, ni de la prohibición. Si el ejercicio del poder fuera solo a través de la represión, si no hiciera otra cosa que decir no, se lo resistiría y se lo combatiría. Lo que hace que se lo acepte es que no sólo actúa como una fuerza que dice no, sino que genera placer, crea deseos, a través de una red productiva (interconectada y articulada) que atraviesa todo el cuerpo social: diversidad de discursos y narrativas que repiten la misma trama argumental acerca del sexo, el placer y el deseo; y generando a la vez, que otros sean impensables. Así, todo desvío de esa norma será considerado abyecto, vil, despreciable, raro, repugnante, vergonzante, patológico, “anormal”; esto ha ocurrido a lo largo de la historia con las histéricas, los llamados perversos, las travestis, la masturbación, la homosexualidad, etc. Pero así como Foucault plantea la productividad del poder (instituido) en el dispositivo de sexualidad, también propone la posibilidad de resistencia y la creación de nuevas formas contra-hegemónicas: las “elecciones sexuales deben ser al mismo tiempo creadoras de modos de vida. Ser gay significa que esas elecciones se difunden a través de toda la vida, y es también una manera determinada de rechazar los modos de vida propuestos, hacer de la elección sexual el operador de un cambio de existencia… Diré que uno tiene que usar su sexualidad para descubrir, inventar nuevas relaciones... no hay que ser homosexual, sino empeñarse en ser gay.” Aquí “gay” supone una nominación despojada de la psiquiatrización que implica “homosexual” y a la vez algo más que una orientación sexual: una forma de vida divergente de la normalizada. Ejercer la propia sexualidad es político.
Este perfil adquiere el movimiento queer que, a partir de la década de 1980, lleva adelante la re-apropiación subversiva de los dispositivos de producción de las identidades sexuales, poniendo en escena lo construido y arbitrario tanto del sexo como del género. En este sentido es un movimiento posidentitario de disidentes sexuales y de género. Ya no se trata de minoría o diversidad, sino de disidencia. El prefijo “pos” alude a la crítica y el propósito de deconstrucción de las identidades. Nace en EE. UU. en un momento histórico de fuerte identidad gay y lésbica donde se peleaba por una mayor cuota de integración social y cierta idealización del gay masculino y la lesbiana femenina. Una de las críticas era que estos grupos habían perdido su potencialidad revolucionaria dado que la gran mayoría de las personas que conformaban la hegemonía gay eran varones, blancos, de clase media o alta e ideología conservadora, es decir, una neo-burguesía gay.
Desde esta perspectiva, Judith Butler propone por un lado, la subversión a través de la “actuación paródica del género”, que en su intento por repetir “lo original”, como en el caso del transformismo, las Drag Queens o el travestismo, “muestra que esto no es sino una parodia de la idea de lo natural y lo original.” Es decir, eso que parece un dato natural de la biología -que un varón sea masculino y una mujer femenina- es un montaje a partir de la ritualización de ciertos actos. Por otro lado, la inversión de insultos y/o términos degradantes, como “marica”, “tortillera”, “trava”, “puto”, “queer”, a través de modificar las posiciones de enunciación, de “dar nueva significación a la abyección de la homosexualidad, para transformarla en desafío y legitimidad”. No se trata de un “discurso inverso”, sino de politizar la abyección, lo despreciable. Así por ejemplo, “puto” pasa de ser un insulto proferido por sujetos heterosexistas para mofarse y marcar a los gays como “abyectos”, para convertirse en una autocalificación contestataria y productora de un grupo de “cuerpos abyectos” que toman la palabra y reclaman su propia identidad. Dando un paso más, Preciado propone una “proliferación de diferencias” -de raza, de clase, de edad, de prácticas sexuales no normativas, de discapacidad- “una multitud de cuerpos: cuerpos transgéneros, hombres sin pene, bolleras lobo, ciborgs, femmes butchs, maricas lesbianas... para hacer de ello lugares de resistencia al punto de vista ‘universal’, a la historia blanca, colonial y hetero de lo ‘humano’.” Se puede ser masculino y a la vez femenino, y también se puede ser, ni femenino, ni masculino. En su insistencia en el papel del capitalismo en la producción de sexualidades y géneros contemporáneos, propone -retomando una expresión de Deleuze y Guattari- un trabajo de “desterritorialización” de la heterosexualidad como objetivo de la multitud queer. Es decir, romper un algo para crear otro algo, tanto en el espacio corporal como el urbano. De esta forma Preciado no sólo habla de resistencia a “normalizarse” (a mimetizarse con el régimen heteronormativo) o a encerrarse en un gueto, sino que formula la transformación y reconversión de las “tecnologías” productoras de cuerpos normales y heterosexuales como la medicina y la pornografía.
En “Manifiesto contrasexual” se centra en la historia del dildo para desnaturalizar la sexualidad y develar al sexo y al género como prótesis. Llevando la deconstrucción de los procesos de naturalización al territorio más asociado tradicionalmente a lo biológico y “natural”: los órganos sexuales.
“El género es ante todo prostético, es decir, no se da sino en la materialidad de los cuerpos. Los órganos sexuales como tales no existen. Los órganos sexuales que reconocemos como naturalmente sexuales son ya el producto de una tecnología sofisticada que prescribe el contexto en el que los órganos adquieren su significación (relaciones sexuales) y se utilizan con propiedad de acuerdo a su “naturaleza” (relaciones heterosexuales). Los contextos sexuales se establecen por medio de delimitaciones espaciales y temporales sesgadas. La arquitectura es política.”
El género es una tecnología sofisticada que fabrica cuerpos sexuales. El régimen heteronormativo para asegurar la relación estructural entre producción de identidad de género (femenino/masculino) y la distribución sexuada de ciertos órganos (“genitales” y/o “re-productivos”) y no otros, según un orden binario “estable y definitivo”, otorga a cada parte de nuestro cuerpo una función única y heterosexuada, convirtiendo los órganos de reproducción en órganos sexuales. Si el placer sexual de un sujeto pasa por otras zonas del cuerpo -por ejemplo, el cuello, el ombligo o el ano- este sistema de ordenamiento lo establecería como una falla, y acto seguido objeto de control, corrección y normalización dentro de las lógicas heteronormativas. A lo sumo puede ser tolerado como “placer previo” para llegar a lo genital que sería el “verdadero acto sexual”. Por ejemplo: a contrapelo del concepto freudiano de erogeneidad que revela la capacidad que posee toda región corporal de constituirse en una zona erógena, ciertos psicoanalistas han afirmado durante décadas que los homosexuales “sufrían” de una “detención en el desarrollo en la fase anal” y algunos llegaban incluso a proponer su “corrección”.
Paul B. Preciado propone la puesta en acto de prácticas contrasexuales que permitan otras exploraciones de placer más allá de la penetración genital naturalizada como lo que “es” la relación sexual y de este modo, socaven el sistema sexo/género dominante: el empleo de dildos, la erotización del ano, los contratos sadomasoquistas, son algunos ejemplos de esa mutación del sexo. Preciado hace estallar el pensamiento binario genital (pene/vagina) centrándose en el potencial subversivo del ano, una zona erógena universal que va más allá de los límites de la diferencia sexual (todos los cuerpos tienen ano), un lugar que está fuera del circuito convencional de producción de orgasmos y un espacio de posibilidad de reelaborar el cuerpo, ya que el ano no está ligado ni a la reproducción, ni tiene un nexo con lo romántico, sino que la representación tradicional asociada a él es que por allí se caga. Podríamos agregar, que en el caso de los varones esto es aun más perturbador ya que la condición de la construcción de la masculinidad hegemónica heterosexual está dada por la clausura del ano del varón.
2. Pospornografía
Desde la perspectiva de la “contrasexualidad” y en concordancia con la estrategia política reivindicativa del trabajo sexual del “feminismo pro-sexo” -en oposición al feminismo abolicionista de Dworkin y Mc Kinnon-, con la participación de trabajadoras sexuales, lesbianas y actrices porno como Annie Sprinkle, Verónica Vera, Scarlot Harlot o Diane Torr, la pospornografía irrumpe con el fin de oponer resistencia a la pornografía hegemónica sin apelar a la censura, ni a políticas de tinte conservador. El feminismo posporno reivindica la representación pornográfica como un espacio de acción política a través del cual, mujeres y disidentes sexuales pueden redefinir sus cuerpos e inventar nuevas formas de producir placer que desbaraten la normalización de la pornografía dominante. La pospornografía impulsa la subversión de los estereotipos sexuales y de género y se propone trabajar en la desgenitalización del placer. Películas y performances en las que se experimenta con nuevas formas de placer a partir de objetos o partes del cuerpo en situaciones no convencionales, intentando desplazar lo genital como único lugar posible del placer sexual; sexualidades y placeres polimorfos. Para Preciado el antídoto frente a la pornografía hegemónica no es la censura, sino la producción y circulación de propuestas alternativas, desterritorializando el cuerpo sexuado. El término pospornografía fue acuñado por el artista Wink van Kempen para presentar un conjunto de fotografías con órganos genitales en primer plano cuya intención no era exclusivamente la masturbatoria, sino la crítica y el humor. Sin embargo, fue Annie Sprinkle quien por primera vez se valió en 1990 de esta expresión en una de sus performances: The Public Cervix Announcement en la que invitaba al público a explorar el interior de su vagina con la ayuda de un espéculo y le dio una dimensión política y cultural más amplia. El término remite a un tipo de producción audiovisual que contiene elementos pornográficos, no sólo con el fin masturbator...