Inventar el futuro
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Inventar el futuro

Postcapitalismo y un mundo sin trabajo

  1. 335 páginas
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Inventar el futuro

Postcapitalismo y un mundo sin trabajo

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El neoliberalismo no está funcionando. A lo largo de las últimas décadas, las políticas económicas neoliberales han arrastrado a millones de personas a la pobreza y a otras muchas a trabajos precarios y mal pagados. Entretanto, la izquierda se mantiene atrapada en una serie de prácticas que rara vez ofrecen un respiro y menos aún una solución a la crisis. Este libro propone, finalmente, una alternativa. "Inventar el futuro" es un audaz manifiesto sobre la vida después del capitalismo.En contra de los voceros de la derecha que una y otra vez proclaman el fin de la historia, Nick Srnicek y Alex Williams –autores del célebre "Manifiesto aceleracionista"– demuestran en estas páginas que otro mundo es posible. Opuestos a los ideólogos de izquierda que temen irracionalmente a los avances tecnológicos, Srnicek y Williams demandan una economía poscapitalista en la que la tecnología nos libere del trabajo y amplíe nuestras libertades. Ésta es una obra de radical imaginación política y un llamado a "inventar el futuro" antes de que se nos imponga.

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Información

Editorial
MALPASO
Año
2017
ISBN
9788417081027
Edición
1
Categoría
Economía
1.
NUESTRO SENTIDO COMÚN POLÍTICO:
INTRODUCCIÓN A LA POLÍTICA FOLK
La siguiente jugada era nuestra y nos quedamos ahí,
esperando que pasara algo, como buenos objetores
de conciencia esperando nuestro castigo tras haber
señalado algo puramente simbólico.
DAVE MITCHELL
Actualmente, parece que se necesita la mayor cantidad de esfuerzo para lograr el menor grado de cambio. Millones de personas marchan contra la guerra de Irak, pero la guerra sigue adelante como estaba planeada. Cientos de miles protestan contra la austeridad, pero sigue habiendo recortes presupuestales sin precedentes. Las protestas, ocupaciones y revueltas estudiantiles en contra del alza en las matrículas se repiten una y otra vez, pero éstas siguen su avance inexorable. Por todo el mundo, la gente establece campos de protesta y se moviliza contra la desigualdad económica, pero el abismo entre los ricos y los pobres sigue creciendo. Desde las luchas alterglobalizadoras de fines de la década de 1990, pasando por las coaliciones antiguerra y ecológicas de principios del siglo XX, hasta los nuevos levantamientos estudiantiles y movimientos de Occupy desde 2008, ha surgido un nuevo patrón: las luchas de resistencia aparecen rápido, movilizan a cantidades cada vez mayores de personas y, sin embargo, terminan por palidecer para ser sustituidas por un sentimiento renovado de apatía, melancolía y derrota. A pesar de que millones de personas desean un mundo mejor, los efectos de estos movimientos son mínimos.
ALGO GRACIOSO PASÓ CAMINO A LA PROTESTA
El fracaso impregna este ciclo de luchas y, en consecuencia, muchas de las tácticas de la izquierda contemporánea han adoptado una naturaleza ritualista, cargada de una pesada dosis de fatalismo. Las tácticas dominantes protestar, marchar, ocupar y varias otras formas de acción directa se han vuelto parte de una narrativa bien establecida, en la cual la gente y la policía desempeñan cada uno sus papeles asignados. Los límites de estas acciones son particularmente visibles en esos breves momentos cuando el guion cambia. En palabras de un activista en torno a una protesta en la Cumbre de las Américas de 2001:
El 20 de abril, el primer día de las protestas, miles marchamos hacia la valla, detrás de la cual se habían reunido treinta y cuatro jefes de Estado para sacar adelante un acuerdo de comercio mundial. Bajo una granizada de osos de peluche lanzados con catapultas, los activistas vestidos de negro no tardaron en quitar los soportes de la valla con cizallas y derrumbarla con ganchos mientras los observadores los alentaban. Por un momento, nada se interpuso entre nosotros y el centro de convenciones. Trepamos a la valla derrumbada, pero la mayoría no pasó de ahí, como si nuestra intención hubiera sido simplemente sustituir la barrera de alambre y concreto con una barrera humana hecha por nosotros mismos.1
Aquí podemos ver la naturaleza simbólica y ritualista de las acciones, combinada con la emoción de haber hecho algo, pero con una profunda incertidumbre que surge en cuanto se rompe la narrativa esperada. El papel de manifestantes diligentes no les había brindado a estos activistas ninguna indicación de qué hacer cuando cayeran las barreras. Las confrontaciones políticas espectaculares, como las marchas para detener la guerra, las ahora famosas aglomeraciones contra el G20 o la Organi­zación Mundial del Comercio, así como las conmovedoras escenas de democracia en Occupy Wall Street, parecen ser muy significativas, como si algo estuviera de verdad en juego.2 Sin embargo, no cambió nada y las victorias a largo plazo se canjearon por una simple anotación de descontento.
A menudo, los observadores externos ni siquiera alcanzan a entender qué busca el movimiento, más allá de expresar un descontento generalizado con el mundo. Las protestas contemporáneas se han convertido en una mezcla de demandas diversas y desenfrenadas. Quienes se manifestaron en la cumbre del G20 de 2009 en Londres, por ejemplo, marcharon por temas que iban desde el planteamiento de aparatosas exigencias anticapitalistas hasta objetivos modestos centrados en problemas más concretos y cercanos. Cuando las demandas al­canzan a discernirse, a menudo no logran articular nada sustancial. No suelen ser sino eslóganes vacíos, tan significativos como pedir la paz mundial. El movimiento Occupy hizo lo indecible por articular objetivos relevantes, preocupado por si algo demasiado sustancial pudiera causar divisiones.3 Además, ocupaciones estudiantiles muy diversas en el mundo occidental adoptaron el mantra «sin demandas», en la creencia errónea de que no pedir nada es una acción radical.4
Cuando se les pregunta cuál ha sido el principal resultado de estas acciones, algunos participantes aceptan un sentimiento generalizado de futilidad, mientras que otros señalan una radicalización de los asistentes. Si vemos las protestas actuales como un ejercicio de conciencia pública, su éxito parece ser, a lo sumo, desigual. Sus mensajes son distorsionados por los medios, poco solidarios y amantes de las imágenes de destrucción de la propiedad privada suponiendo que los medios siquiera reconocen esa forma de disputa que se ha vuelto cada vez más repetitiva y aburrida. Hay quienes argumentan que estos movimientos, protestas y ocupaciones, en lugar de plantearse un objetivo específico sólo existen, en realidad, para sí mismos.5 El propósito en este caso es alcanzar cierta transformación de los participantes, así como crear un espacio fuera de las operaciones de poder habituales. Si bien hay cierto grado de verdad en ello, cosas como los campamentos de protesta tienden a ser efímeras, de pequeña escala y, en última instancia, incapaces de desafiar las estructuras más amplias del sistema económico neoliberal. Es una política convertida en pasatiempo quizá una experiencia de la política como droga y no algo que sea capaz de transformar a la sociedad. Estas protestas sólo quedan grabadas en la mente de los participantes y dan la vuelta a cualquier transformación de las estructuras sociales. Si bien estos esfuerzos de radicalización y concientización son, en cierta medida, indudablemente importantes, queda la pregunta de en qué momento exacto darán resultado. ¿Existirá un punto en el que una masa crítica de concientización esté lista para actuar? Las protestas pueden establecer conexiones, alentar la esperanza y recordar a la gente que tiene poder. Sin embargo, más allá de estos sentimientos transitorios, si no queremos que esos lazos afectivos se desperdicien, la política aún exige el ejercicio de ese poder. Si no actuamos después de una de las mayores crisis del capitalismo, entonces, ¿cuándo?
El énfasis en los aspectos afectivos de las protestas ayuda a sustentar una tendencia más amplia que ha llegado a privilegiar lo afectivo como la sede de la política real. Los elementos corporales, emocionales y viscerales sustituyen y obstaculizan (en lugar de complementar y mejorar) los análisis más abstractos. Por ejemplo, el paisaje contemporáneo de los medios sociales está contaminado por los amargos efectos secundarios de un interminable torrente de indignación y enojo. Dado el individualismo de las actuales plataformas de los medios sociales fundadas en el mantenimiento de una identidad online, quizá no nos sorprenda ver que la «política» online tiende a una autopresentación de pureza moral. Nos preocupa más estar en lo correcto que pensar sobre las condiciones del cambio político. No obstante, esta ira cotidiana desaparece tan pronto como surge y no tardamos en pasar a la siguiente cruzada corrosiva. En otros lugares, las manifestaciones públicas de empatía con quienes sufren sustituyen análisis más refinados, lo cual trae como resultado acciones apresuradas o descaminadas o la ausencia de acciones. Si bien la política siempre está relacionada con las emociones y las sensaciones (la esperanza o el enojo, el temor o la indignación), cuando se adoptan como la forma principal de la política estos impulsos pueden conducir a resultados profundamente perversos. En un famoso ejemplo, el Live Aid de 1985 reunió, mediante una combinación de imágenes que tocaban nuestras fibras más sensibles con eventos emocionalmente manipuladores encabezados por celebridades, una enorme cantidad de dinero para aliviar la hambruna. La sensación de apremio exigía acciones urgentes, a expensas de la razón. Sin embargo, lo que logró el dinero reunido fue extender la guerra civil que había provocado la hambruna, pues permitió que las milicias rebeldes utilizaran la asistencia alimentaria para sostenerse a sí mismas.6 Si bien el público en casa se sintió reconfortado por estar haciendo algo en lugar de nada, un análisis desapasionado reveló que en realidad había contribuido a agravar el problema. Estos resultados inesperados se generalizan aún más a medida que los ob...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Agradecimientos
  4. Introducción
  5. 1. Nuestro sentido común político: Introducción a la política folk
  6. 2. ¿Por qué no estamos ganando? Una crítica a la izquierda contemporánea
  7. 3. ¿Por qué están ganando ellos? La edificación de la hegemonía neoliberal
  8. 4. Una modernidad de izquierda
  9. 5. El futuro no está funcionando
  10. 6. Imaginarios postrabajo
  11. 7. Un nuevo sentido común
  12. 8. Construir el poder
  13. Conclusión
  14. Notas
  15. Contenido
  16. Créditos
  17. Colofón