El Santuario: Historia Global de una batalla
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El Santuario: Historia Global de una batalla

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El Santuario: Historia Global de una batalla

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El general José María Córdova pensó que había elegido bien su estrategia. Los 370 hombres de su Ejército de la Libertad esperaban en El Peñol, en el oriente de la provincia de Antioquia, en los Andes colombianos, la llegada de las fuerzas del gobierno, que marchaban desde Bogotá con el fin de aniquilar su rebelión. A las cinco de la tarde del 16 de octubre de 1829, los hombres de Córdova se encontraban desplegados de tal manera que pudieran arremeter contra la expedición gubernamental cuando esta saliera del paso de la montaña, cansada, empapada y muerta de frío, y derrotarla en Los Páramos, una planicie al oeste de Guatapé, sin darle tiempo de reagruparse y aprovechar su ventaja numérica

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Información

Año
2015
ISBN
9789587725148
Categoría
History

CAPÍTULO I EL MUNDO EN REVOLUCIÓN

El recorrido vital de los hombres que lucharon en El Santuario abarca ambos lados del Atlántico y fue moldeado por factores globales, imperiales y nacionales. Este capítulo ofrece un sucinto panorama del origen y la trayectoria política de los principales protagonistas a lo largo de los años previos a 1820.
Según las cifras más confiables, en la batalla de El Santuario se enfrentaron un total de 1.150 hombres: 370 rebeldes al mando de Córdova y 780 miembros de las tropas del gobierno comandadas por O’Leary. Todo el ejército de Córdova era de origen antioqueño, en su mayoría campesinos y labriegos reclutados un mes antes de la batalla. Entre estos había mestizos, esclavos, negros libres e indígenas, además de criollos blancos como el propio Córdova. La naturaleza de las fuentes que sobreviven de aquella época implica que sepamos mucho más sobre los criollos que sobre los otros grupos. El ejército de O’Leary se había conformado a partir de batallones estacionados en Bogotá y Honda, y era, por tanto, una muestra representativa de los reclutas de la Gran Colombia, entre los cuales había muchos venezolanos y unos cuantos antioqueños. Sabemos mucho más sobre unos individuos que sobre otros y, en consecuencia, poseemos una muestra vagamente representativa del conjunto. Presentaremos primero a las figuras principales del lado del gobierno y luego a los rebeldes.
A finales del siglo XVIII, las potencias imperiales se enfrentaron por el control del Atlántico. Gran Bretaña, Francia y España protagonizaron repetidas guerras por las riquezas de las Américas. Las revoluciones que tuvieron lugar en los Estados Unidos y el Santo Domingo francés (Haití, después de 1804) rompieron la lógica de la posesión colonial y dejaron a los poderes europeos compitiendo entre sí para mantener el control del comercio y las exportaciones de metales preciosos. Ocasionalmente se enviaban barcos y tropas imperiales para obtener el control de nuevas posesiones coloniales, como en Saint-Domingue, una aventura fallida que costó miles de vidas. Los gobernantes británicos ciertamente soñaban con arrebatarle a España las colonias americanas y lo hacían motivados, en parte, por el temor de que Francia abrigara deseos similares1. Las pugnas imperiales por el control del continente crearon un constante estado de incertidumbre a ambos lados del Atlántico. Todos trataban de fortalecer sus instituciones estatales e incrementar su poderío militar para mantener a raya a los potenciales depredadores imperiales. Esta sensación se mantuvo incluso cuando la victoria británica sobre las flotas francesa y española en Trafalgar, en 1805, impuso la supremacía naval de los británicos en el Atlántico, y también después de que Napoleón fuera derrotado definitivamente en Waterloo en 1815. El mundo atlántico había entrado en revolución y se necesitarían varias décadas para apreciar con claridad sus consecuencias.

LAS FUERZAS GUBERNAMENTALES AL MANDO DE O’LEARY EN EL SANTUARIO: ORÍGENES

Cuando los ejércitos franceses arrasaron Europa en los primeros años del siglo XIX, causaron un impacto dramático en la vida de muchos jóvenes. Carlo Castelli, nacido en el pueblo de San Sebastiano da Po, cerca de Turín, un año después de la toma de la Bastilla en París, fue uno de aquellos chicos que se dejaron inspirar por los sueños de libertad e igualdad encarnados por Napoleón. El joven Castelli abandonó su casa en contra de los deseos de su padre y se unió al ejército bonapartista, al servicio del cual resultó herido. El mismo año que los ejércitos de Bonaparte fueron derrotados en la batalla de Waterloo por tropas prusianas y británicas al mando del duque de Wellington, los líderes de Europa se reunieron en el Congreso de Viena para restaurar un “sistema de equilibrio” que esperaban pudiera impedir nuevas guerras continentales. Así lograron edificar una paz llena de desconfianza y resentimientos mutuos, que aun así impidió que los poderes europeos recurrieran explícitamente a las armas hasta la Guerra de Crimea, en 1853-1856. Pero aunque lograron cerrar la puerta del establo en Europa, los caballos de la guerra saltaron el Atlántico, para correr desbocados por las Américas.
Castelli siguió esa ola revolucionaria. Convencido de que Napoleón se alejaba cada vez más de los ideales que había profesado, en 1814 se marchó de Europa con destino a América, para seguir la lucha militar por la independencia y la libertad. Castelli fue uno de aquellos poco estudiados “exiliados bonapartistas” cuyo “significado para el Atlántico en general, e incluso para todo el mundo”, solo ahora comienza a ser reconocido por los historiadores2. Después de agregarle rápidamente una ‘s’ al final de su nombre de pila para castellanizarlo, Castelli prestó servicio en los ejércitos independentistas del Valle del Cauca en la Nueva Granada y, después de sufrir la derrota, buscó asilo en Haití, la nueva república negra del Caribe (la antigua colonia francesa de Saint-Domingue) que Napoleón no había logrado destruir. Allí fue presentado a Simón Bolívar por el presidente Alexandre Pétion, en 1816, y se convirtió en su aliado3. Durante las guerras de independencia, Castelli se ganó el respeto de Bolívar como oficial responsable y endurecido por la batalla, miembro de un grupo de europeos cuya experiencia daba brillo a la autoridad de Bolívar. El coronel Castelli sería el soldado europeo de más edad en participar en la batalla de El Santuario en 1829. Su paradójica trayectoria, al pasar de ser un voluntario idealista en Italia a convertirse en un curtido político y administrador en Venezuela, refleja otros recorridos semejantes realizados por protagonistas más jóvenes de nuestra historia, aunque estos tuvieron menos tiempo de adquirir experiencia militar o política antes de embarcarse con destino al Nuevo Mundo.
El voluntario idealista por excelencia de la causa de la libertad fue Daniel O’Leary, el mayor de los tres irlandeses que participaron en El Santuario. Nacido en Cork en 1800, O’Leary era un católico educado por los jesuitas y familiar de Daniel O’Connell, el líder de la Asociación Católica irlandesa de la década de 1810. Arrastrado por las olas del entusiasmo popular irlandés por la liberación de las colonias hispanoamericanas –y también por el hecho de que contaba entonces con 18 años y estaba en busca de aventuras–, O’Leary se unió a las expediciones que salieron de Londres en 1818 para apoyar las luchas de independencia en Venezuela y la Nueva Granada. Su familia parece haber sido bastante respetable, y en Venezuela O’Leary tuvo la inteligencia de dedicarse a aprender el español y volverse útil, lo cual contrasta notoriamente con la mayoría de sus compañeros, que no se interesaron por aprender la lengua y se quedaron esperando, en términos generales con poco éxito, a que el honor y la gloria les llegaran por sí solos4. Para 1819 O’Leary era edecán de Bolívar y desde esa época unió su suerte a la del Libertador5.
Castelli y O’Leary son los únicos de nuestros aventureros que se hicieron merecedores de sendas biografías por parte de historiadores. Resulta difícil dilucidar de dónde provenían sus colegas menos celebrados y hasta saber quiénes eran. Sin embargo, es un hecho que la década de 1810 fue testigo de la aceleración de procesos económicos que facilitaron los viajes trasatlánticos de gente como Thomas Murray, Heinrich Lutzen y Rupert Hand. En esos años los movimientos de población (entre ellos la migración forzada de los esclavos africanos, a pesar de la “abolición” del comercio de esclavos por parte de los británicos en 1807) aumentaron masivamente a través del Atlántico, el cual se convirtió, más que nunca, en una “estructura permeable y expansiva, más que en un sistema cerrado y completo”, a medida que los nuevos mercados globales y las redes comerciales se desarrollaban en respuesta al cambio social y económico de Asia y Europa6. Luego de la batalla de Trafalgar, en 1805, se impuso una especie de “Pax Britannica” global, gracias al abrumador dominio naval de dicha nación en las áreas donde la Marina Real decidía ejercer su considerable ventaja numérica. Así, después de Trafalgar, y en especial después de Waterloo, los súbditos británicos no solo gozaban de un mundo abierto sino que contaban además con la seguridad de llegar tranquilos a su destino, lo cual hizo que desde Londres, Bristol, Liverpool, Glasgow, Leith, Falmouth, Dublín y Belfast empezara a salir un barco tras otro con destino al mundo entero.
Uno de los hombres que abordó aquellas embarcaciones fue Thomas Murray, quien había nacido en algún lugar de Irlanda en 1796, del matrimonio de Eugene Murray y Mary Hill. De familia anglicana, miembro de la Iglesia protestante de Irlanda, recibió una buena educación y estudió griego y latín en la Universidad de Dublín7. Al igual que O’Leary, Murray se unió a la Legión Británica en Londres en 1818 y utilizó sus habilidades lingüísticas para obtener la posición de edecán de una figura importante, en este caso, el almirante José Padilla. Murray parece haber sido un administrador eficaz desde el comienzo y no atrajo gran atención hasta finales de la década de 1820. José María Samper comentaría después que Murray “era hombre de ideas muy liberales y muy adicto a los pueblos colombianos. Verdad es que solía pecar mortalmente por el lado de la galantería; pero toda su vida pública fue honrada y su espada de irlandés se hizo digna de la gloriosa patria adoptiva que ayudó a libertar”8. Este honorable, multilingüe y políticamente formado joven viajó a Suramérica en busca de aventuras y para luchar por la causa de la libertad.
Rupert Hand fue otro aventurero con un agudo sentido del honor. Nacido en el seno de una familia católica entre 1794 y 1796 en Dublín9, se unió a la Legión Británica en Londres en 1818, cuando tenía alrededor de 23 años. No sabemos nada acerca de lo que hizo antes de esa época y no existen registros de que haya prestado servicio militar en el ejército británico. Hand representa el ejemplo perfecto del joven irlandés católico que buscaba dar rienda suelta a sus talentos y ambiciones por fuera del imperio británico, y que por lo general se oponía a la injusta discriminación sufrida por su comunidad. En los siglos XVII y XVIII, muchos hombres como Hand se unieron al ejército español por esa misma razón. A lo largo de la vida de Hand, los aristocráticos gobiernos británicos hicieron pequeñas reformas igualitarias, principalmente la Emancipación Católica en 1829, la “Gran” ley de reforma de 1832 y la abolición de la esclavitud en 1834. No obstante, estos cambios resultaban demasiado lentos para un hombre impetuoso como Rupert Hand, siempre ávido de ascensos, respeto y aventura. Hand no hablaba ni una palabra de español cuando llegó a Venezuela y los sucesos posteriores sugieren que tenía menos inclinaciones intelectuales que Murray u O’Leary. Después de obtener el rango de capitán se le confiaron entre 1818 y 1820 pequeñas unidades de soldados que debía entrenar y disciplinar, y fue ahí donde desarrolló la reputación de ser un estricto defensor de las reglas y del rango, y alguien que no dudaba en recurrir a la violencia para lograr ese fin10.
Al igual que Rupert Hand, Richard Joseph Crofton viajó a Suramérica al verse enfrentado en su país a un panorama de oportunidades limitadas. Su hoja de servicios se ha perdido y solo podemos especular sobre su edad, si estaba casado o no y de dónde provenía. Su apellido sugiere que muy probablemente era protestante11. Algunas fuentes posteriores afirman que era irlandés, otras dicen que era inglés, una más afirma que anteriormente había sido cabo en el ejército británico12. La primera vez que aparece mencionado por una fuente histórica confiable en Colombia es en 1827, cuando se convirtió en uno de los seguidores más devotos de Bolívar y uno de sus aguerridos defensores. La falta de una historia previa documentada acerca de Crofton nos recuerda las limitaciones de nuestro enfoque: sencillamente no podemos saber de dónde salió.
Sobre Heinrich Lutzen hay más certezas. Nació en Hannover, en 1796, y fue entrenado por el ejército prusiano. Al igual que el exiliado bonapartista Castelli, la llegada de un alemán ...

Índice

  1. CUBIERTA
  2. PORTADILLA
  3. PORTADA
  4. CRÉDITOS
  5. DEDICATORIA
  6. CONTENIDO
  7. AGRADECIMIENTOS
  8. PRÓLOGO
  9. ABREVIATURAS
  10. NOTAS SOBRE EL ESTILO Y MAPAS
  11. PRINCIPALES PARTICIPANTES EN LA BATALLA DE EL SANTUARIO, 17 DE OCTUBRE DE 1829
  12. INTRODUCCIÓN
  13. CAPÍTULO 1 El mundo en revolución
  14. CAPÍTULO 2 La reducción del espectro: de lo global a lo local
  15. CAPÍTULO 3 La ruta hacia la guerra
  16. CAPÍTULO 4 La batalla de El Santuario
  17. CAPÍTULO 5 Contrarrevoluciones
  18. CAPÍTULO 6 Juicios y exilios
  19. CAPÍTULO 7 Consolidación nacional
  20. CAPÍTULO 8 Guerras y repatriaciones
  21. CAPÍTULO 9 Fin de las redes bolivarianas
  22. EPÍLOGO
  23. CONCLUSIONES
  24. BIBLIOGRAFÍA