A Chichú
“La esencia de la amistad
entusiasma de deseo
la sustancia de a mor”
(de “La amistad, el psicoanálisis
y sus alrededores”)
Prefacio I
Denominar “prefacio” a este texto alude sólo al lugar precedente que ocupa en relación con las otras páginas del libro. Pero dado que fue escrito con posterioridad a una detenida relectura de todas estas hojas, cuando ya habían dejado atrás su condición de borrador, es obvio que se trata de un epílogo. Un postescrito consecuente con una de las propuestas del libro, atento a relacionar los procederes críticos que pueden reconocerse en el psicoanálisis con los de la crítica literaria. Algo que adquiere relevancia si se considera el lugar importante que la escritura ocupa en el despliegue metapsicológico. Una escritura, que en tanto experiencia de descolocación y alteridad, constituye una fundamental oportunidad para que un analista pueda avanzar su propio conocimiento de sí mismo; actividad compleja, esta del propio análisis, que será uno de los ejes de este libro.
Freud inauguró esta oportunidad a pleno, haciendo de lo que llamó su autoanálisis, el que fue ocurriendo concomitantemente a la exploración de sus sueños, análisis propio. Proceder posible, en primer término, por obra de sus escritos teóricos, y no sólo los referidos a la actividad onírica.
La intención de cruzar ambos procederes críticos extrae del psicoanálisis, entre otras cosas, esa elemental curiosidad, tan afín a un psicoanalista cuando se muestra atento a lo que le va sucediendo en el curso de lo que se propone hacer, decir, escribir, obviamente analizar. Puede que en el transcurso de su intención o en el final lo sorprenda un resultado inesperado, distinto del que inicialmente se proponía.
De los procederes del crítico literario, este libro pretende reflejar aquella recomendación instrumental que Macherey denomina “fluctuación ambigua”. Se trata de una fluida movilidad entre el juicio crítico, aplicado a un texto o un fragmento de él, y la indagación de las condiciones contextuales o personales en las que el autor produjo su obra. Esta fluctuación también es propia de la clínica psicoanalítica, cuando contextuamos un fragmento, sintomático o no, con los indicios en que se produce.
Ambas cosas son tomadas en cuenta en la organización de este prefacio-epílogo.
Con la relectura global de los manuscritos, volví a experimentar el conocido sentimiento que me inducía a evaluarlos como demasiado apartados del propósito de teorizar mi práctica psicoanalítica con las instituciones. El resultado reflejaba más bien lo contrario al constituir una expresión de mi manera de ser psicoanalista, influenciada por mi práctica con las instituciones.
No se trata entonces de un libro que piensa lo institucional desde el psicoanálisis, sino de un trabajo que piensa el psicoanálisis desde la práctica con la numerosidad social.
A pesar de lo conocido de este sentimiento, no dejaba de constituir una cierta sorpresa. Pero en esta oportunidad –y tal vez influido por una actitud autocrítica, tan amalgamada con el propio análisis– pensé en el beneficio de llevar adelante una indagación acerca de las condiciones en que volvía a producirse este resultado. Logré merced a ello que no todo quedara, como en otras oportunidades, en mera tachadura censora de proyecto. Me animó en este propósito el poder experimentar, de modo más satisfactorio que en ocasiones anteriores, el intento de poner por escrito lo que creía entrever, a modo de fugaz entendimiento, durante mi trabajo en estos campos. Un entendimiento, en general, más fácil de expresar in situ que de reflejar en teorizaciones escritas. En mi caso, esto fue acuñando memoria aforística y sustituyendo textos editados.
Insisto en que esta no era una situación desconocida para mí. Suelo formularla, un tanto humorísticamente, con una pregunta que tiene algo de aforismo: “¿Cómo estar psicoanalista en una institución y no morir en la demanda?”, parafraseando el título de un libro: Cómo ser mujer y no morir en el intento (que confieso no haber leído, tal vez por no morir varón en el intento).
Esa pregunta en cierta forma insinúa la respuesta a través del empleo de “estar” –y no “ser”– psicoanalista, al sustituir además el original “no morir en el intento” por “no morir en la demanda”.
“Estar psicoanalista” aparece como una función ligada a la existencia o no de la demanda, y ahí toma relieve la importante cuestión de la pertinencia, habida cuenta de que con frecuencia un psicoanalista es convocado por una institución, o solamente tolerado, pero sin ser demandado en las funciones que le son propias.
En esta situación, el psicoanálisis circula, bajo la forma de propio análisis, sólo por la persona de ese analista, y quizás facilita la lectura de lo que ocurre en el campo, pero sobre todo de lo que a él le sucede. Este registro le hará factible componer una narración, como alternativa de interpretación, que diga de lo que ahí acontece sin decir a persona alguna, es decir, sin forzar con impertinencia una demanda que no existe.
Es posible, no obstante, que si todo queda reducido a este proceso, la situación tenga más efectos sobre el psicoanalista y su disciplina que logros psicoanalíticos sobre la institución.
A partir de lo dicho me propuse examinar en qué circunstancias y condiciones personales escribo este libro, algo fallido en el propósito, pero quizá más válido en los resultados. También me importa indagar por qué insisto en este tipo de actividad; casi una controvertida vocación.
Con respecto al propósito fallido y su posible validez, tomo en cuenta que una flecha interpretativa suele no dar en un blanco previsto, pero resulta de especial interés advertir aquello que resultó flechado. Esta era la manera como antiguamente los griegos definían el error, en términos de una flecha que había flechado otro blanco. Como un error de esa índole se me presentaban los borradores.
Lo anterior es un componente destacado de la vocación psicoanalítica que toma en cuenta cómo juega el azar cuando se intentan flechar las liebres del inconsciente, procurando no espantarlas, sobre todo con explicaciones.
Hablando de vocación, cabe decir que pese a ocuparme desde hace años de las instituciones, procurando sostener una postura psicoanalítica cuando ello corresponde, siempre encontré algo controvertida esta actividad, que por momentos parece más ajustada a un compromiso con la salud mental –al menos tal como la entiendo– que al deseo que mueve una vocación por el inconsciente. Mas, ¿cómo desconocer los controvertidos deseos inconscientes como factor decisivo en la producción de salud-enfermedad mental? En esto deben dialectizarse mi deseo y mi compromiso encaminando mi práctica social.
El solo hecho de decir “procurando sostenerme psicoanalista” expresa algo de ese sentimiento controvertido. En todo caso, también este resultado vocacional “inesperado” responde a circunstancias históricas personales y contextuales que lo produjeron.
En el curso del libro hago referencia a lo que podría llamar cierta fundación mítica de mi interés por las instituciones, ligado por ejemplo a Pichon Rivière y a la Experiencia Rosario, como también a algunas circunstancias políticas que me llevaron a dictar el primer seminario sobre instituciones y psicoanálisis que, al menos en mi conocimiento, haya ofrecido una universidad.
Esto que llamo una controvertida vocación no es ajena, además, a todo lo difícil que resulta compaginar metodológicamente un dispositivo clínico que pueda vérselas con los fenómenos transferenciales dados en la numerosidad social.
Lo cierto es que en muchas ocasiones escribí ponencias para congresos, conferencias, clases universitarias, fichas para seminarios o cátedras, algunas publicadas, la mayoría no. Textos de circunstancia, en el sentido de que lo fueron para esos eventos, escritos desde una perspectiva psicoanalítica, a veces lograda y otras bastante alejada de mi propósito.
Varias veces intenté escribir un libro sobre el psicoanálisis y las instituciones, instado por mis amigos y colegas, quienes llegaron a reprocharme el no hacerlo. Reproche que tal vez hago propio.
En el primer capítulo expreso la intención de partir de la crítica –más que literaria, ajustada a los procederes de esta disciplina–, tomando como objeto algunos de esos textos de circunstancia, como también los borradores de anteriores intentos.
Dilucidadas, merced a ese trabajo, algunas razones personales en torno a esta controvertida vocación, me fue más factible avanzar en el esclarecimiento de aquello que obstaculiza una narración teórica acerca del psicoanálisis y las instituciones.
Freud comentaba que los pacientes graves ayudaban a avanzar las teorizaciones metapsicológicas y clínicas. No siempre se puede defender esta postura, ya que en algunos casos sucede lo contrario, cuando la teoría opera como factor de agravamiento, por pretender sobreimprimirla sin evaluar clínicamente el tipo de resistencia que ofrece el paciente a un determinado abordaje psicoanalítico. Una resistencia que deja de ser esa importante figura de la clínica, a la postre, un obstáculo que indica por dónde avanzan el esclarecimiento y la cura.
La resistencia a la que me refiero es aquella que anula la posibilidad de una escucha como condición necesaria al análisis, dado que esta escucha no es condición suficiente si no hay quien la desee y la demande.
En estos casos, la buena práctica destaca el beneficio de no forzar arbitrariamente al que se muestra grave ni el proceder de la clínica. De hacerlo, es posible que el efecto iatrogénico alcance por igual a ambas partes.
Una situación semejante presentan con frecuencia los campos institucionales, cuando aparecen impermeables a un abordaje crítico, ya sea que este provenga del psicoanálisis o de otro punto de vista. Aquí lo grave puede tanto designar la magnitud de un conflicto como la fijeza de lo instituido, totalmente inmune a cualquier novedad instituyente, que configura una verdadera cultura monolítica o tan sólo una resignada mortificación, opuesta a todo lo que perturbe la paz sepulcral que la silencia.
Tanto con los pacientes graves como en esta impermeabilidad institucional, puede que la demanda sólo sea ajustada a una expectativa de cuidados y prestaciones más afines a la clínica de linaje médico, cosa distinta de la clínica psicoanalítica, que sí puede promover una vocación por el inconsciente. El analista deberá identificar este tipo de demanda y no forzar arbitrariamente el campo ni su metodología, podrá tener la oportunidad de comprobar, a su tiempo, una demanda afín a su cometido. Este será el resultado clínico de su actitud y no el fruto de alguna venta promocional.
Si volvemos a aquella formulación anterior acerca de no morir en la demanda, resulta claro que se muere –en realidad mueren la demanda y el quehacer pertinente del analista– cuando, por arbitrario forzamiento, aleja toda oportunidad de establecer un dispositivo equivalente a la neurosis de transferencia. En esta situación es probable que el analista quede atrapado administrativamente en las neurosis actuales.
Introduzco así una idea que me parece interesante, pero antes de considerarla quiero hacer un breve comentario acerca de la transferencia en las instituciones y su utilidad clínica. Lo habitual es que aun en experiencias institucionales, psicoanalíticamente logradas, no se establezca un dispositivo transferencial demasiado explícito. Acontece, sí, un íntimo proceso, en la privacidad de cada sujeto, de hecho contextuado institucionalmente.
Ese íntimo proceso, posible de ocurrir en cada sujeto, o al menos en aquellos sensibles a aquel “decir (del analista) de lo que acontece, sin decir a persona en particular”, también puede promover el propio análisis, el mismo que atraviesa al analista convocado sin demanda interpretativa.
Desde esta perspectiva, y de una manera general, tiendo a visualizar esta práctica como “psicoanálisis crítico de las ‘masas’ ...