La literatura como oficio. Colombia 1930-1946
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La literatura como oficio. Colombia 1930-1946

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La literatura como oficio. Colombia 1930-1946

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En este libro se estudia a un grupo de escritores colombianos del periodo 1930-1946, unidos no solo por el oficio de la literatura, sino por su relación con la política partidista: además de escribir novelas, ensayos y poesías, y también otros géneros, estos escritores estuvieron por lo general ligados a los dos partidos dominantes de la época, el Liberal y el Conservador. Esta investigación espera contribuir al conocimiento del oficio de escritor en Colombia durante la primera mitad del siglo XX, sin perder de vista las características y condiciones específicas de su oficio.

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Información

Año
2020
ISBN
9789585590397
Edición
1
Categoría
Filología

Capítulo 1

Perspectivas teóricas y metodológicas


Los escritores como grupo social

¿Cómo estudiar a un conjunto de escritores como grupo social? ¿Bajo qué condiciones sería posible clasificarlos de esta manera? Según Brubaker (2004), disciplinas académicas como la sociología, la antropología o la ciencia política han tendido a usar el concepto de grupo como si este no necesitara ninguna aclaración, una tendencia que el autor denomina “grupismo” (groupism) y que resume como sigue: “[El grupismo consiste en] asumir que la vida social está compuesta por grupos separados y delimitados, que estos grupos son los principales protagonistas de los conflictos sociales, así como las unidades fundamentales del análisis social” (Brubaker, 2004, p. 8 [traducción propia]). Brubaker elabora una lista de temas a los que suelen dedicarse las ciencias sociales y en cuyo estudio predomina el grupismo: estudios sobre identidad cultural, acción colectiva, etnicidad, religión, entre otros (2004a, p. 8). Al hablar, por ejemplo, de judíos y palestinos en Israel, o de blancos, negros e hispanos en los Estados Unidos, o, como en este caso, de escritores colombianos de la primera mitad del siglo XX, el grupismo asume que se trata de grupos “internamente homogéneos y externamente delimitados, incluso actores colectivos unitarios con propósitos comunes” (Brubaker, 2004, p. 8 [traducción propia]). Contra esta manera de ver las cosas, Brubaker ha señalado que, si bien los científicos sociales deben tener en cuenta las categorías vernáculas de los actores, como en el caso de conflictos étnicos, raciales o nacionales, donde los participantes suelen representar el conflicto en términos “grupistas” o “esencialistas”, esto no significa, sin embargo, que deban adoptar categorías de la práctica política como categorías del análisis social; según Brubaker (apoyándose en este punto en Bourdieu), debemos recordar que, en las luchas sociales, las declaraciones de los participantes tienen a menudo un carácter performativo:
Al invocar grupos, buscan evocarlos, convocarlos, darles existencia. Sus categorías son para hacer –diseñadas para agitar, convocar, justificar, movilizar, encender y energizar–. Al reificar a los grupos, al tratarlos como cosas sustantivas en-el-mundo, los líderes etnopolíticos pueden, como señala Bourdieu, “contribuir a producir lo que aparentemente describen o designan” (Brubaker, 2004, p. 10 [traducción propia; cursivas en el original]).
En lugar, entonces, de tomar el grupo como categoría analítica básica, Brubaker propone un enfoque centrado en los procesos de constitución de los grupos e introduce para tal fin el concepto de groupness, que podría traducirse como “agrupamiento”, es decir, como la capacidad fluctuante y contextualmente determinada de los actores sociales de atravesar por fases de cohesión y solidaridad colectiva.
Brubaker introduce además una diferencia clave entre grupoycategoría:
Mucho de lo que se dice sobre grupos étnicos, raciales o nacionales se ve oscurecido por la incapacidad de distinguir entre grupos y categorías. Si por “grupo” nos referimos a un colectivo mutuamente interactivo y orientado, con fronteras claras, sentido de solidaridad, identidad colectiva y capacidad de acción concertada, o incluso si adoptamos un punto de vista menos exigente sobre los “grupos”, debería quedar claro que una categoría no es un grupo. Es, en el mejor de los casos, una base potencial para la formación-de-grupos o “agrupamiento” (Brubaker, 2004, p. 12).
Si bien estas reflexiones de Brubaker provienen sobre todo de sus trabajos sobre raza, etnicidad y, recientemente, género, son útiles también para los fines de mi investigación. En primer lugar, al hablar de los escritores como grupo social, no he dado por sentado que los escritores que constituyen la base de mi investigación formaron un colectivo “mutuamente interactivo y orientado, con fronteras claras, sentido de solidaridad, identidad colectiva y capacidad de acción concertada”; al contrario, y basado en la evidencia reunida, sostengo que la categoría de escritor, como categoría referida a una actividad u oficio intelectual, sirvió de base para que un conjunto de hombres, que compartían la escritura literaria y el deseo de reconocimiento de ese oficio (y, algunos de ellos, ideales sociales colectivos y vínculos partidistas), invocaran la presencia, en la sociedad colombiana de las décadas de 1930 y 1940, de una figura, la del escritor, que luchaba por establecerse y ser reconocida material y simbólicamente. Cuando, desde las páginas de la prensa literaria, los escritores invocaban la figura del escritor colombiano o hablaban en nombre de “los escritores colombianos” como colectivo social, estaban, pues, evocándolos, convocándolos, dándoles una existencia común. Esta invocación de una existencia común hacía posible, y también plausible, su reclamo de mejores “condiciones de existencia” (ver el capítulo IV: “Los escritores se quejan”).
En segundo lugar, los escritores colombianos a los que me refiero en estas páginas no estaban reunidos en ningún tipo de organización formal; no tenían una existencia discreta, fronteras claras, coherencia o intereses y agencia concertados, características que se atribuyen a los grupos, pero que caracterizan mejor a las organizaciones (Brubaker, 2004, p. 15). No sostengo, pues, que los escritores sobre los que trato en este estudio hayan formado un grupo social sustantivo y homogéneo, pero sí afirmo y trato de demostrar que compartieron unas condiciones materiales y unos principios de visión y división del mundo que están en la base de su particular construcción de la figura del escritor y de los escritores como un colectivo social. Un trabajo de construcción/ representación que llevaron a cabo, de manera muy notable, en la prensa literaria, y cuyo resultado no fue una acción colectiva visible, agrupamiento o agremiación, sino una “conciencia profesional” creciente, expresada, por ejemplo, en el reclamo (y la legitimación) de la retribución económica del trabajo literario/intelectual.
También la sociología de Pierre Bourdieu (1985; 2001b) permite construir un enfoque no esencialista de los grupos sociales. En particular, resulta pertinente la diferencia que el sociólogo francés establece entre la existencia “teórica” y la existencia “práctica” de los grupos. Según Bourdieu, esta propuesta se basa en una serie de rupturas con la teoría marxista, entre las cuales las más importantes serían:
[la] ruptura con la tendencia a privilegiar sustancias –es decir, los grupos reales, cuyo número, límites, miembros, etc., uno pretende definir– a expensas de las relaciones; y con la ilusión intelectual que lleva a considerar la clase teórica, construida por el sociólogo, como clase real, un grupo movilizado efectivamente (Bourdieu, 1985, p. 723 [traducción propia; cursivas en el original]).
Estas rupturas no niegan que, según un conjunto de propiedades comunes –origen social, educación, edad, ocupación, oficio, etc.–, un investigador pueda construir grupos analíticamente. Pero, en lugar de identificar “grupos homogéneos de individuos diferenciados”, se trata, según Bourdieu, de identificar un “espacio social de diferencias”, es decir, un espacio estructurado según distintos principios de diferenciación (Bourdieu, 2001, p. 104). Desde este punto de vista, que el autor llama “realismo de la relación”, lo real de los grupos sociales ya no se concibe como sustancia, sino como relación.
[Los grupos sociales] construidos pueden ser caracterizados en cierto modo como conjuntos de agentes que, por el hecho de ocupar posiciones similares en el espacio social (…), están sujetos a similares condiciones de existencia y factores condicionantes y, como resultado, están dotados de disposiciones similares que les llevan a desarrollar prácticas similares (Bourdieu, 2001, p. 110).
Los grupos sociales pueden alcanzar una existencia “práctica” como grupos “efectivamente movilizados”, el equivalente de lo que Brubaker llama groupness. Sin embargo, si bien hay coincidencias entre ambos autores, Brubaker parece conceder más importancia a la tarea de construcción simbólica de los grupos sociales, pues, aunque no niega que un principio de formación de los grupos sea el hecho de que los agentes compartan “posiciones similares en el espacio social” y “estén sujetos a similares condiciones de existencia y factores condicionantes”, admite que, en algunos casos, pueden actuar como grupo actores no necesariamente próximos en el espacio social, mientras que otros que sí lo están pueden exhibir una variedad de prácticas difícilmente comprensibles por medio de una categoría abarcadora como la de clase social, que, según Brubaker (1985), es la categoría más abarcadora para Bourdieu.
En todo caso, Bourdieu resalta que los grupos “son [también] construcciones simbólicas orientadas por la búsqueda de intereses individuales y colectivos (y, sobre todo, por la búsqueda de los intereses específicos de sus portavoces)” (Bourdieu, 2001, p. 116). De esta manera, si un investigador se dedica al estudio de un grupo social (llámese clase, partido, comunidad, o, como en este caso, escritores),
debe ser tenido en cuenta el trabajo simbólico de fabricación de grupos, de elaboración de grupos. Es a través de ese trabajo de representación sin fin (…) como los agentes sociales tratan de imponer su visión del mundo o la visión de su propia posición en ese mundo, y de definir su propia identidad (Bourdieu, 2001, p. 118).
Desde luego, es posible establecer relaciones entre la posición de los agentes en el espacio social y el trabajo simbólico mediante el cual buscan imponer su visión del mundo; sin embargo, no es posible determinar esas relaciones a priori, como en la conocida lógica del reflejo: a tal grupo, dadas tales propiedades –pensadas no como principios relacionales de diferenciación, sino como atributos esenciales– corresponde necesariamente tal visión del mundo. Como alternativa, está la noción bourdieuana de punto de vista: “el punto de vista es una perspectiva, una visión subjetiva parcial (momento subjetivista); pero es al mismo tiempo un panorama, tomado desde un punto, desde una posición determinada en un espacio social objetivo (momento objetivista)” (Bourdieu, 2001, p. 102).
Según el enfoque derivado de Brubaker y Bourdieu, es falso, pues, suponer que los grupos construidos analíticamente son grupos “efectivamente movilizados”. Asimismo, sería falso suponer que los grupos invocados por quienes se declaran o son elegidos como sus representantes son entidades discretas compuestas por individuos homogéneos (grupos sustantivos, unitarios, portadores de unos intereses objetivos determinados por fuera de todo proceso y contexto social).
A partir de estas consideraciones, en este trabajo me he propuesto estudiar a los escritores colombianos de las décadas de 1930 y 1940 como grupo social. Para hacerlo, en el capítulo III (“La República de las Letras en cifras”) construyo analíticamente, basado en información biográfica, los contornos de la “población literaria” en Colombia durante la República Liberal. Después, en el capítulo IV (“Los escritores se quejan”), describo el “trabajo” de construcción de la figura del escritor y de los escritores como un colectivo social; un trabajo realizado por escritores individuales que, desde la prensa literaria, “hablaron” en nombre de esta figura, invocándola, y en nombre de este colectivo, designándolo, es decir, llamándolo a la identificación (Brubaker, 2004). Un trabajo que fue, entre otras cosas, un intento por difundir y legitimar un punto de vista (una visión de las cosas) acerca de la situación social de los escritores hacia mediados del siglo XX.18

Figuras del escritor

Para la historia literaria tradicional, la biografía ha sido un género común a la hora de estudiar a los escritores. Aunque algunas biografías logran muy bien el objetivo de narrar la vida de sus protagonistas, incluso en un marco amplio de problemas históricos y sociológicos, otras ceden con frecuencia a la “ilusión biográfica”, es decir, a la idea de que la vida de un individuo es una sucesión coherente de acontecimientos, cuyo sentido, además, coincide con el relato que el individuo hace de sí mismo (Bourdieu, 1999).
Como ha señalado el historiador Robert Darnton,
a pesar de la proliferación de biografías de grandes escritores, las condiciones fundamentales de la autoría siguen siendo oscuras en la mayor parte de las etapas de la historia. ¿En qué momento los escritores se liberaron del mecenazgo de la acaudalada nobleza y del Estado para vivir de su pluma? ¿Cuál era la naturaleza de una carrera literaria y cómo se seguía? ¿Cómo lidiaban los escritores con editores, impresores, libreros, críticos y entre sí? Hasta que no se conteste a estas preguntas no comprenderemos cabalmente el proceso de transmisión de los textos (Darnton, 2010, p. 134).19
En el caso colombiano, el diagnóstico anterior es preciso: las condiciones básicas de lo que significa ser un autor o un escritor son desconocidas en la mayor parte de periodos históricos.
Uno de los objetivos que ha dado forma a este libro consiste en hacer una sociología de la figura del escritor durante la República Liberal, y, de esta manera, contribuir al conocimiento de las condiciones básicas y del significado de ser un escritor en un periodo histórico específico. Esta sociología centrada en la figura del escritor puede implicar, sin embargo, algunas críticas. Por ejemplo, la de dejar por fuera las obras literarias. Se escribe la historia de los escritores, de sus relaciones y conflictos, pero no se dice nada acerca de lo que escribieron. Bénichou afirma:
No es falso que el escollo de la crítica sociológica, lo que la hace literariamente peligrosa, sea la dificultad de conservar, en los esquemas a los que debe necesariamente conducir, la vida propia de las obras, tal como la sienten autores y lectores. Esta vida irremplazable corre el peligro de estar ausente de las fórmulas por las cuales pretende el análisis histórico expresar lo esencial (2006, pp. 431-432).
Otra posible crítica a una sociología literaria consiste en que esta convierta las obras en el reflejo de su época, de los intereses de clase del escritor o de alguna forma de espíritu individual o colectivo. A esto, precisamente, se ha referido Gombrich al escribir:
Cuando recomendamos la inclusión de la literatura en el programa de estudios, porque las obras literarias reflejan de forma tan perfecta su época, deberíamos añadir también que, igual que los espejos, reflejarán hechos diferentes sobre la época según el ángulo desde el que los observemos, o el punto de vista que adoptemos, por no citar la fastidiosa tendencia de los espejos a devolvernos nuestra propia imagen (Gombrich, 2004, p. 99 [cursivas añadidas]).20
La idea de que la literatura “refleja de forma perfecta su época” ha sido común en las ciencias sociales. Quienes hacen este tipo de uso documental de la literatura creen que ella mantiene una relación transparente con la realidad (Silva, 2007). Una novela sobre los desposeídos será aceptada como el espejo de su vida; una novela sobre el rock, la salsa y los jóvenes será el retrato de una generación; una novela cuyo escenario es la ciudad será, a priori, la mejor fuente para escribir su historia. En muchos casos, como sugiere Gombrich, el reflejo no devuelve más que nuestros preconceptos.21
La historia y la sociología de la literatura pueden ser la historia y la sociología de un oficio, de sus practicantes, relaciones y creaciones, y tratar al mismo tiempo de mantener una actitud más prudente frente esa difícil cuestión que es la de los vínculos entre literatura y sociedad. Esta perspectiva se acerca de manera muy estimulante a otras formas de hacer historia (por ejemplo, la historia del libro, la lectura y la ...

Índice

  1. Portada
  2. Título de la Página
  3. Página de derechos reservados
  4. Tabla de Contenido
  5. Agradecimientos
  6. Introducción
  7. Capítulo 1: Perspectivas teóricas y metodológicas
  8. Capítulo 2: Balance de estudios previos
  9. Capítulo 3: La República de las Letras en cifras
  10. Capítulo 4: Los escritores se quejan
  11. Capítulo 5: Edición y consagración: el caso de José A. Osorio Lizarazo
  12. Capítulo 6: Cómo abrirse paso en la República de las Letras
  13. Capítulo 7: El escritor representado
  14. Conclusiones
  15. Bibliografía
  16. Anexos
  17. Sobre el autor
  18. Índice temático