Enseña a tus hijos a digerir las emociones
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Enseña a tus hijos a digerir las emociones

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Enseña a tus hijos a digerir las emociones

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Índice
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Información del libro

Ira, frustración, miedo, tristeza, ansiedad, estrés…, las emociones forman parte de la vida familiar, afectando tanto a los niños como a los adultos. Es tarea de los padres intentar favorecer el bienestar de los hijos, y también el de ellos mismos, propiciando un entorno emocionalmente saludable donde puedan crecer felices y prepararse para la vida adulta.A partir de su larga experiencia como psicóloga y psicoterapeuta, la autora nos sumerge en las páginas de este libro en el universo de las emociones y en el concepto de la digestión emocional, que nos ayudarán a entender y encauzar adecuadamente las necesidades emocionales de nuestros hijos, y las nuestras como padres, mejorando así la calidad de vida de toda la familia.

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Información

Editorial
Plataforma
Año
2020
ISBN
9788418285066

PARTE II

6. Digestión emocional y cuerpo físico

La psicología y el cuerpo físico

Digerir las emociones en la vida real, en el cuerpo físico, el cuerpo mental y el emocional, nos afecta tanto si somos pequeños como grandes en nuestro cuerpo, en nuestras relaciones de intimidad y también en nuestra adaptación a los cambios y a las pérdidas.
Es sabido que las emociones afectan al cuerpo físico. Todos hemos experimentado situaciones en las que la emoción nos ha hecho sudar, contraer los músculos o sonrojarnos, e incluso nos ha provocado dolor de cabeza o de estómago.
En mayor o menor medida, todos somos conscientes de que no terminar el proceso de digestión emocional afecta a nuestro organismo. En ocasiones, desde la medicina, incluso a veces desde la psicología, se banaliza el hecho de que las enfermedades físicas tengan un importante sustrato emocional y mental. Cuando hablas de ello se hace necesario documentarlo hasta el infinito para no caer en el llamado mundo de las pseudociencias. Al menos, así lo he vivido yo, empezando por el día que comuniqué en casa que quería estudiar Psicología.
Para mi padre, la psicología era una pseudociencia, y me dijo que estudiase algo más serio. Supongo que en su opinión influía el hecho de que mi padre es médico, y que todo su linaje familiar estuviera conformado por una saga entregada a la ciencia compuesta por médicos y farmacéuticos.
Con veintidós años empecé a trabajar en un centro de Atención Temprana, y fue ahí cuando mi padre comenzó a interesarse por mi profesión y mi carrera. No tardó en disculparse y explicarme que, cuando me dijo aquello, desconocía las posibilidades y la realidad de la psicología. Desde entonces siempre se ha interesado por mi trabajo, e incluso ha llegado a presidir Funvida, la mesa de la «I Jornada de Duelo» que hicimos en el hospital Joan XXIII de Tarragona. En su discurso abogaba por el papel de los psicólogos en situaciones cotidianas del día a día hospitalario. Yo viví sus palabras como un reconocimiento a mi persona.
Volviendo a la relación entre la emoción y el cuerpo físico, en este capítulo veremos aspectos clave en la relación cuerpo/emoción:
  • Asociación entre emoción y función de órgano, desde las disciplinas orientales.
  • Cómo afecta el estrés al sistema nervioso y al resto de los sistemas.
  • Asociación de los tipos de personalidad y enfermedad física.

El estrés y el mito del «tiempo de calidad»

Hablar de estrés se ha convertido en un comodín para referirnos popularmente a todo tipo de emociones no digeridas. Cuando estudié la carrera, allá por la década de 1990, nos decían que el estrés es la sensación, real o imaginada, de no tener tiempo de hacer lo que tienes o quieres hacer. La ansiedad, por su parte, se definía entonces como la sensación de miedo difuso o a algo más o menos concreto; conforme se va concretando más ese miedo, nos vamos acercando a las fobias.
Seguro que a todos nos resultan familiares frases como estas: «No tengo tiempo…», «Si tuviera tiempo…», «El día debería tener diez horas más». Entre amigos, en el autobús, en la oficina o en una cafetería. Estoy segura de que a lo largo del día las escuchamos o las pronunciamos más de una vez.
Te propongo que estés atento y pongas conciencia para comprobar si estamos expuestos a esta especie de «mantra de la nueva era» que forma parte de nuestro ruido, ya sea interno o externo. Si es así, el simple hecho de estar bajo esa vibración ya es un potenciador del estrés, y esto es así porque, como hemos dicho, el estrés es la sensación, real o imaginada, de «no tener tiempo» de hacer algo.
Como padres del siglo XXI, nos han vendido la idea de que a nuestros hijos basta con darles «tiempo de calidad»: es un modo de poner un parche a la culpa que sentimos por no estar presentes en su día a día.
Bajo esta idea, es frecuente que nuestros hijos perciban un desequilibrio en el juego de nuestra presencia y ausencia como padres. No estamos durante largas jornadas y, cuando estamos, lo hacemos en exceso, sin dejar espacio y controlando. Además, muchas veces estamos sin querer estar, porque esa imposición masiva de que «ahora toca niños» hace que no resulte algo fluido y natural, y donde el niño tal vez no responda como deseamos porque, sencillamente, puede darse el caso de que ahora sea él quien no quiera estar, o esté de un modo tan absorbente que nos den ganas de salir corriendo.
Tenemos que recuperar el equilibrio entre estar/no estar. Es un arte que nos resultará básico para transitar desde la infancia hasta la adolescencia de nuestros hijos sin caer en el control o la permisividad total.
Tampoco podemos obviar el marco social en el que transcurre nuestro día a día: vivimos en una sociedad con marcada tendencia a la inmediatez, a la eficacia, a la acción, a los resultados. Más aún cuando vivimos en una gran ciudad.
Actualmente se aceleran cada día los ritmos y procesos naturales, y ello hace que el ritmo de vida cotidiano no facilite los tiempos que la digestión de las emociones requiere. Por poner un ejemplo, en el trabajo te dan los mismos días libres por mudanza que por la muerte de un familiar de primer grado. Se da una respuesta al tiempo físico que ocupa el tanatorio y posterior entierro y, con suerte, el que se precisa para hacer algún trámite legal, pero no se da tiempo para asumir los procesos del duelo y sí, en cambio, son infinitos los cursos y las fórmulas que se ofrecen para la gestión del tiempo en el trabajo, de manera que multinacionales y grandes empresas destinan recursos para que sus empleados se formen en el arte de aumentar su nivel de eficacia y productividad. Sin duda el tiempo es oro, ¿verdad?
Pero el tiempo, más que oro, es finito. Y debemos aceptar la realidad de lo finito y, también, que nuestra condición física es igualmente finita. El tiempo es VIDA.
La mejor manera de ser eficaz en la gestión del tiempo es estar presente y ser realista.

Requisitos para estar presente

Hoy en día, casi todo el mundo ha oído hablar de la atención plena con el mindfulness. Estar presente implica estar alineado con cuerpo, mente y emoción. Es un círculo que se retroalimenta: si estoy presente, la mente no divaga ni se dispersa en viajes al futuro o al pasado.
La mente, por su naturaleza, bombea pensamientos como el corazón bombea sangre. No es malo pensar del mismo modo que ya hemos visto que las emociones no son malas en sí mismas. Como dice el dicho: «La dosis hace el veneno». Lo que sí puede resultar negativo es ceder el poder a la mente. Cuando la mente toma el poder, hay un desequilibrio entre cuerpo físico, mental y emocional. Eso provoca que las emociones, nutridas por los pensamientos, se disparen. Ellas también quieren el timón del barco.
Uno debe liderarse a sí mismo, y ese liderazgo le corresponde a nuestra esencia, al alma, al ser. Si nuestra esencia no asume la capitanía del barco, la mente y las emociones se disputarán el liderazgo, pugnando entre ellas para tomar las riendas, retroalimentándose las unas a las otras y dejando al cuerpo físico agotado y sin energía. Al final ello nos conduce al caos.
Desde Oriente se tiene una concepción más holística e integradora del ser humano. La medicina oriental, desde disciplinas muy diversas, asocia las emociones básicas a funciones de órgano y meridianos:
  • Miedo → musculatura, aparato genitourinario y oídos;
  • Ira → vesícula biliar, hígado y vista;
  • Preocupación → estómago, bazo y páncreas;
  • Estrés → corazón e intestino delgado;
  • Tristeza → pulmón e intestino grueso.
Si atendemos a nuestro refranero popular, observaremos también cómo en Occidente, en nuestro propio país, se aprecian asociaciones similares, con dichos que de manera intuitiva e inconsciente evocan una asociación similar:
  • «Fulanito me pone del hígado»,
  • «Tengo el hígado encebollado»,
  • «Estaba tan enfadado que parecía que se le iba a salir la bilis por la boca»,
  • «Más vale ponerse una vez colorado que cien amarillo»,
  • «Tengo el corazón en un puño»,
  • «Se me hizo un nudo en la garganta»,
  • «Siento mariposas en el estómago»,
  • «Me meo de risa»,
  • «Te cagas de miedo».
Sí, en efecto: si no digiero, recurro al cuerpo y a funciones fisiológicas.
Para digerir emociones, como ya hemos visto, entran en juego la respiración y la palabra.
  • La respiración nos ancla al presente, a la vez que nos ayuda al buen funciona...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Prólogo, de Pilar Jericó
  5. Presentación
  6. PARTE I
  7. PARTE II
  8. PARTE III
  9. Conclusiones
  10. Agradecimientos
  11. Notas
  12. Colofón