Enseñanza de la ética profesional y su transversalidad en el currículo universitario
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Enseñanza de la ética profesional y su transversalidad en el currículo universitario

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Enseñanza de la ética profesional y su transversalidad en el currículo universitario

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En Enseñanza de la ética profesional y su transversalidad en el currículo universitario, se propone aportar algunos elementos conceptuales, ciertos puntos de vista teóricos y una experiencia pedagógica sobre la enseñanza de la ética profesional, con el fin de aportar y ayudar a enriquecer un debate, en la medida de nuestras posibilidades, que ya está inserto en la sociedad colombiana y en otras latitudes [Jerónimo Botero Marino].Al lector la siguiente recomendación: lea esta obra, no contiene fórmulas imperecederas para conducir el ejercicio profesional; pero sí nos presenta la actividad real y un balance que nos permitirá preguntarnos qué podemos mejorar y qué hacemos bien en nuestros propios espacios de trabajo. Al fin y al cabo, todo sujeto es actividad y debe evaluar si los efectos de sus acciones contribuyen a la concordia social. Ese ejercicio deliberativo hoy se hace más urgente, pues las malas prácticas han horadado la confianza en nuestras instituciones latinoamericanas y un trabajo como este siempre será un aporte y un acicate para perfeccionar la manera en que nos conducimos en la vida social [Cristian Andrés Tejeda Gómez]

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Información

Año
2020
ISBN
9789585590212

[ Parte 1 ]



La ética en la Universidad Icesi

[ Capítulo 1 ]

¿Qué entendemos por ética y por ética profesional?


¿Qué es la ética?

Míresela por donde se la mire, la ética es siempre una actividad. Y es de sumo interés pensarla así y propender a que los jóvenes la asuman de ese modo; sobre todo en un contexto, en donde el triunfo del relativismo epistémico y cultural, aunado a un modo específico de cientificidad (Appiah, 2007a: 41-62), ha conducido a las personas a asociar la ética con lo abstracto, lo ideal, con aquello sobre lo que no es posible encontrar certezas, verdades, acuerdos; o, simplemente, con la obediencia debida a un conjunto de normas o códigos de carácter formal pero de espaldas a los verdaderos intereses y valoraciones de las personas. Es decir, con algo, para parafrasear una expresión de Kant, valioso en teoría, pero sin utilidad en la práctica (Kant, 2006). Pues bien, la ética no tiene nada que ver con este prejuicio generalizado, que transcurre en la sociedad y en la academia al día de hoy. Muy al contrario, se trata de una praxis de naturaleza transversal a los distintos ámbitos de la existencia humana y, por eso mismo, valiosa en sí misma, como en los efectos que pueda tener en la vida de quienes la ejercen: sobre todo si se la practica bien.
Como actividad la ética es, entonces, un hacer algo, que se constituye desde una relación de conocimiento e ignorancia sobre el saber acerca de ese algo y el mejor modo de hacerlo. Lo que quiere decir que la ética es un tipo de actividad que involucra la búsqueda del bien, como perfeccionamiento de la actividad misma y de quien la practica. Pero, por sobre todo, del bien humano y de su realización. En este sentido la ética es, por decirlo así, la más humana de todas las actividades humanas. Y lo es porque ella es el punto de partida de la búsqueda de todos los tipos de bien que el ser humano se propone realizar en su vida. Y la actividad que, en lo profundo, orienta la búsqueda de esos otros bienes y su sentido en la vida individual y social de las personas.
Esto último le atribuye a la ética un carácter eminentemente normativo. Es decir, de perfeccionamiento. Lo que explica la clase de preguntas que están en el origen de este tipo de actividad: ¿qué es lo bueno?, ¿en qué consiste una vida buena?, ¿cómo hemos de vivir?, ¿cómo podemos ser buenos?, ¿cómo podemos ser felices?, ¿qué define una vida bien vivida? (Williams, 1985: 1-21). En síntesis, se trata de la pregunta por el mejor tipo de vida que podamos llevar. Dicho así, en el sentido más estructural o primario la ética es una actividad que consiste en una indagación -que podría darse en distintos niveles- sobre lo que Ronald Dworkin llamó “convicciones acerca de qué tipos de vida son buenos o malos para una persona” (2000: 485). Y, en un sentido más amplio o extensivo, es una actividad que consiste en una indagación -que podría darse en distintos niveles- sobre los roles sociales (públicos o privados) que las personas asumen, en los que ellas se inscriben o, en últimas, en los que son inscritas: cosas como qué es ser “buen padre”, “buen amigo”, “buen ciudadano” o un “buen profesional” (Sacanlon, 1998: 172). Y que podría incluir lo que hoy en día se denominan identidades –géneros y orientaciones sexuales, etnias y nacionalidades–, dado que estos roles identitarios “hacen reclamos éticos porque llevamos nuestra vida como hombres y como mujeres, como homosexuales o heterosexuales, como ghaneses y como estadounidenses, como negros y como blancos” (Appiah, 2007b: 20).
Para servirnos de una clasificación de Kwame Appiah, sostenemos, entonces, que en su sentido más estructural o primario, el de las preguntas por el ámbito de la vida buena o sobre los tipos de vida que son buenos o malos para una persona, la ética tiene un área de actividad en lo que aquí denominamos el campo de la realización ética; y que, en su sentido más amplio o extensivo la ética tiene otra área de actividad, el de las exigencias éticas devenida de las identidades o roles sociales (públicos o privados), en lo que aquí denominamos el campo de la obligación moral (Appiah, 2007b: 20). Sin perder de vista esta clasificación, en lo que sigue de este apartado, vamos mostrar y analizar los distintos niveles de indagación en los que se mueve la ética como actividad.

La ética y la investigación sobre la moral

El nacimiento de las ciencias sociales, de finales del siglo XVIII y principios del XIX (Oliverio, 2015: VII), significó la apertura de un espacio de competencia para la filosofía en relación con la indagación sobre la moral. Y, de paso, la aparición de un nuevo énfasis en la comprensión del fenómeno, en la forma de investigarlo y en el modo de preguntarse sobre él. Esto en razón de que la filosofía, en términos históricos, fue la primera disciplina en ocuparse del estudio de la moral; por obvias razones, entonces, su estilo inquisitivo fue dominante en muchos siglos, y sigue alternando con el de las actuales ciencias sociales.
En este cruce de caminos en la indagación sobre la moral es en donde se puede ubicar con más evidencia lo que Giusti ha llamado la “permanente y también actual confusión” (2010: 6), para muchas personas, entre lo que se denomina ética y moral. En primera instancia, es decir, en términos de su origen histórico en la antigüedad clásica, ética y moral son términos etimológicamente equivalentes. El término griego ἦθος –léase “ethos”–, que en castellano ha sido su correspondiente ética, hace referencia a las “costumbres”, a un “sistema de costumbres”, o a un conjunto de creencias, valores y prácticas que guían las acciones humanas. El termino griego ἔθος –léase “êthos”– que en castellano ha sido su correspondiente carácter, hace referencia a la personalidad moral, es decir, al tipo de persona que las costumbres pueden llegar a moldear o a imprimir en alguien, los rasgos de su personalidad, sus actitudes o hábitos. El término latino, que usaban los romanos de la antigüedad, Mor o mor(es), que en castellano ha tenido como término correspondiente moral, es simplemente la traducción del griego antiguo al latín de la palabra ἦθος.
Por un elemento de carácter cultural entre estos dos pueblos, el griego y el romano, podemos encontrar un mínimo acento diferenciador, imperceptible para los ojos no entrenados en los clásicos antiguos y con pocos efectos para la equivalencia entre las dos palabras, entre lo que el griego entiende por ἦθος y lo que el romano traduce por mor o mor(es). Lo que en su momento los antiguos griegos denominaron ética (ἦθος) hacía referencia a los usos y las costumbres, o sea al conjunto de normas, creencias, valores y prácticas de una comunidad que guían sus modos de obrar, de forma individual y colectiva. Pero más básicamente a la capacidad que los seres humanos tenemos de pensar, de forma consciente y crítica, sobre lo que hacemos o hemos de hacer en relación con los usos, las costumbres y nuestros propios intereses, valoraciones y preferencias en aras de realizar el bien para sí mismos o para los demás. Es decir, eso que el griego llamó razonamiento práctico, que no solo son los usos y costumbres, sino lo que mejor puede guiar nuestro actuar en relación con ese orden moral constituido y que no está desconectado, para nada, de nuestra parte emotiva y sensible. Eso que es como la corona de la costumbre es lo que el griego llamó preferentemente ética; es decir, cierta capacidad de pensar, distinta a otras formas de pensar,1 que tiene por objeto privilegiado el obrar en relación con lo más humano en nosotros, o con lo que nos constituye en humanos: ser seres sociales, más que ningún otro, y por antonomasia seres políticos o, lo que es lo mismo, seres prácticos –de lo que no es capaz otro animal. Así lo dejó consignado, por lo menos, Aristóteles en una de sus obras, “[…] y esto es lo propio de los humanos frente a los demás animales: poseer, de modo exclusivo, el sentido de lo bueno y de lo malo, lo justo y lo injusto, y las demás apreciaciones” (1993: 44).
En escritores y pensadores romanos como Cicerón (1998), Tito Livio (1998), Lucrecio (1995), entre otros, la palabra moral apunta a designar ante todo a las “costumbres” en el sentido del orden moral constituido por los padres fundadores y mantenido generación tras generación en sus principios básicos, lo que arrastra consigo el peso de la identidad comunitaria del romano, la idea de la romanidad. Eso no niega que en esa expresión está contenida la idea del razonamiento moral, como pensamiento crítico; pero en la idea romana de moral parece ir por delante, por su talante pragmático que no práctico, el apego a sus “costumbres” como un ideal de vida ya realizado en el proceso histórico de su comunidad política. La diferencia, entonces, imperceptible y de insignificantes efectos para la equivalencia de los términos, estriba en que la noción de moral de los romanos implica un talante bastante tradicionalista en su significado y en la actitud del romano hacia las costumbres. Más conservador, si se quiere, en términos de su relación con ellas. En cambio, la palabra ἦθος de los griegos, sobre todo de sus iniciadores como Sócrates, Platón y Aristóteles, contiene un talante a-tradicionalista en su significado y en la actitud del griego hacia sus costumbres. Preeminentemente crítico, como una especie de actividad reflexiva a contrapelo, sin ser arbitraria, en cohabitación con las costumbres.
El mundo ilustrado, más o menos de mediados del siglo XVIII en adelante, con el origen de la filosofía y de las ciencias sociales modernas tendió a construir una diferenciación entre ética y moral. No es fácil precisar, en términos históricos cuándo empieza a operar esa separación, pero lo cierto es que elementos epistemológicos ligados a la racionalidad científica moderna, a la nueva representación sobre la naturaleza y la manera de conocerla y producir cierto tipo de conocimiento sobre ella, aunado a los nuevos métodos del proyecto de la investigación científica, racionalista y empírica, coadyuvaron a forjarla. En la Fundamentación de la metafísica de las costumbres de Kant (2007), uno de los tratados de ética más importante del mundo ilustrado maduro, se presenta con nitidez la distinción entre los términos. Esa obra de Kant ya sugiere, incluso en su título, que las “costumbres”, o sea la moral, es un dominio empírico que puede ser explicado teóricamente, y que esa explicación teórica es la ética, al modo en que la física de Newton es la teoría sobre las leyes del movimiento de los cuerpos físicos. Este tipo de movimiento separatista, que hizo carrera desde la Ilustración en adelante, fue el que, en términos analíticos, extrajo el elemento reflexivo de la moral, asoció, así, la ética a lo eminentemente reflexivo y, en consecuencia, por esa vía, a una mera indagación teórica sobre el dato frio e irreflexivo que es la moral.
La concreción más evidente de esta tendencia separatista en el mundo moderno se dio con el surgimiento de las ciencias sociales modernas y su modo de investigar lo que, ahora, se empezó a entender por moral. Dado su fuerte carácter positivista inicial y, por ende, su predilección por la investigación empírica, por los datos, ciencias sociales emergentes como la sociología y la antropología fueren directo a los hechos; se comprometieron en un tipo de investigación sobre la moral, como objeto empírico, con el presupuesto básico de explicarla como un fenómeno natural; tratando de dar cuenta de las leyes que la regulaban, brindando explicaciones causales y aportando descripciones precisas y lo más objetivas posibles de ella. Esta asunción de la moral como correlato de un objeto natural, impuso en las ciencias sociales modernas un enfoque investigativo desde la perspectiva de un observador distante e imparcial que se rige, fundamentalmente, por el principio epistemológico de la neutralidad moral, que no emite juicios de valor sobre los fenómenos que explica o describe. Como sostienen Della Porta y Keating:
El enfoque tradicional del positivismo (representado por las obras de Comte, Spencer y, según algunos, Durkheim) es considerar las ciencias sociales similares en muchos aspectos a otras ciencias (físicas). El mundo existe como entidad objetiva, al margen de la mente del observador, y en principio se puede conocer su totalidad. La tarea del investigador consiste en describir y analizar la realidad. Los enfoques positivistas comparten la premisa de que, tanto en las ciencias naturales como en las sociales, el investigador se puede separar de su objeto de investigación y, por tanto, es capaz de observarlo con neutralidad y sin afectar a dicho objeto (2013: 35).
En el caso específico de la antropología ese espíritu positivista se correspondió con lo que Francesco Remotti ha llamado “le origini etnografiche” del concepto de cultura y, por esa vía, con la identificación que hicieron los antropólogos de la cultura con las costumbres y, por ende, con la moral. De acuerdo con él:
Los orígenes etnográficos de este concepto han, en efecto, llevado individualizar como contenido de la cultura sobre todo las costumbres, o aquellos aspectos o dimensiones del comportamiento humano que están dotados de regularidad –en el sentido por lo menos de la repetitividad–, pero de una repetitividad variable, en el sentido que es típico de las costumbres variar de un lugar a otro y de tiempo en tiempo, o sea entre sociedad y sociedad, en el interior de una misma sociedad, entre los diversos momentos de su historia (Remotti, 2011: 8).
Esta confluencia en las ciencias sociales, como en el caso de la antropología, entre positivismo, etnografía e historicismo de los fenómenos sociales condujo a una representación de la moral como un fenómeno relativo, del cual no podía extraerse un conocimiento en forma de verdades universales sino, a lo sumo, de diversas ideas o representaciones del bien con la misma pretensión de verdad o validez. Esta conclusión del origen etnográfico del concepto de cultura tuvo como consecuencia, paradójica, que las ciencias sociales empezaran a caminar por la senda del relativismo moral, a promover la idea de un relativismo ético (Singer, 1995) y, de paso, a darle un protagonismo inusitado al realismo, al escepticismo y al nihilismo moral que coincidió y reforzó el individualismo propugnado por la economía moderna y el pensamiento político liberal, junto con sus consecuencias para la vida moderna. Una de esas consecuencias consistió en negarle validez epistemológica a cualquier otro tipo de indagación sobre la moral que no estuviera sobre las coordenadas del positivismo y el historicismo, como la proveniente de la filosofía o la filosofía moral, comúnmente conocida como ética. Consecuencia que tuvo un fuerte impacto para la ética en el modelo educativo de las democracias liberales del siglo XX, pues su enseñanza fue restringida en el currículo académico y, cuando no, sustituida por cátedras de enseñanza religiosa o de urbanidad; generando una desvalorización académica y social de la misma, en relación con otro tipo de conocimiento considerados más útiles para la vida económica productiva; como un profundo desconocimiento sobre la naturaleza de su actitud investigativa, de su objeto, y de cómo transmitir o enseñar el tipo de saber que ella es capaz de producir. Esto último, en cierta medida, ha inspirado las profundas investigaciones y análisis de muchos teóricos y filósofos de la educación que han reivindicado la importancia de la ética y de su enseñanza, a través de la idea de la educación liberal, como Alan Bloom (2008), Leo Strauss (2007 y, actualmente, Martha Nussbaum (2010 y 2016).
A diferencia del enfoque investigativo en las ciencias sociales, la Ética, como indagación de corte filosófico sobre la moral, nunca renunció ni...

Índice

  1. Portada
  2. Título de la Página
  3. Página de derechos reservados
  4. Tabla de Contenido
  5. Presentación
  6. Prólogo: La ética como actividad y práctica
  7. Parte 1: La ética en la Universidad Icesi
  8. Parte 2: Programa de cualificación de profesores: proyecto de los cursos EP
  9. Referencias bibliográficas
  10. Sobre los autores
  11. Índice temático