¿Para qué sirve el psicoanálisis?
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¿Para qué sirve el psicoanálisis?

El qué-hacer con el paciente

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¿Para qué sirve el psicoanálisis?

El qué-hacer con el paciente

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Freud comenta que, en un diálogo publicado en un semanario humorístico de Múnich, un hombre se quejaba del carácter de las mujeres, que las convierte en complicadas y difíciles, y que su interlocutor le responde: "Sí, pero es lo mejor que tenemos en ese tipo de cosas". Freud utiliza el comentario para afirmar, a continuación, que, para formar psicoanalistas, lo mejor que tenemos son los médicos.Lo que el personaje del semanario decía de las mujeres podría también decirse de los hombres, y lo que Freud decía de los médicos podría decirse de muchas otras cosas. Si bien es cierto que el psicoanálisis es una empresa cuyas dificultadesexigen un insospechado esfuerzo, y que trascurre perturbada por inevitables momentos de malestar en el paciente y en su psicoanalista, es lo mejor que tenemos para lograr lo que con él intentamos.Pero ¿qué es lo que intentamos? ¿De qué tipo de cosas se ocupa el psicoanálisis? Podemos preguntarnos también: ¿para qué sirve el tratamiento psicoanalítico? Y ¿cómo podemos disminuir los disgustos que el proceso ocasiona? Estas dos últimas preguntas, que han merecido la atención del psicoanálisis desde sus mismos albores y que, dada su índole, han permanecido siempre abiertas hacia nuevas indagaciones, iniciaron el camino que condujo a escribir este libro.

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Información

Año
2020
ISBN
9789875994317
En un dibujo de Quino, el médico le dice a su paciente: “He leído su historia clínica y le diría que en general no está mal narrada. Su estómago, por ejemplo, como protagonista, logra conmover cuando cuenta los trastornos que sufre por su amor a lo prohibido, pero luego cita usted tantas veces a la gastritis que nos la hace un personaje muy aburrido. Es cierto que el relato retoma interés y un creciente suspenso atrapante cuando su tensión arterial comienza a subir,… a subir,… y pareciera que finalmente algo importante va a suceder, pero no, ahí entran en escena unas grageas de Losartán 50 mg que arruinan todo ese clima normalizando la situación. O sea: aquí falta emoción, garra, pasión, nervio,… no sé,… ¿Usted ha leído a Hemingway, por ejemplo?...”.
Prólogo
Freud comenta que, en un diálogo publicado en un semanario humorístico de Múnich, un hombre se quejaba del carácter de las mujeres, que las convierte en complicadas y difíciles, y que su interlocutor le responde: “Sí, pero es lo mejor que tenemos en ese tipo de cosas”. Freud utiliza el comentario para afirmar, a continuación, que, para formar psicoanalistas, lo mejor que tenemos son los médicos.
Quienes ejercimos la medicina y nos hemos encontrado tempranamente con el hecho de que algunos pacientes muy enfermos, o con heridas graves, inevitablemente se nos mueren, hemos aprendido que nuestra tarea no siempre logra restablecer la salud, y que bien vale la pena el esfuerzo de aliviarlos o, inclusive, que los ayudemos en el proceso de morir. A veces he pensado que, dado que también en el diván es frecuente que la enfermedad arrecie, aquella experiencia nos ayuda para elaborar mejor, como psicoanalistas, la resignación que necesitamos frente a la diferencia cotidiana entre lo que pensábamos posible y lo que en la realidad logramos.
Lo que el personaje del semanario decía de las mujeres podría también decirse de los hombres, y lo que Freud decía de los médicos podría decirse de muchas otras cosas. Por ejemplo, del tratamiento psicoanalítico, porque, si bien es cierto que es una empresa cuyas dificultades exigen un insospechado esfuerzo, y que trascurre perturbada por inevitables momentos de malestar en el paciente y en su psicoanalista, puede decirse que es lo mejor que tenemos para lograr lo que con él intentamos.
Cabe preguntarse, entonces, ¿qué es lo que intentamos? ¿De qué tipo de cosas se ocupa el psicoanálisis? O, también, ¿para qué sirve el tratamiento psicoanalítico? Y ¿cómo podemos disminuir los disgustos que el proceso ocasiona? Estas dos últimas preguntas, que han merecido la atención del psicoanálisis desde sus mismos albores y que, dada su índole, han permanecido siempre abiertas hacia nuevas indagaciones, iniciaron el camino que condujo a escribir este libro.
He procurado resumir en él lo esencial de lo que aprendí en muchos años, y escribirlo con palabras comprensibles para las personas que no dominan el lenguaje “conceptual”, en cierto modo abstracto, que se suele usar entre colegas, lleno de sobrentendidos que, para colmo, a veces son malentendidos. Lo escribí, pues, en un lenguaje que prefiero, porque es el lenguaje natural, concreto y afectivo, que cotidianamente usamos “en la vida”. No se me escapa, sin embargo, que serán los colegas quienes reconocerán mejor lo que algunas ideas traen consigo, ya que, dada su experiencia en el campo del psicoanálisis, dispondrán de los ejemplos que las amplifican y esclarecen. Por razones similares, he omitido citas bibliográficas detalladas que interrumpen la lectura, pero el lector interesado podrá encontrarlas en otros libros, anteriores, publicados en nuestra página web, www.funchiozza.com.
Sólo me resta agregar que no me anima la pretensión de convencer escépticos. Eso forma parte de la resignación que todo médico aprende. Hay quienes dicen que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, y a veces he pensado que lo mismo podría decirse de lo que sucede entre los abogados, los arquitectos, los médicos o los psicoterapeutas, y las personas que requieren sus servicios. En todo caso, es poco lo que uno puede hacer al respecto; no mucho más que ejercer auténticamente, y describir de una manera fidedigna, expuesta a la crítica, lo que pudo aprender. Hay algo, sin embargo, que me parece indudable, quienes ejercemos procedimientos distintos deberíamos procurar distinguirlos con distintos nombres.
Junio de 2013
Capítulo 1
Necesidad y posibilidad del psicoanálisis
¿De dónde surge la necesidad
del tratamiento?
Algunas personas recurren al psicoanálisis porque, anímicamente, “se sienten mal”, o porque en su vida se repiten cosas que les producen sufrimientos y que no logran superar. Otras concurren porque presentan síntomas que atribuyen a un trastorno en las funciones del cuerpo y alguien les ha dicho, o ellas mismas han pensado, que esos trastornos dependen de lo que les sucede en el alma. Quienes se psicoanalizan suelen decir que lo hacen porque tienen problemas que no pueden resolver sin ayuda; y cabe preguntarse, entonces: ¿de qué depende el que no puedan “arreglarse” sin recurrir a que alguien “les ofrezca una mano”?
Encontramos una respuesta fundamental cuando comprendemos que sería más exacto decir que esos supuestos problemas son, en realidad, dificultades. Las dificultades surgen cuando no encontramos la manera de obtener lo que deseamos, y arrecian cuando no logramos evitar que las cosas que más nos importan nos hagan sufrir. Solemos llamar problemas a las dificultades porque asumimos que se trata de acciones difíciles que se pueden alcanzar razonando; y aquí, en este punto, reside la cuestión esencial. Los procedimientos razonables permiten resolver las incógnitas cuando los datos disponibles son suficientes; y sucede que, precisamente, las dificultades que el psicoanálisis se propone resolver provienen de premisas que operan de manera inconsciente, es decir, de asuntos que, por estar reprimidos, se ignoran.
Nietzsche ha escrito: “Muy trágicas han de ser las razones que hacen de un hombre un filósofo”. Teniendo en cuenta esa frase, algunas veces hemos sostenido que “las razones” que conducen a un tratamiento psicoanalítico, aunque no suelen llegar a ser trágicas, son siempre serias. De más está decir que su seriedad no permanece en la consciencia de manera constante, sino que sufre los avatares del apremio que experimentamos en la vida. De modo que la cuestión no sólo reside en que el psicoanálisis puede ser necesario, sino también en que la primera condición para que sea posible es la consciencia de su necesidad.
Cuando el apremio disminuye, todo parece más fácil, y tendemos a olvidarnos de las circunstancias aciagas. Nada tiene de extraño que, como dice el proverbio, sólo nos acordemos de Santa Bárbara cuando llueve, porque nuestra consciencia es un órgano destinado a resolver dificultades; y la memoria, o la noticia, de las cosas cuya urgencia pierde actualidad tiende a guardarse en un lugar que permanece lejos de la atención consciente.
Cuando el apremio, en cambio, aumenta, el desasosiego también se incrementa, y la memoria, o la noticia, de las cosas que ya se han resuelto pierde actualidad, y no siempre alcanza para infundirnos la confianza necesaria para emprender un esfuerzo que, como es natural, lleva siempre implícita la postergación de una satisfacción inmediata.
En el primer caso, con el apremio disminuido, un alivio transitorio suele conducir a la idea de que no necesitamos ayuda, y en el segundo, en que el apremio acosa, la impaciencia y el sufrimiento intenso a veces nos inclinan a negar que la ayuda es posible, y que el esfuerzo vale la pena. El psicoanálisis “posible” transcurre, pues, entre dos escollos, un apremio insuficiente para mantener en la consciencia la necesidad del empeño, y otro, excesivo, que también puede conducir a rechazarlo.
Es importante mencionar una circunstancia esencial que colabora para que la persona que podría beneficiarse con un tratamiento psicoanalítico procure evitarlo o sustituirlo con algún otro tipo de medicina. Cuando se piensa, simplificando la cuestión, que la enfermedad es un proceso únicamente físico –que se curará con la cirugía o con el efecto de un fármaco, por ejemplo–, le corresponde al médico luchar, con su técnica terapéutica, “contra” la enfermedad, mientras que el paciente, en cambio, sólo “se presta” para esa tarea cuya responsabilidad recae, casi exclusivamente, sobre el profesional que la emprende. Las fuerzas físicas no tienen intenciones ni sentido, nada en el mundo físico puede ser moral o inmoral. A las moléculas no les importa “estar bien” o “estar mal”. De modo que el que sufre afectado por un proceso “físico” –frente al que asume que no lo domina y que no lo puede prever– es, por definición, irresponsable e inocente.
Es cierto que el médico, para poder curar, se ve obligado, una y otra vez, a recurrir a la colaboración del enfermo, y necesita, entonces, ser capaz de una influencia psíquica que no siempre es fácil, pero, dado que su formación profesional no lo ha preparado para ese desempeño, suele ejercerla de un modo muy rudimentario. Señalemos, de paso, la frecuencia con que algunos pacientes, cuando se psicoanalizan, transfieren sobre la psicoterapia ese “modelo médico” que les facilita substraer una gran parte de su responsabilidad en cuanto al logro de los resultados que esperan.
Volvamos otra vez sobre el hecho de que otras técnicas terapéuticas no requieren que la consciencia del paciente participe en cada uno de los íntimos pormenores de la acción que el médico o la droga ejercen para curarlo. Durante el tratamiento psicoanalítico, en cambio, tal como sucede con los procesos de aprendizaje –que deben cambiar los hábitos adquiridos–, el resultado depende, en lo fundamental, de una participación consciente del psicoanalizado que le demanda un esfuerzo “contranatural” y sostenido. Se trata, sin duda, de un empeño que debe ser considerado. Sin embargo, debemos asumir que si elegimos –siguiendo el ejemplo del gran Alejandro– cortar quirúrgicamente el nudo gordiano, hemos renunciado a desembrollar la madeja, y que de nada vale, entonces, derramar lágrimas por la cantidad del hilo de nuestra vida que, enterrando recuerdos, desechamos.
El conflicto inconsciente
Suele decirse que la contribución más valiosa de Freud, que aun sus detractores aceptan, ha sido su reconocimiento de una vida psíquica inconsciente. Pero en esto el psicoanálisis ha tenido numerosos precursores. Ya San Agustín decía, por ejemplo: “Lo sabes pero ignoras que lo sabes”. No cabe duda, en cambio, acerca de la trascendencia alcanzada por el haber insistido en el hecho de que una parte muy importante de nuestros motivos permanece inconsciente por obra de una fuerza que los mantiene reprimidos.
El descubrimiento freudiano de esa fuerza represora florece rápidamente en una serie de conceptos fructíferos que enriquecen el panorama de la vida psíquica. La represión no procede “porque sí”, actúa para liberar a la consciencia de un conflicto entre fuerzas en pugna. En un principio, el esquema del conflicto fue sencillo: lo que se reprime es un deseo, y la razón que conduce a reprimirlo es la moral.
Sucede, sin embargo, que la represión no siempre es exitosa, y lo reprimido suele retornar bajo una forma nueva. En ella, el deseo, oculto, se realiza perturbado y convertido en alguno de los trastornos que el joven Freud procuraba esclarecer. De allí surge la primera y fundamental finalidad del psicoanálisis: se trata de conducir a la consciencia el litigio reprimido que retorna produciendo un trastorno, porque eso ayudará para conciliarlo y resolverlo de una mejor manera.
Años después, un gran médico alemán, Victor von Weizsaecker lo resumirá en una frase escueta: “Sí, pero no así”. En la segunda parte de esa frase, “así” alude a la enfermedad, mientras que en el “sí” de la primera parte se admite que la enfermedad esconde un motivo justificado y comprensible. Freud dice algo semejante cuando afirma que la enfermedad es un oponente digno, y también cuando sostiene que así como el molusco construye una perla sobre un grano de arena, todo delirio contiene en su interior el residuo de una “verdad” que forma parte de una historia.
La práctica psicoanalítica condujo, ya desde sus mismos inicios, a descubrir que la represión se presenta siempre, en el tratamiento, bajo la forma de una resistencia que es necesario vencer. Allí radica, precisamente, una de las razones fundamentales que nos conducen a decir, acerca del psicoanálisis, que, a pesar de que no tenemos algo mejor “en su género”, lo acompañan esfuerzos, dificultades y penas. El desarrollo de un procedimiento efectivo para lidiar con esa resistencia pasó por diversas etapas.
En los comienzos de su técnica psicoanalítica, Freud procuraba hipnotizar a sus pacientes para que recordaran los acontecimientos traumáticos reprimidos. Más tarde recurrió a la llamada “sugestión en estado de vigilia”, cuando, presionando con sus dos manos sobre la cabeza del enfermo, le aseguraba que al retirarlas le surgiría una ocurrencia que debía comunicar. Muy pronto, sin embargo, la experiencia lo condujo a sustituir esos dos procedimientos por otro denominado “asociación libre”, que consistía en pedirle al paciente que comunicara, sin omisión alguna, todo lo que se le fuera ocu...

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