Aproximaciones al humanismo ignaciano
  1. 230 páginas
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Información del libro

El presente libro es el resultado del seminario permanente de invetigación en humanismo ignaciano, liderado por los profesores del departamento de Humanidades de la Pontificia Universidad Javeriana - Cali. Propone una reflexión en torno al sentido de dos categorías fundamentales para comprender la propuesta educativa de la compañía de Jesús: Humanismo e ignacidad, partir de una relectura de los textos más importantes de la tradición jesuita: los Ejercicios Espirituales, la biografía de Ignacio de Loyola, las constituciones de la Compañía de Jesús, las congregaciones generales de los Jesuitas, la Ratio Studiorum y el contexto histórico de la época. Tiene, además, la intención de compartir la experiencia viva de un legado cuyos aportes reconocemos como una opción vigente, entre los múltiples caminos espirituales, para atender los retos de nuestro contexto actual.

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Información

Año
2019
ISBN
9789585119604
Edición
1
Tres imágenes del ser humano en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola
Ever Eduardo Velasco Romero
Resumen
El ideal de vida espiritual que está en los Ejercicios Espirituales5 de san Ignacio de Loyola se puede expresar con las siguientes palabras: encontrar a Dios en todas las cosas, ser contemplativo en la acción, mirar el mundo de forma encarnada y buscar libertad y desapego (Martin, 2012, p. 10). Tales descripciones apuntan a su característica nuclear: el discernimiento espiritual. Como tal, discernir es un proceso que involucra al ser humano en sus diferentes dimensiones, por lo que en los EE necesariamente hay algunas comprensiones implícitas de lo que significa ser humano. Así, en este capítulo se desarrolla una interpretación de la antropología implícita de los EE y se agrupa en tres grandes categorías que son: el ser humano como ser capaz de espiritualidad, como ser que existe con el desafío de integrar elementos en tensión, y como ser capaz de objetividad. Con la primera categoría, se expresa la idea de que cualquier dimensión de la vida humana es una fuente para encontrar a Dios; con la segunda, la idea de que el ser humano existe con el desafío de integrar elementos en conflicto y, con la tercera, se expresa la idea del potencial de libertad y de negación de sí mismo que tiene el ser humano y que es necesario para emprender el camino espiritual que proponen los EE. Este capítulo es producto de un ejercicio reflexivo colectivo dentro del marco del desarrollo del Seminario Permanente sobre Humanismo Ignaciano que se hizo en los años 2017 y 2018, liderado por el departamento de humanidades de la Pontificia Universidad Javeriana, Cali.
Palabras clave: antropología, ejercicios espirituales, Espiritualidad Ignaciana
“[…] que el mismo Creador y Señor se comunique a su ánima devota, abrazándola en su amor y alabanza, y disponiéndola por la vía que mejor podrá servirle”
Ejercicios Espirituales 15
Introducción
Se puede afirmar que a toda práctica espiritual o concepción de la espiritualidad debe subyacer alguna interpretación de lo humano. Sin esta, tales prácticas o concepciones pueden parecer sencillamente ingenuas, descontextualizadas de las prácticas reales que las personas experimentan cotidianamente, o simplemente desenfocadas. Si bien el ser humano no parece entrar dentro de la categoría de los seres que pueden ser claramente definibles (Blumenberg, 2011, p. 376), se hace necesario intentar hacer explícitos algunos de sus presupuestos antropológicos, precisamente para aclarar o comprender mejor las ideas espirituales que promueve o propone una determinada espiritualidad. Para el caso de los EE, se puede afirmar que sus recomendaciones para la oración, sus prácticas y métodos tienen implícitas al menos tres imágenes de lo humano. Se ha preferido llamarlas imágenes en vez teorías sobre lo humano porque los EE no son un texto en el que se haya escrito teoría antropológica alguna, además de que no es para ser leído como una novela, por ejemplo, sino que es un texto para ser practicado.
De allí que tales imágenes aparezcan implícitas en cada escena de los EE. Ellas son como una especie de telón de fondo desde el cual se pueden comprender las diversas prácticas espirituales que san Ignacio propone. Estas adquieren sentido en esas imágenes, así como ellas se muestran en el sentido de tales prácticas. Ahora bien, este trasfondo humano no se circunscribe a un ideario particular que san Ignacio de Loyola haya recibido debido a su contexto cultural; si bien tuvo la influencia de los conceptos o categorías propias de la escolástica para expresarse sobre el ser humano, sus imágenes de fondo tienen cierto alcance más universal, que trasciende su propia época particular, pues de lo contrario un texto del siglo XVI solo podría servir para los seres humanos de ese periodo; sin embargo, vemos que la propuesta espiritual de los EE sirve para seres humanos de otros tiempos y lugares, por lo que esas imágenes de fondo que los subyacen sí tienen una comprensión más universal y atemporal del que incluso podrían tener las categorías escolásticas que san Ignacio usó para expresarse sobre lo humano. Si bien no fue un antropólogo o psicólogo porque todavía no existían esas profesiones, se puede afirmar que tenía un conocimiento experiencial de la interioridad humana que permite hacer generalizables algunas de sus concepciones.
El ser humano como ser capaz de espiritualidad
La primera imagen del ser humano en los EE, consiste en verlo un ser capaz de espiritualidad. Esto se evidencia de forma general por la existencia histórica de las religiones y de las diversas formas de espiritualidad desarrolladas en las diferentes culturas a lo largo del tiempo. Ahora bien, ya dentro del contexto específico de los EE, se hace evidente que las técnicas espirituales que se proponen, al que hace los ejercicios como al que los da, involucran diferentes dimensiones del ser humano, pues se construyeron para lograr un efecto espiritual en el ejercitante. Como ejemplo de esas técnicas que involucran diferentes dimensiones tenemos: el diálogo con un acompañante, la percepción del propio estado emocional, la búsqueda de un entorno apropiado para orar, la disposición corporal y actitudinal para hacer los ejercicios, la historia personal y de la comunidad, la imaginación, la reflexión, la consideración, la respiración, la ponderación, la reflexión intelectual, etc. Al estar involucradas estas diferentes dimensiones humanas con la búsqueda y discernimiento espiritual, se interpreta entonces que la intuición general de san Ignacio en sus EE parece ser que las diferentes dimensiones del ser humano son ellas mismas un potencial de desarrollo espiritual. Todo lo humano es, por tanto, un potencial para trascender; un potencial de búsqueda espiritualidad.
Lo anterior es una forma de especificar la máxima de la Espiritualidad Ignaciana que consiste en “encontrar a Dios en todas las cosas” (Society of Jesus, 2019). En este caso, en las diferentes dimensiones humanas se puede encontrar al Creador, por lo que una especificación de esa máxima podría ser “encontrar a Dios a través del propio ser que se es”. Desde esta perspectiva, el ser humano es capaz de espiritualidad en el sentido en que su propio ser es mediación entre él mismo y el misterio6. En esta imagen del ser humano, la disposición es el núcleo y la clave mediante la cual ese potencial de espiritualidad podría volverse actual. De hecho, un aspecto importante de los EE es el valor que tiene la disposición para la búsqueda espiritual; de allí que se haga mayor énfasis en lograr una disposición de apertura y generosidad a través de las diferentes técnicas espirituales de los EE. Tan importante es este aspecto, que los medios espirituales se hacen relativos al ejercitante, de tal forma que se hace énfasis en encontrar aquello que mejor lo conduzca al encuentro espiritual. La disposición es, entonces, uno de los detonadores importantes para desatar la búsqueda espiritual y convertir el potencial en realidad espiritual, a través de la mediación de las diferentes dimensiones de la vida humana. Es importante hacer notar que la espiritualidad de los EE no está centrada exclusivamente en la contemplación de las diferentes dimensiones del ser humano, pero que constituye la mayor parte de ella.
Un reflejo de lo anterior puede verse en la siguiente consideración a partir del texto de los EE. En la presentación que hace san Ignacio sobre los tres modos de orar, se hace énfasis en algo muy particular: “[…] la cual manera de orar es dar más forma, modo y ejercicios cómo el ánima se apareje y aproveche de ellos, y para que la oración sea acepta, que no dar forma ni modo alguno de orar” (Loyola, 2013, p. 14). Así, se trata de la disposición, la forma o el modo para el aprovechamiento espiritual, más que seguir de forma rígida una forma particular de oración. Se hace énfasis en los efectos de los modos, más que en los modos por sí mismos y se valora en cuanto ayude al ejercitante a darse cuenta de su potencial espiritual. Los modos de oración pueden cambiar o adaptarse según las circunstancias, como puede ser a los diferentes temperamentos y modos de vida, así como otras circunstancias particulares de quien hace los EE (Loyola, 2013).
El sentido de lo que san Ignacio llama el “aprovechamiento espiritual” (Loyola, 2013, p. 14) está en el núcleo de la experiencia de los EE. A este criterio se relativizan otros, como ya se vio en el caso de las técnicas a practicar, pero también se relativiza la extensión de tiempo a la que alguien pueda dedicarse a lo largo de los EE; este aprovechamiento interior, logra una actualización del potencial espiritual de la persona. En términos de los EE, se habla de la prioridad del sentir y gustar interior más que el saber en demasía, así como en lo posible no tener curiosidad por cuál será el ejercicio que vendrá (Loyola, 2013). Se trata entonces de una especie de disfrute de lo espiritual, donde también se evidencia cómo la sensibilidad y la capacidad de gozo se convierten en potencialidades que hacen del ser humano un ser capaz de espiritualidad.
En la anotación número 18 se sugiere que los EE deben darse “según la disposición de las personas” (Loyola, 2013, p. 14), es decir, reconoce que no todos los ejercitantes pueden estar en las mismas condiciones sociales, académicas, espirituales, económicas, etc.; sin embargo, cada una de estas determinaciones de vida particulares también son una mediación o una vía de desarrollo espiritual, reconociendo en ellas un límite, pues para un mayor provecho espiritual podría convenir a unas personas llegar hasta cierto punto de los EE, y a otras llevarlas hasta otro punto. Se sigue entonces la necesidad de reconocer el potencial, pero también el límite de la espiritualidad en las propias condiciones de vida del ejercitante. Debe recordarse también otro de los límites del desarrollo espiritual en el deseo de disposición que pueda tener el que hace los EE (Loyola, 2013). Se colige entonces otra intuición básica del espíritu ignaciano y es la de ser libre para buscar lo espiritual, pues toda búsqueda depende de tal deseo y disposición, y sin ella no habría ningún desarrollo de esa capacidad humana de espiritualidad. El ser humano es, pues, a la vez un ser libre para desarrollar ese potencial o no. No habría entonces una relación necesaria entre la interpretación humana como capaz de trascendencia y el hecho de efectivamente llevarla a cabo. De allí que en esta forma de espiritualidad existe una relación íntima entre la libertad humana y el desarrollo espiritual.
Otra forma en la que el ser humano es potencialmente espiritual, es por su capacidad de moldearse a sí mismo según una imagen de ser humano particular, construyendo ciertas imágenes ideales de sí mismo y proyectándolas en las prácticas espirituales. Por ejemplo, mediante la propuesta de un examen general, los EE tienen la intención de trabajar en aquellos aspectos por mejorar que tiene cada persona que los realiza, mejora que se hace respecto al ideal de ser humano que se plantea en el Principio y Fundamento de los mismos, a saber, que el ser humano es creado para alabanza, reverencia y gloria de Dios (Loyola, 2013). Asimismo, los ejercicios se pueden describir como un proceso que tiene un momento culmen en la elección por parte del ejercitante, bien sea una elección de vida muy importante o una reforma de vida cuando ya se tiene un proyecto decidido previamente. Existe, pues, un presupuesto de maleabilidad y potencial de perfeccionamiento humano desde el punto de vista espiritual. Si bien esta es una característica humana en general, en el contexto particular de los EE esta maleabilidad y potencial de perfeccionamiento humano se hace a través de un proceso de conocimiento e identificación con una imagen de Jesús de Nazaret, misionero y servidor de la humanidad. Así, los EE proponen una forma de vida acorde con la misión y vida de Jesús como forma de vehicular el potencial desarrollo espiritual del ejercitante.
Por otra parte, los estados emocionales del ejercitante también son un inmenso potencial de espiritualidad. En particular, dentro del contexto ignaciano, las emociones son la base de lo que se llama el discernimiento espiritual. En este sentido, hay dos estados emocionales básicos que son el punto de partida: la consolación, una emoción que surge en el ejercitante cuando tiene algún pensamiento, plan, inspiración, imaginación, deseo, decisión o moción, caracterizada por “aumento de esperanza, fe y caridad”. Y la desolación, que es lo contrario de la consolación y es descrita como una “oscuridad del alma” (Loyola, 2013, p. 116). Ambas son emociones que se podrían describir como el sentimiento orientador de la existencia; son como los sentimientos existenciales básicos que nos dicen sobre cómo estamos en un determinado punto de nuestra existencia.
Como se puede ver, una vez más se trata de una importante dimensión humana como fuente de espiritualidad y discernimiento. Lo importante es “sentir y conocer” estas emociones espirituales que nos permiten abrirnos a nosotros mismos y al mundo a nuestro alrededor (Loyola, 2013, p. 115). La interpretación de las emociones desde el punto de vista espiritual, es uno de los métodos que san Ignacio propone a las personas. En la frase “sentir y conocer”, puede apreciarse la necesidad del cultivo de la sensibilidad para la espiritualidad, en este caso específico para nombrar las emociones, sentirlas y luego poder comprender qué significan desde el punto de vista existencial o espiritual. San Ignacio muestra un conocimiento detallado de esas voces interiores o mociones y de cómo, en cierta forma, ayudan a conocer y conocerse a quien las tiene. Asimismo, son susceptibles de ser entendidas de cierta manera espiritual y, a través de ellas, puede tenerse un despertar espiritual y discernir un camino o una orientación en la vida. Una vez más, la libertad entra aquí en juego, pues sentir y conocer las propias emociones es un camino que requiere libertad y generosidad (Hampton, 2019).
Ahora bien, la importancia de sentir y conocer las emociones es el discernimiento conectado con las decisiones de cursos de acción, dimensión de la vida humana con gran potencial para la espiritualidad y el servicio. El discernimiento ignaciano se basa en la convicción de que Dios habla directamente a cada uno de nosotros (Loyola Press, 2019); desde allí, la espiritualidad de los EE hace énfasis en el punto de vista personal, pues es frecuente el uso de la introspección para poder suscitar emociones y reacciones que luego se disciernen a la luz de todo el proceso. Dado que el discernimiento presupone que Dios se comunica de forma personal con cada uno de nosotros, asimismo la apuesta por la búsqueda espiritual es un asunto que concierne en primera persona, apela a la responsabilidad personal de decidir y tomar la vida con autonomía y libertad. Aunque es una apuesta por una vida auténtica y apropiada, es también una por sospechar y ver el sentido de las emociones profundas en medio de las labores cotidianas.
Otro aspecto importante es entender la espiritualidad como un modo de mirar, como lo sugiere la frase clásica de la Espiritualidad Ignaciana “contemplativos en la acción” (Martin, 2012). Lo que se mira, de manera contemplativa y receptiva, es la propia vida del ejercitante, su contexto existencial, lo que le sucede o le ha sucedido, los acontecimientos propios y los de los demás, lo que sucede en el mundo. Hay una suerte de receptividad en la Espiritualidad Ignaciana, pues su presupuesto, que es aceptar que Dios se comunica a través de su acción en todas las cosas, implica contemplar, mirar para encontrar y dejar que las cosas mismas reflejen el mensaje divino que contienen (Loyola, 2013). La acción del Creador se presupone porque Dios
habita en las criaturas, en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando a entender; y así en mí, dándome entender, animando, sensando y haciéndome entender; asimismo haciendo tempo de mí […] (Loyola, 2013, p. 85).
Tal habitación de Dios en las creaturas, es una forma de interpretar la realidad como permeada por su acción en cada ser. Esto quiere decir que se puede contemplar la acción de Dios en el curso de la naturaleza misma, como contemplando las propiedades naturales en las plantas y los animales, así como en el mundo humano. De este modo, la ciencia, el conocimiento y las culturas ya son lugares que hacen al ser humano capaz de espiritualidad a través de la mirada contemplativa de todas las cosas. Desde este punto de vista, la interpretación de Dios que más se ajusta no tiene que ver con sustantivos, sino con tiempos verbales continuos como haciendo, creando, existiendo, etc. Estos serían los modos de mirar para contemplar, no habría diferencia entre el actuar de la naturaleza en su libre ser y la acción de Dios, que incluso se puede discernir en la capacidad contemplativa. Esto implica reconocer que lo que sucede debe tener especial atención cotidiana, y por ello hay una práctica espiritual frecuente para ese momento contemplativo: el examen general (Thibodeaux, 2019).
De esta forma, el ser humano es un ser capaz de comprender la acción del Creador en sí mismo y de forma muy personal y única, lo que podría llamarse como el carácter de unicidad de cada ser humano: el hecho de que cada uno es muy particular, aunque de algún modo compartamos rasgos similares (Arendt, 2005). De allí que la disposición contextualizada sea una de las claves de la espiritualidad de los EE, como se dijo más arriba, pues implica reconocer el don que Dios ha dado al mundo a través de cada uno en su particularidad. Se sigue entonces que incluso la búsqueda de ese carácter de unicidad de la vida humana es potencial de espiritualidad7.
Finalmente, un pasaje de los EE en donde se expresa esta capacidad espiritual del ser humano está en la anotación número 15. Allí se deja entender que estos son un método para disponerse a concordar con la acción que el Creador ya viene haciendo con cada ejercitante; a mayor disposición interior, trabajo interno y discernimiento, más se halla la divinidad actuante en cada uno. De esta forma, la recomendación que hace san Ignacio es que el que da los ejercicios no debe intervenir en el proceso de búsqueda del ejercitante, sino estar neutral, asegurándose más bien de que el ejercitante haga los ejercicios con generosidad y que pueda encontrar el mejor modo y forma para el encuentro. El que da los EE, debe proveer un espacio en donde cada uno pueda encontrarse de forma muy personal con su Creador:
[…] De manera que el que los da no se decante ni se incline a la una parte ni a la otra; más estando en medio, como un peso, deje inmediate obrar al Criador con la criatura, y a la criatura con su Criador y Señor (Loyola, 2013, p. 13).
En esta interpretación se hace énfasis en el “inmediate”, es decir, la forma inmediata y sin la mediación del que da los EE. Por sí mismo, el ser humano es un potencial espiritual y religioso, pues en el núcleo de la vida humana está inserta la posibilidad de la experiencia religiosa, como se ha venido mostrando en este capítulo. Las religiones y otras tradiciones espirituales han sido tradicionalmente la mediación cultural de la experiencia espiritual, lo mismo que las formas de vida espiritual y las herencias culturales de...

Índice

  1. Cubierta
  2. Anteportada
  3. Portada
  4. Página de derechos de autor
  5. Autores
  6. Contenido
  7. Presentación
  8. Claves de la Espiritualidad y el Humanismo Ignacianos
  9. El contexto originario del Humanismo Ignaciano
  10. Ratio Studiorum. Una respuesta de humanismo en la historia de la educación
  11. Ignacio de Loyola en el aula
  12. Tres imágenes del ser humano en los Ejercicios Espirituales
  13. Ignacio mistagogo: claves de lectura de los Ejercicios Espirituales
  14. Espiritualidad Ignaciana y misión de justicia
  15. El Humanismo Ignaciano presente en las constituciones de la Compañía de Jesús y su relación con las universidades Jesuitas
  16. Una visión antropológica del “sentir” y del “conocimiento interno”, según los Ejercicios Espirituales
  17. Contracubierta