América en ocho lenguas
  1. 188 páginas
  2. Spanish
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Índice
Citas

Información del libro

Se reúnen textos de escritores procedentes de culturas diferentes y de territorios muy distantes del continente: mazahua (Chiapas), totonaco (este de México), Dule (Panamá), Shuar Chicham (Ecuador), tsotsil (Chiapas), Mapuzungun (mapuche, Argentina) y zoque (Chiapas).

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Sí, puedes acceder a América en ocho lenguas de Francisco Antonio León Cuervo, Manuel Espinosa Sainos, Arysteides Turpana, María Clara Sharupi Jua, Petrona de la Cru z Cruz, Liliana Ancalao, Miqueas Sánchez Gómez, Miguel Andrés Rocha Vivas, José Luis Iturrioz Leza en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Ensayos literarios. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2020
ISBN
9786075476551
Edición
1
Categoría
Literatura

Quetzalco(h)abladas con un perro colima sobre una bicicleta alquilada

MIGUEL ROCHA VIVAS8

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El dios anciano, flácida barriga y arqueada la espalda por el peso de los años, está sentado sobre el suelo, con la boca entreabierta, el mentón inclinado hacia delante y los dientes que le quedan medio podridos por los hongos adheridos a las tortillas hijas del comal. Las temblorosas ondulaciones de su cara se parecen a las del perro Itzcuintli cuando se rasca con sus patitas el costado alicaído del lomo. La piel se abraza con las vísceras. Si el hombre dio luz desde sus costillas, como contaron los hijos del domingo, ¿de dónde salió el perro antes de mamar en las hinchadas tetas de la perrita? El dios anciano no responde, aunque el paso de los calendarios se escuche en sus pechos y en sus tetillas. El dios anciano no responde. Crepita inclinada la cabeza por el peso del brasero ritual, en donde arde la vida, o lo que resta de ella.
El perro lleva fuego en su cola. Como la serpiente, juega a morderse el rabo, pero no alcanza, pero no alcanza. Y chilla y ladra y ladra al chillar. El dios anciano del fuego, sentado bajo la sombra del brasero de barro, contempla la vida sentado en un mercado cualquiera, en un patio cualquiera, y la madera no termina de consumirse. Jamás.
Una perra se levanta sobre sus dos patitas para morderle la oreja a un perrito. No se la muerde. Le está hablando al oído. Le está transmitiendo las mandas y las consejas. El itzcuintli no sabe concentrarse. La piel se le escurre. Le falta carne. Parado a un costado del hombre le muestra la baba envolviendo su lengua como hoja de tamal. La gula del hombre no le arroja ni las migajas pegadas en las comisuras de su boca, ni los restos acumulados entre sus muelas. Los dientes son granos de maíz. Herbívoros son los dientes del dios joven al que le crecen en la piel las flores de la visión. Y por cuya belleza le fueron arrancadas las hojas que lo envuelven. Lo despellejaron y se vistieron con él. Quedó allí tirado, a la vera de la casa escalonada, sangrándole todos los poros. El cielo humeante. El dios anciano sentado e impasible. El fuego crepitando por vez primera tras el largo día de los 52 años.
x
¿Por qué te has hecho anciano, si hace poco eras criatura de pecho, y ahora cargas las cenizas de los años sobre tu cabeza ataviada por el sol? Arrójale al perro siquiera las semillas aún incendiadas del comal.
El jitomate arde hasta convertirse en el Kukulkán de la tarde. La mazorca es constelación de guerreros prestos a la batalla. El aguacate es una galaxia que desconocemos con un planeta de ensueño en su interior. Los frijoles son meteoritos enterrados por la fuerza de nuestros pies al caminar pensando sobre la milpa. La calabaza es un universo paralelo que florece cuando bosteza la diosa de cabellos despeinados a la que es imposible negarse cuando se desnuda en el cenote. Ella lleva un cuchillo para cortar los lazos sangrantes que aún nos unen con nuestras madres.
Un bebé es acunado en las fauces de un jaguar. Cuando se hace de noche, todas las manchas de su piel se conjugan en un lecho de muerte; son gotas de petróleo que buscan abrazarse para formar una corriente. El ocelotl se mancha de sombras y es un solo pozo desde el cual el lloro del bebé no se alcanza a escuchar.
Una madre virgen se arroja al pozo del tiempo. No grita sino que ruge. Cae un rayo sobre el cenote y se transforman en diminutos cristales de obsidiana las nucleóticas pangeas de su ser.
Estoy allí. Al filo del pozo. Pero las aguas no dejan ver el fondo, y esconden a su bebé, como una madre que al lactar cubre preventivamente su seno. El niño aprenderá a rugir y se lo llamará Ocelo-Coatl: Serpiente-jaguar, rayo que repta, serpiente que ruge, jaguar que quema con su mordida.
Las aguas se muestran indiferentes a la materia más dura (oro, jade, obsidiana e incluso sal). Las cosas caen por su propio peso. Y después no hay por qué reclamar. El niño saldrá por sí solo a la superficie del mundo. Cuando se le corte el cordón: llorará. Será su primera manera de respirar. Vivir duele. Vivir es sacrificar.
xx
Sonreír sonriendo. Abrir los labios y mostrar los colmillos para deshacer su peso trascendental. El acróbata decidió invertir el peso de su cuerpo. Poner la cabeza abajo, subir los pies, olvidarse de pensar, anular los nombres y los días del calendario tanto solar como lunar. Se murieron de la risa. Los señores de las enfermedades, las desgracias y de la muerte están cansados de trabajar. Necesitan jugar. Les da mucha risa que ese par de magos sean capaces de jugar con su propia muerte. Se quitan la cabeza, se despedazan, y vuelven a vivir. Son capaces de reírse de lo más solemne. Como el perro que le pregunta a otro perro por su cola de fuego. Lo mataron y lo volvieron a suscitar. Pero el rabo se le perdió. Y eso les da mucha risa: ver a ese perro buscando su propia cola. Cómo escarba con sus patitas y se quema, porque el comal aún arde bajo la piel. Carcajadas a horcajadas. Y luego una serpiente de tierra caliente. El perro va tras ella para cazarla pero lo quiere picar. Y huye atemorizado sin el rabo entre las piernas. Porque no tiene rabo y eso les da mucha risa. Pero tampoco lo pueden matar porque ya lo habían matado. Y eso también les causa mucha gracia. A ese perrito se le olvida que le pegaron muy duro, y como es tan noble, se le olvida todo el maltrato. Entonces trata de mover su cola, pero como no tiene, les parece que es para morirse de la risa. Otra vez. Ese perro cabeza de chorlito al que se le olvida lo que se le olvidó. Todas esas personitas sonrientes mostrando todos esos dientes impares. Y los señores de la muerte y de las enfermedades queriendo librarse de tanta solemnidad. Y la serpiente de tierra caliente queriendo liberarse de su gastada piel. Y la cola del perro que no aparece. ¿Dónde estará?
Ante tanta insistencia los magos y prestidigitadores,los acróbatas y cantores, esa pareja de mendigos señores, los llevan a la piedra y los descuajan quitándoles las espinas a los nopales, arrancándoles las plumas a los falsos quetzales, esos murciélagos que ya no serán fuente de males, arrancadas sus tunas y despojados de sus hirientes armas, sus partes malolientes serán arrojadas a los ríos que fluyen más abajo de Comala. Como bolsas de basura fueron arrojadas sus vestiduras. Quemados sus huesos. Limpiados sus ojos de mal de ojo. Las cadavéricas manos con sus interminables uñas. Las cochinas orejas con que escuchaban retumbar el balón en el supramundo. Sus corazones no de ave. Sus máscaras no de turquesa. Los señores de la solemnidad han sido burlados. ¿No era acaso lo que, en el fondo, deseaban? Las caritas sonríen y por primera y única vez el zopilote canta. Es un chillido inaguantable, pero es su propia voz que se deshace en círculos sobre el agua lavada con sangre.
Los acróbatas siguen haciendo sus monerías. Su risa contagia al mundo. La cola del caimán se yergue a través de las cuevas verticales. Los cielos se abren. La luz penetra en los rincones más recónditos de la voz sin ninguna letra. Ascienden los hermanitos con la agilidad de la lagartija. Rayos azules sin trueno. Resonar de las caracolas marinas. El aire es un océano de vida. El olor de los chicozapotes maduros y la explosión aún húmeda de los elotes. Las cañas se levantan en el patio de la abuela. Las copas de los árboles se aúnan para empujar el canto vegetal del inframundo. En la cima de yax-ché, la ceiba, los gemelos se balancean sonriendo y finalmente dan el esperado salto mortal hacia el lugar de la abundancia. Sol y luna no habían sido inventados. Es su luz la que por vez primera penetra el intramundo. El perrito escuincle ha encontrado su cola. Amistado con la serpiente, está tan contento que ladra y da vueltas sobre sí mismo. ¡Hay que verlo cómo mueve la cola! Nuestra casa de estrellas posee forma espiral y de comal. Los hermanos manan luz de sus jícaras al cantar y al bailar. Los señores, muertos de risa, al fin han aprendido a vivir y a cantar.
xxx
Pedaleando en proximidad al Palacio de Bellas Artes una ciclista me da a comer la manzana de la contravía. Son pocas las bicicletas que vienen andando en este sentido único. Hoy es un día de protestas generalizadas y hay un policía en cada esquina. Por este lado de Juárez es muy reducido el flujo. Ella va adelante y yo voy mirando al ángel de la patria que corona con laureles al Benito zapoteca. Al otro lado de la ciclo ruta, en la fachada del Ministerio de Relaciones Exteriores, veo la fotografía gigante de un niño al que una mujer castiga diciéndole que ahora sí puede llorar como niña. Es imposible continuar por esta ruta. Hay que tomar la vía que conecta con el metro y pasar por el teatro donde esta noche va a sonar la guitarra de Caifanes. Hay tantos policías bloqueando las calles que vuelvo a salir al parque de la Alameda. Una mujer de facciones cadavéricas me pregunta que si hoy es domingo. Veo a un niño gordo de tanto comer dulces caminando con su mamá coja en el parque. Decido bajarme de la bicicleta y caminarla para que los peatones no se sientan importunados. Hace unos años en este mismo parque me conmoví ante una instalación en protesta por la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa. Sus 43 fotografías también arden en la avenida Paseo de la Reforma. La poeta binnizá/zapoteca Irma Pineda escribió:
Xi ganda guzeeteneu’ guirá la / Cómo nombrar de un solo golpe
ca guidxi ni guzalu’ cuyubilu’ ti lu / las ciudades recorridas
buscando un rostro
guirá ca binniguenda guni’neu’ ti gului’ca lii / los espíritus
consultados para tener indicios
paraa guidxela binni ne zinecabe laa / de dónde encontrar un
desaparecido.
Camino al Zócalo los olores de los chiles reorientan a los transeúntes cansados con la pesadez del smog. Los vapores de los chiles descontaminan parcialmente el centro histórico, un centro de centros que se sobreponen unos sobre otros, violento palimpsesto: el verdadero nombre de la historia.
Voy por la ciudad buscando el rostro de la verdad. Pero está fragmentado en millones de rostros. Y con sus fragmentos los artistas fabrican una máscara para el rey; pero ese rey es un caudillo. Cuando lo veo sé que detrás de más-cara hay menos-cara. Es más, no hay cara. El metro pasa embriagado debajo de nosotros zig-za-gue-ando. La bicicleta se sustrae a su campo magnético y sigue recto hasta la plaza para rodear las ruinas del templo mayor y de sus templos dedicados a Tláloc y Huitzilopochtli. Lluvia derramada. Sangre iluminada por la indiferencia del sol. Ínfulas de imperio y de mitad del mundo. Y sobre esas ínfulas unas ínfulas aun más grandes. La catedral más pesada del orbe. La pirámide católica fabricada con pedazos de las catedrales aztecas. Sus paredes están cimentadas con huesos carcomidos por las ratas en las cañerías. A un lado del dios del poder eclesiástico su hermano: el dios del poder civil. La catedral y el palacio nacional se están hundiendo, idos de lado, como los borrachos. Ladeados, cojos y maltrechos, ambos monumentos del nuevo mundo lanzan un mensaje violento a las nuevas generaciones. Amarro la bicicleta a un costado del templo mayor gracias a la amabilidad de uno de los vigilantes del museo. Me dice en broma: aquí ya no sacrifican, güey. ¿Será? Camino. Ni ahora ni antes una persona común puede subir a la cima. Ahora sólo queda mirar hacia abajo. Ver los cimientos derruidos. El mundo en ruinas sobre el que se levantan nuevos mundos, como si nada. La serpiente cambia de piel, aunque es de piedra. La lava se convierte en piedra, aunque es de fuego. Un pedacito de horizonte aún se deja entrever. La torre Latinoamericana, sobrepasada por otras tantas torres, también es una pirámide pasada de moda. A todos los edificios modernos les cambiarán la piel como a Xipe Totec, el desollado. Sus poros quedarán cubiertos por un (h)ollín con la luminosidad del chile más picoso. Quiero que un día, después del insoportable smog, los árboles vuelvan a germinar en el centro del mundo. Me vuelvo a subir a la bicicleta de ruedas transparentes.
xxxx
Estación del Auditorio Nacional. El metro te va llevando como un amaru-cóatl, serpiente doble, ADN artificial. Las mujeres lo esperan mirando sus teléfonos celulares en las orillas de sus paradas segregadas. Aguardan la aparición descomunal del animal con boca de pez del lago Ness. Esta ciudad antiguamente fue un lago parcialmente dulce, medianamente salado. El animal se desliza sobre los restos de terremotos y agua quemada. Al llegar, tras una espera fuera de lo común, abre las escamas automáticas y las mujeres suben a sus vagones exclusivos para que ningún hombre abuse de ellas aprovechando la multitud. Las redes sociales no funcionan en el intramundo. Al mirarse unas a otras se ven a ellas mismas. Los espejos permanecen en las carteras despojados de cualquier función. Contraídos los cuerpos, el espacio se acelera, y el tiempo parece pasar más rápido.
En la estación Auditorio un póster para animar a la lectura muestra a un niño con un libro sobre una pirámide y dice: E-lee-vate. Con todo, lo que atrae de esta estación son los murales. Es lo que se llama un rock & roll hall of fame. Un viaje, según Jorge Manjarrez, para quien Jim Morrison está solo en su tumba, convertido en una estatua narcisa a donde van a descomponerse las flores de sus admiradoras. Al final todo se marchita, hasta la piedra y la pluma de quetzal. La cantante afroamericana Tina Turner espera un fan, atraído por su vestido ajustado con minifalda, justo en la esquina de una calle de nombre vagabunda fama. Retenidos por la imaginación, los ...

Índice

  1. Portada
  2. Título de la Página
  3. Copyright Página
  4. Índice
  5. Prólogo
  6. Yo zojña jñatrjo ñeje jñangicha
  7. Poemas en jñatjo (mazahua) y español
  8. Xaxanatla tachiwín kxa tutunaku chu kxa lawán
  9. Poemas en totonaco y castellano
  10. An negūya an dungualid nega Entre la infancia y el sueño
  11. Yamaram tarimiat
  12. La nueva pobladora
  13. Sk'op Yu'un Antsetik Bolom Palabras de las Mujeres Jaguar
  14. Anka epu zungun
  15. Tsotsku'y
  16. Formación
  17. Quetzalco(h)abladas con un perro colima sobre una bicicleta alquilada
  18. Autores