Byun-Chul Han
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Byun-Chul Han

psicopolítica y educación

  1. 200 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Byun-Chul Han

psicopolítica y educación

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Transitamos por tiempos inciertos: a la par que sufrimos diversos desastres naturales asistimos a un ominoso medrar del estado de vigilancia, a un creciente malestar psíquico difícil de precisar, a una pérdida progresiva de sabiduría y saber-vivir, a una maquinización de lo humano que amenaza con hacerse absoluta, y a un ambiente mediático caracterizado por la manipulación y la sobresaturación de información. Es este un tiempo que clama por un diagnóstico y por un camino hacia adelante. Por ello es pertinente revisar la obra de Byung-Chul Han (de la cual este texto sirve como presentación), quien, a través de las categorías centrales de positividad y negatividad, propone un hilo conductor. Más allá del diagnóstico sombrío, los ensayos de este libro proponen prácticas y lineamientos en la política y la educación, encaminados a recuperar la escucha, la contemplación, la negatividad sin la cual la permanente aceleración de actividades e información del mundo moderno, inundado de positividad, amenaza con consumirnos.

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Información

Año
2020
ISBN
9789585136076
Edición
1
Categoría
Filosofía
SEGUNDA PARTE
Reflexiones sobre educación
en la era de la positividad
Educación, política y violencia
Hernando Arturo Estévez Cuervo*
La educación tiene varios retos actuales de los que no puede prescindir para comenzar a ser relevante en la comprensión de la realidad. Además de una formación intelectual que concede a los individuos ser parte de la sociedad y de los espacios profesionales que la definen, la educación traspasa sus fronteras tradicionales para responder a las necesidades sociales y políticas del contexto. Para cumplir este fin, ella deja de ser un ejercicio de aprendizaje y reproducción del conocimiento en espacios artificiales institucionalizados y se anima a incorporar la realidad social y política en sus contenidos. Este giro pedagógico ha permitido la asimilación de los principios de la teoría crítica1, mediante una actualización de la relación entre maestro y estudiante, así como de los contenidos, dentro de un ambiente propicio para el diálogo y la construcción de conocimiento colectivo. En el ámbito educativo, se reconoce actualmente que, como instrumento innovador de valores y normas, los ciudadanos son agentes de socialización que transcienden el ciclo de la acumulación y la reproducción masiva de saberes.
Una de las dimensiones de la teoría crítica se centra precisamente en un análisis a la tendencia reproductiva de la educación (Giroux 1997), porque representa una perspectiva formativa “problematizadora” de la cultura dominante: identificar las violencias epistémicas a las que lleva el seguimiento de los valores imperantes y las habilidades que, según dicha cultura, deberían instruirse. Con ella se cuestiona, además, la tendencia de las instituciones para imponer “un seguimiento a los estudiantes como una fuerza de trabajo diferenciados por el género, las consideraciones raciales y las distinciones de clase social” (Giroux 1997, 119). A partir de esta crítica, Giroux busca que la educación y sus instituciones, así como sus marcos teóricos y prácticas, dejen de ser una extensión de la lógica capitalista, que estructura al individuo a favor de un orden preestablecido y preserva la estratificación social, los valores dominantes y sus normas. Con esto, propone que el proceso de formación debe convertirse en un hecho social que rete la hegemonía de las clases dominantes.
En el planteamiento de Giroux, el cuestionamiento a la pedagogía capitalista y moderna, que atesora conocimiento, se realiza por medio de dos frentes. El primero hace evidente que la idea clásica de la educación supone la transferencia de conocimiento y valores particulares; lo cual la convierte en una habilidad instrumental, que acumula tecnología y saber científico. El segundo asunto involucra el hecho de que la educación tradicional acapara, a través de un “currículo oculto”2, el saber técnico, con miras a suplir las necesidades específicas
o las demandas del Estado y preservar las condiciones sociales y económicas actuales. Esta tendencia educativa a fortalecer el orden establecido, de acuerdo con Giroux, se puede superar mediante una aproximación crítica, la cual logre descentrar la función utilitarista de la educación y no la reduzca a una simple habilidad cognitiva de aplicación práctica, la cual expande su función social al espacio público. El conocimiento, desde la perspectiva dominante, a pesar de ser relevante para el funcionamiento y el bienestar del individuo, deja de proveer un entendimiento de las condiciones sociales y políticas del entorno; por eso, impide tener una visión problematizadora y transformadora de dichas condiciones.
Los planteamientos críticos a la educación clásica están caracterizados por proponer nuevos análisis sociales que den cuenta del valor de la tradición crítica frente a una concepción de la educación que preserve el orden sociopolítico. Estos planteamientos forman parte del estudio de Byung-Chul Han, quien define la sociedad actual como un lugar de relaciones sociales y políticas, donde prevalece el rendimiento como principio teórico y práctico para la producción y reproducción de conocimientos. Su aproximación y diagnóstico de la realidad actual enfatizan la violencia como actitud endémica ante las libertades democráticas, en estructuras de producción y reproducción que amplían el alcance moral del rendimiento y logran formas de control y orden por fuera de la comprensión de la realidad (Han 2016). La civilización actual está supeditada, definida y predeterminada por expresiones culturales y contenidos políticos, para entender la realidad como una herramienta que media las relaciones entre los individuos y su entorno sociopolítico, desde una lógica reproductora que autoriza formas individuales de poder y de violencia. De acuerdo con Han, “Hoy en día, la violencia material deja lugar a una violencia anónima, desubjetivada y sistemática, que se oculta como tal porque coincide con la propia sociedad” (Han 2016, 5). Esta violencia “anónima”, a la que se refiere Han, así como los estudios del “currículo oculto” de Giroux, hacen parte de una actividad interpretativa crítica que permite reconocer, en la sociedad y en la formación de los individuos, prácticas “invisibles” e intencionadas, las cuales ayudan a definir la realidad y el lugar del sujeto en las relaciones políticas devenidas de la educación. El libro La topología de la violencia de Han (2016) describe la sociedad actual como una sociedad del rendimiento que, sin embargo, se concibe a sí misma como liberadora y en donde el poder define no solo las relaciones entre los sujetos, sino que los reestructura interiormente.
La descripción y análisis del mundo contemporáneo, que Han hace, permite ver cómo la violencia (ejercida de forma soterrada, en términos de positividad) ha transformado en principio las interacciones sociales y, por ende, la interacción del sujeto consigo mismo. Estudiar este fenómeno es el aporte más importante del filósofo surcoreano, cuando trata de dar cuenta del estado actual de la sociedad occidental contemporánea. De acuerdo con Han, la sociedad industrial se instauró sobre la violencia asociada al castigo y a la obediencia; hoy en día la violencia es menos visible y está inmersa en el ideal de transformar al sujeto en un proyecto. Uno de los aportes del filósofo coreano es identificar los mecanismos de transformación de la violencia, develando las estrategias y técnicas utilizadas contemporáneamente para lograr la dominación de subjetividades bajo la bandera de la libertad: “De todo esto se sigue que la violencia de la positividad es más traidora que la violencia de la negatividad, puesto que esta se ofrece como libertad” (Han 2016, 97).
El diagnóstico de Han y Giroux sobre las condiciones sociopolíticas actuales, que definen al individuo, está acompañado de nuevos paradigmas, para que el conocimiento y la comprensión de la realidad asuman una posición liberadora. Su crítica permite deducir los alcances de la educación en la transformación social: formar individuos reflexivos, problematizar el saber y contribuir a un entendimiento de la realidad con miras a la búsqueda de dichos paradigmas. En parte, esto sugiere que los individuos pueden conjugar el lenguaje crítico con el de la posibilidad de crear cambios y pronunciarse ante la injusticia y la violencia. En otras palabras, ambos autores reafirman que la teoría crítica aplicada desencapsula la educación de su aparente neutralidad frente a las relaciones de poder que la producen. En este contexto, la educación no es ajena a las lógicas de producción y reproducción en una sociedad del rendimiento exagerado. También se reconoce que ella no es neutral frente a la formación de individuos para el entorno laboral, así como el conocimiento es un instrumento de reproducción subordinado a un orden social preestablecido, con el que todo ha de tener su utilidad.
Dado lo anterior, una comprensión de la cultura depende no solamente de identificar y revelar las lógicas internas en la producción de conocimiento a través de la educación, depende de cómo se puede develar una pedagogía transformadora que promueva la convivencia en la polis, mediante el pensamiento crítico y las prácticas sociales que este promueve. Los principios de dicha comprensión se proyectan hacia una justificación epistemológica que dé cuenta de las dinámicas pedagógicas y su influencia sobre el individuo, no desde la acumulación de información que posibilita cierta comprensión de la realidad, sino desde su entendimiento, para que revele las relaciones de poder que determinan su utilidad social y política.
Este capítulo desarrolla un diálogo sociopolítico entre la postura crítica a la educación moderna, por parte de Giroux, y el planteamiento psicopolítico alrededor de la violencia y el poder de Han. Ambos pensadores consolidan los conocidos debates de Foucault (2005), Esposito (2009) y Agamben (2005), en torno a la necesidad de una comprensión de la realidad que desmantele las lógicas que sostienen violencias modernas en el cuerpo social, como mecanismos internos de control. En este ámbito teórico y académico, Han y Giroux comparten la necesidad moral y política de cuestionar y retar las formas de producción de conocimiento en las que se privilegia la acumulación de información sobre la comprensión crítica, aquellas que buscan la utilidad de la investigación en su perpetuación de dinámicas sociales preexistentes. Para estos pensadores, el punto fundamental que afecta a la sociedad actual y, por ende, a la educación, tiene que ver con la función y el impacto del conocimiento sobre la transformación social y la formación del individuo.
Es claro que la educación no siempre ha contribuido a consolidar valores asociados a la libertad del sujeto. El cuestionamiento a la sociedad actual del rendimiento y a la sociedad del currículo oculto, por parte de Han y Giroux, sugiere que la educación tiene una función política no necesariamente crítica y, por lo tanto, no está siempre entendida como elemento de transformación hacia la inclusión y la libertad. En el estado actual social descrito por Han y diagnosticado por Giroux, comprender la realidad no implica cambios a nuevos contextos que “mejorarían” la vida de los seres humanos en sus relaciones. Este acto se supedita a fuerzas interiorizadas, tanto del mundo circundante como del individuo, las cuales, desde una perspectiva epistemológica, hacen del conocimiento y su función en la sociedad una herramienta más de poder y control. Una de las tesis de este capítulo es, precisamente, que el conocimiento tiene la necesidad de dejar de operar con categorías acumulativas del saber y, más bien, debe avanzar el proceso pedagógico para producir espacios políticos de libertad.
Violencia moderna y educación
El eje central de la Edad Moderna fue un acuerdo (el contrato social) por el cual se establecieron valores y normas para el desarrollo de los individuos y las colectividades. También se articuló desde la instrumentalización del saber con fines políticos y éticos por medio de la educación, mientras se concibió como un proceso para divulgar el conocimiento, en aras de un progreso incesante y desplegado hacia el ideal de potenciar aquello que se consideró el sentido de la vida humana3. Bajo estos mismos parámetros, la educación en la modernidad fue una práctica social que legitimó una única definición de la realidad y tuvo como objetivo la materialización de los ideales políticos que respondieron a aparentes necesidades universales, al tomar como referencia la tradición del pensamiento occidental. Como resultado, se fomentaron procesos de aprendizaje y enseñanza que perpetuaron ciertas condiciones políticas y sociales, desde el supuesto de que los sujetos son maleables y adaptables. Es sorprendente que la educación tenga la pretensión de no ser política y de no tener una responsabilidad con la manera de comprender la realidad; por lo menos históricamente esos han sido sus roles.
Lo decisivo en la educación moderna4 fue escoger un método pedagógico que permitió al conocimiento responder a las demandas de un ideal de desarrollo económico y de un orden social que brindaría aparente estabilidad. Para cumplir tales fines, este modelo educativo moderno se edificó bajo un método científico, el cual promueve procesos de acumulación de conocimiento y dinámicas de evaluación y pedagogías que fortalecen mecanismos de producción de la verdad abstracta, para así crear prácticas con las que la educación reproduce estructuras culturales. Sobre todo, interesó que ella se legitimara en el orden de la acumulación y la producción a través de la observación sistemática de la realidad y la experimentación, como base para la formulación de teorías y prácticas, que formaron individuos para que fueran parte del contrato social con sus ideales sociales y políticos5. Entendida así, la educación es el resultado de procesos acumulativos que, tal como nos dice Habermas:
se refuerzan mutuamente: a la formación de capital y al incremento de la productividad del trabajo, a la implantación de poderes políticos centralizados y al desarrollo de identidades nacionales, a la difusión de los derechos de participación política, de las formas de vida urbana y de la educación formal, a la secularización de valores y normas, etc. (Habermas 2011, 12).
Si seguimos la línea de Habermas, podemos argumentar que, en este momento, la modernidad es todavía un proyecto inacabado que avanza en su insistencia en que el conocimiento debe ser un instrumento que medie las relaciones entre los individuos y su entorno. Bajo las lógicas de un sistema de producción capitalista, tal proyecto entiende la educación y el conocimiento como valiosos en sí mismos, en virtud de la reproducción y la acumulación. Es decir, el conocimiento es un recurso que se transforma en mercancía o servicio y se ofrece bajo las leyes del mercado; por ende, se rige por los principios de la competencia: la oposición entre dos o más individuos que aspiran a lo mismo. La educación es también una aspiración al saber, y esto, en el tiempo actual, significa un poder, en tanto que la transferencia de conocimiento es una relación asimétrica constituida desde la obediencia, la disciplina y la autoridad que legitima guiar la conducta y dar un orden común para el desarrollo, por medio de la acumulación de valores.
La aceptación de una educación moderna, en beneficio del desarrollo, ha fortalecido el individualismo desmesurado como un valor político y resultado de la lógica de la competencia, la cual mantiene a la razón como un instrumento del progreso y base de las interrelaciones entre los sujetos. En el estadio actual, la educación es inseparable e indispensable para el progreso como capacidad y habilidad de los ciudadanos para participar en la vida democrática que normaliza los valores propios de las leyes del progreso y la acumulación de todo cuanto puede tener una cuantía y un beneficio. En Topología de la violencia, Han ubica ese ideal de progreso y las leyes que lo sustentan dentro la “sociedad del rendimiento”, es decir, dentro de las dinámicas de una sociedad que valora la violencia sobre los cuerpos y sobre las interacciones intercorporales (a través del trabajo desmedido que no se ve como esclavitud sino como emprendimiento), como parte del proyecto de evolución humana. En esta sociedad impera una “política de la violencia”, con la que el adversario no aparece como un enemigo sino como un competidor. De igual manera, Han define al habitante de esta sociedad como “un hombre flexible”, puesto que
se encuentra en un estado de incertidumbre permanente, que no deja lugar a una ubicación definitiva, a un perfilamiento claro del yo. El sujeto ideal de rendimiento ideal sería una persona sin carácter, libre de carácter, disponible para todo, mientras que el sujeto de obediencia y de disciplina mostraría un carácter firme. Hasta cierto punto, el estado de incertidumbre va unido a un sentimiento de libertad interior. La duración le provoca una extenuación física (Han 2016, 51).
Tal estado de incertidumbre y de indeterminismo, es contrario a los objetivos de la modernidad, respecto a la consolidación de un sujeto con una...

Índice

  1. Cubierta
  2. Anteportada
  3. Portada
  4. Página de derechos de autor
  5. Autores
  6. Contenido
  7. Prólogo: cabalgar el tigre
  8. Introducción
  9. Primera parte: la psicopolítica en el marco de la sociedad del cansancio
  10. Segunda parte: reflexiones sobre educación en la era de la positividad
  11. Contracubierta