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Universidad, política y cultura en la era de la incertidumbre

  1. 328 páginas
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Universidad, política y cultura en la era de la incertidumbre

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Información del libro

Ya nadie viaja en tren en México. Desde finales del siglo pasado, el ferrocarril dejó de ser el medio de transporte preferido —y en no pocas ocasiones el único— en muchas poblaciones del país. Ciertamente, desde los años sesenta, en pleno auge del milagro económico mexicano, la expansión del uso del automóvil y los autobuses foráneos explican la construcción de una red inmensa de carreteras que fue desplazando poco a poco el uso de los trenes. La rapidez, el costo y la eficiencia de los nuevos medios de transporte disminuyeron de manera irreversible la importancia práctica y simbólica de los trenes en la vida de las personas y comunidades.La pausada y lenta forma de desplazamiento por las vías férreas fue sustituida por la velocidad de autos, de camiones y, en menor medida y proporción, por los aviones. En pleno siglo XXI, la gran mayoría de los trenes son de carga, no de pasajeros, que corren aún por las vías férreas trazadas desde la época del porfiriato. Por ahí subsisten algunos trenes de pasajeros por rutas más bien cortas, pero son trayectorias de privilegio, dirigidas al sector turístico nacional o internacional que puede pagar costos altos por distancias cortas. Experimentar la lentitud se ha convertido en un hábito de ricos y famosos. La mayor parte de la población no puede darse esos lujos.

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Información

Año
2020
ISBN
9786075475219
Edición
1
Categoría
Social Sciences
Categoría
Sociology
Diletantismos:
literatura, cine, música
Sostiene Tabucchi56
Como es de dominio público, el domingo pasado falleció en Lisboa el escritor italiano Antonio Tabucchi, a la edad de 68 años. Autor de novelas y relatos como Piazza de Italia, Sostiene Pereira, La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, o Nocturno hindú, Tabucchi fue un escritor comprometido con su oficio y con su tiempo, un novelista excepcional, devoto de la literatura portuguesa y, en especial, de la obra de Fernando Pessoa.
Su escritura es frugal, contenida, envolvente. El tono pausado de sus narraciones está poblado de frases y oraciones profundas, penetrantes; reflexiones donde sus personajes marcan con palabras de “honduras sepultadas” imágenes, incertidumbres, muchas preguntas, algunas explicaciones, lamentos cotidianos y desencantos largos. Hombre de izquierdas, Tabucchi criticó duramente los años del berlusconismo, ese movimiento político y mediático dominado por la figura del exprimer ministro y empresario Silvio Berlusconi, que desde su punto de vista había erosionado las bases mismas de la democracia italiana, y mostraba la degradación política y cultural de la clase política de su país, pero también del empresariado y buena parte de las clases medias ilustradas italianas.
Admirador de la poesía, se declaraba incapaz de practicarla. Pero la seducción de la lengua portuguesa bajo la obra de Pessoa le marcó desde muy joven. Pasaba largas temporadas viviendo en Lisboa, admirando la inmensidad del río Tajo, deambulando entre las calles medievales que también caminó, amó y sufrió Pessoa. Su asombro por la belleza de la ciudad, y por el hipnotismo potente de la poesía y la narrativa del autor del Libro del desasosiego, marcaron buena parte de su propia escritura. Ello no obstante, también fue capaz de crear un estilo y una prosa propia, de sonoridades italianas y portuguesas, que le significó un lugar destacado en la mesa de los grandes escritores de la segunda mitad de siglo XX en Europa.
Para muchos de sus lectores en México y en América Latina, los libros de Tabucchi significan el descubrimiento de otra forma de narrar el mundo, una forma donde la belleza de las palabras va unida a la imaginación y al compromiso de la lectura como actividad vital. Pero, además, leer a Tabucchi era también cierto acto de fe para intentar poner orden en el caos de los años ochenta y noventa del siglo pasado; una bocanada de aire fresco para entender la vida pública y política. Sostiene Pereira, sospecho, significó leer una novela que nos permitía enteder mejor los claroscuros de la política en un contexto opresivo —la larga dictadura de Salazar en el Portugal de los años treinta—, pero también era una ventana a las tensiones siempre ocultas entre el voluntarismo político, la academia universitaria, las prácticas periodísticas, el compromiso por la democracia o la justicia, y los inexplicables hábitos del corazón que dominan las vidas de los individuos y sus relaciones.
De esos y otros temas está hecha la escritura de Tabucchi. Enumero en frases sueltas algunos de ellos:
De vivir y beber: “Sabe, a veces, cuando se ha bebido un poco, la realidad se simplifica, se saltan los vacíos entre las cosas, todo parece encajar y uno dice: ya está. Como en los sueños” (“Enigma”, en Pequeños equívocos sin importancia, 1998).
De sueños y dioses: “El dios de la Añoranza y la nostalgia es un niño con cara de viejo…”
“El dios del Odio es un pequeño perro amarillo de aspecto macilento[…] Luego está el dios de la Locura y el de la Piedad, el dios de la Magnaminidad y el del Egoísmo”.
“El dios del Amor, es una imagen […] que no es un ídolo ni nada visible, sino un sonido, el puro sonido del agua marina […] el sonido se reproduce en un eco infinito que embelesa a quien lo oye y produce una especie de ebriedad o de enajenación” (“Hespérides. Sueño en forma de carta”, incluido en Dama de Porto Prim, de 1984).
Los misterios del corazón: “Es difícil tener convicciones precisas cuando se habla de las razones del corazón, sostiene Pereira” (1995).
De la soledad: “… pensó que cuando se está verdaderamente solo es el momento de medirse con el yo hegemónico que quiere imponerse en la cohorte de las almas. Y aunque pensó en todo ello no se sintió tranquilo, sintió en cambio una gran nostalgia, no sabría decir de qué, pero era una gran nostalgia de una vida pasada y de una vida futura, sostiene Pereira” (1995).
Del odio: “Y piensa en el odio. También el odio es algo difuso, no se deja aprisionar por las palabras, tiene múltiples formas de vivir, matices, franjas, claroscuros imperceptibles, flujos, movimientos. […] el odio tiene una concreción especial y extraña, cuando se convierte en definido y formulable ya había nacido en nosotros, preexistía en silencio agazapado en un pliegue de ánimo” (“Habitaciones”, en Pequeños equívocos…).
56 Señales de Humo, 31 de marzo de 2012.
El poder y las letras57
A primera vista, el campo de la literatura es diametralmente opuesto al territorio de la política, en más de algún sentido puede considerarse justamente como su némesis. El mundo escrito, habitado por libros, imágenes y autores, es un espacio y un tiempo muy distinto al mundo no escrito, poblado por personajes resbaladizos, a veces francamente siniestros, presas frecuentes de sus arrebatos, de sus rutinas y prácticas políticas. Uno se caracteriza por la búsqueda de cierta coherencia estética y argumental, por la capacidad de abstraer realidades del mundo no escrito, por el poder para inventar sus propias realidades, mientras que el otro se define básicamente por las contradicciones, las tensiones, los pleitos, por el uso común de la hipocresía y una colección variada de máscaras de ocasión. Ambas actividades son creaturas humanas, bestias domadas por el arte, por la inspiración y el trabajo, de un lado; o por los cálculos, los instintos o el oficio, por el otro.
Y sin embargo, para muchos autores y políticos los vínculos entre literatura y política son muy cercanos. Las figuras del escritor y del militante, del novelista y el activista social, el poeta o el líder político, suelen ser parte de una misma arquitectura vital. José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, José Saramago, Octavio Paz, el poeta Ernesto Cardenal, Cesare Pavese, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Günter Grass, son figuras que simbolizan, en distintos momentos políticos y contextos intelectuales, la extraña fusión de los mundos literario y político en una misma persona. Muestran una y otra vez que ni el mundo literario ni el mundo político son entidades químicamente puras, sino que con cierta frecuencia y en diferentes contextos ofrecen a la vista el carácter poroso de sus fronteras, la flexibilidad de sus estructuras, la cercanía de sus objetos.
Quizá las relaciones profundas entre la literatura y política se explican porque comparten el mismo suelo, un mismo territorio. Ambos oficios son gobernados por la ilusión de crear o conquistar un orden imaginario o un orden práctico, respectivamente. La imaginación literaria y la práctica política se nutren frecuentemente de las mismas ansiedades: la pasión y el cálculo, la intuición y el impulso, la razón y la fe. Y quizá uno de los mayores ejemplos de cómo coexisten el mundo de los libros y el mundo del poder se encuentre en la figura de uno de los escritores que dieron a la política cierto estatus teórico y práctico: Nicolás Maquiavelo.
Es relativamente poco conocido el hecho de que el gran autor florentino, mientras escribía obras monumentales de la política como su conocidísima El Príncipe, Los discursos sobre la primera década de Tito Livio o El arte de la guerra, al mismo tiempo escribía obras de teatro y novelas como La mandrágora, Clizia y Belfagor. Aunque estas últimas nunca gozaron de la fama y celebridad que adquirieron muchos años después de su muerte las obras políticas de Maquiavelo, muestran una faceta poco conocida de un autor que, hechizado por los secretos del poder, mantenía también una obra literaria que le permitía tomar distancia de la vida política que transcurría entre palacios, rituales y cálculos del mundillo del poder.58
Maquiavelo representa, por supuesto, un caso distinguido, excepcional, extremo si se quiere, de las relaciones entre literatura y política, propias de una época donde el hombre culto compartía tanto la pasión por el arte como la pasión por el poder. Sin embargo, lo que suele encontrarse de manera más habitual en nuestros tiempos y callejones mexicanos son literatos con pretensiones políticas y políticos con pretensiones literarias. Como hemos visto en el ámbito doméstico o extranjero desde hace tiempo, abundan los casos donde poetas y escritores se convierten en activistas, y donde los políticos profesionales suelen exhibir sus dotes poéticas o novelísticas, con resultados regularmente desastrosos tanto para la literatura como para la política.
El fenómeno reviste su interés, por supuesto. El oficio del escritor y el oficio del político imponen exigencias y límites infranqueables. Mientras que uno trata de letras, el otro trata con hechos. El escritor vive de pensar las palabras, del empleo incansable de articular la imaginación con la música de las palabras, con la pretensión siempre improbable de encontrar un lector de sus frases, sus tramas, sus narrativas. El culto de las palabras es el leit motiv de los escritores. Como escribía Cesare Pavese: “Las palabras son nuestro oficio… Las palabras son cosas tiernas, intratables y vivas”. Sus pretensiones no son describir realidades y menos aún transformarlas, actuar para cambiarlas, aunque en ocasiones, y de manera imprecisa e inesperada, ese sea justamente el efecto de sus palabras, según sugería el mismo Pavese.59
Por el contrario, el político trata siempre con los hechos, con la acción, de man...

Índice

  1. Introducción
  2. Profundidades sin fondo:universidad y sociedad
  3. Apuntes de sociología del poder
  4. Diletantismos:literatura, cine, música