¿Acaso no soy yo una mujer?
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¿Acaso no soy yo una mujer?

Mujeres negras y feminismo

bell hooks, Gemma Deza Guil

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  1. 280 páginas
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¿Acaso no soy yo una mujer?

Mujeres negras y feminismo

bell hooks, Gemma Deza Guil

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Esta es una de las primeras grandes obras de la escritora y activista bell hooks. Publicada originalmente en 1981, ha ido ganando reconocimiento como un trabajo influyente en el pensamiento feminista. Este ensayo clásico se traduce ahora por primera vez al español. En él se examina la opresión que las mujeres negras han sufrido y siguen sufriendo desde el siglo xvii hasta la actualidad.En ¿Acaso no soy yo una mujer?hooks explora varios temas recurrentes en su trabajo posterior: el impacto histórico del sexismo y el racismo en las mujeres negras, los roles de los medios de comunicación y del sistema educativo en la representación de la mujer negra, la idea de un patriarcado capitalista-supremacista blanco y el desprecio por cuestiones de raza y clase dentro del feminismo. hooks insiste en que las luchas por poner fin al racismo y al sexismo están entrecruzadas y enfoca su escritura en la interseccionalidad de raza, capitalismo y género.A partir de la publicación de este libro, hooks se ha convertido en una eminente pensadora política y crítica cultural que inicia su reflexión desde su firma: bell hooks es una combinación de los nombres y apellidos de su madre y su abuela escritos en minúscula, según ella, porque mayúsculas deben ser las ideas, criticando así la costumbre capitalista de sobrevalorar los nombres propios.

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Información

Editorial
CONSONNI
Año
2020
ISBN
9788416205608

1

Sexismo y la experiencia de la esclavitud por parte de las mujeres negras

En un análisis retrospectivo de la experiencia de la esclavitud por parte de la mujer negra, el sexismo aparece como una fuerza tan opresora como el racismo para las vidas de las mujeres negras. El sexismo institucionalizado (es decir: el patriarcado) formó la base de la estructura social estadounidense junto con el imperialismo racial. El sexismo fue una parte integral del orden sociopolítico que los colonizadores blancos se trajeron consigo de sus patrias europeas y tuvo un profundo impacto en el destino de las mujeres negras esclavizadas. En sus primeras fases, el comercio negrero se concentró principalmente en la importación de trabajadores y el énfasis se puso en la trata de hombres negros. Una esclava negra tenía menos tanto que un esclavo negro. De media, costaba más caro comprar a un esclavo negro que a una esclava negra. La escasez de mano de obra, combinada con el número relativamente bajo de mujeres negras en las colonias estadounidenses, llevó a algunos plantadores blancos a alentar, persuadir y coaccionar a mujeres blancas inmigrantes para que mantuvieran relaciones sexuales con esclavos negros con el fin de producir mano de obra. En Maryland, en el año 1664, se aprobó la primera ley antimestizaje, cuyo objetivo era restringir las relaciones sexuales entre mujeres blancas y esclavos negros. En un fragmento del preámbulo del documento se leía:
Cualquier mujer nacida libre que contraiga matrimonio con un esclavo, a partir del último día de la presente asamblea, servirá a los amos de dicho esclavo en vida de su esposo y los frutos de dicha mujer nacida libre y así desposada serán tan esclavos como lo eran sus padres.
El caso más célebre de la época fue el de Irish Nell, una criada en régimen de servidumbre a quien Lord Baltimore vendió a un plantador sureño, que la alentó a casarse con un negro llamado Butler. Lord Baltimore, al conocer el destino de Irish Nell, quedó tan horrorizado al pensar que una mujer blanca pudiera cohabitar sexualmente con un esclavo negro, fuera bajo coacción o por elección propia, que hizo derogar la ley. El nuevo texto legal establecía que los vástagos nacidos de relaciones entre mujeres blancas y hombres negros serían libres. A medida que los esfuerzos de los indignados hombres blancos por restringir las relaciones interraciales entre hombres negros y mujeres blancas dieron su fruto, la esclava negra adquirió un nuevo estatus. Los plantadores entendieron los beneficios económicos que podía reportarles criar a esclavas negras. Los virulentos ataques a la importación de esclavos también pusieron más énfasis en fomentar la procreación de estos. A diferencia de los hijos nacidos de relaciones entre hombres negros y mujeres blancas, la prole de cualquier mujer negra, al margen de la raza del padre, se consideraría legalmente esclava y, por consiguiente, propiedad del amo al cual pertenecía la esclava. Así, a medida que el valor de mercado de las esclavas negras fue en aumento, el número de mujeres robadas o adquiridas por los traficantes esclavistas también se incrementó.
Observadores blancos de la cultura africana de los siglos XVIII y XIX quedaron estupefactos e impresionados por la subyugación de las hembras africanas a manos de los machos africanos. No estaban acostumbrados a un orden social patriarcal que exigiera a las mujeres que aceptaran no solo ocupar una posición inferior, sino además participar de manera activa en la mano de obra comunitaria. Amanda Berry Smith, una misionera negra del siglo XIX, visitó comunidades africanas e informó sobre la condición de las mujeres del continente:
Las pobres mujeres de África, como las de India, lo pasan mal. Por regla general, se ocupan de todo el trabajo duro. Tienen que cortar y transportar la leña, cargan con el agua sobre sus cabezas y siembran todo el arroz. Los hombres y los niños desbrozan y queman la maleza, con la ayuda de las mujeres, pero son ellas quienes se ocupan de sembrar el arroz y plantar la mandioca.
Es frecuente ver a un hombretón caminar por delante con solo un machete en la mano (siempre llevan un machete o una lanza) y, por detrás, a una mujer, su esposa, portando al hijo de ambos, ya crecido, a la espalda y una carga sobre la cabeza.
Por más cansada que esté, a su señor no se le ocurre llevarle una jarra con agua, para que le prepare la cena, ni batir el arroz; no, es ella quien debe hacerlo.
El hecho de que las mujeres africanas estuvieran entrenadas en el arte de la obediencia a una autoridad superior a causa de las tradiciones de su sociedad debió hacer que a los negreros se les antojaran un producto ideal para esclavizarlas. Además, como gran parte del trabajo que tenía que hacerse en las colonias estadounidenses se enmarcaba en el ámbito de la agricultura con azada, sin duda a los negreros debió de parecerles que la mujer africana, acostumbrada a desempeñar una amplia variedad de tareas en la esfera doméstica, resultaría de suma utilidad en las plantaciones estadounidenses. Así, aunque a bordo de los primeros barcos que transportaron esclavos al Nuevo Mundo solo viajaban un puñado de mujeres africanas, conforme la trata de negros cobró impulso, las mujeres acabaron por representar un tercio de los cargamentos de la mayoría de barcos negreros. Y dado que no podían ofrecer una resistencia efectiva a la captura a manos de ladrones y secuestradores, las mujeres africanas se convirtieron en dianas frecuentes de los traficantes blancos. Además, los tratantes de esclavos tenían por costumbre apresar a las mujeres importantes para la tribu, como la hija del rey, que usaban como cebo para atraer a los africanos a situaciones en las que resultaba fácil capturarlos. También hubo mujeres africanas que se vendieron como esclavas para castigarlas por incumplir las leyes tribales. Así, una mujer culpable de adulterio podía acabar vendida como esclava.
Los negreros blancos no consideraban a las africanas una amenaza; de ahí que, con frecuencia, en los barcos de esclavos las mujeres negras se transportaran sin grilletes, mientras que los hombres negros iban encadenados entre sí. Los traficantes de esclavos creían que los africanos suponían una amenaza para su seguridad, pero no temían a las africanas. Ataban a los hombres para evitar posibles amotinamientos. Y dado que los negreros temían la resistencia y las represalias a manos de los africanos, ponían toda la distancia posible a bordo entre ellos y los esclavos. Solo en relación con la esclava negra el traficante blanco ejercía libremente un poder absoluto, pues podía maltratarla y explotarla sin temor a represalias. Las esclavas negras que se movían con libertad por las cubiertas de los barcos eran una diana fácil para cualquier hombre blanco a quien le apeteciera atormentarlas o abusar de ellas físicamente. En un principio, a todos los esclavos a bordo del barco se los marcaba con un hierro candente. Y los negreros empleaban un látigo de nueve ramales para azotar a los africanos que gritaban de dolor o se resistían a tal tortura. A las mujeres se las fustigaba con brutalidad por llorar y gritar. Les desgarraban la ropa y las flagelaban en todas las partes del cuerpo. Ruth y Jacob Weldon, una pareja africana que experimentó los horrores del transporte de esclavos, vieron a «madres con hijos de pecho marcadas y fustigadas con tal brutalidad que pareciera que el mismísimo cielo tuviera que castigar a sus infernales torturadores con el destino funesto que tanto merecían». Una vez marcados, se despojaba a todos los esclavos de sus ropas. La desnudez de las mujeres africanas servía de recordatorio constante de su vulnerabilidad sexual. La violación era un método de tortura habitual que los negreros utilizaban para subyugar a las mujeres negras rebeldes. La amenaza de la violación o de cualquier otro escarmiento físico inspiraba terror en las psiques de las africanas desplazadas. Robert Shufeldt, un observador de la trata de esclavos, documentó la prevalencia de la violación en los barcos negreros. En palabras de Shufeldt: «En aquel entonces, muchas negras desembarcaban en nuestras orillas preñadas de alguno de los demoníacos tripulantes que las habían conducido hasta allí».
Muchas mujeres africanas estaban embarazadas antes de ser capturadas o adquiridas. Y se las forzaba a soportar el embarazo sin preocuparse de su dieta, sin hacer ejercicio y sin asistencia en el parto. En sus comunidades, las africanas estaban acostumbradas a recibir cuidados y mimos durante la gestación; de ahí que la naturaleza bárbara del alumbramiento a bordo de los barcos negreros fuera tanto físicamente dolorosa como psicológicamente desmoralizante. Los registros históricos consignan que el barco negrero estadounidense Pongas transportaba 250 mujeres, muchas de ellas embarazadas, hacinadas en un compartimento de 1,80 por 5,40 metros. La mujeres que sobrevivieron a la fases iniciales del embarazo dieron a luz a bordo, con el cuerpo expuesto a un sol abrasador o a un frío gélido. Nunca sabremos el número de mujeres negras fallecidas durante el parto ni el número de mortinatos. Las mujeres negras que viajaban a bordo de los barcos negreros con niños eran ridiculizadas, vilipendiadas y tratadas con desdén por la tripulación. A menudo, los negreros maltrataban a los niños solo para ver la angustia de sus madres. En su relato personal de la vida a bordo de un barco negrero, los Weldon explicaban un episodio en el que a un niño de nueve meses lo fustigaban continuamente por negarse a comer. Al comprobar que los latigazos no servían de nada, el capitán ordenó que lo metieran con los pies por delante en un caldero de agua hirviendo. Tras probar otros métodos de tortura sin éxito, el capitán lo arrojó al suelo y le provocó la muerte. No satisfecho con aquel acto sádico, le ordenó a la madre que lanzara el cuerpo del pequeño por la borda. La madre se negó y fue flagelada hasta que lo hizo.
Las experiencias traumáticas de las mujeres y los hombres negros a bordo de los barcos negreros solo fueron las fases preliminares de un proceso de adoctrinamiento que transformaría al ser humano africano libre en un esclavo. Una parte importante del trabajo del negrero consistía en transformar la personalidad africana a bordo de los barcos para poder vender el cargamento como esclavos «dóciles» en las colonias estadounidenses. Había que doblegar el espíritu orgulloso, arrogante e independiente de la población africana para someterla a lo que los colonos blancos consideraban un comportamiento adecuado de los esclavos. Un aspecto crucial en la preparación de los africanos para el mercado negrero era la aniquilación de la dignidad humana, la supresión de los nombres y el estatus, la dispersión de los grupos para que no existiera un idioma común y la eliminación de cualquier otro indicio claro de legado africano. Los métodos que utilizaron los negreros para deshumanizar a mujeres y hombres africanos incluyeron torturas y castigos diversos. Un esclavo podía ser apalizado por cantar una canción triste. Y si lo consideraba oportuno, el negrero podía matar brutalmente a un esclavo para inspirar terror en los espectadores encadenados. Estos métodos de amedrentamiento consiguieron obligar a los africanos a reprimir la conciencia de sí mismos como un pueblo libre y a adoptar la identidad esclava que se les impuso. Los negreros dejaron por escrito en sus cuadernos de bitácora que trataban con crueldad y sadismo a los africanos a bordo de los barcos de esclavos para «someterlos» o «domesticarlos». Las africanas se llevaron la peor parte de aquel trato brutal e intimidatorio masivo no solo porque se las podía victimizar a través de su sexualidad, sino también porque era más probable que trabajaran en el entorno íntimo de la familia blanca que los hombres negros. Puesto que el negrero contemplaba a la mujer negra como una cocinera, una nodriza o una criada comercializable, era fundamental que estuviera tan absolutamente aterrorizada que se sometiera con actitud pasiva a la voluntad de su amo y su ama blancos, así como a la de la prole de estos. Para poder vender su producto, el negrero tenía que asegurarse de que ninguna criada negra rebelde envenenara a una familia, matara a los niños, prendiera fuego a la casa u opusiera resistencia en modo alguno. Y la única garantía que podía aportar se basaba en su capacidad para amansar a los esclavos. Sin lugar a duda, la experiencia en el barco negrero tenía un impacto psicológico tremendo en las psiques de las mujeres y los hombres negros. El trayecto de África a Estados Unidos era tan espeluznante que solo quienes conseguían mantener las ganas de vivir pese a las angustiosas condiciones sobrevivían. Los blancos que observaban a los esclavos africanos desembarcar en las orillas de los Estados Unidos apreciaban que parecían alegres y felices, y pensaban que dicha felicidad se debía a la alegría de haber llegado a tierras cristianas. Sin embargo, lo único que expresaban los esclavos era alivio. Pensaban que lo que les deparaba el destino en las colonias estadounidenses no podía ser tan atroz como la experiencia a bordo del barco negrero.
Por tradición, los expertos han recalcado el impacto que la esclavitud tuvo en la conciencia del hombre negro, alegando que los hombres negros, más que las mujeres negras, fueron las «verdaderas» víctimas de la esclavitud. Sociólogos e historiadores machistas han inculcado en la opinión pública estadounidense la idea de que la repercusión más cruel y deshumanizadora de la esclavitud en las vidas de la población negra consistió en despojar a los hombres negros de su masculinidad, lo que, según argumentan, conllevó la disolución y la alteración generalizada de toda estructura familiar negra. Los eruditos han añadido que, al no permitir a los hombres negros asumir su papel tradicional de patriarcas, los hombres blancos los castraron y los redujeron a un estado afeminado. Tal afirmación lleva implícita la presunción de que lo peor que le puede pasar a un hombre es asumir el estatus social de una mujer. Insinuar que la deshumanización de los hombres negros se debió exclusivamente a negarles su papel de patriarcas implica que para tener un concepto positivo de sí mismos los hombres negros tenían que subyugar a las mujeres negras, una idea que únicamente sirve para apuntalar un orden social sexista. A los hombres negros esclavizados se los despojó del estatus de patriarcas que había caracterizado su situación social en África, pero no se les arrebató su masculinidad. Pese a todos los debates populares que afirman que a los hombres negros se los castró figuradamente, a lo largo de la historia de la esclavitud en Estados Unidos a los hombres esclavos se les permitió mantener una cierta semblanza del rol masculino definido por la sociedad. Tanto en la época colonial como en el mundo contemporáneo, la masculinidad implicaba poseer atributos como fuerza, virilidad, vigor y capacidad física. Era precisamente esa «masculinidad» del hombre africano lo que primaban los negreros. Los hombres africanos jóvenes, fuertes y sanos eran su principal objetivo, porque precisamente lo que le reportaba mayor rentabilidad por su inversión era la venta de africanos viriles que pudieran emplearse como mano de obra. El hecho de que las personas blancas reconocieran la «masculinidad» del hombre negro queda demostrado en las tareas asignadas a la mayoría de los esclavos negros. Ningún registro histórico indica la cantidad de esclavos negros a quienes se obligó a desempeñar papeles por tradición realizados exclusivamente por mujeres. Sí existen, en cambio, evidencias de lo contrario, las cuales documentan el hecho de que muchos africanos esclavizados se negaban a realizar muchas tareas porque las consideraban trabajo «de mujeres». Si a las mujeres y a los hombres blancos les hubiera obsesionado de verdad la idea de destruir la masculinidad negra, podrían haber castrado físicamente a todos los hombres negros a bordo de los barcos negreros o haberlos obligado a ponerse ropa «femenina» o a desempeñar tareas consideradas «de mujeres». Los amos de esclavos blancos eran ambivalentes en su trato del hombre negro, porque, mientras que por un lado aprovechaban su masculinidad, por el otro institucionalizaron medidas para mantener dicha masculinidad bajo control. Sí hubo algunos hombres negros a quienes castraron sus amos o turbas, pero el objetivo de tales actos solía ser dar ejemplo a otros esclavos para que no se resistieran a la autoridad blanca. Incluso aunque los hombres negros esclavizados hubieran logrado conservar íntegro su estatus patriarcal en relación con las mujeres negras esclavizadas, ello no habría hecho que la realidad de la vida esclava resultara más tolerable, menos brutal o menos deshumanizadora.
La opresión de los hombres negros durante la esclavitud se ha descrito como una desmasculinización por el mismo motivo que los expertos prácticamente no han prestado atención alguna a la opresión de las mujeres durante la esclavitud. Bajo ambas tendencias subyace la presunción sexista de que las experiencias de los hombres son más importantes que las de las mujeres y de que la experiencia más trascendental para el hombre es su reafirmación patriarcal. Los estudiosos se han mostrado reacios a analizar la opresión de las mujeres negras durante la esclavitud debido a su falta de voluntad de examinar en serio las repercusiones de la opresión sexista y racista en su estatus social. Por desgracia, este desinterés y esta despreocupación los lleva a restar importancia de manera deliberada a la experiencia de las mujeres negras esclavas. Y aunque ello no desmerece en absoluto el sufrimiento y la opresión que vivieron los hombres negros esclavizados, es evidente que ambas fuerzas, el sexismo y el racismo, intensificaron y magnificaron el sufrimiento y la opresión de las mujeres negras. La esfera en la que más palmaria resulta la diferencia entre la situación de los esclavos y las esclavas es el ámbito laboral. Al negro esclavo lo explotaban principalmente como bracero en los campos, mientras que a la negra esclava la explotaban como bracera en el campo, como criada en el hogar y como criadora, aparte de ser objeto de abusos sexuales por parte del hombre blanco.
Mientras que a los hombres negros no se los obligó a asumir un papel que la sociedad estadounidense colonial consideraba «femenino», a las mujeres negras se las forzó a asumir un papel «masculino». Las mujeres negras trabajaron en los campos codo con codo con los hombres, pero, en cambio, pocos hombres negros, si es que hubo alguno, trabajaron como personal doméstico junto a las mujeres negras en los hogares blancos (con la posible excepción de los mayordomos, cuyo estatus era superior al de una criada). De manera que sería mucho más atinado que los académicos examinaran la dinámica de la opresión sexista y racista durante la esclavitud poniendo el foco en la masculinización de la mujer negra y no en desmasculinización del hombre negro. En la sociedad estadounidense colonial, las mujeres blancas privilegiadas rara vez trabajaban en los campos. Esporádicamente, a algunas criadas blancas en régimen de servidumbre se las obligaba a trabajar en ...

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