La democracia es posible
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La democracia es posible

Sorteo cívico y deliberación para rescatar el poder de la ciudadanía

  1. 176 páginas
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La democracia es posible

Sorteo cívico y deliberación para rescatar el poder de la ciudadanía

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El desgaste y el deterioro de la política desde la perspectiva de la ciudadanía han incrementado las preguntas sobre la mejor forma de hacer política. Las políticas públicas hoy en día parecen incapaces de repensarse, ni siquiera frente a un desafío como el de la pandemia del COVID-19. Solemos pensar que políticamente no hay muchas alternativas a lo que tenemos hoy. Nos hemos acostumbrado a entender la democracia solo mediante los partidos que cualquier otra alternativa suena fantasiosa. La solución, por supuesto, no es fácil. Sin embargo, desde hace algunos años estamos asistiendo a la puesta en marcha de mecanismos políticos que proponen una salida distinta y que permiten pensar, desde una perspectiva renovada, esas tensiones que azotan regularmente la democracia.Este libro pretende mostrar de qué manera el sorteo y la deliberación pueden jugar un papel destacado en las instituciones políticas de hoy y de mañana. Veremos cómo se emplean para tomar, en la actualidad, decisiones importantes en muchos lugares del mundo y que fueron también herramientas usadas en momentos históricos. El sorteo y la deliberación pueden aportar un elemento de equilibrio a la tensión que puebla la política hoy día (entre democracia y eficiencia), pues ciertamente cualquier alternativa política tiene que ser tan eficiente como democrática en sus formas. Para repensar el mundo, necesitamos replantear nuestra forma de tomar colectivamente las decisiones que nos afectan.

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Información

Editorial
CONSONNI
Año
2020
ISBN
9788416205592

1

Banalidad y fatiga democrática ¿Hay alternativas al actual sistema político?

En el mes de diciembre de 2018, el centro de Madrid amaneció repleto de carteles de lo que parecía un nuevo partido: «TEA». Su eslogan, sencillo, en letras blancas sobre negro, decía: «El primer partido político que NO miente». Debajo del cartel electoral aparecía la referencia a su página web («decimoslaverdad.com»). Vimos el cartel en la estación de Atocha. Nos sorprendió que apareciera ya, tan pronto, publicidad electoral. Quedaban aún meses antes de las elecciones generales en abril de 2019. Dimos por hecho que, al fulgor de lo que habíamos vivido durante los últimos años después del 15M, había nacido un nuevo partido político. Solo entre 2011 y 2012 nacieron 492 partidos, según información del Ministerio del Interior1. Nos pareció como un último coletazo de aquellos días, ciertamente un poco lejano, pero tenía un eslogan motivador, pensado para insertarlo en el espacio publicitario de un reality show. Tocaba el corazón de lo que muchas personas piensan en sus conversaciones cotidianas cuando hablan sobre los partidos políticos. Nos pareció algo burlón y le sacamos una foto con el móvil, pero no le dimos más relevancia. Imaginábamos que un partido así no tendría mucho recorrido en un proceso electoral en el que posicionarse con opciones reales en un hipotético parlamento es una tarea muy complicada. Pasó con Podemos, pero hay muchos partidos con eslóganes creativos que nunca obtienen ningún premio electoral. ¿Se acuerdan del Partido X? No obstante, mientras salíamos de la estación de Atocha, uno de nosotros reparó en el despliegue publicitario: «Hay que disponer de muchos recursos para poner carteles de publicidad en una ciudad y que la gente lo vea». Y si hay recursos, ¿quién los ha puesto? Cuando Podemos obtuvo cinco diputados europeos en las primeras elecciones a las que se presentó (elecciones europeas de mayo de 2014), apenas había publicidad del partido. Su primer éxito se fraguó en las redes digitales.
La curiosidad nos venció y lo buscamos por internet. Copiamos la dirección web de la foto que habíamos sacado y… sorpresa. Era una campaña publicitaria de la Confederación de Autismo en España. Parecía una noticia de guiñol, pero efectivamente leímos la información que la Confederación había colocado allí en la web para que cualquier otro atraído por esa publicidad como nosotros leyera qué es el TEA (Trastorno del Espectro del Autismo). Frente a los estigmas que vivencian a diario, la campaña jugaba con las palabras y la referencia a unos partidos que siempre mienten para hablar sobre las múltiples capacidades que tienen las personas con TEA, destacando, entre ellas, la honestidad y la sinceridad. O sea, lo contrario de lo que la gente piensa de los partidos y sus políticos.
Estamos habituados a pensar que la política no le interesa a nadie, pero no parece que sea así si mencionamos la banalidad con la que solemos mirarla. El anuncio (los partidos políticos mienten) ponía el dardo sobre una cuestión compartida entre la opinión pública. Que la gente está harta de los partidos, porque es sabido y compartido que no son de fiar. Es algo tan popular que una compañía de publicidad utiliza ese marco en su reclamo para visibilizar algo tan distante como las personas con TEA. Que la política ha sido objeto de mofa popular desde que se inventó la política no es un problema mayor. El dilema que retrata el falso partido hoy es lo que implica esa banalidad con la que miramos ahora la política. En las conversaciones informales, los partidos se vuelven prescindibles. Y, entonces, ¿qué?

Las implicaciones de la banalidad

El 29 de octubre de 2018, durante la reunión anual del Congreso de Empresa Familiar en España, uno de los empresarios más conocidos en el país, José Manuel Entrecanales, presidente ejecutivo de Acciona, hizo un llamamiento a los empresarios a ocupar cargos públicos ante el deterioro de la política2. Pensaba que una vez un gran ejecutivo empresarial hubiera acabado su carrera, podía (o «debía») irse a la política con el fin de poner al servicio de esta la experiencia ganada en el mundo empresarial. No es raro, esto pasa más a menudo de lo que parece. El Presidente de Estados Unidos, sin ir más lejos, Donald Trump, fue antes un reconocido empresario. Berlusconi, en Italia, antes que Presidente, y mientras ejercía como tal, era un empresario.
La idea de renovar la política con personas «capaces» no es de todas maneras solo cosa de los empresarios, mayor incluso ha sido el empuje para poner experimentados profesionales en los gobiernos. El breve mandato de Mario Monti como primer ministro de Italia entre finales del año 2011 y finales del 2012 sería un buen ejemplo. Economista y Comisario Europeo durante casi once años, además de asesor de grupos empresariales como Goldman Sachs, una de las grandes corporaciones financieras del mundo, fue propuesto como primer ministro sin elecciones de por medio, en el seno de una crisis institucional en la que Berlusconi se vio obligado a dimitir. El anhelo por un gobierno dirigido por expertos tiene un recorrido más amplio que el de los empresarios. Desde hace mucho tiempo, por ejemplo, la política monetaria es habitualmente gestionada por los Bancos Centrales, cuyos cargos no son elegidos en ninguna elección, sino que son seleccionados por sus perfiles profesionales. Y la influencia de las decisiones adoptadas por los Bancos Centrales en la política es, sin duda, muy elevada, al condicionar, por ejemplo, el valor de los intereses que pagan los consumidores en sus créditos bancarios. También la investigación académica ha desvelado la creciente presencia de personas expertas y técnicas en los puestos claves de los gobiernos (ministerios), cuya presencia ha crecido ostensiblemente los últimos años3.
La política no vive su mejor momento y los hasta ahora responsables de ella, los representantes de los partidos, son criticados una y otra vez por una tarea que es calificada por muchas personas como desastrosa. El desgaste y el deterioro de la política desde la perspectiva de la ciudadanía ha incrementado las preguntas sobre la mejor forma de hacer política, lo que cuestiona constantemente el perfil de quienes deberían asumir las responsabilidades de gobierno. Se suele pensar que en esta situación el perfil profesional de una persona ayuda a salvar esa desconfianza política que tiene la ciudadanía. El problema es que esta solución vacía de sentido político el arte de gobernar.
Nos podríamos preguntar por qué pasa esto con las democracias, por qué estas siempre son objeto de crítica o por qué son tan cuestionadas cuando vienen mal dadas, como cuando se presenta una crisis económica. En momentos de crisis, la posibilidad de que un gobierno sea formado por la gente o, en su defecto, elegido por ella, enciende siempre la llama de quienes piensan que la política debería ser llevada por quienes saben, sean estos empresarios o técnicos profesionales. Las palabras de José Manuel Entrecanales ponían la guinda a una encendida defensa del valor de las y los empresarios, por su capacidad mostrada para gestionar y crear riqueza, algo que el supuesto nuevo gobierno progresista (PSOE y Podemos) por aquel entonces, recién formado después de una moción de censura a finales del año 2018, estaba poniendo en cuestión con sus medidas, destinadas entre otras cosas a recaudar más dinero a través de un incremento de los impuestos a las empresas. La idea de que la política actúa a menudo guiada por el oportunismo electoral, destinada a satisfacer a sus votantes como sugería José Manuel Entrecanales, sustenta una de las ideas más enraizadas que acorrala una y otra vez la democracia. Si en lugar de un sistema basado en la opinión de la gente tuviéramos uno basado en el saber de cierta gente, todo, se dice, iría mejor.
Sin embargo, una de las principales críticas que asola a los partidos desde hace tiempo ha sido precisamente la contraria: su progresivo aislamiento de lo que la gente deseaba o decía. Frente a la idea de «representar» a la gente, algunas investigaciones han puesto de manifiesto que la evolución de los programas de los partidos durante los últimos años ha girado en torno a las obligaciones impuestas por instituciones supra nacionales (las “responsabilidades de los Estados”)4. Esta evolución ha facilitado que la agenda política se haya visto muy condicionada por los compromisos adquiridos por el Estado, tanto por su integración en la Unión Europea, como en los foros internacionales sobre el cambio climático, la Organización Mundial del Comercio, la OTAN, etc. Unos compromisos que han atado y seguramente han ayudado a homogeneizar la percepción que se ha tenido sobre los partidos que se sucedían en el gobierno, pues, al fin y al cabo, el trasvase de soberanía hacia arriba (la Unión Europea o la Organización Mundial del Comercio, por citar solo dos) supone la aceptación de normas y procedimientos ajenos a un Parlamento elegido democráticamente. Todo eso ha constreñido mucho la capacidad de maniobra de los gobiernos.
Representar a la gente se ha vuelto cada vez más difícil para los partidos, no solo porque la sociedad haya cambiado, sino también porque el supuesto papel que tradicionalmente han realizado los partidos, ese de agregar las demandas y estructurar las opiniones, es cada vez peor realizado por unos partidos que progresivamente han visto cómo sus bases se desconectaban y sus vínculos con la sociedad civil se difuminaban. Por eso, gobernar implica para muchos especialistas alejarse de la ciudadanía, en tanto en cuanto la responsabilidad como gobierno impide que la agenda política del partido pueda efectivamente desarrollarse plenamente.
Esta paradoja dibuja una tensión que no es nada nueva, entre democracia y eficiencia, entre las opiniones y demandas plurales de la ciudadanía y las responsabilidades que tienen los gobiernos respecto a la gestión del Estado. Podríamos pensar que si la tecnocracia o el ímpetu de los empresarios para reclamarse buenos gobernantes inclina la balanza hacia los peligros que tiene un gobierno democrático que no sea responsable (y eficiente) con los asuntos del Estado, el auge de los populismos inclina la balanza hacia el otro extremo, poniendo el énfasis en la escasa conexión de los partidos que gobiernan con los deseos y las necesidades de la gente, es decir, evidenciando el déficit democrático de unos gobiernos que parecen mirar siempre para otro lado.

Democracia y sorteo

Solemos pensar que políticamente no hay muchas alternativas a lo que tenemos hoy. Estamos tan acostumbrados a entender la democracia solo mediante los partidos que cualquier otra alternativa suena fantasiosa. Incluso la llegada de los populismos o los profesionales a la política tiene lugar de la mano de los partidos. Por eso, quizá, banalizamos tanto la política, como si nos pareciera que diera igual lo que dijéramos de ella porque no se puede cambiar, a pesar de lo aburridos que estemos. Sin embargo, esto no se corresponde con la reciente historia política, al menos, en Europa. Si es cierto que siempre nos han contado que la democracia era lo que hacían los partidos, y que sin estos no tendríamos democracia, resulta extraño descubrir que en realidad no fue así casi nunca. Más bien al contrario. La democracia surgió hace unos 2.500 años, entre otras cosas, para evitar que la política quedara en manos de grupos y facciones enfrentadas, como los partidos. A partir de aquí, la democracia, como nos podemos imaginar, no tiene mucho que ver con lo que nos han contado o, al menos, es posible entenderla de otra manera.
Pensemos en lo que significa la política para desbrozar lo que la democracia ha sido siempre en la historia política. Según la RAE, es la actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos. O sea, que mediante la política alguien o algunas personas establecen la forma mediante la cual un conjunto de personas convive. Uno de los problemas mayores de la política, por supuesto, es quiénes se encargarán de esa actividad. La historia está llena de cruentas batallas por hacerse con sus riendas, porque ha sido siempre, y lo sigue siendo ahora, una actividad que determina muchas cosas en la convivencia (quién y cómo se pagan impuestos; qué es legal y qué no es legal; etc.) y, por tanto, la política ofrece poder, para discriminar, a quien se hace cargo de ella. Pues desde el principio de los tiempos en la civilización occidental, es decir, desde que los griegos empezaran a hablar de política hace 2.500 años y les siguieran después los romanos, se distinguieron siempre tres formas distintas de ejercer esa actividad, todas ellas diferenciadas según quién ostentaba el control de la actividad política. La primera era la monarquía, cuando la actividad era monopolizada por una persona. La segunda era la aristocracia, cuando se elegía entre pocos candidatos las personas más adecuadas para ejercer la política. La tercera era la democracia, que significaba que la política la realizaba el conjunto de la población, lo que implicaba no ya que todas las personas gobernaran a la vez, sino que cualquiera podía hacerlo5.
Decir que hoy no vivimos en democracia, siguiendo la lógica de ese esquema, es un asunto muy peliagudo, pero incluso aquellos que inventaron el diseño institucional que ahora tenemos (elecciones periódicas para elegir a los gobernantes) rechazaban el apelativo «democracia» para su invento. Fue en la Revolución francesa (1789) y estadounidense (1776) del siglo XVIII. Los revolucionarios solían calificar el nuevo régimen político como república, lo que solo posteriormente acabó llamándose democracia representativa. Según el historiador francés Rosanvallon6, la propia palabra «democracia» no fue de uso habitual en los manuales, la prensa...

Índice

  1. Portada
  2. Sobre los autores
  3. Título
  4. Créditos
  5. Contenido
  6. Prólogo
  7. 1. Banalidad y fatiga democrática ¿Hay alternativas al actual sistema político?
  8. 2. Cómo el sorteo (y la deliberación) puede(n) organizar la política
  9. 3. El sorteo y la idea de que cualquiera puede participar
  10. 4. El sorteo como elemento central en la Grecia clásica y su reaparición a finales del siglo XX
  11. 5. El sorteo, la deliberación y el poder de decidir: las Asambleas Ciudadanas (años 2000)
  12. 6. El sorteo y la deliberación en marcha: tres casos destacados
  13. 7. En pocas palabras: ¿qué es el sorteo cívico?, ¿cómo funciona? y ¿para qué sirve?
  14. 8. ¿Hacia otro sistema político?
  15. Agradecimiento de las personas autoras de este libro
  16. Imagen de cubierta y traducción
  17. Colección