Retratos
eBook - ePub

Retratos

  1. 110 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Retratos son siete cuentos en los que se deja ver la calle tal y como es, la gente del común con sus problemas del común, la ciudad que para muchos pasa desapercibida y los micro universos que componen cada hogar y barrio de la región metropolitana con corazón de bahareque y alma de villa habitada por vecinos parlanchines y comunicativos, siempre dispuestos a contar una buena historia.Los retratos aquí esbozados son apenas una pincelada de cotidianidad en medio de la ciudad de ladrillo. Siete personas contando siete historias desde siete perspectivas únicas. Aquí confluyen el asfalto y la cuadra, las relaciones, el camello, la familia…, en fin: la vida misma que sucede en este valle accidentado.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Retratos de Pedro Madrid Urrea en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Letteratura y Collezioni letterarie. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2020
ISBN
9789585281325
Plenitud

Del pueblo, dijo mi mamá, nos habían sacado a bala los guerrillos. Pero yo sé que eso era caspa porque yo ya me conocía algunas veredas y nunca había oído hablar de ningún muerto por culpa de esa gente. La verdá es que mi mamá se abrió con nosotros de San Pedro porque se había metido en un rollo con un viejo casado, y la mujer del viejo era tremenda carechimba que le robaba, que lo mantenía asustado y que, como decían, tenía muertos encima. El viejo era dueño de un negocito de quesitos cerca al parque, en el paradero de los buses de Belmira y de Entrerríos, donde nosotros comíamos quesito y bocadillo gratis, hasta que le dio a mi mamá por meterse con otro. Lo charro fue que el viejo estuvo dizque peleando por el amor de mi mamá, teniendo otra mujer. Eso se armó un peo que nos hizo llegar a Robledo, sin saber qué hacer.
Por la facilidá que teníamos, mi mamá nos inscribió a mí y a mi hermano mayor en dos colegios del barrio: él estudió en el Jorge Robledo, uno que queda más arriba del colegio donde empecé a estudiar yo, la Mariscal, que en la época era escuela de niñas.
Y en la Mariscal fue que empezó todo lo bueno, todo lo rico.
Mi mamá vivía muy azarada en el pueblo por muchas pendejadas que yo no entendía. Mi hermano trataba de explicármelas, pero a mí me importaban un culo, honestamente. Él sí se preocupaba más, pero porque todas las amigas de mi abuela decían que él tenía que actuar como el hombre de la casa. Sí, era supuestamente el hombre de la casa con diecisiete años porque nosotros no tuvimos papá. Hubo una gonorrea que embarazó a la cuchita, pero se abrió cuando yo apenas estaba en la barriga. Era caso perdido, porque lo que a mí me gustaba era ir a joder vacas en la variante, que era una de las carreteras bonitas que había por allá. Me iba con Susana y con Esteban para la finca de los Ríos, camuflados como si juéramos militares, hasta llegar a donde estaban las vacas pastando y jalarles la cola. Esteban se les montaba encima, creyendo que eran caballos; Susana cogía la boñiga más seca y me la tiraba en la espalda o en el pelo cuando me descuidaba. Eso hacíamos hasta que Esteban y yo, los dos de doce años, empezamos a darnos los picos. A Susana le dio tanta piedra que nos dejó de hablar. Él y yo nos volvíamos a meter en la finca de los Ríos, pero a manosiarnos. Fue la primera vez que le toqué el chimbo a un man, allá con él.
Pero en Robledo la situación era más diferente, porque era un barrio en loma demasiao grande. O lo que conocíamos nosotros era la loma del barrio, donde quedaban los dos colegios, y los barrios de cerquita. Nosotros juimo a parar al Pesebre, a una casa que era de un señor con el que la abuela trabajó. La casa quedaba casi al otro extremo del barrio, cerca de la carrera Ochenta. Más arriba, lo que había eran casas y casas, tiendas, una cancha en la mitad de la parte plana del barrio y una salida que daba a las unidades de los riquitos, las de Calasanz, que tenían piscina y que tales.
Mi mamá se preocupaba por los dos, por mi hermano y por mí, que porque los pillos del barrio querían muchachas pa comese y muchachos pa entrenar. ¿Y qué?, le pregunté yo una vez. Ella no me respondió y me dio un manazo en la cara que me reventó el labio. Por esa güevonadita no le hablé en una semana.
Y fue en esa semana que me pude volar por primera vez pa la calle. Como se había ido el agua en el colegio, nos pusimos a peliar pa que nos dejaran salir. La personera hizo bulla en la oficina de la rectora, que “sin agua no hay clases”, y logró que nos soltaran. Y cuando nos soltaron, la única amiga que había conseguido, Isa, me dijo que unos amigos de ella iban a jugar un partido en la cancha de arriba. Es que, en la Ochenta, donde termina el barrio, hay una cancha de arenilla donde unos manes se ponían a jugar fútbol y a fumar mariguana por las noches. Pero no era allá, que quedaba cerca de mi casa, sino en la otra cancha. Yo ni siquiera le dije que sí, sino que la seguí hasta donde quisiera. Estábamos de yomber, pero nos lo quitamos cuando llegamos a la esquina de abajo, donde hay una fábrica de cosas de metal. En esa esquina, que son como dos cuadras desde mi colegio, teníamos que hacer casi una U pa pasar por el puente de la quebrada y ahí sí entrar al verdadero Pesebre. Como íbamos con otra gente, cada que pasábamos por calles la gente se iba yendo. Es que El Pesebre está al lado de La Cuchilla y de otros barrios de por allá, entonces cada uno se iba pa su casa o pa’onde juera. Isa y yo, en esa esquina, nos quitamos el uniforme y lo metimos en las maletas, quedándonos de chores y camisa blanca. Era charro porque teníamos las medias del uniforme de diario que son largas, los tenis de suela de goma, pero estábamos de chores.
A mí el fútbol no me gustaba ni poquito, pero sí me gustó el parche. Todos los manes que jugaban eran de por ahí y todos conocían a Isa. Eran amigos desde niños, como me dijo. Cuando terminó el partido nos fuimos para una manga que queda cerca de la salida a Calasanz a tomar aguardiente. Un negrito que había metido como seis goles fue el que sacó el guaro. Según nos contó, sus dos hermanos mayores se habían goliao un carro de la fábrica de licores y que lo estaban vendiendo a la mitad del precio sólo a los del barrio. A él, por ser familia le dieron dos medias, que sacó y nos ofreció. Yo ya no estaba chiquita, tenía trece, tenía tetas y tres mancitos me miraron con cara de pendejos cuando me tomé el primer guaro. Luego le pasé la botella a Isa, y ella hizo lo mismo, para que los manes nos siguieran mirando.
Entre esos había uno que se convirtió en mi primer amor de verdá, Sergio, el más calidoso y pintoso de todos. Era flaco, usaba siempre jeans y tenis chimbas, y camisillas. Tenía tatuado en el brazo derecho un corazón con el nombre de su mamá y de su hermanito menor. Como me contó ese día, cuando nos volamos a dar una vuelta, ese tatú se lo había hecho el negro. Es más, el negro le había hecho ya varios tatuajes y ‘pirsis’ a gente del Jorge Robledo, de la Mariscal. Mejor dicho, a medio Robledo.
Cuando nos dimos esa vuelta quizque pa ir a la tienda a comprar gasiosa, Checho se puso delante de mí y me dijo que yo le gustaba, que desde que llegué al barrio. A mí me dio como una risita toda pendeja, pero como ya era más grande le dije que se relajara, que no mostrara el hambre, que a mí también me gustaba. Se me lanzó y me dio un pico en la boca. Muy rico. Yo le di otro.
Ese día lo terminamos borrachos, porque muchos no quisieron tomar. Les dio miedo llegar a la casa con aliento a guaro, pero a Isa, a Checho, al negro, a mí y a otro man no nos importó. Nos pegamos de esa botella hasta que no quedaban sino babas cuando nos juimos. Checho vivía entre El Pesebre y La Cuchilla, en un barriecito sobre la quebrada, entonces nos despedimos cuando ya iba llegando a la casa. Le di un pico esquiniao, pero él se voltió y me lo dio en la boca. Eso me puso a tirar caja. Isa esperaba a un lado, las dos debíamos volver juntas. Checho me intentó dar otro pico, pero yo le dije que se relajara. Apenas me iba a ir, me pidió el teléfono, y otra vez lo estrellé: todavía no, le dije.
Una cuadra antes, Isa y yo cogimos los uniformes y nos los volvimos a poner pa poder llegar a la casa y que no nos dijeran nada. Ni ella ni yo teníamos reloj, entonces nunca supimos qué horas eran.
—Parce, si algo yo estaba en tu casa y vos en la mía, ¿o qué? —dijo Isa.
—¿Y si tu mamá va a preguntarle algo a mi mamá?
—¡Ay, gonorrea!
Luego Isa salió con la idea de que estábamos en la casa de una amiga de ella que vive en la Isla —el barrio al borde de la quebrada— y que conoce, aunque no tiene el número de la casa. Nos pusimos de acuerdo para decir la misma mentira y nos despedimos. Yo toqué la puerta y me abrió mi hermano, que luego se jue pa la sala a ver televisión. Yo entré y me jui pa la pieza, a escuchar radio. Al momentico llegó mi mamá, y cuando supo que yo había llegado, jue hasta la pieza a pegarme mero regaño, que porque me vieron con unos manes, que me había volado del colegio, que no cogiera esas mañas.
—Amá, relájese que nos dejaron salir temprano del colegio, no había agua y me jui con Isa a ver un partido de los manes del colegio.
Ella me dijo que tuviera cuidao. Yo seguí oyendo radio, más prenda que un putas, hasta que me quedé dormida. Ni siquiera me dieron ganas de comer.
Ese man, Checho, se tragó tanto de mí que fue capaz de ir a la casa a pedile permiso a mi mamá pa que nos dejaran salir a dale una vuelta al barrio. Pero mi mamá lo detestaba, se mantenía diciendo que él era de esos buenos para nada del barrio que no hacen más que poner problemas y meter vicio. Yo le dije que él también iba al colegio, que estaba en el mismo año que yo.
—Pero sí parece mayor.
—Es que perdió un quinto y un sexto.
No me dejaba. Podíamos salir cuando mi mamá nos dejaba a mi hermano y a mí solos. Él nos hacía el cuarto. Tan parcero era mi hermano que hasta nos dejó una vez solos, como media hora, mientras él se iba a buscar a la pollita que tenía. Estaba con Checho en la acera de la casa, yo sentada escuchando las canciones de la radio y él parado jugando con un balón. Apenas mi hermano se jue, le dije que entrara. Antes de cerrar la puerta miré pa todas las casas viendo a ver si había alguna vieja metida o alguien que le llegara con el chisme a mi mamá. Como no había nadie, cerré la puerta. Me llevé a Checho pa la pieza, le quité la camiseta y le empecé a dar picos en el pecho. Él me quiso hacer lo mismo, pero sólo lo dejé quitarme la camisa, no los brasieles. No importó, así nos pegamos una bluyiniada chimba. Yo quería que me lo metiera, aunque me hice la dura. Él me decía que sólo la puntica, yo le decía que no dijera mentiras. Él lo sacó y me dijo que si se lo chupaba. Le dije que no, que no sabía —mentiras, a Esteban ya se lo había mamado—. Le dije que le hacía la paja.
Nos seguimos dando más picos, más manoseo y más bluyiniada. Al momentico pensé en mi hermano y le dije que se pusiera la camiseta. Yo hice lo mismo y volvimos a salir como si nada. Yo volví a estar sentada, él volvió a jugar con su balón.
A mí el colegio me daba mucha pereza. Le dije a mi mamá que no quería seguir estudiando porque me parecía una pérdida de tiempo saber sobre álgebra, sobre la célula y sobre la guerra mundial. Ella dijo que así podía tener una mejor oportunidá en la vida. Yo le dije que eso era mentira, porque conocía a algunos amigos de mis compañeros que se habían salido del colegio, incluso en primaria, y ya tenían moto, carro, o al menos le habían comprado una casita a la mamá.
Yo sí prefería salir a joder con Isa, porque ella conocía muy bien todo Robledo. Desde que yo llegué ella me enseñó sobre quiénes eran los que mandaban, que a dónde uno no podía ir sola o que qué manes estaban metidos con viejas muy pirobas. También prefería salir con mi casi noviecito, que siguió más tragao que nunca esperándome siempre a la salida del colegio, comprándome mango o invitándome a comer helado en la tienda del frente. Él llegaba a veces en una moto pa que nos juéramos a dar vueltas por ahí. A veces a lo de comer helado y esas cosas le decía que no, pero cuando tenía la moto era imposible resistirse, porque como es de rico andar a velocidad, con el pelo suelto sintiendo el viento en la cara. Checho resultó ser un piloto teso, porque subíamos por la vía al mar, nos metíamos a subir la loma que da a La Campiña o nos metíamos a Fuente Clara, por donde hay una fila larga de moteles, y devolvernos luego, bajando por la loma de Robledo esquivando carros hasta volver a llegar al colegio. Me bajaba de la moto más despelucada, temblando, pero contenta. Le daba un pico a Checho, con lengüita y todo, y le mataba el ojo. Él se iba feliz.
Pero de tantas salidas y de tanto perder clase, en el colegio la cosa me iba como mal. Mi mamá se mantenía preocupada porque podía perder el año, y perder e...

Índice

  1. Carátula
  2. Portadilla
  3. Portada
  4. Créditos
  5. Prólogo
  6. Porque es envidiable la vida de los borrachos de mi barrio
  7. Visita
  8. Plenitud
  9. Gilberto Ibarra
  10. No me va a creer lo que me sucedió
  11. Redbull
  12. Mamá
  13. Reseña del autor
  14. Colofón
  15. Contracaratula