White trash
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White trash

[Escoria blanca]

  1. 720 páginas
  2. Spanish
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White trash

[Escoria blanca]

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En su innovadora historia sobre el sistema de clases en Estados Unidos, Nancy Isenberg expone el crucial legado de la embarazosa, siempre presente y ocasionalmente entretenida white trash. Los votantes que pusieron a Trump en la Casa Blanca han sido una parte permanente del tejido estadounidense: los pobres, marginados y sin tierra han existido desde la época del primer asentamiento colonial británico hasta los actuales hillbillies. Denominados como "basura", "timadores perezosos", "comedores de arcilla" o "crackers" en la década de 1850, los oprimidos eran conocidos por tener niños prematuramente envejecidos que se distinguían por su piel amarillenta, ropa andrajosa y actitudes apáticas. Los blancos pobres fueron fundamentales para el ascenso del Partido Republicano a principios del siglo xix y la Guerra Civil en sí misma se libró casi tanto por cuestiones de clase como por la esclavitud. Por otro lado, la escoria blanca siempre ha estado en el centro de los principales debates sobre el carácter de la identidad nacional. Examinando la retórica política, la literatura popular y las teorías científicas a lo largo de cuatrocientos años, Isenberg cuestiona los mitos de la supuesta sociedad libre de clases estadounidense, donde la libertad y el trabajo duro garantizan la movilidad social.

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Información

Año
2020
ISBN
9788412232424
Edición
1

Parte II
La degeneración
de la raza
norteamericana

06
La ascendencia
y la escoria blanca pobre
Bastardos, mestizos y destripaterrones
«Son iguales en todas partes, poseen unas características prácticamente idénticas, usan una misma lengua vernácula, se valen de las mismas groserías y siguen los mismos hábitos […], por todas partes se les ve: son la escoria blanca pobre».
DANIEL HUNDLEY
«Poor White Trash», en
Social Relations in Our Southern States, 1860
La crítica discrepancia de las facciones norteamericanas que terminaría dando lugar a la guerra de Secesión estadounidense reorganizó de manera espectacular el lenguaje democrático de la identidad de clase. El humilde ocupante ilegal continuó concentrando el grueso de la atención social, pero con la diferencia de que ahora su hábitat había variado: se había convertido de pronto, de manera muy singular, en una criatura específicamente circunscrita a los estados esclavistas. La terminología concebida para designar a los blancos pobres del sur también había sufrido modificaciones. Las designaciones de «ocupante ilegal» y «mascamazorcas» dejaron de constituir la etiqueta idónea o predilecta. Los mugrientos sureños pobres que vivían en los márgenes de la comunidad de plantadores adquirieron connotaciones aun más repugnantes y pasaron a ser «habitantes de los médanos» (sandhillers) y lastimosos y autodestructivos «comearcillas». Fue en este periodo cuando se les endilgó el insulto más persistente de cuantos se vieron forzados a encajar a lo largo de su historia: el de «escoria blanca pobre». El miserable del sur no era un simple tipo ocioso condenado al vagabundeo por su haraganería, ahora se le concebía con los mismos ojos con los que se juzgaba a los extraños ejemplares que se exhibían en el gabinete de curiosidades de un morboso coleccionista. Eran una prole enferma, el producto degenerado de una «raza de triste reputación». La nueva nomenclatura colocó a la población humilde en un anaquel ideológico perfectamente apto para su transformación en objeto de burla en la edad moderna.
Pese a que la expresión «escoria blanca» apareció ya impresa en 1821, no fue hasta la década de 1850 cuando adquirió difusión y popularidad. El vuelco semántico se hizo patente en 1845, en las informaciones de un periódico que cubría los actos de la procesión fúnebre organizada en la ciudad de Washington con motivo del funeral de Andrew Jackson. Al ir agolpándose los pobres a lo largo de la calle, todo el mundo pudo ver, dice el cronista, que la masa humana que se alineaba para escuchar los póstumos vítores al Viejo Nogal no estaba formada ni por mascamazorcas ni por ocupantes ilegales. Antes al contrario, era una marea de «escoria blanca pobre» la que apartaba a empujones a los menesterosos de color para conseguir entrever al caído presidente.[387]
¿Qué era lo que confería un carácter tan peculiar a esa ridícula ralea? Sus inherentes defectos físicos. En las descripciones de mediados del siglo XIX, los habitantes de los médanos y los comearcillas, demacrados y envueltos en harapos, eran sujetos dignos de atención clínica, rodeados de hijos deformes y prematuramente envejecidos a los que el hambre distendía la panza. Quienes les observaban con ánimo diagnóstico trataban de leer más allá de sus rostros mugrientos y resaltaban la espectral tonalidad blancoamarillenta de la piel de los blancos pobres (color al que daban el nombre de «sebáceo»). Con sus cabellos de un blanco algodonoso y su piel de cera, estos extraños seres, en los que a duras penas se reconocía la condición de miembros del género humano, acabaron metidos en el mismo saco que los albinos. Claros productos de la endogamia, estos desdichados terminaban de echarse a perder por su doble adicción al alcohol y la miseria. En la crónica que elabora en 1853 sobre sus viajes por el sur, la escritora sueca Fredrika Bremer señalará que, al ingerir pedazos de «tierra untuosa», los comearcillas cavaban literalmente su tumba con la boca.[388]
La escoria blanca del sur quedó así clasificada como «raza» y se resaltó la circunstancia de que sus ejemplares podían transmitir horrendos rasgos a su descendencia, lo que eliminaba toda posibilidad de progreso o movilidad social. Y por si con estas características propias de La noche de los muertos vivientes no bastara, quienes criticaban a los blancos pobres aún habrían de lanzar sobre ellos la acusación de haber caído por debajo de los esclavos africanos en la escala de la humanidad. Con ellos se asistía a un declive evolutivo, pues constituían el anuncio de un funesto futuro para el Viejo Sur estadounidense. ¿Cómo iba prosperar una democracia sólida si los blancos libres engendraban vástagos endebles? Si la piel blanca no suponía un signo de automática superioridad —la garantía de la proliferación de una población homogéneamente formada por hombres libres independientes y educables, como imaginaba Jefferson—, entonces los ideales de vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad del estilo norteamericano se revelaban inalcanzables.
En el sur de los años inmediatamente anteriores a la guerra de Secesión, las expresiones discursivas que había empleado Jefferson al hablar de ascenso social habían ido perdiendo fuelle. El entusiasmo jacksoniano que ensalzaba al intrépido hombre de los bosques también había empezado a difuminarse. En la década de 1850, en medio de fieros debates sobre la esclavitud y su expansión hacia el salvaje oeste, el papel de los blancos pobres adquirió tintes simbólicos en las discusiones partidistas. Los habitantes del norte, sobre todo los que se unieron a las filas del Partido del Suelo Libre, fundado en 1848, y a las de su sucesor, el Partido Republicano, surgido en 1854, declaraban que los blancos pobres eran una clara y fehaciente prueba de que la esclavitud tenía efectos debilitantes en los trabajadores libres. La economía esclavista monopolizaba el suelo y reducía las posibilidades de que los hombres blancos que no disponían de mano de obra esclava procuraran sustento a sus familias y escalaran posiciones en el sistema de libre mercado. La esclavitud laminaba la ambición de los individuos, fomentaba la decadencia y la muerte y drenaba la vitalidad de la tierra, dejándola en una situación tan precaria como a sus habitantes. Los desventurados blancos pobres eran víctima de la tiranía de clases, el turbio legado de una democracia fallida. Como señala George Weston en su célebre panfleto titulado The Poor Whites of the South, de 1856, aquella pálida ralea «se hundía con cada nueva generación en un pozo de barbarie cada vez más profundo e insalvable».[389]
Los sureños favorables a la esclavitud adoptaron una postura ideológica distinta y, obviamente, defendían los diferentes estatutos de clase como algo natural. Los intelectuales conservadores del sur comenzaron, por tanto, a sentirse cada vez más cómodos con la noción de que la biología imponía un destino clasista a la especie. En sus Social Relations in Our Southern States, de 1860, Daniel Hundley, un autor de Alabama, negaba que la responsabilidad del fenómeno de la pobreza pudiera imputarse a la esclavitud e insistía en que los blancos pobres padecían las consecuencias de un linaje corrupto y de una ascendencia maldita. Estaba convencido de que la clase de cada cual formaba parte de los atributos congénitos y se valía de la astuta y doble analogía de los «antepasados raquíticos» y los «padres tísicos» para explicar la apurada situación de los empobrecidos blancos de las regiones rurales. A juicio de Hundley, y de otros muchos, por cierto, lo que determinaba que los blancos pobres constituyesen una «raza aciaga» era la calidad de su veta consanguínea. La sangre enfermiza y la procreación vulgar eran los rasgos que delataban el verdadero rostro de la escoria blanca.[390]
La ideología de Hundle...

Índice

  1. Portada
  2. White trash. Escoria blanca
  3. Nota del traductor
  4. Prefacio
  5. Introducción: Las fábulas que echamos al olvido
  6. Parte I. Partir de cero en un mundo nuevo
  7. Parte II. La degeneración de la raza norteamericana
  8. Parte III. El cambio de imagen de la escoria blanca
  9. Epílogo
  10. Índice
  11. Sobre este libro
  12. Sobre Nancy Isenberg
  13. Créditos