La Sombra de Anibal
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La Sombra de Anibal

Liderazgo político en la República Clásica

  1. 528 páginas
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La Sombra de Anibal

Liderazgo político en la República Clásica

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La sombra de Aníbal se proyecta amenazante sobre Roma. Su enemigo más formidable arrincona a la República en la disputa por la hegemonía del Mediterráneo occidental y reta a los más distinguidos políticos y militares. ¿Quiénes tendrán el valor para enfrentarse al cartaginés? Los líderes romanos que asuman el reto lucharán por la victoria entrelazando sus brillantes trayectorias sin abandonar sus inflexibles rivalidades.Populistas, conservadores, filohelenos, cesaristas y adalides contra la corrupción, hombres carismáticos, agitarán en su favor los resortes democráticos de las asambleas populares y escudarán sus actos en la religión oficial, aunque también serán capaces de establecer concordias frente al enemigo común.La sombra de Aníbal, del prestigioso historiador Pedro Ángel Fernández Vega, es la historia de los líderes que lucharán por su gloria y por la salvación y la grandeza de Roma.

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Información

Año
2020
ISBN
9788432320064
III. MARCO CLAUDIO MARCELO, EL GENERAL HELENIZANTE
«Dejemos a los tarentinos estos dioses encolerizados.» Es la consigna establecida por Fabio a su secretario, en el momento del saqueo de Tarento (Plut. Fabio 22, 7; Marcelo 21, 5). Este respeto a las imágenes sagradas –cuadros y estatuas– mientras se fragua un botín de guerra, puede parecer fruto de la veneración, pero es más bien política. La memorable frase, atribuida a Fabio, encierra una enmienda al fabuloso pero debatido botín de guerra que apenas dos años antes Marcelo había capturado en Siracusa. Fabio, tiene en mente la gesta de quien ha sido años antes su colega de consulado, y pretende reescribir la historia, emularla y superarla evitando errores. Ambos, Marcelo capturando Siracusa y Fabio recuperando Tarento, están escribiendo así las páginas más gloriosas de sus memorables trayectorias en la contienda más funesta de la historia de Roma. Marcelo pudo equivocarse, pero el saqueo de Siracusa abrió una nueva etapa marcada por la helenización cultural. Fabio, consciente de ello, lo remeda, y pretende superarlo, pero, en el relato de Plutarco, carece de la talla de Marcelo. Fabio, como años antes cuando sucedió y corrigió la actuación de Flaminio encomendándose a los dioses, racionaliza y decide, pero se muestra en general falto de la capacidad de iniciativa que puede teñirse de brillantez y hasta de heroísmo en otros líderes plebeyos como Flaminio y Marcelo. Estos, merecedores de un favor popular arriesgadamente ganado, no cuentan en cambio con la posición privilegiada de partida que ostenta Fabio, un patricio de posición influyente.
La comparación en la cumbre del liderazgo entre Marcelo y Fabio no es un constructo reciente, sino que nació entre sus coetáneos. Plutarco la toma de Posidonio, autor de la primera mitad del siglo I a.C., quien registra por escrito una tradición: «Posidonio dice que a Fabio lo llamaban “el escudo”, y a Marcelo “la espada”. El propio Aníbal afirmaba que a Fabio lo temía como a maestro y a Marcelo como antagonista, “porque el uno me impide hacer algún daño, el otro me lo hace”» (Marcelo 9, 7). En boca de Aníbal la talla de ambos generales romanos merece la más alta consideración. El general cartaginés los reconoce como rivales dignos y establece una dicotomía de gran interés en cuanto a la estrategia militar. Plutarco lo glosa en términos romanos del siguiente modo: «A Fabio Máximo, el que gozaba de mayor prestigio por su lealtad e inteligencia, le reprochaban que por ser poco decidido para las acciones y poco osado, para no sufrir pérdidas, era demasiado minucioso en sus cavilaciones. Y considerando que este había que usarlo para la seguridad, pero que no les bastaba con un general de defensa, se fijaron en Marcelo, y mezclando y ajustando la osadía de este con la precaución y previsión de aquel, votaban unas veces a ambos como cónsules a la vez, y otras enviaban por turno al uno como cónsul y al otro como procónsul» (Marcelo 9, 4-6). Defensa frente a ataque, seguridad frente a osadía: en estos términos duales se sintetizan las semblanzas históricas de Fabio y Marcelo, con perfiles militares muy definidos, pero siempre sometidos a la servidumbre de los comicios y el debate político. Fabio fue antes que nada un político. Marcelo hubo de sostener su talla militar para mantener activa su carrera política. Le correspondió el arrojo y el riesgo para alimentar las expectativas romanas de triunfo –o al menos de avance– frente a Aníbal, las que desde un primer momento la voluntad popular manifestó preferir en los comicios, cuando votó a Flaminio, a Minucio y a Varrón. Marcelo se erigió así en heredero de una corriente de opinión y apoyos electorales más proactiva y menos conservadora en cuanto a la estrategia de la guerra. La interpretación de estos roles históricos –espada y escudo–, sin embargo, debe ajustarse a la idea de una acción coordinada entre cónsules, de una estrategia global de dirección del conflicto pilotada desde el senado. Pero resulta innegable que Marcelo encarna para la historia los valores de un general con arrojo, que merece así ser el depositario de una confianza popular reiteradamente validada en las elecciones y que le aboca a un desenlace fatal. Su legado, sin embargo, guarda relación con un bagaje cultural de signo helénico que irrumpe entonces en Roma para alterar, integrarse, y corromper en la mentalidad de los más conservadores, las tradiciones ancestrales.
UN NOBLE, HÉROE DE GUERRA
Ese perfil dual, el del militar y admirador de la cultura griega, se puede encontrar en el inicio de la biografía que Plutarco dedica a Marcelo, al que presenta como un hombre con una sensibilidad cultural, que las obligaciones de la vida, las militares sobre todo, le impidieron pulir: «era un hombre prudente, humano, aficionado a la educación y a las letras griegas hasta el punto de venerar y admirar a quienes habían tenido éxito con ellas, mientras que él, por sus ocupaciones, no había podido practicarlas y aprenderlas en la medida que lo deseaba» (Marcelo 1, 3). El perfil que se traza de Marcelo no es tanto el del general culto como el del político barnizado de inquietudes culturales, pero de innatas dotes militares: «era un guerrero hábil por experiencia, vigoroso de cuerpo, de mano ligera, belicoso por naturaleza y en los combates se echaba de ver su orgullo y altivez» (Marcelo 1, 2).
En este sentido, se forja una imagen de tintes heroicos afianzada sobre hazañas de guerra, que le permitió desarrollar una carrera política con éxito, en el seno de una familia plebeya, una rama de la patricia gens Claudia, que contaba con precedentes consulares, pero no había logrado continuidad en el desempeño de cargos políticos. Su bisabuelo y su abuelo fueron cónsules respectivamente en los años 331 y 287 respectivamente, pero no queda constancia de trayectoria al servicio de la República por parte de su padre (Broughton, 1986: 143 y 185). No era en todo caso un novus homo, sino, más bien, un miembro de la nobilitas.
Habría nacido en torno al año 270, pues cuando fallece en el 208 superaba ya los sesenta años (Liv. 27, 27, 11; Plut. Marcelo 28, 6). Por esto le correspondió realizar su servicio militar coincidiendo con la primera guerra púnica. Durante esta contienda, según Plutarco. estando «en Sicilia, salvó a su hermano Otacilio que estaba en peligro, cubriéndolo con su escudo y matando a los que le atacaban» (Marcelo 2, 2). El hecho de que mencione de modo concreto a Otacilio puede otorgar mayor verosimilitud a un hecho memorable, que además le permitirá poner en marcha su carrera política tornando en votos los réditos de su fama. En cuanto a Otacilio, obviamente a lo sumo podría ser hermanastro. El hecho de que Plutarco no precise más hace probable que se refiera al Otacilio más célebre coetáneo de Marcelo, es decir el pretor del año 217, Tito Otacilio Craso –pocos años más joven que Marcelo a juzgar por su llegada al cargo–, que por dos veces vio abortado su nombramiento como cónsul debido a la paralización de los comicios, cuando ya había sido elegido por la centuria prerrogativa. Lo más probable es que la madre de Marcelo hubiera estado casada con Marco Claudio Marcelo padre y, posteriormente con Tito Otacilio Craso padre, cónsul en los años 263 y 246 (Münzer, 1999: 72; Beck, 2005: 305). Cabe recordar que Otacilio, el hermanastro de Marcelo, a su vez, casó con la sobrina de Quinto Fabio Máximo. Esto es un indicio de las inextricables redes de alianzas matrimoniales que se tejen en la nobleza romana y que en buena medida activan resortes de apoyos electorales hoy insondables.
En todo caso, su arrojado y valeroso comportamiento reportó a Marcelo condecoraciones militares en forma de «coronas y honores» en su juventud, y años más tarde «cuando se hizo más famoso, el pueblo lo eligió edil de la clase más elevada, y los sacerdotes, augur» (Plut. Marcelo 2, 3). Todo parece validar por tanto el meritorio hecho de armas como verosímil, pues explicaría la doble proyección sacerdotal y política de su trayectoria. El nombramiento como edil curul ocurrió en el año 226 y por las mismas fechas ocurriría su cooptación como augur.
UN ESCÁNDALO HOMOERÓTICO SALPICA A LA FAMILIA
Durante ese año en que desempeñó el cargo de edil curul hizo frente a una circunstancia familiar que le reportó una momentánea fama, merced seguramente a unas habladurías que han hecho que la noticia, poco honorable, quedará registrada como hecho memorable, pero que el propio Marcelo supo resolver en su favor de forma decorosa, un tanto conservadora. Plutarco (Marcelo 2) y Valerio Máximo (6, 1, 7) narran que siendo M. Claudio Marcelo edil curul entró en juicio con C. Escantinio Capitolino, colega suyo ese mismo año como edil plebeyo, o tribuno de la plebe según la versión de Valerio Máximo (Broughton, 1986: 229 y ss.). Plutarco humaniza el relato ensalzando los valores del hijo de Marcelo y oponiendo así la depravación del pretendiente: «Tenía un hijo de su mismo nombre, joven, de una belleza notable, y no menos admirado de los ciudadanos por su prudencia y educación. Capitolino, colega de Marcelo, que era un hombre libertino y descarado, se enamoró de él y le hizo proposiciones. El propio joven, al principio, rechazó el intento, pero cuando lo intentó de nuevo se lo dijo a su padre y Marcelo, llevándolo a mal, denunció ante el senado al individuo». Según Valerio Máximo la acusación formulada fue la de stupro.
Se trata de un delito de la inmoralidad sexual, como el adulterio (Gardner, 1986). Entraña una deshonra o deshonor a partir de un acto sexual. Se podría definir como una violación de la integridad sexual de los nacidos libres de ambos sexos, como abuso físico (Pagan, 2004: 58 y ss.). En el plano de las mentalidades romanas, ese delito puede cobrar cuerpo dentro del ejercicio de la ambivalencia sexual: rol sexual activo o rol sexual pasivo, de manera que la virilidad entraña pujanza y dominación, un rol activo, mientras que el rol sexual pasivo es característico de mujeres esclavos y dominados (Cantarella, 1991: 130; Puccini-Delbey, 2007: 287; Girod, 2013: 161).
Así, el concepto de stuprum se genera mentalmente en complementariedad con el de pudicitia, de manera que los actos de stuprum lo que hacen es lesionar o violar la pudicitia inherente a todos los nacidos libres (Williams, 1999: 99). El stuprum se produce tanto de la práctica sexual con doncellas romanas como al someter sexualmente a hijos varones de ciudadanos romanos (Fantham, 1991: 268 y ss.). Obviamente queda deshonrado todo aquel que asume un rol pasivo durante la relación sexual, e incurren en delito tanto la mujer que violenta sus deberes conyugales al tornarse adúltera, como aquel varón que desarrollando el rol activo sexual no respeta los derechos de otro, en particular los que asisten a un pater familias sobre los suyos, ya sean hijos, hijas, esposa o sus esclavos. El amante pasivo podía consentir la relación, pero no siempre estaba en plenas facultades para tomar la decisión: además de la deshonra que asumía, podría tener que rendir cuentas de sus actos.
La valoración de los comportamientos sexuales debe hacerse, sin embargo, para ponderar este caso adecuadamente, no en base solo a la perspectiva jurídica y punitiva, sino en el contexto de la práctica de la sexualidad habitual. Dicho de manera abrupta, el hombre romano era bisexual (Cantarella, 1991: 132; Dosi, 2008: 18). Planteado de manera más matizada, habría que recordar que la línea divisoria entre homosexualidad o bisexualidad no existía entonces –es un concepto que tiene poco más de un siglo de historia, y que emana de posiciones religiosas que valoran la práctica del sexo según natura o contra natura–. El goce sexual se abría entonces a un erotismo de formas diversas. El partenaire sexual podía ser cuestionable social o moralmente no por su sexo, sino por su estatuto jurídico y por el rol pasivo o activo que adoptara. Se propone hoy por parte de los historiadores utilizar términos que no entrañan prejuicios en su significado, de modo que la supuesta homosexualidad en realidad es homoerotismo, una opción erótica (Williams, 1999: 6; Clarke, 2003: 13). La idea de sexualidad podría ser incluso superada por otra idea cuyo alcance trasciende lo físico y se torna más espiritual en relación con los goces, la de sensualidad (Sisa, 2011: 295). Entretanto se van matizando los primeros planteamientos modernos sobre la sexualidad romana que hablaban de una bisexualidad activa y arrolladora, conquistadora se diría, como pauta de comportamiento viril (Veyne, 1978: 50). Los historiadores tienden ahora a restituir un rol menos fogoso y más tranquilo al hombre y a sus apetencias sexuales, dado que el sexo transcurre en la intimidad, y ni el deseo ni la actividad sexual se valoraban socialmente como prueba de masculinidad (Dupont y Éloi, 2001: 9; Puccini-Delbey, 2007: 338).
Retornando al derecho, y según estos parámetros establecidos por la costumbre, la justicia podía amparar a los libres, a niños y adolescentes, a mujeres no desposadas, y en general a todas las de condición libre si no eran cónyuges –en cuyo caso se trata de adulterio– y resultaban víctimas de estupro. Hacia la década de los noventa en el siglo II, Plauto dejó por escrito el código de lo ilícito en el amor: «Con tal de que te apartes de la casada, de la viuda, de la doncella, de los jóvenes y de los menores libres, ama a quien te plazca» (Gorgojo 37-38). El campo del amor físico lícito se abría sobre todo hacia los no libres (Fernández Vega, 2018: 183).
EL CASO SOMETIDO A JUICIO POPULAR
Así pues, Marcelo tenía motivos obvios para percibir como una ofensa, en el contexto de las prácticas sexuales al uso, los avances de su colega Escantinio respecto de su hijo. Cabe hacerse preguntas sin respuesta en este punto del relato: ¿Por qué no calló y resolvió Marcelo la situación de manera discreta? ¿Trascendió realmente el asunto y se propagaron unos rumores que Marcelo entendió que debía desmentir? ¿Qué trasfondo político podría haber enturbiado las relaciones entre ambos políticos para que Marcelo optara por entablar una batalla judicial que iba a airear intimidades de cariz inconfesable? Y además, ¿debemos aceptar la verosimilitud de la anécdota registrada por Plutarco y Valerio Máximo que envuelve en un escándalo de amor griego a un líder que pasará a la historia con un perfil filohelénico? A esta última cuestión, y solo a ella, la respuesta plantea pocas dudas: la anécdota parece cierta a juzgar por los procesos desencadenados.
Hubo, hasta donde se constata, una tentativa de seducción por parte de Escantinio (Puccini-Delbey, 2007: 151). En todo caso, Marcelo acusó a Escantinio, ya fuera ante el pueblo como indica Valerio Máximo, o ante el senado como quiere Plutarco, pues las versiones no coinciden. El relato puede completarse entre ambos. Dice Valerio Máximo, que «Marco Claudio Marcelo, cuando era edil curul, citó ante el tribunal del pueblo al tribuno de la plebe Cayo Escantinio Capitolino y dijo: “Tú has intentado deshonrar a mi hijo”. Cuando el tribuno aseguró que no se le podía obligar a comparecer ante el tribunal, porque su dignidad le hacía inviolable, y reclamó la ayuda de sus colegas de tribunado, todo el colegio de tribunos se negó a dársela diciendo: “no nos opondremos a que se lleve adelante un asunto que atañe a las buenas costumbres”». A ciencia cierta no se sabe si Escantinio era tribuno de la plebe, o edil plebeyo, como indica Plutarco. En todo caso, estaba protegido como recuerda Valerio Máximo, disfruta de la inviolabilidad personal –sacrosanctitas– por ser tribuno (Cavaggioni, 2004: 289), o en todo caso de una suerte de aforamiento por ser un oficial plebeyo (Broughton, 1986: 230). Escantinio apela a ello, pero del pasaje queda algo fehaciente: hubo denuncia ante la asamblea y se produjo un escándalo político que activó los resortes movilizando a los tribunos de la plebe que hubieron de soportar probables presiones, al menos por parte de Escantinio.
Los juicios se sustanciaban por votación popular, por tanto, es más razonable la versión de Valerio Máximo sobre la denuncia en asamblea, y no en el senado. El asunto, sin embargo, trascendió, dado que el demandado parece haber movilizado sus hilos políticos. Según Plutarco, Escantinio «maquinó múltiples escapatorias y dilaciones y recurrió a los tribunos de la plebe, pero al rechazar aquellos el recurso quiso librarse negando los hechos» (Marcelo 2, 7). En todo caso, las dos versiones de lo ocurrido coinciden a la apelación a los tribunos y la inhibición de estos, que niegan su amparo al político plebeyo –aunque cabe recordar que Marcelo también lo era.
En estas circunstancias, el problema radicaba en la falta de pruebas, ya que se juzgaba la palabra del uno, la de Escantinio Capitolino, contra la del otro, la del denunciante Marcelo: «Y al no haber ningún testigo de sus palabras, acordaron enviar al joven ante el senado. Una vez que se presentó y vieron su rubor y sus lágrimas y su vergüenza, mezclada de...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Mapas
  5. Agradecimientos
  6. Preámbulo
  7. Introducción
  8. PRIMERA PARTE. LA SOMBRA AMENAZANTE. UNA OFENSIVA VICTORIOSA PERO INCONCLUSA
  9. I. Cayo Flaminio Nepote, el advenedizo populista
  10. II. Quinto Fabio Máximo, presidencialismo patricio
  11. SEGUNDA PARTE. LA SOMBRA MENGUANTE. DEL RETROCESO A LA DERROTA
  12. III. Marco Claudio Marcelo, el general helenizante
  13. IV. Publio Cornelio Escipión Africano: cesarismo carismático
  14. TERCERA PARTE. LA SOMBRA EVANESCENTE. HACIA LA ANIQUILACIÓN
  15. V. Tito Quincio Flaminino: proteccionismo libertador o helenismo subyugante
  16. VI. Marco Porcio Catón: populismo anticorrupción
  17. VII. Catarsis. El ocaso de los líderes
  18. Bibliografía
  19. Fuentes clásicas y traducciones