El sueño de la Luna
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El sueño de la Luna

  1. 268 páginas
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El sueño de la Luna

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Índice
Citas

Información del libro

El tiempo y sus cronologías, las genealogías y sus secuencias no están presentes en los acontecimientos que se narran en esta novela. Una misma línea, la línea de ombligo, marca el inicio y el retorno latente de unos personajes que nacen ancianas y se van haciendo jóvenes, mientras la sabiduría de cada una va comunicándose a la mujer naciente. El sueño de la Luna es la exploración, entre lo cosmológico, lo ancestral y lo onírico del arquetipo femenino encarnado en Luna y sus ascendientes mujeres. La trama de la interioridad, los juegos de la conciencia expuesta, las imágenes del adentro y su natural revelación hacen de esta novela un ritual sin principio ni fin.

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Información

Año
2020
ISBN
9789587206616
EJECUCIÓN
EN BUSCA DE MI SOBERANÍA
EL ÚLTIMO VIAJE DE EVA
Además de zahorí, mi bisabuela Eva descubre un talento telepático que le permite comunicarse con los demás sin necesidad de hablar. Hoy llega a casa en brazos de mi Abue Metzi. Eva es una bebita encantadora, está imbuida de una inocencia y una gracia que nos contagia de dinamismo. Cuando tiene oportunidad nos incita a divertirnos con la vida y hace bromas, que Abue nos comunica, para que dejemos de ser tan graves.
Metzi anda inmersa en la lectura de uno de los escritos del Laberinto Sagrado y, al caer la tarde, nos anuncia que su madre sale rumbo a su último viaje; pero Abue está tan obsesionada con las imágenes del escrito Entre el miedo y la vergüenza que intenta disuadir a su pequeña Eva para no salir en la noche oscura. La bebé insiste en salir a la luz de la Luna, dice que, aunque mengua, sigue siendo la reina de la noche. Con un leve temblor Abue obedece a su madre, dobla la hoja y la guarda temblorosa en un bolsillo de su traje. De esta manera, Eva comanda la salida, dispuesta a la siembra, como prefiere nombrar su alumbramiento.
—Confíen mis bellas descendientes en que el camino nos lleva inevitablemente a nuestro auténtico destino: transformarnos en un ser simple… genuino, inofensivo, confiado y feliz. ¿Para qué más? –Abue nos repite lo que Eva comunica, aunque yo sé que todas percibimos sus mensajes y celebramos la sabiduría de sus palabras.
—Derecha, izquierda, adelante, a un lado, por acá, debajo de ese árbol, saluden el arroyo, apresuremos el paso, más lento, una venia para la piedra, el búho ulula que por ahí no es, las ranas croan un saludo, el grillar es para que caminemos con los ojos cerrados, la luz de la Luna atraviesa la bruma para que nos detengamos –Abue sigue transmitiendo las palabras de su pequeña madre, como una forma de tranquilizar su propia mente. Caminamos atentas a la guía de Eva, concentradas en cada señal, mientras vamos, sin ninguna duda, por el sendero que crean nuestros pasos.
Así transcurre la noche, mientras de tanto en tanto, cuando se siente perdida, mi abuela Metzi le pregunta a su madre a dónde se dirigen.
—A mi siembra –responde Eva con ternura.
—¿Pero a qué lugar, amorcita? –interroga Abue removiendo el suave cabello de la bebita.
—No sé, ya lo irá mostrando el camino… descálzate para que con cada pisada recuperes la alegría.
Las nubes ocultan la Luna que filtra sus reflejos azulados en la oscuridad. Abue acomoda sobre sus senos adolescentes la cabeza de su madre, un poco más grande que el resto de su cuerpo, y el oído da justo con el palpitar de su corazón.
—Mamita, no duermas por favor que mis pies no perciben los abismos –le ruega.
—Déjate llevar… Y si estoy adormilada, no temas. Mejor dicho, da el salto de una vez, así entras de lleno a la vibración de la incertidumbre –le dice Eva y cuando Abue nos lo comunica, mi madre Selene y yo reímos contagiadas por el nerviosismo de Metzi. Solo mi hija Muluc elogia el comentario.
Al amanecer llegamos a una planicie y, cerca encontramos la boca de una cueva que nos atrae con su misterio.
—¡Hemos llegado! ¡Con qué gracia nos guiaste mamá! ¿Si ves que no perdí ninguna de tus señales? –Dice Abue con orgullo.
Al percibir el tremor de las nubes rojizas en el cielo Abue se sienta sobre una piedra, desnuda a su pequeña madre y la acomoda sobre sus muslos para que reciba los salientes rayos de Sol. Todas acariciamos con nuestra mirada extasiada la casi inmovilidad de su cuerpecito. Su piel moteada está cubierta por una pelusilla que brilla como finísimas hebras de oro. Después de un rato, Metzi nos comunica que ya está lista, carga sobre su pecho a su madre y todas caminamos hacia la gruta que nos engulle al traspasar su umbral.
Adentro sentimos el calor húmedo que nos acoge en el silencio de su oquedad.
—Mamita, ¡me sorprende la visión de estos cristales! –susurra Abue conteniendo su emoción.
—Se llaman selenitas, ¿si percibes su iridiscencia?; los rayos cristalinos de la Luna tomaron forma en ellos –en voz baja Abue continúa transmitiendo el mensaje de su madre.
Después de unos pasos llegamos a una cámara enorme rodeada de lingotes gigantes, contemplamos los cristales blancos, gruesos y largos como secuoyas dormidas.
—Este es un reino que quería compartirles –Abue nos comunica sus palabras y continúa –es un regalo para todas las Lunas de esta familia y en especial para Selene, por algo estos cristales llevan su nombre –mi madre solloza emocionada, luego se dirige a mi hija–. Muluc, ¿ves lo que gesta la matriz de la tierra? –Muluc reconoce su fertilidad y dice que solo una prodigiosa imaginación los ha logrado alcanzar, hasta hacerlos materia.
El calor de la cueva se hace cada vez más intenso, después de unos pasos la bebé se dirige a mí.
—Luna de mi corazón, pide permiso a una selenita y llévala al fondo del mar para que allí se diluya y purifique las memorias de nuestras generaciones –escucho a mi bisabuela y pienso que puede ser una broma, no sé cómo voy a hacer para llevarla a mar abierto, ni cómo una piedra puede deshacerse, pero de todos modos obedezco confiada en su palabra.
Después de un recorrido cada vez más asombroso al interior de la caverna, Eva, en la potencia de los momentos previos a su alumbramiento, nos conduce al vestíbulo donde anhela sembrar su semilla.
—Cada una lleve una selenita, es muy especial para los procesos vitales de las mujeres, aprendan a hacerlas sus amigas y háblenles como si fueran personas –todas recogemos un trozo del mineral mientras Abue continúa como un eco repitiendo las palabras de su madre–. Ella está pidiendo a las selenitas que nos acompañen en un propósito especial, voy a transmitirlo tal como lo dice: “Para mi hija Metzi recobrar la pureza de su infancia; para mi nieta Selene, estabilizar sus pensamientos y emociones; para mi buscadora irremediable, mi bisnieta Luna, transformar los registros de nuestra línea de ombligo y confiar en que nunca está sola; y para mi tataranieta Muluc, navegar en las subterráneas aguas del inconsciente y anclar allí nuestras conciencias. ¡Sanando una, sanamos todas!”.
Abue descubre una selenita que tiene una cavidad con el tamaño exacto de Eva y sabe que ese es el lugar que espera por su madre. Antes de ponerla allí juguetea con los movimientos reflejos de la bebé, le gusta sentir cómo al pasar el índice por sus manitas lo aprisiona con fuerza y cómo succiona su dedo al rozar sus labios. Después de un rato nos entrega a Eva. Yo siento la alegría contenida en su ser. Una a una nos despedimos de Eva entre besos, canturreos y lisonjas. Cuando terminamos la ronda, Abue pone el cuerpo frágil de Eva en el tibio útero de la selenita. Se percibe el misterio de la perfección. Formamos un círculo alrededor de su cuerpecito, contemplamos cómo su piel cubierta por lanugo, resquebrajada y arrugadita, toma un color violáceo mientras se recoge sobre sí misma y en medio de esta visión, en el interior de todas, brota esta canción.
Un corazón alegre sana, sana, es pura medicina… Un corazón ale­ gre sana, sana, es pura medicina… Un corazón alegre sana, sana, es pura medicina.*
Sintonizadas y vibrando en la misma frecuencia de Eva, percibimos las sensaciones de sus últimos instantes, que como un relámpago se traducen en palabras en nuestra mente:
—A través de la selenita que se forma durante la Luna del cuarto creciente, yo, Eva, hija de Lilit, madre de Metzi, abuela de Selene, bisabuela de Luna y tatarabuela de Muluc, atravieso la geometría primigenia de esta piedra para integrarme a sus finos cristales. Su suavidad me acaricia mientras penetra las estrías que canalizan su alta frecuencia de energía. ¡Luz líquida, que seas el puente por donde transiten mis generaciones hasta el encuentro con la Fuente!
Después de un silencio contenido en todos los sonidos del Universo, ante nuestros ojos, Eva se funde en los cristales blanquísimos de la selenita, mientras contemplamos el rescoldo del nido… entre naranjas, violetas, púrpuras y blancos, su cuerpecito se desvanece como un alucinante amanecer.
LOCURA COLECTIVA
Salimos envueltas en las vibraciones de nuestra amada Eva. Al atravesar de nuevo el limen de la matriz de la caverna con una selenita en la mano, percibimos sus últimos susurros:
—Presten oído a las voces de la naturaleza, hónrenla, no olviden que somos parte del Universo... ¡Gracias por permitirme ser!... ¡Que sean felices!
Nos quedamos suspendidas en alguna imagen o sensación del último viaje de Eva y desorientadas como si despertáramos de un prolongado sueño en un territorio desconocido, reaccionamos de manera diferente: mi madre irrumpe en llanto; yo estrecho las piedras de selenita contra mi pecho, me siento extraviada; Abue, aún descalza, emprende su camino sin detenerse, alejándose de nosotras; mi hija se acuesta sobre la hierba y respira hondo mirando el cielo. Cuando me percato de que mi abuela se aleja, corro tras ella.
—¡Por favor, Abue!, no nos dejes aquí solas –le ruego.
—Perdóname, necesito caminar estas emociones, digerir con mis pasos esta sensación. Si yo puedo salir adelante, tú y ellas, también.
—¡No!, por favor, tú nos guiaste a este sitio, no nos abandones ahora.
—Lunita, confía, todas pueden encontrar el camino de regreso, si no, lánzate al vacío, como dice mi madre –responde Abue con la vivacidad de su juventud y al instante escucho los gritos de mi madre.
—¡Quiero desaparecer! –mi madre asciende angustiada una montaña.
—¡Mamá! ¿Para dónde vas? Ese no es el camino –mi madre respira agitada y con sus ojos inyectados de locura me mira como si no entendiera lo que digo.
—Ya no puedo más, me ahogo –grita a punto de estallar.
—Mamá, tranquila, toma aire profundo –le digo, pero continúa desesperada–. Por favor, no te vayas.
Me acerco a Muluc quien permanece acostada sobre el pasto.
—Hija, ayúdame a convencer a tu abuela de que regrese ¿Qué vamos a hacer? –Muluc sonríe con su mirada fija en el cielo–. ¿Qué vamos a hacer? –le repito, mientras la remuevo para que reaccione, pero el anciano cuerpo de mi hija continúa impasible. Desesperada miro a la distancia y me doy cuenta de que mi madre se aparta cada vez más, corro de nuevo y le ruego por última vez, pero ella sigue sin escucharme.
El Sol se oculta y entro en pánico, me devuelvo a ver a mi hija, pero ya no está. La llamo y solo me responde el eco del eco de mi propia voz. Al sentirme sola una sensación de vacío me derrumba… Abrazada a las barras de selenita, doblo mis piernas, me recojo sobre mí misma y cuando me posee el reino de la noche pierdo la razón.
Con los sonidos de la oscuridad siento que me precipito en un pozo sombrío. Abro mis ojos para estabilizarme, pero la sensación de vértigo de la caída no me permite ubicarme; no encuentro ni derecho ni revés, ni parte superior o inferior, ni adelante o atrás, todo se convierte en una vasta región de incertidumbres, imploro la presencia de Abue para que llegue a rescatarme, pero al invocarla siento que habito de manera paralela en su mundo, como si yo fuera ella misma, y así, totalmente dividida me vence la locura.
LA NOCHE OSCURA DE METZI
Abue se sobrecoge de desazón, mientras en su mente, que percibo como si fuera propia, no cesan de repetirse mis ruegos y la frase de su madre: “Rompe con la ilusión”. Una fuerza la empuja hacia los rincones de su selva para ver lo que esconden aquellas palabras… entonces en su interior se suceden las imágenes del escrito que tomó del Laberinto Sagrado. Enloquecida, siento transitar dentro de mí el furor de mi adolescente Abue enfrentando sus fantasmas.
Metzi camina lo mismo de día que de noche, lo mismo afuera que adentro, mientras la Luna llena decrece y sus pies dejan rastros de sangre sobre la tierra. Lee por enésima vez el escrito Entre el miedo y la vergüenza apretándolo contra su pecho, y con cada paso se adentra en un territorio confuso en medio de las imágenes que se suceden sin cesar. Ve cómo, mientras su madre se hace bebé, ella llega a sus quince años. Reconoce que, pese a la liviandad de su juventud, su cuerpo carga un fardo que la ahoga, igual que a mí.
Al tratar de desentrañar el escrito, ella se adentra aún más en las memorias remotas que trae cada circunvolución de su espiral: un hombre enquistado de odio decapitándola, un verdugo sometiéndola a la hoguera. En su tránsito hacia el olvido, se arrastra entre recuerdos devastadores hasta llegar a un lugar donde no puede avanzar, ni retroceder. Entonces, acorralada en esa espesura, por primera vez en estos días, hace un nido con hojas y así, en Luna negra, abrazada al papel que se deshace entre sus senos con la humedad de su pecho, duerme.
LA SELVA INTERIOR
Transcurren días mientras intento encontrar una salida de la órbita en la que estoy atrapada. Recorro volcanes dormidos que rodean el lugar, pero siempre regreso al mismo árbol. Aferrada a las selenitas ruego por encontrar la salida y al oscurecer tiemblo de espanto. Temo a los sonidos de la noche, mi cuerpo se paraliza o tiene movimientos catatónicos cada vez que la oscuridad me envuelve en su misterio, hasta que, vencida por el cansancio, ensueño o alucino, ya no sé.
Siento que soy yo y al mismo tiempo soy mi Abue Metzi adentrándose en sus tinieblas. Y es tanta la oscuridad que no sabe por dónde caminar, entonces ruego para que entre todos los caminos sepa por cuál seguir. Y, en cuanto termino de pronunciar una invocación al Cosmos, un incipiente chispazo se abre paso por entre las plantas exuberantes y brilla en las entrañas de la jungla donde se encuentra Metzi, al mismo tiempo que el destello cintila en el corazón de su útero… su selva interior. El olor a vegetación nos sumerge en una visión más profunda mientras se escucha el rugido de un felino que asecha en la distancia; intuimos la mirada impasible del animal salvaje, inhalamos su poderío y afrontamos juntas una visión. Su hijo acaricia mi cuerpo infantil haciendo surgir una tibieza y un dulzor que me llenan de agrado y curiosidad. De pronto ella me arrebata de sus brazos mientras le grita improperios que me infestan de horror. Sin entender lo que sucede, me cubre con su abrazo impregnándome con el doloroso trepidar de su cuerpo. Una sensación de repugnancia me agita en medio de los gritos de Abue que me aturden de culpa… salgo de mi cuerpo y navego en el espacio.
Un torrente se precipita por las venas de Abue y, mientras el jaguar afila sus garras en el tronco de un arbusto sagrado, los efluvios que se desprenden de la planta penetran cada poro de Metzi, que aspira llenando sus pulmones de los elementales del bejuco. Lloro junto con mi abuela y siento su condena mientras ella presencia una y otra vez, como una cita ineludible, la escena de mi infancia. Sus lágrimas me cubren y yo acaricio su rostro rogando porque se calme, pero ella no cesa de pronunciar mi nombre pidiéndome perdón. Al descubrir la vergüenza en su mirada, una insoportable desazón anega mis cinco años… llenándome de desprecio por ser motivo de tanto dolor.
Casi sin vida, mi Abue duerme desde la Luna negra hasta la llena y veo cómo los seres mágicos de la selva lavan con gotas de rocío su cuerpo, soplan los intersticios de sus emociones, mientras en medio del delirio, la luz de su corazón disuelve las imágenes que lo ensombrecían, y al fin la alcanza su propio perdón.
EL ÁGUILA MENSAJERA
Entre sueños y alucinaciones transcurren los días en un universo recurrente de cuadros que me atormentan: aves de rapiña destrozan mi lengua y taladran mis dientes con su pico dejando mi boca hueca; otra noche, devoran mis ojos, picotean mis orejas, desgarran mi piel, comen mis vísceras y horadan mi vientre. Y así muero y renazco cada día, hasta una noche en que logro percibir estas imágenes como si no fueran propias. Mientras las veo enturbiar mis emociones, imploro con humildad a mi corazón para que me salve del horror que agita el estanque de mi mente.
Con el transcurrir de los soles siento mi respiración navegar por todo mi cuerpo con sus diminutos destellos, el remolino de pensamientos se detiene y poco a poco, las partículas revueltas se precipitan al fondo, así mis aguas se tornan más tranquilas y momento a momento se serena la superficie, hasta que las estrellas y la Luna se reflejan con nitidez en el espejo de mis aguas.
Otra de las noches, concentrada en las sensaciones de mi cuerpo percibo unos hilos de luz que se extienden desde mis piernas y continúan avanzando por los pedruscos entre los intersticios de la tierra mientras que, venida de ninguna parte y de todo cuanto me rodea, esta frase no cesa de repetirse: “Yo estoy en la tierra, la tierra está en mí, la Tierra y yo somos una”. En mi imaginación los filamentos que brotan de mis piernas se convierten en raíces gruesas y frondosas. Enraizada en la tierra, pido al planeta que me muestre la salida.
Un águila se posa en una rama del árbol que me sirve de lecho y trompetea al amanecer llamando mi atención. Aguzo mi mirada y la sigo en su vuelo. Me siento como si yo fuera el ave. Guiada por ella atravieso montañas y llanuras hasta que al atardecer me veo en otro lugar un poco más cálido y, feliz de encontrarme fuera de aquel laberinto, canto a la Luna al despuntar en el cielo....

Índice

  1. CUBIERTA
  2. PORTADA
  3. CRÉDITOS
  4. PROPÓSITO
  5. EJECUCIÓN
  6. DIVULGACIÓN
  7. TRASCENDENCIA
  8. NOTAS AL PIE
  9. CONTRACUBIERTA