Segunda Parte I. El relato: experiencia de extranjeras Choco Krispis en Banglanatak
Me bajé del avión de Air India con un calambre en la pierna izquierda. Acomodarse en forma de tres durante el vuelo trae estas consecuencias. Por suerte, el caminado de pirata me hizo sentir ruda, la verdad. Una actitud apropiada para alguien que llega a un continente extraño. Y los nervios que sentía… ni hablar de eso ahora…
Avanzando por los pasillos de la zona de aduanas, tenía que hacerme preguntas importantes: ¿quién me está esperando en el aeropuerto?, ¿venderán Choco Krispis en Banglanatak?, ¿debí traer algunas cajas? A medida que esos pensamientos me invadían, mi sangre se movía a la velocidad del sonido, cada vez más cerca de ese país que me había estado imaginando tanto.
La presencia de la cultura india ya era notoria. En parte, por los tatuajes de henna que marcaban las manos y los pies de las tripulantes. Los hombres, en cambio, llevaban pantalones de lino y kurtas. Su tez era más oscura. El bigote era la estampa dominante. Desesperada, recogí mis maletas y salí, esperando quizá un aviso grande con el nombre de Anabel Reina. Buscaba ese letrero entre la multitud, entre abrazos y lágrimas de bienvenida. Nunca lo vi. El único letrero en español que había en ese aeropuerto indio decía “a prueba de agua” y estaba en mi reloj de pulsera.
A un lado del pasillo, había unos signos parecidos al sánscrito que no lograba leer y, al lado, un señor de traje blanco con corbata azul rey que llevaba una sombrilla de mano. Me acerqué y, con un inglés tímido, le pregunté si me podía ayudar. Intenté decirle que venía de lejos, de Colombia —no “Columbia”, más exactamente— y para evitar confusiones, de Suramérica.
“I am looking for some people who are supposed to be here. I can’t find them.”
Al ver que no encontraba mi nombre por ningún lado, preguntaba por alguien que viniera a socorrerme.
El hombre respondía en un lenguaje que sonaba más a un error de transferencia de datos. Hice señas con mis manos y hasta logré dibujar en un pedazo de papel algo que no sé qué era, pero que logró que me llevaran a un centro de información. Ahí, por fin, pude entenderme con una persona. Intentamos llamar a unos números que tenía apuntados en mi libreta y al no conseguir respuesta, opté por sentarme a esperar. Saqué de mi mochila un pequeño libro sobre comida oriental y comencé a leer. Ver tantos policías cerca me llenó de una sensación de seguridad a la que no le puse muchos peros.
Me quedé dormida, ahí, sola, en contra de todo instinto de supervivencia y toda recomendación televisiva.
Había pasado ahí la noche y, del susto, me paré de inmediato. Corrí de nuevo al centro de información. Mi preocupación llenaba todo, igual que la luz del Sol. Pensé en Global Leaders, la organización que me había traído. Pensé en que todo era una farsa, que me había convertido en un dato más en la rendición de cuentas de alguna ONG.
Una joven francesa se alejaba con la gente que la vino a recoger. Había pasado las últimas dos horas sentada a mi lado. Su existencia me hacía sentir en medio de un procedimiento regular. Estas cosas pasan. Pero ahora, que se iba, la certeza de haber sido abandonada era de carne y hueso.
Tenía que llamar a Colombia. Tenía que dar la voz de alerta. Mientras, planeaba cómo sobrevivir sin guía hasta encontrar algún consulado, así fuera ecuatoriano, peruano, boliviano, o de donde fuera. Estaba en esas cuando me avisaron que alguien preguntaba por mí. Al aeropuerto llegó Suravi Sarkar, enviada por el señor Amitav, el director, para recogerme en el aeropuerto. Con una tranquilidad mundial y un acento inglés muy marcado hacia el bengalí, me indicó que fuéramos hacia donde se encontraba el vehículo que me llevaría a casa. Caminaba mientras me consumía la pulsión de hacerle un reclamo: ¿cómo me dejan ahí tanto tiempo?, ¿qué se creen? Pero ya no caminaba como pirata, y ya no me sentía tan ruda. Además, me alegró tanto verlo llegar, que sobraba cualquier comentario.
Una vez en la camioneta, preguntó si fumaba y sacó un cigarrillo. Fumó como si la luz del Sol no lo afectara. Traté de pedirle que me bajara la ventanilla, pero comenzó a hacer preguntas: “What is the meaning of Anabel?”.
Además del significado de mi nombre, estaba muy curiosa sobre el viaje, mi vida y mi país. Organizó una presentación estándar de Calcuta. Iba enseñando nombres, lugares y zonas por donde pasábamos, mientras yo estaba impactada por la ciudad que se construía detrás de su espalda, lo que se reflejaba a las afueras de la ventanilla del vehículo: mendigos, suciedad, enfermedades cutáneas a la carta y en la cara, calles estrechas, un vestuario incomprensible, arquitectura diferente, carros de la época de la revolución cubana y una que otra vaca en medio del camino. Me sentía en medio de un capítulo de la versión india de los Picapiedras, sin la banda sonora.
Figura 7. Primeras impresiones
Me había fijado ir a la India porque se me metió en la cabeza salir del país a como diera lugar. Era el verano del 2010 y yo ya comenzaba a preparar mi viaje. Quería aventurarme por el mundo. Debía realizar una práctica laboral en el exterior como requisito previo a mi graduación profesional. No necesariamente tenía que ser en el extranjero, pero era yo quien me había aferrado a la idea de salir del país. Tenía toda la determinación de la galaxia; no había quién pudiera convencerme de lo contrario. Según mi madre, era terca por naturaleza y, para colmo de males, tauro. Además, como alguna vez se lo manifesté a Cristina y Noriko en una tarde de café, quería dejar atrás un viejo amor y terminar esa relación tediosa en que se había convertido con el tiempo.
Fecha: 27 de julio/2011
Asunto: “Demasiado tarde para tocar el timbre a las 3:00 A. M.”
Hoy tuve la opción de poderte ver y pensé mucho... opté por no verte. Ni siquiera te llamé porque esa parte de mí que todavía te recuerda con rencor no me deja verte y me da fuerzas para postergar nuestra cita del “regalo esperado”. Siento que va a ser muy tarde cuando te vea y así viaje lejos, con un peso en mi espalda, tragaré saliva y seguiré masticando con la boca seca.
La conclusión no decepciona a nadie: Teniendo la opción de verte, elijo que sea “demasiado tarde”, como dice la canción.
Con cariño, Anabel
—Hello, Anabel. Welcome to India. It’s a pleasure to have you here. Did you have a nice trip? Do you want to talk with your mother? —Era el señor Amitav, quien me daba la bienvenida y, además, era cortés. En su afán de mostrarse como todo un padre protector, me preguntaba si quería hablar con mi madre. Me regaló una llamada a casa que valía oro ese primero de junio del 2011.
En el aeropuerto, no había rastros de ningún miembro de Global Leaders y no volví a saber de ellos en el resto de mi estadía. Pareciera que su interés único se centraba en que viajara a la India a como diera lugar, de ahí tanta presión para que me fuera pronto e incrementaran sus estadísticas. Seguramente hablarían de la buena labor desarrollada por Global Leaders Colombia, en convenio con la misma organización en India. Mi única referencia en ese país era el señor Amitav, al que ni conocía y con el cual solo había intercambiado un par de palabras a través de Skype.
De no haber sido por él, hubiera llegado sola a territorio Indio y no tendría a quién acudir.
—What am I going to do?
—We have different projects, Anabel, you can work in all of them... if you pleased.
—But what exactly am I going to do as a professional?
—Our projects involve anti human trafficking, the bird flu, climate change, respect for women, addictions, among others. In all of them, you will work in the field of developmental communication.
Al preguntar por cuál sería mi rol en dicha organización, Amitav Bhattacharya, el director de la organización, me indicaba que podía trabajar en todos los proyectos, si ese era mi deseo. Los proyectos abarcaban antitráfico humano, el virus del pollo, el cambio climático, el respeto por las mujeres, las adicciones, entre otros. En todos ellos trabajaría en el campo de la comunicación para el desarrollo.
Esa mañana me llevaron al lugar donde viviría. En el pequeño espacio habitaban también otras personas. Unos apenas llegábamos y otros iban de salida; la mayoría, asiáticos: de China, Corea y Japón.
—Hey, Anabelita, are you at home? Did you find everything all right?
Amitav preguntaba, vía teléfono celular, si había llegado bien, si había encontrado todo bajo control. Aseguraba que pronto llegaría a Calcuta, que estaba en Nueva Delhi resolviendo cuestiones laborales y que pronto nos conoceríamos personalmente.
El apartamento parecía estar ubicado en las afueras de la ciudad. Cuando me llevaron, alcancé a percibir que me enfrentaba a un laberinto entre calles angostas. Un gran lago cuadrado y, más adelante, un altar adornado con flores rojas y muchos colores vivos. Adentro había una figura de una Diosa que era adorada todos los días después de esa mañana. El sector parecía retirado de la ciudad y el transporte se convertiría en una dificultad mayor.
Figura 8. Los alrededores de mi casa
Global Leaders fue el medio por el que logré viajar. Según su página web, “es una plataforma internacional que permite a jóvenes descubrir y desarrollar su potencial al tener un impacto positivo en la sociedad”. Esta organización ofrece, dentro de variados servicios, experiencias laborales internacionales para jóvenes de todo el mundo, incluida Colombia. La organización terminó siendo el vehículo que me llevó a India, por encima de países como Filipinas, Tailandia, Finlandia, Indonesia, Marruecos, Rusia e incluso Brasil. No era mucha la oferta de países que llamaran mi atención y, sí, los recónditos, de los que pocas veces había escuchado y sentía lejanos.
Descubrí tarde que no me gusta la soledad. Ese primer apartamento, sin duda alguna, era solitario y no tenía aunque fuera un televisor para entretener la mente; igual, no creo que hubiera entendido nada. En mi caso, por andar aferrada a “un nuevo despertar” o tal vez “a una aventura nueva”, decidí llevar poco y despojarme de apegos, entre ellos, novelas de narcotráfico que por esa época me lograron capturar.
—How much would you pay me?
—3.000 rupies per month and that’s enough to live in India.
En cuanto a mi salario, el señor Amitav advertía que 3.000 rupias por mes era justo y necesario para vivir en Calcuta.
Las empresas con las cuales logré finalmente evolucionar en el proceso y entablar cierta comunicación estaban ubicadas en Brasil e India. La opción laboral en Brasil estaba más orientada hacia el mercadeo, mientras que en la ciudad de Calcuta existía una organización que vislumbraba un panorama más llamativo desde el enfoque de lo social, lo que, finalmente, me motivaba más. Era una especie de trabajo social con el que soñaba y con el cual podía creer en la “absurda” idea de salvar el mundo.
Figura 9. Impresiones de calle
II Sintiendo el tedio
Me gusta despertar recordando, tal vez, las palabras de mi madre cuando es dulce y amorosa: “Desperézate como el gato, estírate, respira profundo y dale las gracias a Dios por un nuevo despertar”. Ahora, mis mañanas eran tristes, tal vez reforzadas por un sonidito particular, como el del carrito de los helados que pasaba por la casa y que de niña, golpeaba mis domingos solitarios. Ahora, era una especie de composición melódica estilo Bollywood que tenía algo de flauta, tabla, tambor, bajo, udu y maracas. Para mí, sonaba a música de adoración divina y solo me producía ganas de salir corriendo, golpeando aún más mis primeros amaneceres.
De pequeña, no podía quedarme en la finca del tío Jaime por más de tres días. Creo que era más urbana. A decir verdad, no me gustaban las fincas en general. Comenzaba a sentir ...