Parece absurdo decirlo, pero la música me había prometido otra cosa. Otro mundo, consecuente con la ley más honda del hombre ante su propio misterio. En que un orden secreto regía el caos. En que hasta el drama absoluto lograba abrirse paso desfiladero arriba, alcanzando a pico el trino suspendido de la sensible, desde el cual siempre podía resolver –mediante la más dulce cadencia– a la tónica: tierra firme de la reconciliación.
La música me había prometido estructuras perfectas. Era el alambique que sustrae la esencia inmortal de la vida con la doble sabiduría de conservarla, sí, pero no como un objeto que el uso corriente degrada, sino en el tabernáculo intemporal –siempre perdido y siempre recuperable, eterno y efímero–, en la cifra criptográfica de ese lenguaje que a pocos les es dado resucitar.
Yo sabía de esas curvas melódicas que contienen la más destilada ternura, la ternura en clave, profunda y anónima, de generaciones pasadas, presentes, por venir… ¡Abarcar así, cifrar así sed tan inabarcable e indescifrable!
Amor, la voz subversiva que emerge del castillo polifónico –¡desde qué sótanos y desde qué esclavitudes!– me había prometido intensidades mortales a las que, sin embargo, se sobrevive. ¡Cuántas veces la música me reveló el esqueleto luminoso de un acto que en la realidad había sido difuso, incoherente! ¡Cuántas veces me señaló el tono justo, íntimamente temperado de un beso! En sus silencios, tan diferentes de la ausencia de ruido ¡qué sobrecogedor descenso al vestíbulo de las dos verdades en que se debate la conciencia! Y me enseñó la melancolía del canon: no un coro de monólogos, sino un diálogo en que dos seres van confesando los mismos sentimientos, pero nunca al mismo tiempo.
Desorden que lleva al orden. Infierno palpitante de beatitud. Depurada síntesis de cuanto debe vivir el espíritu. Historia libre de interpretaciones, conteniéndolas todas. Vaso lacustre o lecho de río en que es posible volcar toda la miseria humana sin jamás contaminar su fluido.
No entiendo. En verdad no entiendo. ¿Por qué ahora este incumplimiento?
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Si bien tal vez fui yo quien no cumplió.
Tal vez yo fui esa sacerdotisa incapaz de presenciar el milagro, patente hasta para el loco del pueblo. Tal vez mis aplausos rompieron –heréticos y bárbaros– el silencio que es complemento único de ciertas revelaciones musicales. O acaso eludí el entrañable compromiso místico que es principio y fin de la belleza. Sí. Tal vez fui uno de esos fariseos para quienes la música constituye una baraja de fichas bibliográficas, marcadas y prostituidas en el poker de tahúres melómanos. Tal vez, tal vez mi química espiritual no sufrió alteración alguna, ni hizo examen de conciencia, ni se declaró en catarsis purgativa, ni se avergonzó hasta el horror y la conversión radical después de escuchar en el momento preciso, en el punto de oro de la sección áurea el –¿pero es que acaso puede ser nombrado?– Requiem de Mozart. Tal vez fui capaz, recién asumido el Ihr habt nun Traurigkeit de la sublime fraternidad de Brahms por el suicidio del amigo, o la Bachiana Brasileira para ocho violoncellos y voz, de retornar impávida al regateo de pérdidas y ganancias en que la mezquindad se juega el alma. Tal vez, simplemente, mi pecado fue sobrevivir a ciertos acordes. Y mi castigo, comulgar desde ahora y para siempre con las caricaturas de relación armónica que el amor humano imita; con las calcas disonantes y discontinuas de ese patrón sonoro ideal, respecto del cual solo se puede vivir en déficit.
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Atravieso un punto vernal. Es la modulación, el cambio de signo de zodíaco, de dios con testuz animal, de casa, de arcano del Tarot.
¿Equinoccio de primavera? Tal vez. Aunque solo yo sé de la desolada negrura de sus flores. Nadie. Nada, sino esta fuerza interna como un río subversivo que hierve, irracional y continuo.
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Curarse del Tiempo entregándose al tiempo bajo un sol rapaz, que se llena las fauces de brasas exquisitas. Sin sonido y sin silencio.
La luna como una bomba de tiempo, como una mina encallada entre las espigas de marzo.
Desmiente ese dicho: jamás evacuaste de mí tus tropas de ocupación porque jamás me ocupaste. En vano agité banderas blancas, acudí yo misma a tu encuentro para entregarte las llaves de la ciudad, y me despojé de mis armas una a una. Tanta gratuidad y disponibilidad te repugnaban. Si sufriste, tu dolor fue el de los sitiadores que ejercen el crimen desde perímetros exteriores, no el del vándalo que saquea, incendia, y comparte con el vencido la sed y las ruinas.
E hiciste imposible el pacto.
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Pero amor, si a pesar de todo es cierto que en las horas que preceden al alba –cómplice de una solapada estrategia de neblina– abandonaste el campo… ¿por qué esta persistencia de fresias en mi suelo devastado? ¿Y este rumor de manantiales en la íntima clausura de las trincheras?
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Amor, era tan simple: tú y yo, una heredad circunscrita armónicamente en la Heredad total.
Simple como despertar. Como regar alpiste en el patio de los mirlos, aún violeta por los plumbagos del alba, mientras tú preparas un café sonámbulo. Simple como bañarse juntos comentando el noticiero de Radio Universidad. Simple. Como tus protestas porque en la funda de la sinfonía de Mahler esta guardado el disco de Moustaki, tus calcetines en mi cajón, y no encuentras las navajas que compramos ayer en la farmacia. Simple como iniciar la limpieza cotidiana rescatando el Libro de Job del fondo del lecho, varado en la resaca de una noche tempestuosa y benemérita que supo contradecir el odio sistemático de Dios.
Simple como ser esos dos que hacen uno y tres, reconstruyendo el secreto numérico del cosmos.
Simple como encontrarse y perderse, perderse y encontrarse en la arritmia erótica. Como transformar el desencanto, el hastío, el silencio, la reyerta, el descubrimiento en cantos propiciatorios. Como dejar madurar el solsticio de verano hasta el instante en que su plenitud íntima rasga la piel de oro lascivo, resbala en gotas de música aflautada, uva y lagar, victoria y olvido, sol en las entrañas, lúcida embriaguez de la abundancia, posesión del mundo que agota mientras los labios lo revalidan sin apartarse de la geografía ...