La cultura y el territorio
GERARDO ARDILA
En un texto previo, titulado Cultura y desarrollo territorial, trate de abordar este par de conceptos para determinar hasta dónde la cultura determina nuestra construcción de territorio, y hasta dónde el territorio tiene importancia fundamental para nuestras concepciones culturales. Entonces, empezaré a explicar cada uno de ellos por separado, para luego pensar algunas conclusiones acerca de esta relación.
En primer lugar, ¿qué es la cultura?, ¿cómo se construye la cultura?, y ¿cómo se constituye la cultura? Siempre recurro a Gregory Bateson (1987 [1972]), a sus ejemplos como el de aprender a tocar la guitarra. No sé si alguno de ustedes en su vida ha tenido la experiencia de tocarla, pero primero quiero que sepan lo que es tratar de tocar guitarra; tratemos de imaginar lo que es intentar tocar guitarra. El aprendiz tiene que cogerse los dedos y ponerlos en las cuerdas de los trastes que le corresponden, y empezar un proceso de entrenamiento hasta que llegue un momento en el cual puede cambiar las notas sin necesidad de estar pensando dónde ubicar los dedos. En el proceso de entrenamiento se aprende lo que debemos hacer, y hasta que no se aprende eso no se puede pasar al segundo paso y, por lo tanto, uno debe hacerlo hasta que lo olvida, solo cuando lo olvida, puede empezar a cantar con sentimiento porque sencillamente ya aprendió lo que debía hacer con la guitarra. Recurro a ese ejemplo porque precisamente lo que sabemos es lo que olvidamos y luego lo interiorizamos como parte de lo que nosotros somos.
Las cosas que tienen que ver con la cultura son de este tipo, son todas las que aprendimos porque lo que no tuvimos que aprender no tiene que ver con las costumbres, sino que vino con nuestro paquete genético, como parte de nuestro larguísimo proceso de transformación como seres humanos. Eso es tan importante porque cuando uno habla de territorio no puede desmembrar a los seres humanos para decir que somos, por una parte, un ser biológico y, por otra, de cultura, sino que tenemos que vernos como parte integral de un mismo proceso y de una misma historia natural.
La cultura es todo aquello que aprendemos, que hemos aprendido y que nos permite en un momento particular de nuestra historia, como seres humanos y como parte de una sociedad, determinar: ¿qué es lo bueno y lo malo?, ¿qué es lo correcto y lo incorrecto?, ¿qué es lo normal y lo patológico?; es decir, corresponde al tipo de especificaciones que hacen parte de un lugar específico en un momento determinado de su historia, de su tiempo.
El asunto es que todo esto cambia y va cambiando para permitirnos subsistir a las transformaciones del entorno. En la medida en que cambia el medio natural, las relaciones con los demás seres humanos o nosotros mismos es que tenemos que hacer una gran cantidad de ajustes en cómo concebimos el mundo, en la forma como generamos conceptos para poder responder a esas nuevas circunstancias sin tener que entrar en conflictos de tal naturaleza que nos conlleven a la destrucción.
Desde la definición de Manuel Castells, antropólogo importantísimo del campo urbano, “la cultura es un cierto sistema de valores, de normas y de relaciones sociales que contiene una especificidad histórica y que tiene una lógica propia de organización y de transformación” (2001, p. 56); es decir, que la forma como organizamos nuestra relación con la realidad y la manera como se transforma esa relación dependen de como concebimos el mundo, entonces, todo lo que pensamos del mundo forma parte de la cultura.
La pregunta fundamental desde la que debemos elaborar estas líneas es ¿cómo se creó el sistema de relaciones que podemos observar? La respuesta apunta directamente a la discusión aún abierta entre evolucionistas y creacionistas. Lo que plantean los primeros, es que los seres humanos somos el producto de esa historia que llamamos evolución y que en ese proceso tuvimos que enfrentar nuestra relación con el mundo como cualquier otro animal y, respecto a lo que tiene que ver con el territorio, hacer una previsión de un espacio para poder generar y encontrar las posibilidades de nuestra vida cotidiana. Ese lugar donde tenemos las fuentes propias de la vida: agua, comida y, sobre todo, la dependencia de nuestros congéneres, así como la necesidad de poder asegurar nuestra presencia en el mundo a través del tiempo como parte fundamental del paquete genético que compartimos con cualquier otra especie.
Pero, en ese proceso de poder asegurar nuestra subsistencia nos encontramos con una estrategia adaptativa fundamental que es la cultura. La cultura, por tanto, es algo que corresponde únicamente a los seres humanos y es una adaptación que hicimos en ese proceso de relación con nuestro mundo inmediato. La cultura es la condición de posibilidad de la libertad humana y, por tanto, la marca diferenciadora de nuestra especie con respecto al resto de los seres vivos. Esta libertad de la que hablamos consiste en dos características fundamentales: la primera, la cultura hizo posible la vida humana en cualquier ecosistema, característica por demás exclusiva de la especie humana. Cuando los poetas dicen soy libre como un pájaro ciertamente no tienen en cuenta la necesidad del pájaro de restringir su actuación a un ecosistema particular: no puede aterrizar en cualquier árbol, alimentarse con cualquier semilla, volar a donde se le ocurra. Es esta condición la que nos permitió tener un crecimiento más allá del que cualquier otra especie ha podido tener.
En fin, estoy tratando de mostrar cómo la cultura condiciona nuestras posibilidades de ver el mundo, aunque siempre atada a las determinaciones genéticas que nos constituyen. De esta forma, podemos darnos cuenta de que nuestras necesidades son como las de cualquier otro ser vivo y que por más cultos que seamos tenemos que tomar agua, comer e ir a algún sitio a dejar nuestros desechos corporales. Cuando estas necesidades se dan en comunidades pequeñas no es tan grave, pero cuando se trata de aglomeraciones grandes de personas hay que remediar estas necesidades de otra manera. Así, emprendemos proyectos de enormes magnitudes, hacemos alcantarillados, acueductos y terminamos adaptando nuestro entorno para satisfacer estas necesidades fundamentales.
Pero al mismo tiempo hacemos otra cosa que es clave, y es que más del 80 % de nuestra energía la consumimos en tratar de decirle a los demás que no estamos enojados con ellos. Y esto me introduce en la segunda característica fundamental de la libertad que nos es dada por la cultura: nosotros vivimos en un sistema en medio de relaciones con los demás. Es posible que la vocación de los seres humanos sea la soledad, sin embargo, nos toca hacer un esfuerzo enorme para poder superar esa soledad y para relacionarnos con los otros; nos hemos inventado instituciones que no son eternas ni universales, sino que son nuestras, de nuestra cultura y tiempo, acordes a nuestras necesidades.
Hubo una época en la que los seres humanos necesitaban vivir de otra manera y que tenían diferentes formas de organización social, porque tenían otras necesidades de solidaridad que los obligaron a crear otra normatividad para poder enfrentar esas necesidades de solidaridad que les aseguraron la sobrevivencia. Hoy, estamos frente a un mundo cambiante que nos obliga a repensar nuestra relación con los demás y, desde esa perspectiva, tenemos los seres humanos dos condiciones: la primera, que nos es impuesta genéticamente y que compartimos con las demás especies como necesidad de sobrevivir en el mundo; la segunda, en la que devenimos seres culturales y desde la cual se nos propone generar un conjunto de normas y de posibilidades para nuestra relación con los demás seres humanos.
Para hablar del tema de las reglas y de sus características en el marco de las relaciones humanas, permítanme remitirme a un ejemplo fantástico de la literatura. Se trata de Alicia en el país de las maravillas. Algunos de ustedes sabrán que el autor de ese libro era un curita muy sabio, quien se basó en sus experiencias reales como tutor. Usaba la narrativa como método educativo, en el que sus alumnos debían descubrir las lecciones que estaban en el fondo de las historias (como hacen los chamanes y los sabios que les cuentan a los indígenas historias míticas donde va cargada toda la enseñanza o como hacemos nosotros, los católicos, cuando contamos algunas escenas que van cargadas de ideologías, de enseñanza, de ejemplos y demás). El hecho es que, en una de las historias, Alicia es invitada por la Reina de Corazones a jugar un partido en su casa y cuando están jugando Alicia se sorprende porque hay varios elementos que se han transformado con respecto al juego convencional: el palo que se utiliza para pegarle a la bola es un flamenco al que tiene que agarrar de las patas; la bola es un erizo y los arcos por donde debe pasar la bola lo más rápido posible son los soldados de la reina, quienes se movían cuando querían, etc. Imaginémonos, entonces, un juego como estos donde el sentido del juego se mantiene porque, de todas maneras, la idea es pegarle a la bola para que pase por los arcos, pero todo lo demás ha sido modificado.
Ese pasaje de Alicia en el país de las maravillas es fundamental para entender otra cosa muy importante acerca de las relaciones humanas: ¿cuál sería el tema de la lección?, ¿cuál sería el título de la lección que quiso dar el curita? No hay que hacer mucho esfuerzo para pensar que se estaba refiriendo fundamentalmente a que las cosas de la vida tienen un altísimo grado de impredecibilidad, es decir, que uno no puede predecir cómo se va a comportar el flamenco y cómo van a responder los soldados, y esa misma complejidad de la vida nos lleva a preguntarnos otra cosa confusísima y es: ¿cómo podemos controlar la impredecibilidad que está inscrita en los seres humanos en cuanto seres vivos y seres culturales?, ¿cómo nos imaginamos de forma colectiva la posibilidad de un futuro compartido? En medio de esta impredecibilidad, la única respuesta posible es la ley. Solamente mediante la ley es posible generar normas específicas que nos obliguen a volvernos predecibles para facilitar el manejo del otro y el manejo de nuestras relaciones mediante acuerdos.
Pero, ¿qué tiene que ver la cultura y la construcción de las normas con lo que llamamos territorio o territorialidad? El territorio no es solo un lugar en el espacio. Pensemos en las implicaciones de esta expresión a partir del siguiente ejemplo: imaginen círculos concéntricos que se encuentran trazados a partir de cada uno de nosotros. Yo soy el primer lugar en el que construyo mi territorio, y mi cuerpo es mi primer territorio, eso quiere decir que, es en relación con mi cuerpo que yo marco un primer sentido de presencia con el otro, y lo cargo conmigo a todas partes, de modo que es muy difícil que yo lo territorialice en un lugar o en un espacio específico; al contrario, quiere decir, que en mi cuerpo en cuanto territorio yo construyo los principios fundamentales de identidad y pertenencia. Decir que el territorio no es un lugar en el espacio implica a su ...