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LA INFANCIA Y UNA TÍMIDA PULSACIÓN
¿Adónde iría, si pudiera irme,
que sería, si pudiera ser,
que diría, si tuviera voz,
quién habla así, diciéndose yo?
Samuel Beckett
Durante muchos años de mi vida mi sentir coincidía profundamente con lo que expresa esta frase de “textos para nada”, de S. Beckett.
Mi experiencia interna, mis sensaciones y sentimientos, mis deseos y necesidades más profundas no podían ser puestos en el mundo. Mi yo interno no coincidía con el yo al que el mundo llamaba por mi nombre. Mi alma vivía en un cuerpo que no le permitía expresarse libremente.
En la infancia, mi mundo más importante era el interior y privado, el de mis pensamientos y sentimientos. Y este mundo era muy grande. Un territorio personal en el que me sentía segura y, la mayoría de las veces, bastante a gusto. Pensaba en muchas posibilidades para las mismas cosas y hechos, tenía conversaciones interesantísimas conmigo misma y surgían miles de preguntas que me servían para investigar y explorar muchos campos que me interesaban, o eso sentía yo.
Difícilmente, al menos, en los años que más recuerdo, llegaba a darle voz a esas preguntas porque generalmente no encontraba a un adulto dispuesto a oírlas, y yo creía, que tampoco a responderlas.
Pasaba muchas horas leyendo, en el patio del cole, en el comedor de mi casa, e incluso en el parque, siempre era fácil encontrarme con un libro en la mano. No sé bien de donde los conseguía, aunque probablemente, como mi madre era maestra, y además tengo hermanos mayores, los encontraba habitualmente por la casa. Así fue como a los 12 años me encontré leyendo “La interpretación de los sueños” de S. Freud, que por supuesto tuve que abandonar enseguida porque no me enteraba de casi nada. Un poco más adelante casi lo intenté, aunque no me atreví ya a cogerlo, con mucha curiosidad otro nombre de la biblioteca familiar que decía “Psicopatología de la vida cotidiana”.
Con el tiempo descubrí que se trataba, (y me pareció gracioso ver un libro sobre esto, aunque luego cobró sentido), del análisis del proceso de olvido y la memoria.
Habla de cómo un hecho aparentemente trivial, como el olvido de nombres propios, por ejemplo, obedece con mucha frecuencia a la intervención de la represión. El hecho de que el nombre no recordado sea similar al de una persona que está relacionada con un episodio desagradable de nuestra historia personal, es razón suficiente para que la censura, cuya función primaria es evitar el displacer, intervenga no dejándolo traspasar el umbral de nuestra conciencia.
En las propias palabras de S. Freud “Es muy posible que el olvido de la infancia pueda proporcionarnos la clave para entender aquellas amnesias que están en la base de la formación de todos los síntomas neuróticos” (Freud, 1901).
De hecho esto era una realidad para mí misma porque durante muchos años no recordé casi nada de mis primeros años de infancia. Había muchas experiencias difíciles vividas en mi familia por aquella época. La enfermedad y la muerte ya se habían hecho presentes desde mis 5 años.
Esta premisa presentada por S. Freud en el 1900 ya está ampliamente comprobada al conocerse los mecanismos internos de la represión, inhibición y bloqueos.
La vivencia del territorio
Para el desarrollo sano de la personalidad es necesario que haya una buena vivencia del territorio. El territorio es aquella zona en la que nos sentimos seguros y protegidos. Hay varios tipos de territorios que es importante desarrollar y expandir de acuerdo a nuestra necesidad y momento evolutivo. El territorio corporal y energético, que necesita ser respetado por el entorno para evitar la experiencia de sentirse invadido.
El territorio privado, donde es importante que se respeten nuestros secretos, por ejemplo, es un lugar donde decidimos nosotros mismos quién entra y quién no entra. El territorio personal que implica tener suficiente espacio y tiempo dedicado individualmente por nuestra familia, o sea sentirse escuchado y atendido por igual que los demás miembros del grupo.
El territorio de las acciones, la libertad de actuar para poder desarrollar nuestras aptitudes personales y talentos siendo reconocidos por la familia y el entorno. El territorio ideológico que es en el podemos expresar nuestras ideas y conceptos personales y que éstas sean respetadas por los demás.
Todo esto, vivido sanamente, concluye en un buen desarrollo del co-territorio, que es el espacio que todos compartimos y en el que podemos vivir expresándonos libremente, al igual que los demás miembros del grupo.
En mi familia de seis personas, tres hermanos mayores y mis padres, en una casa pequeña, y siendo todos de muy diferentes edades, expandirme resultó ser algo muy difícil. Por lo que el territorio más desarrollado era el privado y personal, era este mundo privado de la mente el que yo disfrutaba de verdad.
Como consecuencia de esto, mi espíritu comenzaba a sentirse contraído y contenido. Toda mi energía expansiva estaba concentrada en mi mente, mis pensamientos, ideas y fantasías.
Yo notaba que había un desequilibrio de energía, porque sentía una dificultad para disfrutar y sentir mi propio cuerpo. No conocía entonces, el concepto de energía, pero esto se expresaba en forma de sufrimiento.
En ese entonces las clases de “gimnasia”, que así se llamaban en mi cole (como en la antigua Grecia), eran para mí una auténtica tortura. No había manera de poder disfrutar en ese espacio de mí misma, me sentía exigida, torpe, avergonzada y rígida.
Recuerdo una escena, a mis ocho años, en la piscina del club del barrio al que íbamos cada verano. La piscina estaba llena de niños, mi madre y yo sentadas en el borde mirando jugar a los niños. Yo pidiendo permiso para ir al agua y mi madre me explica que no, porque puede ser peligroso ya que hay mucha agua y muchos niños. Para ese momento yo ya era una buena niña y muy obediente, por lo que sentada en el borde de la piscina miraba jugar a los otros niños. Crecí pensando y sintiendo que el movimiento no era para mí algo posible de disfrutar.
La obediencia, algo que desde fuera puede vivirse como positivo, a todos nos gustan los niños que “se portan bien” y “hacen caso”, tiene un aspecto negativo que implica la limitación del impulso vital y expansivo, los niños son básicamente movimiento y emoción. Y si esto no es permitido se expresará en su cuerpo y la limitación marcará su historia de vida.
Esto significó que mi cuerpo se fue desarrollando de forma contenida, en un estado de flexión interna que me llevaba al silencio y comenzó a ser difícil la comunicación con el mundo. De lo que soy capaz de recordar de aquella etapa, el expresarme y compartir mi mundo interno, mis emociones, era casi imposible. No era capaz de sentir mi cuerpo expandido y abierto, no había espacio para ello.
Mi madre era muy miedosa, cuando yo nací acababa de quedarse sin su madre, y con ello sin la ayuda y el soporte que ella significaba. Soy la última de cuatro hijos y mi padre viajaba por el mundo por trabajo, estando embarcado durante varios meses. Mi nacimiento, que fue sin planificar, significó un gran cambio para mi familia. En un sentido produjo mucha alegría, y en otro significó que mi padre renunciara al trabajo que lo ilusionaba, y que mi madre ya no pudiera manejarse como hasta ese entonces tan libremente.
Había mucho movimiento, caos y confusión en la familia, en esta nueva organización y reajuste de vida, yo comprendí que era necesario para mi seguridad hacer poco ruido y dar poco trabajo. Por lo que contraerme hacia mi mundo mental y privado fue una salida saludable en aquel momento.
Anatomía Emocional
Recurro a Stanley Keleman y su concepción de la persona, en su libro “Anatomía Emocional” para expresar
“La vida construye las formas. Estas formas son parte de un proceso organizativo que incluye las emociones, los pensamientos y las experiencias dentro de una estructura. Esta estructura, a su vez, ordena los acontecimientos de la existencia.
Las formas revelan el proceso que transcurre desde la fase protoplasmática –concepción, desarrollo embriológico-, hasta la forma humana personal, las estructuras de la infancia, adolescencia y época adulta. Las moléculas, células, organismos, agrupamientos y colonias son las formas de inicio del movimiento vital. Más tarde, la forma de la persona quedará moldeada por las experiencias internas y externas del nacimiento, el crecimiento, la diferenciación, las interrelaciones, el apareamiento, la reproducción, el trabajo, la resolución de problemas y la muerte. A través de todo este proceso, la forma queda marcada por los desafíos y tensiones de la existencia. La forma humana queda, asimismo, grabada por el amor y la decepción.” (Keleman S.,1985).
Ahora que comprendo un poco más el proceso mediante el cual nos conformamos, puedo ver la importancia del movimiento expansivo y la necesidad de liberar el movimiento que ha sido interrumpido para recuperar la vitalidad perdida. Siento que fue también esta frustración y esa búsqueda...