PARTE TERCERA
LA PSICOTERAPIA INTEGRADORA HUMANISTA EN LA PRÁCTICA
Capítulo quinto
LA INTEGRACIÓN METODOLÓGICA EN
LOS TRABAJOS CON FANTASÍA
Ana Gimeno-Bayón Cobos
1. Los trabajos con imágenes en psicoterapia
Como señala Rosal, “Las diversas variantes de imaginería ocupan un espacio mediador, en el proceso cognitivo humano, entre la experiencia sensorial inmediata por un lado, y la experiencia pensante abstracta por el otro” (Rosal, 2013, p. 35).
Son ya bastantes los autores y modelos que han realizado aportaciones relevantes en relación con la aplicación de procedimientos con fantasía guiada en psicoterapia. Baste ver la selección que cita Rosal en el capítulo sexto de esta obra.
En este trabajo, quisiéramos destacar la relevancia de la integración entre los diferentes hallazgos fruto de todas esas aportaciones, cuando son compatibles entre sí, mostrando un ejemplo clínico en el que se dan cita elementos procedentes del Ensueño Dirigido de Desoille (1973), la Programación Neurolingüística de Grinder y Bandler (1982), y el Focusing de Gendlin (1988). Pensamos que la utilización conjunta de varios, cuando cada uno proporciona un matiz peculiar y valioso, puede multiplicar la eficacia del procedimiento. Previamente, queremos señalar diferentes aspectos de los trabajos con imágenes en psicoterapia que es preciso tener en cuenta a la hora de pergeñar las intervenciones.
Lo primero que toca aclarar, a la hora de referirnos a los trabajos con imágenes en psicoterapia, es qué entendemos por imagen. Como señala Rosal:
En la literatura científica anglosajona –que es donde se encuentra con notable diferencia un caudal más abundante de publicaciones sobre el tema de nuestro trabajo– el término constantemente utilizado es el de imagery. Para traducirlo usamos indistintamente los términos imágenes, imaginería, o actividad imaginaria (o imaginativa). Los dos primeros, que suponen una traducción literal y tienen la ventaja de implicar una sola palabra, presentan, en cambio, el inconveniente de sugerir más bien imágenes de carácter estático, mientras que mayoría de los trabajos terapéuticos con imágenes se refieren a unos acontecimientos que el sujeto va experimentando a través de sus acciones imaginarias. En cambio el término actividad imaginaria destaca más esta dimensión dinámica. Por otra parte, los términos imágenes o imaginería los empleamos sobre todo cuando se trata de nombrar los productos del quehacer imaginario, mientras que el término actividad imaginaria (o imaginativa) lo relacionamos más con el proceso.
Con menor frecuencia utilizamos los términos imágenes mentales y visualizaciones. El término imagen mental, empleado habitualmente por algunos autores, lo vemos apropiado en los casos en que convenga recalcar que no nos estamos refiriendo a las imágenes de la sensibilidad, las que normalmente se admiten como un producto del proceso de la percepción. Éstas constituyen, por lo tanto, un producto cognitivo en forma de imagen, hallándose el sujeto en presencia del objeto percibido, a diferencia de lo que se quiere recalcar con el término imagen mental, es decir, la ausencia del objeto.
El término visualización es utilizado habitualmente por algunos autores como equivalente del término imagery, y es el preferido entre el sector minoritario del mundo médico que lo ha introducido como recurso curativo. Lo prioritario –y en algunas formas de utilización, lo exclusivo– de los contenidos de los procedimientos terapéuticos con imágenes acostumbran a ser imágenes mentales de carácter visual, por lo que puede considerarse aceptable el término visualización. Sin embargo, dado que vemos conveniente recalcar que la imagery puede implicar imágenes relacionadas con cualquiera de la modalidades sensoriales –y no sólo ni siempre principalmente con la visual– juzgamos insatisfactorio el uso excesivo del término visualización. (cfr. Rosal, 2013, pp. 33s.)
Si atendemos a lo que nos dice el diccionario, imagen es, en su primera acepción “figura, representación, semejanza y apariencia de algo” (Diccionario de la RAE, 2014) y en su tercera y cuarta acepción “reproducción de la figura de un objeto por la combinación de los rayos de luz que proceden de él” y “representación viva y eficaz de una intuición o visión poética, por medio del lenguaje”. Vemos pues, que con la palabra imagen se alude a la presentación o representación sensorial de algo. Y en concreto se hace referencia a la representación visual (tercera acepción) y lingüística (cuarta acepción). Quiere eso decir que al hablar de imagen, podemos incluir los trabajos con visualizaciones, o con palabras o narraciones. Pero igualmente se pueden incluir los trabajos de representación mediante otros canales sensoriales distintos a la vista o al oído, de forma que en el trabajo terapéutico con imágenes, se incluyen los que –a partir de la modalidad representativa a la que el sujeto es más sensible- se focalizan mediante representaciones olfativas, táctiles, gustativas, cenestésicas o kinestésicas. Porque la finalidad de la imagen, del tipo que sea, no es ella en sí misma, sino el contenido psicológico que evoca. Su tarea es equivalente a lo que Gendlin (1988) denomina “asidero”, en el sentido de símbolo o metáfora que sirve para “agarrar” el conjunto global y sintético de la experiencia concreta: algo así como lo que en castellano expresamos en términos de “tener la sartén por el mango” como equivalente a estar en posesión del poder del manejo de una situación.
Tomando ahora los distintos tipos de clasificaciones de imágenes que sintetiza Rosal (2013), vemos que Stern (1938) aportó una clasificación básica, basada en la cercanía o distancia respecto a la sensación y percepción, distinguiendo entre: sensaciones, postimágenes, imágenes eidéticas, imágenes concretas (mnémicas o de la fantasía), esquemáticas (símbolos y signos) y pensamientos. Posteriormente se han dado algunas variantes clasificatorias y así: mientras Denis (...