Entre la poesía y el conocimiento
eBook - ePub
Disponible hasta el 11 Nov |Más información

Entre la poesía y el conocimiento

Antología de ensayos críticos sobre poetas y poesía iberoamericanos

  1. 570 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Disponible hasta el 11 Nov |Más información

Entre la poesía y el conocimiento

Antología de ensayos críticos sobre poetas y poesía iberoamericanos

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Antología preparada por Josué Ramírez y Adolfo Castañón, que busca reconstruir la trayectoria que durante cuatro décadas han seguido los ensayos literarios de Ramón Xirau. Los textos que conforman este volumen han sido publicados en diferentes libros y momentos. En orden cronológico y geográfico, aparecen figuras fundamentales de las letras de lengua española y de la portuguesa tales como san Juan de la Cruz, Lope de Vega, sor Juana Inés de la Cruz, Alfonso Reyes, Octavio Paz, entre otros.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Entre la poesía y el conocimiento de Ramón Xirau en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literature y Literary Criticism in Poetry. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2013
ISBN
9786071615770
II

MANUEL JOSÉ OTHÓN

AL ANÁLISIS QUE ALFONSO REYES DEDICA a los Poemas rústicos en 1910 debemos una idea ya indispensable y reconocida por todos. Othón no es un poeta bucólico si por bucolismo entendemos “lo que tiene por principal y único fin la narración de la vida de los pastores, y no tanto de los pastores reales cuanto de los de aquella fingida Arcadia…” (Obras completas, I, 185). Sólo podría llamarse a Othón poeta bucólico si se entendiese por poesía bucólica “la que gusta de describir el campo y toma pie en el sentimiento del paisaje natural para llegar por allí a la expresión de todo sentimiento” (op. cit., 185). También a Alfonso Reyes se debe la idea de que Othón no hace sólo poesía descriptiva —forma objetiva del paisaje—, sino que revela en su obra un mundo “trascendental” y, más específicamente, cristiano, católico. El padre Valdés hace observar con atingencia que entre monseñor Pagaza y Othón “vendría más a propósito hablar de oposición que de paralelo” (Poesía neoclásica, XL). Y si bien Manuel Calvillo afirma que la influencia de Pagaza existe —especialmente en Sonetos paganos—, no deja de aclarar que se trata de influencia y no de “paralelo” (Paisaje, XXII) . Por lo menos dos autores —Calvillo y Paz— coinciden en ver a Othón como poeta “crepuscular”: “hay un constante gusto por el tema del crepúsculo, en el que nos da frecuentemente tantos de sus más afortunados hallazgos” (Calvillo, op. cit., XXVIII); “Othón, el seco, el desgarrado Othón, sí posee la lucidez, la angustia, el resplandor herido del sol en el crepúsculo” (Octavio Paz, “Émula de la llama”, en Las peras del olmo, 54). Pero Paz ve con agudeza que en Othón “no hay medias tintas”… “¿Será porque el crepúsculo del norte es más violento, más vital y neto, menos complaciente, que el del valle de México?” (op. cit., 54). Dejando a un lado cuestiones de influencias y de escuelas, obtenemos tres elementos medulares en la obra de Othón: el paisajismo (desde Reyes, en Valdés, en Calvillo), la religiosidad (en Reyes, Valdés, Calvillo), el tono crepuscular (en Calvillo y en Paz).
¿Qué nos dice Othón? La pregunta parece superflua después de que ya el propio Othón ha dicho su palabra poética y después de que la crítica ha sido tan veraz como generosa con su obra. Sin embargo, no creo que la pregunta sea exactamente superflua. Tengo para mí que la expresión poética está en razón inversa a la expresión lógica. Si la segunda procede mediante la identidad, la primera procede mediante semejanzas decisivamente alteradas por la diferencia. Lo cual quiere decir que cada quien percibe en la misma obra de un mismo autor —identificación básica sin la cual la comunicación sería imposible— puntos de vista, perspectivas personales. Lo que dice el poeta es, por un lado, lo mismo para todos; por otro, lo que despierta en cada uno de sus lectores. Y es en este sentido preciso que la poesía es comunicación. Toca lo más hondo de nuestra íntima subjetividad.
Ya en 1910 decía Reyes: “Si hay libros que producen la impresión de cosa unificada, orgánica, éste es uno de ellos” (op. cit., 183). Y si esto podía afirmarse de los Poemas rústicos, creo que la afirmación sigue siendo válida para toda la poesía de Othón. Por lo menos para toda aquella obra de Othón posterior a los Poemas rústicos, única que el poeta aceptaba como suya: ¿En qué consiste esta unidad? Cuando se trata de un poeta, la unidad hay que buscarla en algunas imágenes que repiten, ventana y ojo abiertos a su mundo interior, las mismas perspectivas, las mismas ideas, las mismas emociones y sentimientos.
Aceptemos, por el momento, que Othón es un poeta del paisaje. El paisaje que Othón describe es, en general, el paisaje del norte. La primera impresión que tenemos es de un paisaje duro, áspero, salobre. Palabras como “petrificarse”, “barrancos”, “seco”, “ardiente”, “escarpadas”, “serranías”, “peñascal salvaje”, “granito”, “tronco”, “retorcido” (en Idilio salvaje, violentamente ligadas al acto amoroso: “las lianas de tu cuerpo retorcidas”), “rojo peñón”, “árido y gris”, “llanada amarguísima y salobre”, revelan un mundo hecho de sequedad, de piedra y sol ardiente, dureza de roca impenetrable.
Pero la dureza del paisaje de Othón es tan sólo un aspecto (sin duda el aspecto dominante) del paisaje que describe. Muchas veces el paisaje adquiere características de suavidad y hasta de dulzura. El sol poniente se envuelve con la “túnica blanca” de la “neblina”, y vemos el crepúsculo “envuelto en la neblina —y en los vapores, gráciles del lago”—. El sol naciente inaugura el día con “sus dedos de niebla luminosa”. En Surgite “otros astros se ocultan en el seno de la húmeda niebla”. Bruma y niebla, humedad, lo gris y lo azul sobre lo rojo, modifican la sequedad agostada del paisaje. Sí, duro y seco; también suave y “grácil”. El paisaje de Othón no es tan áspero como pudiera parecerlo a primera vista. El mundo que contempla es un mundo matizado. Una lectura rápida deja una impresión, si no engañosa —que no lo es del todo— por lo menos parcial.
Si la dureza y la sequedad, la suavidad y el medio tono, caracterizan el paisaje de Othón, no es menos característico de su paisaje el sentido de la distancia. Poeta del espacio abierto, muchas veces recuerda Othón a su contemporáneo Velasco, pintor rugoso y brumoso del valle de México. Así, en Una estepa del Nazas, dice,
Tan sólo miro, de mi vista en frente,
la llanura sin fin, seca y ardiente
donde jamás reinó la primavera.
Y en Pastoral
Lo azul, lo inmensamente azul, se pierde
en la infinita lontananza verde.
En tono más grave y más amargo del Idilio salvaje:
¡Qué enferma y dolorida lontananza!
Othón se encuentra frente a un mundo inmenso (la palabra se repite y adquiere pleno sentido: “Mira el paisaje: inmensidad abajo, inmensidad, inmensidad arriba”), frente a un mundo que es todo paisaje abierto, lontananza sin fin. Pero las palabras “frente a” ¿son acaso palabras exactas? No es creíble. El paisaje de Othón es la imitación del alma del poeta. En el paisaje se proyectan sus anhelos, sus deseos, su sentido de la vida, su religión. Ya en el soneto dedicado a Clearco Meonio, decía:
Hay en mi seno voces interiores
jamás por los mortales escuchadas.
Y el ritmo del mundo era su propio ritmo, íntimo ritmo personal: el “ritmo de mis plácidos rumores”. El mundo seco y duro y suave revela a Othón la existencia de este Dios católico en quien nunca dejó de creer, así como revela también la soledad del poeta. El mundo, el campo, la tierra —no la naturaleza abstracta— “alza a su Dios en rítmicos acentos / como grata oración del nuevo día / himnos”… Y al contemplar “el humo en el pardo caserío”, el espíritu “al cielo se levanta / hasta perderse en ti… Dios mío!” Las cosas claman “como un grito del universo”, y su clamor es el “grito prepotente / que a una vida sublime nos despierta y pone al corazón de Dios enfrente”. “Enfrente”. Entiéndase bien. ¿Cómo ha podido decirse que Othón fue panteísta? Dios no es el mundo. El mundo, más precisamente, la tierra y el campo, son el libro de Dios en el cual los hombres leemos la obra divina.
La dureza que Othón percibía en el paisaje es la dureza misma del hombre en esta tierra, de este hombre bueno y culpable y, fundamentalmente solo, que pide olvido en la oración erótica del Idilio salvaje. Es el mundo en que estamos, el de los recuerdos perdidos, el del amor pasado, el del paraíso abandonado: “la llamada amarguísima y salobre”.
La suavidad de Othón es la misma suavidad, el mismo amor con que Dios creó la naturaleza y que, en su hosca y terrible soledad, le permite al poeta esperar. Y si Othón puede decir, recordando al clásico:
De mis oscuras soledades vengo
y tornaré a mis tristes soledades
a brega altiva, tras camino luengo,
puede decir también, con la paz en el alma:
Nada sucumbe: el escondido germen,
la crisálida envuelta en su capullo,
la célula y el grano… ¡todos duermen!
La “inmensidad del paisaje” es signo también de la trascendencia, imagen de lo eterno:
Ya en las cumbres destácase el granito
ya se bañan de azul los horizontes
y el alma…
¡Oh infinito! ¡Oh infinito!
Lo que permite —yo diría obliga— a Othón a percibir el mundo como lo percibe, en su sencilla y clara religiosidad de aristas luminosas: Dios, el Ángelus, la Virgen, y, en el nivel de lo humano, la soledad, la culpa, el amor, la esperanza. Othón ha proyectado su soledad en paisaje, su infinito en distancia. Del mismo modo ha proyectado su luminosidad en la noche. Aunque hable del crepúsculo, Othón no es un poeta crepuscular. En su poesía todo es claridad y pleno sol del mediodía interior. El sol poniente “reverbera cual la boca de un horno”. La oscuridad no hace sino mostrar más a las claras la verdad de la luz. Sí, la noche es lúgubre y es misteriosa:
Noche profunda, noche de la selva
de quimeras poblada y de rumores,
sumérgenos en ti: que nos envuelva
el rey de tus fantásticos imperios
en la clámide azul de sus vapores
y en el sagrado horror de sus misterios.
Pero la noche es también luminosa, de una luminosidad más penetrante y más pura que la del mismo día:
Y Venus, melancólica y tranquila,
desde el perfil del horizonte lanza
la luz primera de su azul pupila.
Y en plena noche, en plena luminosidad nocturna, el poeta no puede sino esperar que el nuevo día alboree:
Cuando en el mar del cielo ya no bogue
la luna y en el golfo del Ocaso
el grupo de las Pléyades se ahogue;
cuando entonen los pájaros la diana,
del pobre hogar saldré con paso firme
a bañarme en la luz de la mañana.
El paisaje de Othón es Othón mismo. Su paisaje es, aquí, propiamente, su alma y su vida. Y en este paisaje se encuentran dos dimensiones que se complementan: la sequedad y la suavidad, la finitud de la roca y la infinitud del paisaje, la limitación del hombre y la perfección de Dios, la culpa y el amor, el mundo concreto de la materia y el mundo ideal. Othón, luz interior de su paisaje oscuro, luz interior de su paisaje meridiano, es el hombre que está colocado por excelencia en un mundo donde lo real y lo ideal se atraen sin contradicciones, tierra y cielo, rojo y azul, piedra e inmensidad, culpa y redención. ¿No lo dice, más claro que su propio sol, en el más exacto de sus versos?:
la frente en Dios y en tierra la rodilla…
MP

AMADO NERVO: PENSAMIENTO Y POESÍA

I

LA OBRA DE AMADO NERVO, escrita al hilo de una vida sensible y varia, se presenta ante todo como un disparadero, como totalidad fluida, a veces dispersa, muchas veces reiterada, siempre móvil. Poeta que evoluciona de un romanticismo modernista visual y sonoro, a una poesía desnuda, abstracta, conceptual, voluntariamente prosaica y narrativa, exenta de “procedimientos”, Nervo es también cronista y comentador de la primera Guerra Mundial, escritor de apetencias carnales y místicas —mágico, ligero, obsesionado por la muerte (y por la inmortalidad)—, escritor que duda del valor de la escritura, amigo de astronomías y astrologías, científico y anticientífico, positivista y bergsoniano, panteísta y budista (o seudobudista), autor de cuentos que anuncian la ciencia ficción.1 La sustancia de que está tejida la obra de Amado Nervo parece inasible. Y esto no sólo por la variedad de géneros que cultiva sino, muy primordialmente, por cierta vaguedad e indefinición características del hombre y la obra. La misma variabilidad en su pensamiento (pensamiento anclado en el sentir más que en la reflexión metódica) ¿puede encontrarse el tema del que subraya y sustenta a tantas y tan diversas variaciones? Las páginas que siguen intentan una respuesta, a veces aproximada, a esta pregunta.

II

Alfonso Reyes, con lucidez, observaba que Nervo fue un “hombre múltiple”. En Tránsito de Amado Nervo, Reyes precisó y dibujó algunos de los rostros, algunos aspectos de esta multiplicidad en las últimas obras de Nervo. Este “último” Nervo cultivaba, según Reyes, una “estética de la sinceridad” (“por cualquier página que lo abro, el libro me descubre al hombre”), cierta forma de arte escueto y exento de adornos; una poesía en la cual dominaba progresivamente la prosa; “un humorismo que se queda en el tono medio de la conversación”; un estoicismo fuertemente ligado a la religiosidad; un amor apasionado y a veces gritado. Concluía Alfonso Reyes: “En otros el arte disfraza. En él, desnuda”.2
El análisis de Reyes es preciso; puede acaso precisarse más si se tienen en cuenta tres constantes de la vida y la obra de Nervo: su relación con el modernismo y con el positivismo; su búsqueda de aquello que Rubén Darío —y ya los simbolistas— llamaban el Ideal; sus tendencias orientalistas y cuasiherméticas de los últimos años;3 su pensamiento intuitivo y emotivo. En otras palabras: el pensamiento de Amado Nervo, ligado a su momento histórico, ha de conducirnos a su concepto (y sentimiento) fundamental: la búsqueda de un Ideal absoluto.

III

Los críticos han señalado a veces la relación entre el positivismo y el modernismo. No es seguro que se haya visto esta relación con la claridad que exige. Manuel Durán piensa que el positivismo y el modernismo fueron “hermanos enemigos” y escribe: “El burgués positivista tiene hambre de dividendos, el poeta m...

Índice

  1. Portada
  2. Lección y contemplación, por Adolfo Castañón
  3. Advertencia editorial
  4. ENTRE LA POESÍA Y EL CONOCIMIENTO
  5. I
  6. II
  7. III
  8. IV
  9. EPÍLOGO
  10. Índice de nombres
  11. Índice general