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Antología esencial 1994-2016

  1. 207 páginas
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Antología esencial 1994-2016

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Información del libro

Arte y memoria del inocente (1988), Variaciones en blanco (1994), La Sed (1997), Lugar de la derrota (2003), Esto no es el silencio (2008), Limbo y otros poemas (2013), Diez mandamientos (2016); largo tiempo de vida y escritura el que traemos a esta Antología esencial, suficiente para que ahora, con la perspectiva que conceden los años y desde nuestra condición suyos, sea posible acercarnos de nuevo a la poesía de Ada Salas (Cáceres, 1965) con la intención de desandar caminos y seguir el rastro que han dejado estos libros, la presencia en ellos de una continua, obstinada voluntad de ahondar en una voz y en una necesidad de decir, de decirse, la profunda coherencia de una trayectoria poética y de una manera de entender el proceso de creación y la dedicación a la escritura. Todas estas huellas que forman una biografía poética y que empezamos a recorrer ahora desde/hasta un presente que es para ella de intensa libertad creativa, y por eso también de fértil madurez.

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Información

Año
2017
ISBN
9786071651266
Categoría
Literature
Categoría
Women in Poetry
Antología de textos acerca
de la escritura poética*
(2005-2014)
ALGUIEN AQUÍ*
Quien escribe lanza una piedra a la superficie mansa y lacustre del silencio.
*
La fase más ardua del proceso de escritura es ese barrido, ese vaciamiento que, a través de un desasimiento paulatino de la vida, del yo nuestro en el mundo de los demás, se traduce en una espera vigilante, alerta. Vacío, silencio, soledad. Nada. Ausencia.
*
De algún modo el poema subyace, informe. La labor del poeta es hundirse en la cueva primigenia y alumbrar. Recorrer luego el estrecho pasadizo y rescatar a la idea de su sueño.
*
La escritura se lleva a cabo mediante el acceso a una dimensión del pensamiento distinta a la real, a la que nos permite el desenvolvimiento en el mundo. Sólo a través de la búsqueda, la espera y el alumbramiento poéticos puede llegarse a esa otra realidad propia, a ese “yo es otro” de Rimbaud. Por eso la escritura poética es un acto fascinante, pleno. Cuando escribimos somos distintos a lo que somos cuando no lo hacemos. El poema es la exclamación, el grito de sorpresa ante nuestro rostro desconocido.
*
Este viaje hondo, o alto, o lejano, que Lorca identificaba con el del cazador que se interna en un bosque tupido, inquietante y oscuro para cobrar la pieza, se produce también en la lectura. Algunos libros, algunos poemas proporcionan al lector un descubrimiento de características semejantes.
*
No escribir sería no ver, no querer ver. La escritura multiplica.
*
Hallar el poema es hallar lo que se quiere decir. Escribirlo es el único modo de averiguarlo. Antes, antes del poema, el deseo de decir algo: ¿qué? Sólo después de haberlo escrito comprobamos, estupefactos, que lo que hemos dicho se corresponde secreta y exactamente con nuestro deseo de ese algo que quería ser dicho. Cuando esa gigantesca, feliz coincidencia se produce, el poema cobra sentido y el poeta respira. La incertidumbre se convierte en hallazgo.
*
El poema no es la llama, sino la cicatriz de la gozosa quemadura de un conocimiento nuevo.
*
Todo momento de escucha creativa conlleva y necesita una pérdida de conciencia o, al menos, la adopción de una conciencia nueva. Las palabras se cuelan por los resquicios de la inteligencia. Para ver una idea, lo mejor es hacer un ejercicio de nublazón de la vista: el verso sólo nace de la bruma. Es necesario perderse, huirse, hundirse, para acceder a otros estadios de la memoria.
*
Escribir es una apuesta, una aventura. Una gran parte del trabajo escapa a la voluntad del autor. Pero incluso el fracaso deja una huella limpia: si no llega a haber revelación, al menos queda el bendito cansancio del camino recorrido en una dimensión del yo distinta a la ordinaria.
*
La escritura nace de un deseo de deslumbramiento y afirmación propios, de una infinita curiosidad, de un deseo infinito. No es nunca una respuesta, es siempre una pregunta. Por eso, ¿es posible escribir para los demás?
*
A lo largo del proceso de escritura el momento creador suele ser muy breve, muy fugaz. Concibo la escritura como un prolongado acto de escucha (de mis propias sensaciones, de recuerdos redivivos, del silencio, de la luz, del río subterráneo del pensamiento) al cabo del cual recojo el fruto de unos versos que siento como intensos, y que resumen un mensaje que, sin forzar en exceso, logra ir tomando una forma precisa —generalmente por exclusión—, y constituye un poema. Entre esa fase de búsqueda, indagación y escucha, y la fase en que el poema, aunque titubeante, comienza a tomar forma, está el fulgor del advenimiento del verso, idea o motivo generador del texto. Una vez que este se ha materializado, enseguida comienza el trabajo no del “creador”, sino del “lector” que, a través de detenidas e intuitivas lecturas de los versos germinales, permite que estos se multipliquen, se reduzcan o se afilen, es decir, tomen la forma que les corresponde. El destinatario primero del poema es el autor, pero el autor-lector que, es lo deseable, se verá sorprendido por una voz que tiene una gran carga de misterio y otredad.
*
La poesía me construye hacia lo infinito. Los escritos sucesivos van ensanchando poco a poco mi parte oscura, inaccesible por cualquier otro medio. Cada poema me añade un segmento nuevo, como en las columnas sin fin de Brancusi. Por supuesto que ese “fondo” está en todos, por supuesto que está en mí antes de la escritura, pero no lo veo. Sólo el poema me da la certeza de esa existencia latente.
*
Los poetas que más me interesan son aquellos cuyas obras parecen estar constituidas por una serie de sonidos vibrantes pulsados en un instrumento invisible, incorpóreo; oímos el sonido, pero no podemos precisar su procedencia.
*
No creo en el poema “perfecto”, en el sentido etimológico de “acabado”. Toda obra de arte debe escaparse a la percepción, a la exégesis, incluso al disfrute de la misma, por un punto de fuga de misterio. Debe conservar algún secreto, sobre todo para el autor, puesto que él será el primer lector e intérprete de esa obra. Por eso la escritura (y el poema) son infinitos.
*
Así me ocurre con mis poemas: me gustan más aquellos que no entiendo. Aquellos, claro está, que me piden otro tipo de intelección, que no es racional, ni instintiva, sino una extraña mezcla de percepción que sólo puedo definir como poética: aquella que, queriendo saberlo todo acerca del poema, sólo queda satisfecha cuando algo queda velado.
*
El buen poema no interpreta el mundo, le añade algo nuevo.
*
La creación no permite pretexto ni desmayo. Es duro enfrentarse continuamente a sí mismo, removerse. Se puede vivir sin escribir, pero qué pobre, cerrado el paso a esa aventura que vivifica ¿y mata? Quiero esa fiebre, ese yo mío que desconozco, me inquieta y me fascina; ese yo que conjura las palabras del más acá, más acá de mí, más en mí, más hondo. Nada me interesa tanto. Quizá nunca nada me ha despertado, alzado, sacudido tanto como la escritura.
*
La escritura como afirmación, y debería ser todo lo contrario. El poema no debe añadirnos nada, sino quitarnos un trozo de nuestro ser hombres, y dejarnos la huella irremediable (y visible, como en un cuadro de Magritte) del mordisco. El poeta sería así un hombre agujereado que tiende a la transparencia, hasta confundirse con el mundo, los paisajes, y las cosas. ¿Cómo perder esta materia humana, densa y pesada, inmensamente opaca? No hacerse río, sino cauce, y esperar que el aluvión nos ame y nos arrase.
*
La escritura crea (¿es?) un estado permanente de carencia. Su lugar es el hueco. El poeta no enuncia: llama, convoca. Desanda el camino de la elipsis diaria. Busca, en la palabra, la faz de lo real que lo real elude. No huye la realidad, intenta completarla, acrecentarla. No transmuta, desvela. Su mirada no es parcial, sino totalizadora. Son fragmentos los poemas, sí: esas piezas que faltan en el puzzle ilusorio de nuestra existencia.
*
Prefiero los poetas invadidos a los poetas dueños. Prefiero a los desposeídos. Esa es la diferencia, por ejemplo, entre el Huidobro del Canto I de Altazor, poeta desposeído, y el del Canto V, donde encontramos a un poeta dominador. Hay, también, poetas híbridos, y otros que cambian, según evolucionan, de condición. Me interesa el poeta que se transparenta en su poema casi a su pesar, no el que se impone.
*
La poesía no tiene circunstancias: no es contingencia, es esencia; no es materia, es sustancia; no es atributo, es sujeto. Carece, pues, de espacio, de tiempo, carece de personajes, puesto que carece, debe carecer, fundamentalmente, de autor. El buen poema es, por encima de todo, anónimo; no deja otra huella que la del poema mismo. Y aunque, como pedía Aleixandre, a través del poema debe tocarse al hombre que lo ha escrito, yo diría que a través del poema debe tocarse al hombre que lo lee: el poema acoge la humanidad del lector y se la devuelve desnuda, simplificada. Quien se acerca al poema se toca a sí mismo, y se perdona, se acepta y se comprende. Ése es el contacto humano que nos estremece. Hay poetas que han construido una gran poesía sobre el rompecabezas de sus circunstancias (el Ungaretti o el Miguel Hernández de la guerra, el Baudelaire de París, Cernuda, Gil de Biedma...), pero en ellos, por encima del autor, entre la anécdota, aun con nombre y apellidos y código postal, se alza el hombre. El problema se produce cuando el autor se antepone al hombre, y el poema se lastra con la trivialidad de la autobiografía a secas.
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El poeta no puede proceder por tanteo. El tanteo es previo a la escritura: una vez en el mundo del poema sólo cabe apresarlo. Cualquier juego de seducción, entonces, es fatal: al poema no se le puede pedir nada, hay que poseerlo por la fuerza. No acepta el galanteo, se espanta ante la duda. Por eso no hay poemas medios: se acierta o se yerra. En poesía, la aproximación es error.
*
A menudo el poema nace en la mirada. De los ojos viaja al corazón, o al estómago, de donde coge su materia y, de vuelta al exterior, pasa por la garganta; allí, el sonido, informe, es articulado, se hace palabra. La garganta, centro de la emoción y tránsito entre las entrañas y el pensamiento, es el órgano definitivamente gestador del poema. Justo antes de ser escritas, las palabras tiemblan allí, se hornean. En el nudo: en y de ese nudo nacen las palabras. La creación, la escritura es, tantas veces, un proceso puramente físico.
*
El poeta, como nos ha enseñado Valente, parte de una “cortedad del decir” que es su batalla, su perenne frustración y, a la vez, su única posibilidad de gloria. La poesía es inmensa porque carece de tantas cosas. Hace, de su defecto, virtud. Siendo su función la enunciación, habla, tantas veces, precisamente porque no dice. Bendita insuficiencia.
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Es el texto el que manda, el que impone su ley. Él se conoce mucho mejor, mucho más de lo que tú puedas llegar a conocerlo. No quieras imponerte, deja que diga lo que tenga que decir. No lo hagas crecer, no lo cercenes. No le hagas parecer lo que no es. No quieras que sea tú, que sea tuyo, que te hable con tus palabras, que te cuente tus cosas. Un poema no es un espejo, ni un interlocutor, ni un hombro. Si tratas de instalarte en él, no será más que una sombra tuya, inútil y grotesca. Y ahora, pregúntate: ¿lo escuchas, o escuchas sólo el ruido de tus pensamientos?
*
El buen poema es el que vuelve, el que produce ecos en el tiempo y nos visita una y otra vez, como una música perfecta y plena en su simpleza: imprescindible melodía, de sentido y procedencia secretos.
*
El poema que nos ilumina lo hace porque viene a posarse, como un ave regia, en un espacio oscuro —de duda, desazón, curiosidad, desconsuelo o vacío — de nuestra vida, de nuestro ser hombres y, dándonos luz, nos quita el peso de ese hueco que lo esperaba. Por eso ningún gran poema, ningún gran poeta, sustituye a otro: sus diversas formas de ver, de sentir el mundo e interpretarlo, contribuyen, como distintas e insustituibles piezas de un rompecabezas, a explicarnos nuestro propio universo; pueden confluir, pero nunca anularse ni superponerse. Los grandes textos no son siquiera, cuando el lector ha adquirido cierta madurez, ordenables por preferencias. Son, sencillamente, el puñado —extenso o reducido— de los grandes poetas-poemas imprescindibles: órganos vitales.
*
Descubrir la secreta coherencia del libro: cómo, sigilosamente, los nuevos poemas vienen a ocupar espacios aún vacíos en el mapa, en el microcosmos del conjunto; cómo otros responden a textos anteriores, o los complementan, haciendo nacer diálogos de amor o de guerra (poemas-reflejo, poemas negación de su pareja). O poemas-red, copa del tronco de algún poema que se convierte en centro generador de otros. Y todo esto sin premeditación, sin estrategias. Porque un libro que nace con calma se va haciendo a sí mismo, se escucha. Y del mismo modo que sabrá —en el proceso de creación, en las sucesivas lecturas o en el balance final— qué le sobra, qué versos, qué poemas son mostrencos, añadidos, cuáles serán nada (porque están por completo dichos en otros y nada suman), tampoco callará hasta que no esté terminado, hasta que no hayamos cerrado el círculo de su discurso. Entonces, una vez que el proceso haya concluido, la voz del libro, de ese libro, nos abandonará, en forma de silencio, de saturación o de cansancio. Por eso la escritura de un libro exige una disciplina constante y una limpia di...

Índice

  1. Portada
  2. El rastro fulgurante de lo que fuera asombro, por JOSÉ LUIS ROZAS BRAVO
  3. Bibliografía escogida
  4. VARIACIONES EN BLANCO (1994)
  5. LA SED (1997)
  6. LUGAR DE LA DERROTA (2003)
  7. ESTO NO ES EL SILENCIO (2008)
  8. LIMBO Y OTROS POEMAS (2013)
  9. OTROS POEMAS
  10. DIEZ MANDAMIENTOS (2016)
  11. ANTOLOGÍA DE TEXTOS ACERCA DE LA ESCRITURA POÉTICA (2005-2014)
  12. Sin sentido, por ADA SALAS