Historia documental de mis libros
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Historia documental de mis libros

  1. 204 páginas
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Historia documental de mis libros

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En 1955, sintiendo cerca sus propias postrimerías, Alfonso Reyes emprendió la que sería otra manera de relatar su vida, que estuvo siempre hecha de libros y consagrada a ellos. Historia documental de mis libros da cuenta desde sus primero años literarios (1911) hasta su fecunda etapa madrileña (1924), cuando consigue finalmente ganarse la vida con la pluma, a pesar de la advertencia que le hiciera Francisco de Icaza, que conocía bien aquel ambiente: "Posible es —le dijo— que usted logre sostenerse aquí con la pluma, pero es como ganarse la vida levantando sillas con los dientes." Los trabajos y sus circunstancias, los viejos y los nuevos escritores que empiezan a surgir; las excursiones en busca de la historia y la leyenda; las celebraciones literarias, el ambiente áspero y cordial de la vida madrileña; el esfuerzo con que va abriéndose camino y las penalidades que va superando; el trabajar al mismo tiempo en tantos frentes y el aprender haciendo; el encontrar reposo para el poema y la prosa artística; el ir conquistando un lugar en una sociedad literaria que lo desconocía, y el proceso de elaboración de sus obras, todo ello está contado en este libro.

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Información

Año
2018
ISBN
9786071657183
Categoría
Literatura

XIII. EL AÑO DE 1922

I. CRÓNICA

1. ESTE año de 1922 se celebró en España (8 de septiembre) el cuarto centenario de la vuelta al mundo por Juan Sebastián de Elcano, nativo de Lequeitio, el primero que circumdidit orbem, quien tomó el mando de la expedición de Magallanes cuando éste murió asesinado por los indios de la isla de Cebú y, doblando el cabo de Buena Esperanza, regresó a Guetaria con unos cuantos supervivientes, para depositar en la iglesia del lugar algunos despojos de su última nave. Cuando los centenarios de Cisneros y de Lutero, 1920, yo me había sentido cronista (Retratos reales e imaginarios y capítulo X de esta Historia). Esta vez, arrastrado por las ceremonias y en desempeño de mis funciones oficiales, me conformé con ser fotógrafo y envié unas instantáneas de mi Vest-Pocket Kodak a la revista Social de La Habana.
2. España había presenciado con cierta inquietud la ausencia de monseñor Tedeschini, nuncio y decano del Cuerpo Diplomático, al regreso de la Corte a Madrid después del veraneo regio (comienzos de octubre); pero la presencia del Nuncio, que no se hizo esperar, acallaba ciertos rumores de la prensa. Poco después, por todo el mes de noviembre y hasta fines del año, cundió la alarma política causada por el “expediente Picasso” —sobre responsabilidades en los desastres de Marruecos—, por cierto discurso en que Romanones parecía reclamar que se entregara de nuevo el poder a los liberales, entonces en manos de los conservadores, y por el duelo abierto entre las Juntas Militares de Defensa (muy pronto suprimidas) y el jefe del Tercio Extranjero en África, teniente coronel Millán Astray, que al fin dimitió. Hubo manifestaciones estudiantiles y desórdenes, y hubo víctimas de cuya muerte se culpó al director de seguridad, Millán de Priego. Una caricatura de Bagaria, en El Sol, representaba al presidente del gobierno, Sánchez Guerra que, en partida de caza, había abatido ya a varias avutardas —las Juntas, la huelga de Correos, las autoridades de Barcelona— y ahora apuntaba sobre la última pieza: Millán de Priego; lo que no llegó a suceder. Se cerró la Universidad. Tuve que entregar a don Santiago Ramón y Cajal, en acto privado, el título de doctor Honoris Causa que la Universidad Nacional de México acababa de concederle. El 7 de diciembre, entraron los liberales a gobernar, bajo la presidencia del marqués de Alhucemas. Sobre estos asuntos me remito a mis Momentos de España (artículos vii a xi inclusive, México, Archivo de A. Reyes, cuaderno E-3, 1947).
3. En tanto, don Ramón del Valle-Inclán regresaba de México y, puesto ya el pie en el estribo, ofrecía sus adioses a nuestra tierra y especialmente al indio, en aquel poema, ¡Nos vemos!, que decía entre otras cosas:
Indio mexicano,
mano en la mano,
mi fe te digo:
lo primero
es colgar al encomendero,
y después, segar el trigo.
4. El 22 de junio, en carta al doctor Ramiro Tamez, entonces gobernador de Nuevo León y mi antiguo camarada del Colegio Civil (publicada en El Porvenir, Monterrey, 20 de julio de 1922), yo le había anunciado el próximo envío de una fuente de azulejos, encargada a los alfareros Montalván (Triana, Sevilla), obsequio que yo deseaba ofrecer a mi ciudad natal para sustituir la vieja Pila de Degollado. La nueva fuente, ya muy desmedrada, se halla en el sitio donde la avenida Hidalgo se abre en “y griega” y desprende en uno de sus brazos la avenida Morelos. Presiento que pronto tendremos que sustituirla, esta vez con azulejos poblanos.

II. TRES ACTOS PÚBLICOS

En tres actos públicos tuve una intervención especial, de que han quedado rastros en algunas páginas de mis libros: la inauguración de la Glorieta de Rubén Darío, la presentación de un mensaje al Ayuntamiento y la inauguración del curso del Ateneo.
1. La Glorieta Rubén Darío (antigua glorieta del Cisne, donde está —¿o estaba?— la estatua de Lope de Vega) fue inaugurada por el alcalde-presidente el 12 de octubre de 1922, Fiesta de la Raza. El Decano diplomático hispanoamericano, que lo era el ministro de Cuba Mario García Kohly, delegó en mí el discurso oficial a nombre de los representantes de nuestra América. Mi discurso (“Rubén Darío, genio municipal”) consta en Los dos caminos, cuarta serie de Simpatías y diferencias (Obras Completas, IV, pp. 318 y ss.), precedido de una breve nota sobre “Mi fiesta de la Raza” y seguido por otra nota más breve: “Si la sonrisa fuera un gesto oficial…” Nueve días después del acto, aparecían estos comentarios en la prensa:
Unas discretas palabras del alcalde-presidente y, acaso por primera vez en pública circunstancia de este orden, un discurso digno de perdurar: el de don Alfonso Reyes, representante de México, portavoz de América en la ceremonia. ¡Generosas palabras! (Transcribe una apreciación de España y continúa.) Traza después don Alfonso Reyes la evolución de las relaciones hispanoamericanas y cifra en Rubén Darío su definitivo encauzamiento de comprensión cordial. (Nueva transcripción.) Ya tiene, pues, Darío, su conmemoración madrileña, que si sólo hubiera servido para dar ocasión a los transcritos conceptos, ya podría darse por bien lograda. Hay, en lo expresado por Reyes, con un fondo de absoluta verdad, mucho que todavía no pasa de aspiración. Pero estamos, ni siquiera se puede dudar, en el buen camino… (E. Díez-Canedo, “Letras de América: Rubén Darío”, España, Madrid, 21 de octubre, 1922.)
… Era temible, por tanto, la elección de quien afrontara la obra de Rubén Darío en ese instante en que Madrid le consagraba un lugar amable de su siglo XIX, invadido por la clara renovación de la época actual. Pero América elige bien sus representantes. La diplomacia hispanoamericana se confía a los escritores, a los artistas, como Europa hacía en otro tiempo. Y ello da de antemano la garantía intelectual, no siempre segura en los casos recíprocos. Así, en la capital de España, América ha tenido ahora su acento justo en Alfonso Reyes, Encargado de Negocios de México. Hizo surgir Alfonso Reyes, ante los que imaginaban conocerle, ante las miradas —distraídas hasta entonces— de los adolescentes endomingados de las escuelas públicas, al Rubén Darío estatuario y al Rubén Darío cordial, al poeta ya sobre el plinto y al infortunado aventurero de los sueños radiantes. Y, mientras el exegeta hablaba, recordábamos su obra personal, esparcida y escuchada de un modo eficaz por las mismas tierras que el nombre de Rubén ha colmado. Reyes, historiador, crítico, ensayista, está señalado ejemplariamente a sus contemporáneos; y nosotros agradecimos al destino que fuese América la que hablara en esa voz a Madrid, la mañana de otoño, desde la “Glorieta de Rubén Darío” (antes —y siempre— Cisne). José Francés, “La Fiesta de la Raza: Rubén Darío (antes, Cisne)”, La Esfera, Madrid, 21 de octubre, 1922.
2. El 20 de octubre de 1922, acompañé a Luis G. Urbina a entregar un mensaje que, con él, envió el Ayuntamiento de México al Ayuntamiento de Madrid, y entonces pronuncié el discurso que consta en De viva voz (1949, pp. 121-125). En una nota, explico que el párrafo final, allí suprimido, fue destacado antes como página aparte en mi libro Calendario, bajo el título de “Voluntario”; lo que me valió la dedicatoria de una sátira de Manuel Azaña contra la Villa y Corte: “… Castillo famoso: al voluntario de Madrid, Alfonso Reyes”, firmado por “El Paseante en Corte” (La Pluma, Madrid, III, 30, noviembre de 1922, pp. 389-393). En el propio libro De viva voz (“Recuerdo de Azaña”, p. 17), he escrito:
… Cuando un día, en cierto acto municipal, yo me declaré, invocando la memoria de Ruiz de Alarcón, “un voluntario de Madrid”, él (Azaña) que, como español, oía los sordos rumores del descontento, acaso inadvertidos aun para un simple huésped, me llamó suavemente al orden, felicitándose de mi optimismo, pero sin poderlo compartir… (y me dedicó) un artículo que quedará como modelo de la mejor sátira sobre aquella época del sentimiento público, y que tengo por una de las páginas más contundentes y proféticas de su pluma, tan bien tajada y tan bien tajante.
Lo cierto es que hasta mí llegaban los rumores del descontento, pero ni me correspondía recogerlos, y menos en aquella ocasión, ni tampoco me alarmaban como podían alarmar a un español, de suerte que no perturbaban a mis ojos la imagen de aquel Madrid tan plácido que seguramente todos recuerdan con saudade, a pesar de los reparos del nuevo Larra.
3. La inauguración del curso del Ateneo para 1922-1923 aconteció el 25 de noviembre, siendo presidente de aquella casa el conde de Romanones, quien quiso que el acto tuviera un sentido americano y nos convidó como oradores al ministro Mario García Kohly y a mí. Yo estaba algo cansado de tanta ceremonia pública, y poco deseoso de participar en este acto, por sospechar que el ministro García Kohly —tipo acabado de “verbo-motor”, como se dijo por algún tiempo— iba a incurrir en los habituales lugares comunes sobre la Madre Hispana y las Hijas del Nuevo Mundo, etcétera, como en efecto sucedió. Pero Romanones me hizo llamar, me reiteró su invitación y… ¿quién resistía a aquella sirena?
—¿Cansado usted? —me dijo—. ¿Un muchacho de sus años? Yo me figuraba tener que habérmelas con un anciano diplomático estropeado por el servicio. Pero, en cuanto lo vi a usted entrar por esa puerta y le eché encima los ojos, me dije: “Éste hombre es mío”.
Ya he contado en esta Historia (cap. X, párrafo C-8), que yo hubiera querido aprovechar en esta ocasión algo de lo que había escrito anteriormente en mis artículos “España y América” y “Sobre una epidemia retórica” (Obras Completas, IV, pp. 348-351 y 566-571). Pero, con mejor acuerdo, entregué mi texto anticipadamente al primer secretario de la Legación de Cuba, el ya enmudecido poeta Manuel Serafín Pichardo, para que él lo mostrara a mi amigo don Mario, y suprimí cuanto él me pidió que suprimiera y que hubiera producido la impresión de un contraste irónico. ¡Así quedó de anodino mi discursito! No me arrepiento: vale más una amistad que unas buenas frases.
En resumidas cuentas, hubo tres versiones de este discurso: la primera, censurada por García Kohly y definitivamente eliminada; segunda, la que todavía recogió Diógenes Ferrand, corresponsal en Madrid de El Universal de México, y publicada en este periódico por diciembre de 1922; y tercera, la que retoq...

Índice

  1. Portada
  2. I. Cuestiones estéticas
  3. II. De las conferencias del Centenario a los Cartones de Madrid
  4. III. Visión de Anáhuac
  5. IV. Los días heroicos
  6. V. Resumen de dos años
  7. VI. El año de 1917
  8. VII. El suicida
  9. VIII. El año de 1918
  10. IX. El año de 1919
  11. X. El año de 1920
  12. XI. El plano oblicuo
  13. XII. El año de 1921
  14. XIII. El año de 1922
  15. XIV. El año de 1923
  16. XV. El año de 1924
  17. XVI. Misión confidencial
  18. XVII. París y Roma (1924-1925)