El deslinde
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El deslinde

Prolegomenos o la teoría literaria

Alfonso Reyes

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El deslinde

Prolegomenos o la teoría literaria

Alfonso Reyes

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Dentro de la vasta obra de Alfonso Reyes, El deslinde es el libro que resume y sistematiza en forma de tratado útil los principios literarios del gran escritor mexicano. No es un alegato —afirma—, sino una excursión por la selva de las disciplinas humanas para averiguar más o menos los sitios que la literatura frecuenta.Con rigor y claridad, Reyes establece primero los cimientos conceptuales de la obra —en el centro de los cuales sitúa la categoría de "ciencia literaria"—, para luego abordar de lleno lo medular de su tarea: el "deslinde" del objeto literario en confrontación con los demás objetos teóricos del espíritu. Así, el autor lleva a cabo el rescate de la literatura "entre las sentimentalidades confusas que la ensombrecen" y hace la distinción de lo efectivo y la ejecución verbal.

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Información

Año
2018
ISBN
9786071656117
Categoría
Literatur
Categoría
Literaturkritik

SEGUNDA PARTE

III. PRIMER TRÍADA TEÓRICA:
HISTORIA, CIENCIA DE LO REAL Y LITERATURA

A

1. Segunda etapa del deslinde. Hemos vencido la primera etapa o decantación previa. Ella nos condujo a percibir más nítidamente la literatura en pureza, y las diversas modalidades de la agencia literaria. Ordenamos tal agencia en dos grupos: el poético y el semántico. Sin abandonar ahora estas dos nociones, tomaremos además en cuenta el movimiento del espíritu hacia sus objetos, sean entes empíricos y reales o meros entes ideales (II, 2). Nos aplicamos ahora a los rumbos de la mente y a las cosas de que se ocupan las diversas disciplinas teóricas: movimientos e intenciones del pensar, especies o nociones a que se dirigen, hechos de realidad y de idealidad que recogen.
2. Las tres antiguas posturas. En la filosofía de Aristóteles, los modos de aprehensión de la mente sobre sus datos pueden corresponder a la práctica, a la intelectiva o contemplativa y a la poética. La práctica, en el antiguo sentido, que por lo demás se acerca mucho al uso actual de la palabra, no nos incumbe. La poética, no sólo abarcaba todos los procesos ejecutivos o artísticos de las disciplinas espirtuales, como hasta aquí venimos haciéndolo en este libro, sino que, además, confundía en su dominio las artes que hoy llamamos prácticas y fabriles con las bellas artes; y en este dominio, ascendía, por jerarquía moral, desde el carpintero hasta el poeta, pasando por el médico y el pintor (I, 7 y 9-c). De suerte que englobaba aspectos que hoy consideramos prácticos. Hoy, en efecto, preferimos poner a un lado la práctica, en que comprendemos buena parte de la antigua poética, y a otro lado la teórica, entendida como base común de la postura intelectiva y la artística. Nos conviene, pues, olvidar las tres posturas aristotélicas; y de las dos nociones modernas —práctica y teórica—, nos reducimos a la teórica.
3. Las posturas teóricas. Contemplemos el enfrentarse de la mente con la realidad. De modo sumario, y a reserva de irlo explicando a pasos, podemos decir que cuando la mente se planta ante sus datos investigando la esencia absoluta, tenemos la teología; cuando investiga el ser, tenemos la filosofía; cuando investiga el suceder, la historia y la ciencia; cuando expresa sus propias creaciones, la literatura. De este cuadro descartamos de plano la filosofía, descartamos provisionalmente la teología y la matemática, y conservamos como primer tríada teórica: la historia, la ciencia de lo real, la literatura.
Se imponen algunos esclarecimientos:
a) “Historia” se llama: al suceder general; al suceder humano en particular; a la “historiografía” o conjunto de obras en que se lo relata. El primer sentido es bien claro. Para distinguir el segundo y el tercero disponemos, respectivamente, de los términos “historia” e “historiografía”, pero cuando no nos parezca indispensable a la comprensión, seguiremos empleando en uno u otro sentido el término general “historia”, como lo hace el uso corriente.
b) “Ciencia” se llama: a todo saber o conocimiento, sentido lato que descartamos; a un “conjunto de conocimientos e investigaciones que poseen un grado suficiente de unidad, de generalidad, y que pueden permitir a quienes los emplean el llegar a conclusiones concordantes, que no resultan de convenciones arbitrarias, ni de gustos o intereses individuales, sino de relaciones objetivas que se descubren gradualmente y que se confirman por métodos definidos de verificación” (Lalande). No necesitamos entrar en la clasificación de las ciencias. De modo general, se ponen aparte la matemática y la teología como ciencias de seres irreales o ideales —en suma, de entes sui generis— y se ponen en otra parte las ciencias de lo real. Dentro de estos dos grandes grupos, se introducen separaciones interiores según la perspectiva adoptada, de modo que los resultados no siempre coinciden y una misma ciencia cambia de sitio, así como puede acomodar en dos órdenes superpuestos. Rickert, por ejemplo, que distingue las ciencias naturales de las culturales, sitúa la psicología entre las primeras, mientras otros se conforman con situarla entre las ciencias del espíritu. Ahora bien: la historia suele incluirse entre las ciencias de lo real, y puede parecer violento que la consideremos aquí como miembro aparte. Es una mera cuestión de palabras que no merece embarazarnos. Unos simplemente llamaron “ciencia” a la “historia” en un sentido lato, como pudieron haberla llamado “disciplina” o “conjunto coherente de conocimientos”, para de algún modo darle cabida en el cuadro de clasificación. Otros la han llamado “ciencia” con una intención más ambiciosa, pretendiendo ver en ella un sistema de generalizaciones garantizadas para descubrir el pasado y prever el porvenir, y éstos, ciertamente, han exagerado y han desvirtuado el concepto de la historia, incomprensible sin el fermento de libertad y sin la modalidad distintiva y exclusiva del suceder histórico (ver capítulo V); o, en el mejor caso, han confundido la historia con la antropología o con la sociología. Otros, al llamar “ciencia” a la “historia”, han querido solamente purgarla de procedimientos caprichosos e insistir en la necesidad de manejarla con técnicas de objetividad científica, hasta donde ello es posible; afán perfectamente legítimo que no afecta al concepto mismo de lo histórico, sino que se refiere a la lógica de los testimonios en todos los asuntos humanos. La historia, en efecto, trata de un suceder real, social, susceptible de conocimiento metódico. Pero todos reconocen en ella una modalidad característica que claramente la distingue de las demás ciencias de lo real, ya físicas o naturales, ya sociales. Lo más que se puede conceder es que la historia es una ciencia de lo real “dotada de cierta singularidad”. Y como nuestro objeto es precisamente trazar la frontera que esta singularidad determina, de una vez contraponemos la historia a las demás ciencias de lo real, sin necesidad de entrar en mayores averiguaciones.
c) En cuanto a la “literatura”, el esclarecer su concepto es el objeto de la presente obra.
4. Descarte de la filosofía. ¿Por qué descartamos de plano la filosofía? Porque aunque ésta, como disciplina específica, es perfectamente discernible, como movimiento mental es el instrumento mismo del deslinde entre lo histórico, lo científico y lo literario: la vara de medir no se mide a sí propia. La filosofía no puede deslindarse, porque ella misma es aquí la operación del deslinde.
Esta declaración no es tan evidente como parece. El demostrarla nos llevaría muy lejos. Pero el precisar el sentido que damos a las palabras nos ahorrará discusiones. Cuando se trata de filosofía como epistemología, lógica, teoría de las ciencias, psicología, axiología en general, o en particular ética y estética, el pensar filosófico se confunde con el pensar científico y cede al mismo deslinde de la ciencia. Cuando se trata de filosofía como ontología o metafísica, el supuesto de estas disciplinas —investigación y representación del mundo en abstracto— abarca todos los caminos mentales. “La metafísica —decía Bosanquet— casi no es más que la interpretación teórica.” Soslayamos, pues, el problema de la reabsorción de la filosofía en la historia, planteado singularmente por las escuelas italianas contemporáneas —Benedetto Croce, Giovanni Gentile—, sin que esto sea negar historicidad al pensamiento filosófico. La historia, como dice Vico, es el reino de lo humano. La filosofía es un hecho humano y se desenvuelve en la historia. Bien está; pero no por eso vamos a confundir los movimientos mentales con sus productos, con las obras, los sistemas, los libros que ellos han engendrado; no por eso vamos a confundir el pensar filosófico con la historia de las filosofías, ni en cuanto a la non definitività de la filosofía según Croce, ni en cuanto a la unidad del pensiero pensante, según Gentile. También la historiografía, la ciencia y la literatura, entendidas como productos, tienen su historia, y no por eso las reabsorbemos en la historiografía como órdenes del pensar. En cambio, estudiadas como órdenes del pensar, historia, ciencia y literatura sí se reducen ciertamente a filosofía de la historia, filosofía de la ciencia y filosofía de la literatura. Y aquí intentamos precisamente la comparación de estos tres órdenes para llegar a un deslinde filosófico. El criterio del deslinde no podría figurar entre los miembros de la comparación. Para saber cuánto pesan un saco de arroz, uno de maíz y otro de trigo, ponemos en un platillo las pesas, y en el otro, sucesivamente, los tres sacos, pero no pesamos las pesas con las pesas. Si no me engaño, esto sería hacer filosofía de la filosofía, o verificar los patrones; que no es nuestro negocio. Historia, ciencia y literatura, hablan sus diferentes lenguas: la filosofía, en la operación que emprendemos, trata de entenderlas sin introducir otra lengua.
5. Descarte de la teología. ¿Por qué descartamos provisionalmente la teología? Desde luego, porque su naturaleza nos obliga a estudiarla en capítulo separado. Pero conviene, desde ahora, una dilucidación previa. La religión se manifiesta en dos fases: teórica y práctica. Éstas se resuelven en dos órdenes: el subjetivo y el objetivo. El primero no busca fines útiles, es amor y conocimiento. El segundo sí busca fines útiles, transitoriamente para este mundo y definitivamente para el otro, y se encarga de mantener la liga contractual entre Dios y el hombre. El orden objetivo —sistema de cultos, instituciones eclesiásticas— queda reabsorbido en el dato antropológico o en el histórico y no exige consideración aparte. El orden subjetivo tiene dos notas: la emocional y la intelectual. La emocional —intuición de lo sobrenatural, sentimiento de dependencia, adoración— queda reabsorbida en los datos de la antropología y de la psicología y no exige consideración aparte. La nota intelectual es la teología o conocimiento de Dios, o es un pensar filosófico referido a Dios como causa de las causas. Cuando es así un pensar filosófico, se reduce por mucho a una filosofía profunda y pasa al criterio del deslinde, ajeno a los términos del deslinde. Cuando es teología o teoría del conocimiento divino, podrá, en extremo rigor laico, ser entendida como ciencia e historia, pero historia y ciencia sui generis: por eso irá en capítulo aparte (VIII-B).
6. Descarte de la matemática. ¿Por qué descartamos provisionalmente la matemática? Desde luego, porque su naturaleza nos obliga a estudiarla en capítulo separado. Pero conviene desde ahora una dilucidación previa. Estamos habituados a pensar en la matemática como un arte práctica mucho más que como una ciencia; como un sistema de fórmulas ya definitivamente conquistadas, mucho más que como un descubrimiento de esas fórmulas. La enorme abstracción de tales fórmulas permite el aplicarlas casi universalmente. Y esto, a su vez, hace que las empleemos con tanta frecuencia en los diarios usos de la vida, que las tomamos ya como si fueran instrumentos naturales, de antemano preparados para nuestro provecho. Olvidamos el proceso de creación teórica que condujo a la confección de estos instrumentos; olvidamos que la matemática es una investigación mental, una invención de entes y relaciones. Esto, en cambio, se advierte claramente en la historia de la matemática. Meditemos un instante en todo el trabajo de representaciones espirituales que precedió a la concepción de la unidad, de la pluralidad, de la numeración; del número como cosa distinta del objeto que se enumera; de las relaciones fijas entre los números, independientemente de los objetos. Los griegos conservaron a la geometría su nombre de cálculo práctico para medir la Tierra. Ya los egipcios triangulaban los terrenos que el Nilo inundaba periódicamente, para restablecer las particiones.1 Pero sólo los griegos llegaron a percibir nítidamente que el triángulo era un ente aparte del suelo en que se lo trazaba. Y aunque ya los egipcios construían triángulos cuyos lados medían respectivamente tres, cuatro y cinco unidades, sólo los griegos alcanzaron el teorema del re...

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