Vida de Alejandro
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Vida de Alejandro

  1. 75 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Información del libro

Discípulo de Aristóteles, joven monarca, héroe militar, vencedor de los persas, conquistador de Egipto y fundador de Alejandría, Alejandro Magno realizó una inmensa obra civilizadora: la penetración cultural helenista en África y Asia.

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Información

Año
2018
ISBN
9786071654915
Categoría
Historia

Alejandro

Habiéndonos propuesto escribir en este libro la vida de Alejandro, por la muchedumbre de sus hazañas, una sola cosa advertimos y rogamos a los lectores, y es que si no las referimos todas, ni aun nos detenemos con demasiada prolijidad en cada una de las más celebradas, sino que cortamos y suprimimos una gran parte, no por esto nos censuren y reprendan. Porque no escribimos historias, sino vidas; ni es en las acciones más ruidosas en las que se manifiestan la virtud o el vicio, sino que muchas veces un hecho de un momento, un dicho agudo y una niñería sirven más para probar las costumbres, que batallas en que mueren millares de hombres, numerosos ejércitos y sitios de ciudades. Por tanto, así como los pintores toman, para retratar las semejanzas del rostro, aquellas facciones en que más se manifiesta la índole y el carácter, cuidándose poco de todo lo demás, de la misma manera debe a nosotros concedérsenos el que atendamos más a los indicios del ánimo y que por ellos dibujemos la vida de cada uno, dejando a otros los hechos de grande aparato y los combates.
Que Alejandro era por parte de padre heráclida, descendiente de Carano, y que era eácida por parte de madre, convienen todos. Dícese que, iniciado Filipo en Samotracia juntamente con Olimpia, siendo todavía jovencito, se enamoró de ésta, que era niña, huérfana de padre y madre; y que se concertó su matrimonio, tratándolo con el hermano de la misma, llamado Arumba. Parecióle a la esposa que antes de la noche en que se reunieron en el tálamo nupcial, habiendo tronado, le cayó un rayo en el vientre, y que del golpe se encendió mucho fuego, el cual, dividiéndose después en llamas que se esparcieron por todas partes, se disipó. Filipo algún tiempo después de celebrado el matrimonio tuvo un sueño, en el que le pareció que sellaba el vientre de su mujer y que el sello tenía grabada la imagen de un león. Los demás adivinos no creían que aquella visión significase otra cosa, sino que Filipo necesitaba de una vigilancia más atenta en su matrimonio; pero Aristandro Temiseo dijo que aquello significaba estar Olimpia encinta, pues lo que está vacío no se sella; y que lo estaba de un niño valeroso y parecido en su índole a los leones. Viose también un dragón que, estando dormida Olimpia, se le enredó al cuerpo; de donde provino, dicen, que se amortiguase el amor y cariño de Filipo, que escaseaba el reposar con ella; bien fuera por temer que usara de algunos encantamientos y maleficios contra él, o bien porque tuviera reparo en dormir con una mujer que se había ayuntado con un ser de naturaleza superior. Todavía corre otra historia acerca de estas cosas, y es que todas las mujeres de aquel país, de tiempo muy antiguo estaban iniciadas en los misterios órficos y en las orgías de Baco, y siendo apellidadas clodonas y mimalonas, hacían cosas parecidas a las que ejecutan las edónidas y las tracias, habitantes del monte Hemo; de donde había provenido el que el verbo triscar se aplicase a significar sacrificios abundantes y llevados al exceso. Pues ahora Olimpia, que imitaba más que las otras este fanatismo y las excedía en el entusiasmo de tales fiestas, llevaba en las juntas báquicas unas serpientes grandes domesticadas por ella, las que saliéndose muchas veces de la hiedra y de la zaranda mística y enroscándose en los tirsos y en las coronas, asustaban a los concurrentes.
Dícese, sin embargo, que habiendo enviado Filipo a Querón Megalopolitano a Delfos después del ensueño, le trajo del Dios un oráculo, por el que le prescribía que sacrificara a Amón y le venerara con especialidad entre los dioses; y es también fama que perdió un ojo por haber visto, aplicándose a una rendija de la puerta, que el Dios se solazaba con su mujer en forma de dragón. De Olimpia refiere Eratóstenes que al despedir a Alejandro en ocasión de marchar al ejército le descubrió a él solo el arcano de su nacimiento y le encargó que se portara de un modo digno de su origen; pero otros aseguran que siempre miró con horror semejante fábula, diciendo: “¿Será posible que Alejandro no deje de calumniarme ante Juno?” Nació, pues, Alejandro en el mes Hecatombeon, al que llaman los macedonios Loon, en el día sexto, el mismo en que se abrasó el templo de Diana Efesina; lo que dio ocasión a Hegesias Magnesio para usar de un chiste, que hubiera podido por su frialdad apagar aquel incendio; porque dijo que no era extraño haberse quemado el templo estando Diana ocupada en asistir al nacimiento de Alejandro. Todos cuantos magos se hallaron a la sazón en Éfeso, teniendo el suceso del templo por indicio de otro mal, corrían lastimándose los rostros y diciendo a voces que aquel día había producido otra gran desventura para el Asia. Acababa Filipo de tomar a Potidea cuando a un tiempo recibió tres noticias: que había vencido a los ilirios en una gran batalla por medio de Parmenión; que en los juegos olímpicos había vencido con caballo de montar, y que había nacido Alejandro. Estaba regocijado con ellas como era natural y los adivinos acrecentaron todavía más su alegría, manifestándole que niño nacido entre tres victorias sería invencible.
Las estatuas que con más exactitud representan la imagen de su cuerpo son las de Lisipo, que era el único por quien quería ser retratado; porque este artista figuró con la mayor viveza aquella ligera inclinación del cuello al lado izquierdo y aquella flexibilidad de ojos que con tanto cuidado procuraron imitar después muchos de sus sucesores y de sus amigos. Apeles, al pintarle con el rayo, no imitó bien el color, porque lo hizo más moreno y encendido, siendo blanco, según dicen, con una blancura sonrosada, principalmente en el pecho y en el rostro. Su cutis expiraba fragancia y su boca y su carne toda despedían el mejor olor: el que penetraba su ropa, si hemos de creer lo que leemos en los Comentarios de Aristoxeno. La causa podía ser la complexión de su cuerpo, que era ardiente y fogosa, porque el buen olor nace de la cocción de los humores por medio del calor, según opinión de Teofrasto; por lo cual los lugares secos y ardientes de la tierra son los que producen en mayor cantidad los más suaves aromas; y es que el sol disipa la humedad de la superficie de los cuerpos, que es la materia de toda corrupción; y a Alejandro lo ardiente de su complexión lo hizo, según parece, bebedor y de grandes alientos. Siendo todavía muy joven se manifestó ya su continencia, pues con ser para todo lo demás arrojado y vehemente, en cuanto a los placeres corporales era poco sensible y los usaba con gran sobriedad; cuando su ambición mostró desde luego una osadía y una magnanimidad superiores a sus años. Porque no toda gloria le agradaba, ni todos los principios de ella como a Filipo, que cual si fuera un sofista, hacía gala de saber hablar elegantemente, y que grababa en sus monedas las victorias que en Olimpia había alcanzado en carro; sino que a los deudos de su familia, que le hicieron proposición de si quería aspirar al premio en el estadio (porque era sumamente ligero para la carrera), les respondió que sólo en el caso de tener reyes por contendedores. En general parece que era muy indiferente a toda especie de combates atléticos, pues que costeando muchos certámenes de trágicos, de flautistas, de citaristas y aun de los rapsodistas o recitadores de las poesías de Homero, y dando simulacros de cacerías de todo género y juegos de esgrima, jamás de su voluntad propuso premio del pugilato o del pancracio.
Tuvo que recibir y obsequiar, hallándose ausente Filipo, a unos embajadores que vinieron de parte del rey de Persia, y se les hizo tan amigo con su buen trato y con no hacerles ninguna pregunta de muchacho, o que pudiera parecer frívola, sino sobre la distancia de unos lugares a otros, sobre el modo de viajar, sobre el rey mismo, y cuál era su disposición para con los enemigos, y cuál la fuerza y poder de los persas, que se quedaron admirados y no tuvieron en nada la célebre sagacidad de Filipo, comparada con los conatos y pensamientos elevados del hijo. Cuantas veces venía noticia de que Filipo había tomado alguna ciudad ilustre o había vencido en alguna memorable batalla, no se mostraba alegre al oírla, sino que solía decir a los de su edad: “¿Será posible, amigos, que mi padre se anticipe a tomarlo todo y no nos deje a nosotros nada brillante y glorioso en que podamos acreditarnos?”, pues que no codiciando placeres ni riquezas, sino sólo virtud y gloria, le parecía que cuanto más le dejara ganado su padre, menos le quedaría a él que vencer; y creyendo por lo mismo que en cuanto se aumentaba el Estado, en otro tanto decrecían sus hazañas, lo que deseaba era no riquezas, ni regalos ni placeres, sino un imperio que le ofreciera combates, guerras y acrecentamiento de gloria. Eran muchos, como se deja conocer, los destinados a su asistencia, con los nombres de nutricios, ayos y maestros; a todos los cuales les presidía Leónidas, varón austero en sus costumbres y pariente de Olimpia; pero como no gustase de la denominación de ayo, sin embargo de significar una ocupación honesta y recomendable, era llamado por todos los demás, a causa de su dignidad y parentesco, nutricio y director de Alejandro; y el que tenía todo el aire y aparato de ayo era Lisím...

Índice

  1. Portada
  2. Presentación
  3. Introducción
  4. Alejandro
  5. Lecturas complementarias