Autobiografía
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Autobiografía

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Autobiografía

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Autobiografía es un libro en el que Alberto Enríquez Perea reúne los escritos autobiográficos de Alfonso Reyes que habían aparecido dispersos en los veintiséis volúmenes de sus Obras completas. Estos textos autobiográficos son un conjunto de experiencias múltiples a lo largo de la vida del autor que nos remiten a su infancia, a la convivencia familiar con sus padres, a su formación académica como abogado, como escritor y poeta, a su estancia en París como secretario de la Legación de México, a sus viajes por el mundo, a sus relaciones con otras figuras públicas, etc. Los veintidós ensayos (fragmentos y textos breves) contienen pasajes cargados de información relevante para entender las ideas e inquietudes que Alfonso Reyes tuvo a lo largo de su vida.

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Información

Año
2015
ISBN
9786071634221
Categoría
Literature
PRÓLOGO

“¿QUIÉN SOY YO?”
Alberto Enríquez Perea
ALFONSO REYES dejó decenas de páginas autobiográficas regadas en los veintiséis volúmenes que hasta hoy forman sus Obras completas. Las fue escribiendo a lo largo de su vida. Cuando la oportunidad se le presentaba. Para cumplir con algún deseo de sus seres queridos, para decir lo que creía conveniente que sus contemporáneos y sus futuros lectores supieran, para rectificar algún suceso que le incumbía, para expresar su dolor por los amigos que se le adelantaban, por la gran ausencia en su vida: su padre. Mas hay páginas para divertirse y reírse de tantas cosas que le pasaron en su existencia. Porque no cabe la menor duda de que don Alfonso supo y quiso vivir la vida, plena, totalmente.
Las páginas autobiográficas que Reyes dejó en sus libros nos permiten comprender un poco más los momentos decisivos que marcaron su vida y su obra. Momentos que el mismo Reyes no desaprovechó para tomar la pluma y escribir al instante, a veces en alta tensión, páginas memorables; o bien, dejó pasar el tiempo, porque así se lo aconsejaba la prudencia, para después, en varias cuartillas, decir todo lo que le dictaba su conciencia. También hizo pequeños apuntes que dio a conocer a la opinión pública porque las circunstancias apremiaban y porque no quería dejar pasar la oportunidad ni el momento. Estos apuntes, al correr el tiempo y el sosiego, resultaron ser sus grandes ensayos. También dejó páginas que son características de su buen humor, de su picardía y de su erotismo.
El regiomontano más ilustre que nació a finales del siglo XIX, que dejó una obra vasta, en prosa y verso, con obras maestras que abarcan varias ciencias y géneros, escribió este ramillete de páginas autobiográficas donde lo encontramos de cuerpo entero. En esa obra tan suya, tan mexicana y tan universal.
I
EN 1890, cuando Alfonso Reyes estaba a punto de cumplir un año, sus padres, Bernardo Reyes y Aurelia Ochoa, se trasladaron a la casa Degollado (hoy Hidalgo), en Monterrey, Nuevo León. Casa que el propio don Alfonso definió como la verdadera casa de su niñez, su única casa, y que su padre la hizo “construir a su manera”. ¿Cómo era esa casa? En un apunte autobiográfico que escribió en diciembre de 1913, en plena época de emancipación, en tierra extraña y ajena, en París, en prosa poética, describió la casa Degollado cariñosamente; pero, ante la ausencia de la patria y del terruño, también con nostalgia y con profundo dolor:
De sus corredores llenos de luna, de sus arcos y sus columnas, de sus plátanos y naranjos, de sus pájaros y sus aguas corrientes, me acuerdo en éxtasis. De esa visión brota mi vida. Es raigambre de mi conciencia, primer sabor de mis sentidos, alegría primera y, ahora en la ausencia, dolor perenne. Era mi casa natural, absoluta. Mis ojos se abrieron a ella antes de saber que las moradas de los hombres son provisionales, que se trafica con ellas, se venden, se compran, se alquilan; que son separables de nuestro cuerpo, extrañas a nuestro ser, lejanas. Las casas que después he habitado me eran ajenas. Arrojado de mi primer centro, me sentí extraño en todas partes. Lloro la ausencia de mi casa infantil con un sentimiento de peregrinación, con un cansancio de jornada sin término. Me veo, sobre el mapa del suelo, ligado a mi casa, a través de la sinuosa vida. Su puerta parece ser la Puerta que anhelo.1
A esta casa, su padre, el general Reyes, la ocupaba toda. Figura central y única. Sobre todo, porque
Paréceme que de aquella casa, preñada de destinos, deriva la vida de todos como en incurable corrupción: como derivan los ríos, hacia abajo; como caen los frutos, hacia abajo. ¡Oh, vida en potencia, tú eras vida! La vida en acción ya sólo es camino de la muerte.
Todavía gritan en mi corazón los pavos reales de la huerta; despliegan ante mi memoria su vistoso abanico, lucen la corona de estrellas. Arde el sol en sus pechos, sobre felpas de esmeralda y de añil.
Las sombras de la espaciosa sala todavía me infunden curiosidad y temor a un tiempo mismo. Hay idea, para los niños, de que en toda sombra alguien se esconde.
Bajo el dosel del lecho paterno, brilla como con luz propia un Cristo de marfil.
El muro de la sala de armas, relumbrante de aceros... Los puños de las espadas quieren decirme más que las hojas. Gesto reprimido del bravo, imagen negativa de la mano del paladín. Allí queda como cuajado el tacto del guerrero, que las hojas apenas prolongan en un gallardo comentario.2
En la casa Degollado, “preñada de destinos”, brotó la vida de Alfonso Reyes. En esta casa adquirió con ciencia, tuvo la “alegría primera” y el “primer sabor” de sus sentidos. Pero quien ocupaba todo el espacio y el ambiente de su casa era su padre, el general Reyes, gobernador en esta época del estado de Nuevo León. En esta morada supo cómo el guerrero también fumaba la pipa de la paz. Aunque no todos aceptaban el trato que les ofrecía el gobernador. Y a temprana edad no sólo le contaron sobre las emboscadas, los asaltos, las refriegas y el venadeo que a veces sufría el gobernador Reyes, sino que los vivió en carne propia. Todo ello originó que una “sensación de peligro” le fuera quedando como marca de fuego en su conciencia.
Por eso, años más tarde, en el cénit de la fama, escribió:
A veces, y ya a deshora, todavía quiere inquietarme. Es la parte que me tocó en esa veneración del misterio profesada, al parecer, por todos los hombres de mi país. Por mucho tiempo ha habido una hora oscura en mi corazón, una hora oscura en mi soledad: cuando se levantaban, del seno de todos mis dolores, las imágenes de mis angustias y alarmas. Yo sentía que, bajo las apariencias del bienestar, se estaba fraguando una tremenda emboscada.3
No todo fue sensación de peligro en esta edad de Alfonso Reyes. En una paginita autobiográfica con fecha de agosto de 1954, que intituló “Un recuerdo”, cuenta que cuando estaba con su madre, doña Aurelia, y que se asomaban “al balcón entresolado” de su casa en Monterrey, vieron un mendigo que estaba “junto al zaguán”. Tocaba “incansablemente el organillo de boca”. Su madre le dijo “a una sirvienta: —¡Que le den algo a ese pobre hombre para que se vaya!” Alfonso, al instante, le suplicó: “—¡No, mamá! ¡Que no se vaya! ¿No ves que ese hombre soy yo?” Su madre lo vio en silencio; y él no supo “lo que pasó por su alma”.4 No supo lo que pasó en su alma, efectivamente, pero le dijo mucho la mirada y sobre todo el silencio de su madre.
Sin embargo, fue la figura del padre la que le imprimió a Alfonso Reyes gustos sobre la historia, la política, los clásicos griegos, la poesía.5 ¿No fue acaso el general quien obsequió a su hijo Alfonso Reyes el poema “Gloriosas” cuando cumplió quince años? ¿Y no fue el adolescente Alfonso quien le correspondió al general dedicándole varios poemas en el aniversario de su nacimiento?6
La influencia del padre estuvo impresa hasta en los mínimos detalles. Como aquellos días en que “al mismo tiempo” cayeron enfermos de fiebre y el “médico declaró que los síntomas eran claros”. Al día siguiente, el gobernador tenía que encabezar un banquete político. “Se levantó de mañana, se bañó, se arregló, y a mediodía contestaba los discursos de sus amigos en una mesa de 300 cubiertos, y no volvió a sentirse mal, ante el asombro del médico que, como dice la gente, se hacía cruces”. El joven Reyes se quedó más “tiempo en cama”; pero el ejemplo de su padre se apoderó de él. Le pareció “muy elegante eso de haber contraído la epidemia, pero más elegante” fue “vencerla por un acto de voluntad”, como lo hizo el entonces mandatario neoleonés.7
El adolescente Alfonso Reyes de Monterrey pasó a la ciudad de México, a continuar sus estudios en la Escuela Nacional Preparatoria, primero; después, en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. En esta ciudad de México disfrutó la amistad y la camaradería de Antonio Caso, los hermanos Max y Pedro Henríquez Ureña, Julio Torri, José Vasconcelos, entre otros. Amigos con los que compartió estudios y anhelos, y, asimismo, con los que descubrió lo que México realmente era en la primera década del siglo XX.
En “El testimonio de Juan Peña” (1923), Alfonso Reyes nos dejó varias páginas autobiográficas de sus años de estudiante de derecho, así como lo que pensaban los jóvenes de su tiempo, de la educación que recibían, de la pax porfirista:
Los muchachos de mi generación éramos —digamos— desdeñosos. No creíamos en la mayoría de las cosas en que creían nuestros mayores. Cierto que no teníamos ninguna simpatía por Bulnes y su libro El verdadero Juárez. Cierto que no penetrábamos bien los esbozos de revaloración que algún crítico de nuestra historia ensayaba en su cátedra, hasta donde se lo consentía aquella atmósfera de Pax Augusta. Pero comenzábamos a sospechar que se nos había educado en una impostura. A veces, abríamos la historia de Justo Sierra, y nos asombrábamos de leer, entre líneas, atisbos y sugestiones audaces —audacísimos para aquellos tiempos, y más en la pluma de un ministro.8
La realidad de México, en toda su crudeza, Reyes y sus compañeros la conocieron a unos cuantos kilómetros de la ciudad de México. En esa prosa poética tan característica del autor de Visión de Anáhuac, nos describió ese día que salió de la gran metrópoli a la zona del Ajusco:
Aquella mañana me sonreía con la placidez que sólo tiene el cielo de México. All...

Índice

  1. Portada
  2. PRÓLOGO: “¿QUIÉN SOY YO?”, por Alberto Enríquez Perea
  3. AUTOBIOGRAFÍA
  4. Un recuerdo [1954]
  5. La casa Bolívar [1959]
  6. La casa Degollado (fragmento) [1913]
  7. Médico ideal [1931]
  8. Parodias (fragmento)
  9. El testimonio de Juan Peña [1923]
  10. Días aciagos [1911]
  11. La cena [1912]
  12. Charlas de la siesta [1957]
  13. 1913 [1930]
  14. París cubista [1921]
  15. Nosotros [1914]
  16. Un recuerdo de Pombo [1955]
  17. La saeta (fragmento) [1922]
  18. Noche en Valladolid [1931]
  19. La librería de Gide [1956]
  20. Cuando creí morir (fragmento) [1953]
  21. La urticaria [1957]
  22. Diálogo de mi ingenio y mi conciencia [1921]
  23. Del diario de un joven desconocido (fragmento) [1921]
  24. Pro domo sua (fragmento) [1952]
  25. Quién soy yo [1956]