Congreso Internacional del Mundo del Libro (7-10 de sept. de 2009-Cd. de México)
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Congreso Internacional del Mundo del Libro (7-10 de sept. de 2009-Cd. de México)

Memoria

  1. 348 páginas
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Congreso Internacional del Mundo del Libro (7-10 de sept. de 2009-Cd. de México)

Memoria

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Para suscitar la reflexión sobre el presente y los futuros de la edición, el Fondo de Cultura Económica organizó en septiembre de 2009 el Congreso Internacional del Mundo del Libro. Esta memoria compila las conferencias magistrales de Robert Darnton, Flanklin Martins y Fernando Savater, así como las ponencias de quienes dieron vida a cada una de las nueve mesas, que abordaron, entre otros temas, las políticas públicas sobre el libro y la lectura, las nuevas generaciones de lectores, la traducción o los eslabones de la cadena del libro.

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Información

Mesa V
Cómo y dónde leemos hoy:
los nuevos modos y espacios de la lectura

De las tablillas sumerias al Twitter, la historia de la lectura está llena de innovaciones. Presiones sociales, avances tecnológicos, prácticas culturales, ocurrencias comerciales, han encauzado la evolución del modo en que leemos. En torno al lenguaje y su expresión escrita gira hoy una gran variedad de actividades con un público propio, lo que ha engendrado nuevas y muy interesantes formas de preservar, difundir, consumir palabras. ¿Cuál debe ser la función de las bibliotecas públicas, esos espacios de investigación, de difusión del conocimiento, de salvaguarda de la producción intelectual? ¿Cómo está renovando la internet las formas de leer? ¿En dónde queda ese conjunto de hojas de papel impreso, unidas por un costado, al que llamamos libro?
El futuro papel del papel
Roger Bartra
La República de las Letras impresas vive hoy momentos de tensión y nerviosismo debido a los cambios que está generando la digitalización de libros y artículos. El proyecto de Google, que ha digitalizado y colgado en internet millones de libros, ha desencadenado una intensa discusión y una lucha legal entre editores, bibliotecas, autores y la empresa digitalizadora. Desde el momento en que se generalizó la captura digital de textos, que sustituyó a las máquinas de escribir y a los linotipos, era previsible que las nuevas tecnologías acabarían provocando importantes cambios. Hoy muchos se preguntan si no estamos presenciando el comienzo de una era de decadencia del libro de papel, que culminaría con su desaparición. ¿Estamos ante la próxima extinción del libro, este maravilloso conjunto de hojas impresas con tinta? ¿Acaso las pantallas de computadora son los artefactos que sustituirán en el futuro al libro impreso?
El libro, desde mi perspectiva, es una muy exitosa prótesis que ha permitido durante siglos sustituir funciones que el cerebro es incapaz de realizar mediante los recursos naturales de que dispone. Somos incapaces de almacenar dentro del cráneo toda la información, narrativas y sensaciones poéticas que genera la sociedad. La acumulación de la información colectiva sólo se puede realizar mediante memorias artificiales, mediante prótesis especializadas en la preservación y difusión de textos e imágenes. El libro es una de estas prótesis, junto con toda clase de archivos documentales, registros, museos, mapas, tablas, calendarios, cronologías, cementerios, monumentos y artefactos cibernéticos que acumulan fotografías, reproducciones de obras de arte, películas, datos y textos. Estas memorias artificiales —pequeñas como el libro, inmensas como la internet— son un ejemplo de lo que he denominado “redes exocerebrales”, verdaderos circuitos externos que configuran un complejo sistema simbólico de sustitución de funciones que los circuitos neuronales no pueden cumplir. (He desarrollado la idea de las redes exocerebrales en mi libro Antropología del cerebro, Pre-Textos/FCE, 2006.)
Uno de los nudos clave de la red exocerebral es el libro. Ello muestra la gran importancia de esta pequeña prótesis: todo cambio en el mundo del libro tiene repercusiones en toda la cadena exocerebral lo mismo que en los circuitos neuronales del sistema nervioso central. No estamos, pues, ante un problema técnico en los medios de comunicación, sino ante un asunto de gran envergadura que conecta las redes neuronales más íntimas y profundas con el universo social que nos rodea.
Robert Darnton nos ha recordado recientemente que la República de las Letras es un espacio cruzado de líneas de poder, un tablero donde compiten fuerzas dominantes que reflejan el tejido social y cultural en el que está inscrito el juego. Las redes de prótesis exocerebrales no son simplemente un conjunto ingenioso de técnicas que extienden las funciones de nuestro sistema nervioso. Son redes que definen lo que solemos llamar la conciencia y que articulan a los individuos y los grupos en el complejo tejido cultural de fuerzas que caracteriza a las sociedades modernas. Como ha señalado muy bien Darnton, la batalla por la digitalización de libros revela un complicado enfrentamiento entre los intereses privados de las empresas y el bienestar intelectual público. Siempre ha existido esta confrontación, pero hoy adquiere nuevas dimensiones por el hecho de que una poderosa empresa como Google ha alcanzado una enorme fuerza monopólica. Si millones de libros se encuentran disponibles en forma gratuita en internet, podemos comprender que el mercado editorial se ve obligado a rearticularse. No quiero entrar aquí a desenredar el amasijo de intereses que se ven afectados. Basta con señalar que editores, impresores, distribuidores, librerías, bibliotecas, autores y lectores están rearticulando su inserción en ese espacio de poder que es la República de las Letras. Es difícil prever el resultado de esta intensa transformación, pero podemos estar seguros de que afectará los circuitos exocerebrales en que se basa la conciencia humana.
Además, sabemos que nuestra relación de lectores con los textos está modificándose. Cada vez leemos más en las pantallas de las computadoras y cada vez escribimos más en teclados electrónicos. El papel y la tinta en muchos casos son sustituidos por artefactos electrónicos. Hay quienes sostienen que este proceso, desencadenado por la digitalización electrónica, terminará por erosionar las poderosas torres de marfil que son las universidades, las escuelas y los centros de investigación. A fin de cuentas, más que torres de marfil son torres de papel sacudidas por la digitalización y la expansión de la lectura en pantalla. En un libro reciente, el profesor inglés Gary Hall ha expresado su entusiasmo por las nuevas tendencias que, espera, impulsarán una democratización de los espacios académicos e intelectuales. La muerte del papel como medio de circulación de ideas sería un adelanto formidable. A fin de cuentas, la digitalización ya ha marginado a los billetes de papel, que son sustituidos por tarjetas de crédito. También se están marginando las plumas, en beneficio de los teclados. Las cartas enviadas en sobres de correo con timbres cada vez retroceden más ante la ampliación del correo electrónico y del envío de mensajes por teléfono celular. ¿Por qué no redondear el proceso y marginar también los libros de papel? Hall plantea que ello minaría el modelo mercantil y empresarial de las universidades y de las empresas editoras, para dar lugar a nuevas alternativas. El libro de Gary Hall lleva un título agresivo: Digitize this Book! Por cierto, su autor no ha colgado aún su libro en internet para ser leído gratuitamente. El texto de Hall, que aún tiene forma de libro de papel, observa que en las universidades la contratación, la promoción y el reparto de privilegios se orientan por la producción de formas impresas en papel. Lo mismo puede decirse de la fama de muchos escritores: reposa sobre una montaña de papel. Hall comprende, sin embargo, que el papel es algo más que un medio de circulación: goza de un aura de originalidad y autoridad; además impone una estructura peculiar. Por ejemplo, el papel controla la extensión y fija la autoría del texto. En las redes electrónicas en principio no hay límites en la extensión y los textos digitales pueden ser modificados sin que queden huellas de la versión original. Además, los textos digitales están permanentemente amenazados por el cambio constante de los programas que permiten su lectura. Todavía no hay nada que garantice que un texto digitalizado hoy pueda ser leído dentro de 200 años.
Pero estos y muchos otros problemas no han sosegado los entusiasmos por la digitalización ni aminorado los impulsos por sepultar la función del papel. Los poderes que representa el libro serían, como dijo Mao Tse-Tung del imperialismo, un tigre de papel. Bastaría eliminar el papel para que el tigre maléfico del poder académico e intelectual fuese derrotado por la democracia digital.
Desde luego, no hay que dejarse llevar por las visiones maniqueas que exaltan ciegamente las maravillas de artilugios digitales que divulgarían a muy bajo costo documentos acompañados de imágenes en video, sonido propio, diagramas móviles, simulaciones dinámicas, enormes bases de datos e hipervínculos para sustentar o ampliar la información. Estos documentos acaso ya no podrían ser llamados libros. Los viejos libros de papel quedarían arrumbados como trastos viejos en un rincón nostálgico o como raros objetos de lujo. Por otro lado, tampoco hay que sucumbir a las visiones que miran con sospecha y miedo todas las innovaciones que trae la digitalización, que amenazarían con una vulgar “wikidemocracia” las excelencias del intelecto libresco antiguo.
Al parecer la utopía digital se ha estrellado contra la fuerza del papel. Las pantallas, comparadas con las hojas de papel impreso, son primitivas, toscas y poco amables. Además, acaso estemos al borde de una renovada metamorfosis del papel. Las nuevas tecnologías han optado por crear imitaciones electrónicas del papel. Así, desde hace pocos años han surgido láminas delgadas y flexibles que usan tinta electrónica y son capaces de reproducir textos modificables. El resultado es una hoja de papel impresa que no tiene luz propia y que se lee como un libro, mediante la iluminación ambiental. Pero a diferencia de la hoja de papel tradicional, elaborada con pasta de fibras vegetales, este nuevo papel (epd, por sus siglas en inglés: Electronic Paper Display) puede ser modificado por medios electrónicos, como una pantalla de computadora. El papel electrónico es usado por el Reader de Sony y por el Kindle de Amazon. Por lo pronto se trata de un papel cuya tinta electrónica sólo puede reflejar el negro y el blanco. Su calidad es todavía pobre. Pero podemos suponer que el invento será refinado y que acaso significará un triunfo del papel en el mismo terreno de las tecnologías que aparentemente lo iban a enterrar. ¿Qué papel tendrá el papel en el futuro? Podría muy bien ser que tuviera un papel protagónico si las nuevas tecnologías impulsan su renacimiento. Creo que las editoriales deberían incluso contribuir al avance de las formas más refinadas del papel electrónico, para que sustituya las incómodas pantallas tradicionales de las computadoras.
Si el libro es una prótesis que forma parte de nuestras redes exocerebrales, no debe extrañarnos que pueda evolucionar hasta convertirse en un artefacto electrónicamente sofisticado que mantenga la sencillez original del invento pero la combine con los extraordinarios recursos de la digitalización. Debemos comprender que toda modificación de esta prótesis ha de provocar cambios profundos en nuestra conciencia, pues la conciencia no es una sustancia o un proceso oculto en las redes neuronales dentro del cráneo, sino una red que se extiende por los sistemas simbólicos que —como el libro— nos sustentan como seres humanos racionales.
Algunas preguntas fundamentales
Roger Chartier
Pensando en el tema obsesivo de la posible muerte del libro y por ende en las nuevas prácticas de lectura, entendidas sea como la causa o bien la consecuencia de semejante muerte, me acordé de una conferencia dictada en 1998 por Umberto Eco en Venecia en el marco de un curso de la Fundación Mauri en Venecia dirigido a jóvenes libreros italianos. Dijo Eco:
Estoy obsesionado desde hace algunos años por una pregunta que se me plantea en cualquier entrevista o en cualquier coloquio al que soy invitado: ¿qué piensa usted de la muerte del libro? No aguanto más el interrogante. Pero como empiezo a tener algunas ideas en cuanto a mi propia muerte, entiendo bien que esta pregunta repetitiva traduce una verdadera y profunda inquietud.
Comparto la inquietud de Umberto Eco y pienso entonces que debemos considerar la pregunta con seriedad y no conformarnos con la observación de que nunca en la historia de la humanidad se han producido y vendido tantos libros como en nuestros tiempos.
Las evidencias estadísticas no bastan para apaciguar las ansiedades frente a la posible desaparición del libro tal como lo conocemos y, por ende, la desaparición de las prácticas de lectura y la definición de la literatura que espontáneamente vinculamos con este objeto específico, diferente de todos los otros objetos de la cultura escrita, que es el libro —nuestro libro con sus hojas, sus páginas, sus tapas—.
Pero más allá de esta inquietud compartida en cuanto a la muerte del libro, y la fecha de su posible e ineluctable desaparición, debemos plantear una pregunta aún más fundamental: ¿qué es un libro? No es nueva la pregunta. Kant la formuló en 1798 en la “Ciencia del derecho”, que forma parte de la Metafísica de las costumbres. Su respuesta distingue entre el libro como objeto material, como opus mechanicum, que pertenece a quien lo ha comprado, y el libro como discurso dirigido al público, cuyo propietario es el autor y cuya publicación —en el sentido de hacer público— se remite al mandatum del escritor, es decir al contrato explícito establecido entre el autor y su editor, que actúa como su representante o mandatario.
En este segundo sentido, el libro entendido como obra trasciende todas sus posibles materializaciones. Según Blackstone, un abogado que actuó para defender el derecho de copyright perpetuo de los libreros londinenses perjudicados por una nueva legislación en 1710,
la identidad de una composición literaria reside enteramente en el sentimiento y el lenguaje; las mismas concepciones, vestidas con las mismas palabras, constituyen necesariamente una misma composición, y sea cual fuere la modalidad escogida para transmitir semejante composición a la oreja o al ojo, mediante la recitación, la escritura o el impreso, cualquiera que sea la cantidad de sus ejemplares o en cualquier momento que sea, siempre es la misma obra del autor la que así se transmite, y nadie puede tener el derecho de transmitirla o transferirla sin su consentimiento, ya sea tácito o expresamente otorgado.
Así, paradójicamente, para que los textos pudiesen ser sometidos al régimen de propiedad, que era el de “las cosas”, era necesario que conceptualmente se separaran de toda materialidad particular y se remitiera solamente a la singularidad inalterable del genio del autor. De ahí el paradójico concepto de immaterial thing para designar el libro en su doble identidad.
“¿Qué es un libro es también una pregunta de los modernos, que se encuentra a menudo vinculada con otras: ¿qué es un autor? (Foucault) o ¿qué es la literatura? (Sartre). Ahora quisiera detenerme en la respuesta de Borges, de 1952, en su “Nota sobre (hacia) Bernard Shaw”. ¿Qué es un libro?:
Un libro es más que una estructura verbal, o que una serie de estructuras verbales; es el diálogo que entabla con su lector y la entonación que impone a su voz y las cambiantes y durables imágenes que dejan en su memoria. Ese diálogo es infinito; las palabras amica silentia lunae significan ahora la luna íntima, silenciosa y luciente, y en la Eneida significaron el interlunio, la oscuridad que permitió a los griegos entrar en la ciudadela de Troya… La literatura no es agotable, por la suficiente y simple razón de que un solo libro no lo es. El libro no es un ente incomunicado: es una relación, es un eje de innumerables relaciones. Una literatura difiere de otra, ulterior o anterior, menos por el texto que por la manera de ser leída. Si me fuera otorgado leer cualquier página actual —ésta, por ejemplo— como la leerán el año dos mil, yo sabría cómo será la literatura el año dos mil.
En este sentido del diálogo infinito establecido entre el texto y sus lectores, el “libro” nunca desaparecerá. Pero ¿es un libro solamente un texto? ¿Y la literatura es solamente palabras e imágenes que atraviesan los siglos y cuya inalterada permanencia se ofrece a las interpretaciones o “entonaciones” diversas de sus sucesivos lectores? Hace poco, David Kastan, un crítico shakespeariano, calificó de “platónica” la perspectiva según la cual una obra trasciende todas sus posibles encarnaciones materiales y de “pragmática” la que afirma que ningún texto existe fuera de las materialidades que lo dan a leer u oír. Esta percepción contradictoria de los textos divide tanto a la crítica literaria como a la práctica editorial, y opone a aquellos para quienes es necesario recuperar el texto tal y como su autor lo redactó, imaginó, deseó, reparando las heridas que le infligieron la transmisión manuscrita o la composición tipográfica, con aquellos para quienes las múltiples formas textuales en las que fue publicada una obra constituyen sus diferentes estados históricos que deben ser conservados y protegidos, respetados, posiblemente editados y siempre comprendidos en su irreductible diversidad.
Es una misma tensión entre la inmaterialidad de las obras y la materialidad de sus textos la que caracteriza las relaciones de los lectores con los libros de que se apropian, aunque no sean ni críticos ni editores. En una conferencia pronunciada en 1978, “El libro”, Borges declaró: “Yo he pensado, alguna vez, escribir una historia del libro”. Pero, de inmediato, diferencia radicalmente su proyecto de todo interés por las formas materiales de los objetos escritos: “No me interesan los libros físicamente (sobre todo los libros de los bibliófilos, que suelen ser desmesurados...

Índice

  1. Portada
  2. Índice
  3. Presentación
  4. Conferencia magistral. Las bibliotecas y el futuro digital / Robert Darnton
  5. Mesa I. Letras vivas o letra muerta: políticas públicas sobre el libro y la lectura
  6. Mesa II. Publicar y perecer: la edición de libros a comienzos del siglo XXI
  7. Mesa III. Los nativos digitales también leen: nuevas generaciones de lectores
  8. Conferencia magistral. Perspectivas del libro ante la tecnología digital: las lecciones de la prensa / Franklin Martins
  9. Mesa IV. La bendición de Babel: las mil y una lenguas
  10. Mesa V. Cómo y dónde leemos hoy: los nuevos modos y espacios de la lectura
  11. Entrevista videograbada
  12. Mesa VI. Todos son hijos del diablo: la delicada relación entre escritores y editores
  13. Mesa VII. Mercados, territorios y lenguas: los límites de la explotación editorial
  14. Mesa VIII. El pensamiento binario: nuevas tecnologías, nuevas inteligencias
  15. Mesa IX. Un débil grillete: los eslabones de la cadena del libro
  16. Conferencia magistral. Agonía y resurrección del libro / Fernando Savater
  17. Participantes