Proust
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  1. 136 páginas
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May se propone deshacer la confusión que, al mezclar en un solo sujeto al narrador y al autor, a Marcel y a Proust, oscurece el acercamiento a una de las más grandes obras literarias de nuestro tiempo.

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Información

Año
2014
ISBN
9786071624505

V. EL ARTE DE MARCEL Y EL ARTE DE PROUST

A llegamos a la obra en sí, À la recherche. Pues Marcel escribe su libro que, como se nos da a entender, es el libro que leemos. Ya hemos visto cómo llega a la concepción del libro que podría escribir, y cómo esa concepción responde a sus grandes y singulares necesidades emocionales. Pero, ¿hasta qué punto contiene realmente el libro esas ideas que, tras larga preparación, fluyen a su mente en la última gran fiesta que describe? Y, en la medida en que el libro las contiene efectivamente, ¿hasta dónde son ideas fructuosas?
Creo que podemos decir que los elementos más característicos y originales de À la recherche efectivamente corresponden, en algunos aspectos, a las ideas que inspiran a Marcel. Llamaremos a esos elementos “el arte de Marcel”. Pero en un momento veremos que hay aspectos igualmente importantes del libro acerca de los cuales Marcel no dice gran cosa. A esos elementos los llamaremos “el arte de Proust”, sin olvidar que “el arte de Marcel” también es parte del “arte de Proust”.
Tras una viva y hermosa introducción a la naturaleza precisa del “arte de Marcel” podemos retroceder, como tan a menudo ocurre en esta novela, a sus primeras páginas, donde encontraremos lo que deseamos prefigurado en un contexto enteramente distinto. Es el pasaje en que Marcel nos dice cómo escogía su abuela fotografías para su habitación cuando él era niño. Su abuela siempre pensó que los regalos debían contener un elemento instructivo; por ello le compraba fotografías de edificios antiguos. Pero no le gustaba mucho la “banalidad comercial” de las fotografías, de suerte que “trataba de minimizarla mediante un subterfugio, de suplantarla hasta cierto punto con lo que aún era arte, de introducir diversos ‘espesores’ de arte: en vez de fotografías de la Catedral de Chartres o de las Fuentes de Saint-Cloud, prefería darme fotografías de la Catedral de Chartres según Corot, o de las Fuentes de Saint-Cloud según Hubert Robert, que estaban un peldaño arriba en la escala del arte” (I P40, K43). Pero ni siquiera eso la satisfacía verdaderamente; de modo que, si podía, trataba de echar mano de grabados antiguos de pinturas de edificios antiguos…
Marcel hace aquí una afectuosa broma a su abuela y el incidente se sitúa por derecho propio como uno de los más conmovedores del libro. Sin embargo, los “espesores” de arte que anhela su abuela describen exactamente el elemento más característico de todos en la manera en que Marcel escribe sus memorias. En esta idea, encontramos la esencia de la gran “oración proustiana”. Pues lo que caracteriza una enorme proporción de oraciones de À la recherche es el modo en que, a la vez que hacen muy gráficamente su planteamiento principal, lo sobrecargan de recuerdos afines, de metáforas, de comparaciones con obras de arte e —invisibles entonces aunque se revelen posteriormente— de alusiones a muchas experiencias e ideas ulteriores de Marcel. Ya hemos visto las ricas capas sobrepuestas a la descripción que Proust hace de la fuente que Marcel ve en el jardín de la princesa de Guermantes. Ahora podemos descubrir un ejemplo insignificante pero enteramente característico de lo que hablamos en el pasaje acabado de citar acerca de la abuela de Marcel. Pues allí se nos ofrece una mirada anticipada a esa propia fuente que, como se recordará, era del mismo Hubert Robert, cuyas fotografías de algunas fuentes buscaba la abuela de Marcel como regalo para su nieto. La alusión viaja como un latigazo a lo largo de las mil páginas, uniendo momentos y agregando un toque dramático adicional a la revelación que Marcel tiene de la fuente.
Pero además, el pasaje de la abuela en general opera en nuestra imaginación cuando menos de tres maneras, fuera de su interés simple e intrínseco. Como el detalle de Hubert Robert contenido en él, a través de las páginas se vincula con aquellos otros pasajes en que se mencionan o se aluden las ideas de Marcel acerca del arte. Con implicaciones aún mayores, se refiere y simboliza a la propia naturaleza del libro en que se encuentra. Y al tiempo que hace todo eso, prácticamente es en sí un ejemplo de los muchos “espesores” que describe de manera cómica y simbólica. En el acto de leerlo, no sólo se nos dirige hacia las ideas de Marcel en torno al arte, sino que al mismo tiempo experimentamos su aplicación. Lo cual es exactamente el tipo de entrelazamiento complejo que, en su repentino diluvio de revelaciones, en Le temps retrouvé, Marcel ve como medio de superar el tiempo y, al hacerlo, de crear un arte que será único y enteramente personal.
Consideraremos con brevedad dos oraciones de Proust. Ambas tratan de mujeres: es de señalarse que, sean cuales fueren las propias inclinaciones sexuales ulteriores del autor, las mujeres especialmente provocan en Marcel una reacción imaginativa. En la primera oración, describe las hermosas manos de Andrea, amiga de Albertina:
Las de Andrea, finas y mucho más delicadas, obedientes a las órdenes de su dueña, pero independientes, tenían por decirlo así una vida privada propia, y a menudo solían tenderse ante ella como galgos de pura raza, con pausas indolentes, lánguidos ensueños, repentinas flexiones de una falange, a la vista de lo cual Elstir había hecho algunos estudios de esas manos; y en uno de ellos, donde habría de verse a Andrea calentándolas al fuego, tenían, con la luz tras de sí, la dorada transparencia de dos hojas en otoño (I P919, K980).
Aunque más breve que muchas otras, es un perfecto ejemplo de oración proustiana, con su efecto bien conservado en la versión inglesa. De la descripción física literal salta a la metáfora y en el propio ritmo de la oración sentimos a los galgos tendiéndose, incluso antes de ser nombrados, de suerte que su alusión parece redondear y confirmar una impresión en el acto de sorprendernos, al tiempo que tenemos una sensación de espontaneidad y de espaciosidad controlada. Lo cual es precisamente lo que Proust quiere, para todo el libro y para cada una de sus partes. Aun dentro del ritmo de la oración, nos parece sentir esos galgos vivos e independientes moverse de un lado a otro, pero entonces las mismísimas “flexiones” perrunas se vinculan de pronto a una de las falanges de Andrea y de una manera de nuevo fresca y reposada vuelven a unirse, con cierto sentimiento de terminación, sujeto y metáfora.
Pero la oración aún no ha terminado. Cae en una nueva evocación al recordar Marcel que Elstir pintó esas manos y una vez más se trae a un primer plano el trasfondo de la amistad de Marcel con Albertina y Andrea, con toda la nueva pasión del narrador por el arte de Elstir. Luego, la idea (aunque, para ser estrictamente exactos, no la oración, puesto que, después de “esas manos”, Proust introduce toda una pausa) nos lleva a una evocación de aquel cuadro, hecho en otra estación, cuando las manos son calentadas al fuego. El transcurso del tiempo parece amenazar ahora a esas manos. La sensación del tiempo que pasa continúa hasta la metáfora siguiente, que habla abiertamente del otoño, la estación real del cambio y de la decadencia. Sin embargo, nos hace retroceder, finalmente, a la existencia física presente de las manos de Andrea y a esa belleza suya que atrae la atención de Marcel. (Todo lo cual, incidentalmente, va tan sólo a manera de preludio a la descripción de las manos de Albertina, ¡y la atracción aún mayor que ejercen sobre él!)
La otra oración procede del otro extremo del libro, donde Marcel describe tanto a la anciana que conoce en la fiesta de la princesa como el modo en que tratan de conservarle su belleza. La descripción de las manos de Andrea ha previsto cambio y envejecimiento mientras se explaya en su juventud; esta soberbia oración vuelve a la belleza de la juventud mediante su efectiva metáfora de la edad, e incluso nos hace pensar en el fuego ante el cual se calentaban las manos de Andrea:
Pero con pocas excepciones las mujeres tensaban cada nervio en una lucha incesante contra la vejez y sostenían el espejo de sus rasgos hacia la belleza, al menguar ésta, como hacia un sol poniente, cuyos últimos rayos apasionadamente anhelaban conservar (III P947, K989).
Aquí, la metáfora del espejo y del sol parece encerrar en su compás toda una historia de rostros de mujeres, y de emociones de mujeres vinculadas a sus rostros, aunque como impresión de un momento y de un ademán reales también es absolutamente acertada, si pensamos cómo una mujer que sabe que su rostro ya está marchito tratará de orientarlo lo más directamente posible hacia la luz, donde sus imperfecciones tienen cierta posibilidad de suavizarse.
Otro procedimiento a que Proust recurre para evocar momentos del pasado de Marcel, mientras nos atrae hacia la esfera más amplia de sus recuerdos, es el modo en que el narrador se desliza desde el copretérito hacia el pretérito (en términos generales, de “solíamos hacer” a “hicimos”) en mitad de una remembranza. Los recuerdos que abarcan diversas ocasiones de pronto se concentran en la evocación de alguna conversación o de algún incidente específicos, que entonces se reabsorben en la atmósfera o en el tono de toda una fase de la vida de Marcel. Procedimiento este casi imposible de traducir al inglés, que generalmente recurre a la forma “hicimos” para ambos significados.
Pero, ¿cómo, cabe preguntarse, concilia Proust ese rasgo de la narrativa con la ambición, expresada en los pasajes acerca del arte de Elstir, de captar la experiencia que el artista tiene del mundo en su forma más inmediata, sin la elaboración de la mente? Aún más, ¿cómo concilia esa ambición con la riqueza metafórica y las comparaciones de que están llenas sus oraciones (como Bergotte poniendo en práctica sus ideas de moribundo)?
En pocas palabras, esa conciliación no es completa. Sin embargo, Proust ya ha previsto la pregunta, y respondido en gran medida, en su descripción de la obra de Elstir. Como habrá de recordarse, se dice que Elstir ha creado su obra a partir de “los raros momentos en que vemos la naturaleza tal como es, poéticamente”. Frase en la que se disimula una enorme hipótesis. Pero se trata de la hipótesis definitiva, subyacente y a la vez muy romántica del arte de Marcel: a saber, que nuestras visiones auténticas del mundo son visiones poéticas. De ser así, la metáfora y la comparación son absolutamente apropiadas a nuestros intentos de recrear esas visiones frescas: frescas en el sentido de no estar perturbadas por el espíritu pensante ordinario que, en sus preocupaciones fastidiosas y prácticas, y en sus respuestas hechas, borra toda poesía. En términos psicológicos, esa visión fresca en cualquier caso siempre es subjetiva, siempre está compuesta tanto por lo que hay en el mundo como por aquello que nuestras emociones, con su cauda de asociaciones, vinculan instantáneamente a lo que vemos y oímos. Que en alguna medida esto sea válido para la humanidad en general; que, a decir verdad, sea posible juzgar si es válido o que en la práctica sea una hipótesis imposible de juzgar, nada de ello importa estrictamente para el artista. Lo importante es que esa hipótesis permita a Proust crear el arte de Marcel: lo que Marcel nos ofrece como “recuerdos” de la “naturaleza tal como es”, en toda su belleza y su intensidad.
LOS PRECURSORES: BAUDELAIRE, BERGSON, RUSKIN
No es fácil encontrar precursores inequívocos de la visión que Marcel tiene del arte y de ese aspecto del libro que hasta aquí hemos distinguido del resto como “el arte de Marcel”. ¡Y tampoco deseamos encontrar necesariamente esas influencias! Con una obra de arte grande y acabada, original en cada uno de sus detalles, resulta difícil decir lo que en realidad es una “influencia”, sin hablar de distinguir su presencia en la obra como evidencia de algo que verdaderamente ocurrió en el espíritu del autor cuando escribía. Pero las comparaciones con otras obras en ocasiones pueden, al menos, ayudarnos a ver más claramente algún rasgo de la obra en que estamos interesados: y Walter Benjamin da buenas razones para pensar que Proust puede haber hallado alguna inspiración en el poeta Charles Baudelaire.
Benjamin desarrolla una observación hecha por Marcel, donde el narrador dice que en la obra de Baudelaire abundan experiencias como la suya con la madeleine. “El poeta”, continúa Marcel, “en una especie de elección pausada e indolente, deliberadamente busca, por ejemplo, en el perfume de una mujer, de su cabello o de su pecho, las analogías que inspirarán y evocarán para él l’azur du ciel inmense et rond (el azul del cielo inmenso y redondo) y un port rempli de flammes et de mâts (un puerto lleno de llamas y de mástiles)” (III P920, K959). Walter Benjamin traduce la palabra “analogías” de la frase anterior (que es la misma en francés) como “correspondencias”, sugiriendo que, aquí, Proust pensaba expresamente en el poema de Baudelaire del mismo título (“Correspondences” en el idioma original). En este poema, Baudelaire describe una de las metas principales de su poesía: es decir, reconocer y conservar esos momentos en que “los perfumes, los colores y los sonidos se responden entre sí, como largos ecos lejanos y confundidos en una unidad profunda y tenebrosa, vasta como la noche o la luz del día”:
Comme de longs échos qui de loin se confondent
Dans une ténébreuse et profonde unité,
Vaste comme la nuit et comme la clarté,
Les parfums, les couleurs et les sons se répondent.
[Como largos ecos que de lejos se confunden
en una tenebrosa y profunda unidad,
vasta como la noche y como la claridad
perfumes, colores y sonidos se responden.]
Ciertamente podemos ver aquí semejanzas entre Baudelaire y Proust. Las “correspondencias” que describe este verso y de las que (de una manera muy proustiana) al mismo tiempo nos da cierta experiencia, son, según Benjamin, “experiencias que tratan de establecerse en una forma a prueba de crisis”. En otras palabras, son momentos en que no nos protegemos contra la total irrupción de nuestra experiencia, de suerte que podemos captarla en toda su riqueza. No es difícil entender la atracción que esa idea ejerció sobre Proust. Pero Benjamin también señala las importantes diferencias entre Proust y Baudelaire. Los “momentos” de los poemas baudelairianos parecen llevarnos fuera del tiempo histórico; el propio Baudelaire les da una interpretación claramente mística, sugiriendo que pueden evocar recuerdos anteriores a la existencia, en tanto que el intento proustiano de restaurar una existencia en toda su plenitud permanece dentro de los límites de la existencia terrestre. Si puede conquistar el tiempo, es sólo mediante un grado excepcional de saturación en una vida enteramente temporal.
Otra influencia importante en Proust fue, según se dice con frecuencia, su primo político Henri Bergson, doce años mayor que él. De joven, Proust escuchaba las conferencias filosóficas de Bergson en la Sorbona. Bergson decía que hay dos clases de tiempo y dos clases de memoria. Está nuestra noción convencional del tiempo como serie de divisiones regulares y externas, lo mismo que está nuestra memoria cotidiana, la “memoria habitual”, que utilizamos en la conducta práctica de nuestra vida. Sin embargo, para el hombre son mucho más importantes, por una parte, el tiempo “real”, la durée réelle, el tiempo del que estamos conscientes cuando reflejamos la vida plena de nuestra conciencia; y, por la otra, la “memoria pura”, que es la facultad intuitiva con que lo hacemos.
Como en el caso de Baudelaire, es fácil ver hasta dónde podían atraer a Proust esas ideas. Sin embargo, no es tan fácil decir que la semejanza de sus propias ideas signifique una deuda intelectual suya con Bergson. Aquí, una vez más, las comparaciones —y las diferencias— son reveladoras, pero la “influencia” es difícil de demostrar. La distinción proustiana entre memoria “voluntaria” y memoria “involuntaria” es, en todo caso, muy diferente de la distinción de Bergson entre memoria “habitual” y memoria “pura”. La memoria “pura” de Bergson no dependía de las asociaciones casuales que de pronto abren grandes extensiones del pasado.
Por otra parte, tal vez debamos preguntarnos hasta qué punto recurrió Proust a la “memoria involuntaria” para escribir À la recherche. En la práctica, nada sabemos acerca del modo en que recobró su pasado; no podemos saber con ningún detalle hasta dónde se basa realmente este libro en la memoria y hasta dónde es producto de la imaginación. La premisa de que el libro está inspirado por la “memoria voluntaria” es decisiva en la historia de Marcel: brinda un gran clímax a la obra y da la clave tanto de su alcance como de su estructura, en tanto que historia a la vez intrincada y jocosa. La “memoria involuntaria” es un modo impactante de sugerir todas las cualidades más originales de esta novela sin par. Pero difícilmente creeríamos que durante doce años Proust trabajó en su libro sin echar mano de ningún otro recurso interno. La novela nos narra todo lo que supuestamente precedió a la escritura del libro, pero de este periodo de la vida de Marcel no habla nada. Así, podemos decir que las ideas publicadas de Proust sobre la memoria y el arte son distintas de las de Bergson; pero no conocemos en absoluto cuál fue su experiencia real escribiendo la novela.
La influencia de John Ruskin en À la recherche tal vez sea ligeramente más tangible. Antes de los treinta años, Proust fue un apasionado admirador de la obra de Ruskin, respondiendo con fervor y deleite a su sensibilidad para los paisajes y las iglesias góticas, respuesta suficientemente manifiesta en À la recherche. El propio primer artículo publicado por Proust en Le Figaro fue en honor de Ruskin y, como ya se ha dicho, también tradujo La Biblia de Amiens y Sésamo y lirios. Pero luego empezó a sentir que Ruskin estaba demasiado desligado del pueblo y era culpable de una moral poco generosa, cuya vinculación con su esteticismo se hallaba lejos de estar clara. A través de su contacto práctico al traducir a Ruskin, Proust aprendió más de él. Las oraciones largas y apasionadas de Ruskin, en pos de un pensamiento muy alejado del asunto y simultáneamente con destellos de brillantes imágenes, se acercan más al estilo de Proust en À la recherche que las de cualquier otro escritor antes de él. Traduciéndolas, Proust había creado por primera vez esas oraciones en francés.
PROUST Y FREUD
Hay otro contemporáneo de Proust a quien tal vez deba mencionarse aquí, puesto que en los últimos años se han hecho comparac...

Índice

  1. Portada
  2. I. Proust y su novela
  3. II. Sociedad y esnobismo
  4. III. Las penas de amor
  5. IV, . Marcel y sus ideas
  6. V. El arte de Marcel y el arte de Proust
  7. Nota sobre las traducciones al inglés
  8. Lecturas adicionales
  9. Índice