La red de los espejos
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La red de los espejos

Una historia del diario Excélsior, 1916-1976

  1. 189 páginas
  2. Spanish
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La red de los espejos

Una historia del diario Excélsior, 1916-1976

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Historia del origen, funcionamiento y proceso de consolidación del periódico Excélsior y sus relaciones con el poder y la política mexicana de finales del siglo XX y principios del XXI. El lector encontrará aquí a personajes que fueron fundamentales para el periodismo mexicano del siglo XX como Rafael Alducin, José de Jesús Núñez y Domínguez, Rodrigo de Llano, Gilberto Figueroa, Manuel Becerra Acosta (padre e hijo), Julio Scherer y Regino Díaz Redondo. También sabrá cómo surgió esa pequeña empresa periodística en 1917, su asombrosa expansión y cómo estuvo a punto de desaparecer luego de que la acusaron de defender a los asesinos de Álvaro Obregón en 1928.

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Información

Año
2019
ISBN
9786071642455
Categoría
Filología
Categoría
Periodismo

1
EL PERIÓDICO QUE LLEGÓ
A LA VIDA NACIONAL (1916-1932)
Nunca en la historia política de la república se ha presentado una obra tan difícil a la vez que trascendental como la que tiene ante sí en estos momentos la prensa mexicana.
Excélsior, “Al comenzar”,
18 de marzo de 1917
PARA entender el funcionamiento de la Cooperativa Excélsior entre los años treinta y setenta, las redes de poder en su interior y su participación en el conflicto que sufrió el diario en 1976 es necesario dar primero un salto hacia atrás, a la época en que Excélsior era una empresa privada. Excélsior nació cobijado por la victoria constitucionalista en 1916 y mantuvo una posición favorable a Venustiano Carranza, convencido de que con su triunfo el movimiento armado había terminado y el país debía dedicar todos sus esfuerzos para reconstruirse material y espiritualmente.
Excélsior, entonces, fue producto de la conjunción de dos factores en un instante fundamental para la historia de México en el siglo XX: el primero fue la llegada al poder de un grupo que logró acabar con las rebeliones campesinas del norte y sur del país y con los restos del ala más dura del Porfiriato y tuvo la capacidad de asentar las bases de lo que sería el nuevo Estado mexicano. El segundo factor fue la supervivencia del periodismo industrial surgido a finales del siglo XIX, pero no mediante sus grandes diarios, sino por la experiencia laboral que en ellos obtuvo una generación de periodistas, quienes aplicaron sus conocimientos y contactos políticos para desarrollar los nuevos periódicos mexicanos del nuevo siglo.
Excélsior tuvo, además, una complicada relación con los gobiernos de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, debido principalmente a su posición editorial (la cual criticaba las medidas aplicadas durante los gobiernos de los dos caudillos) y también a que el Estado mexicano pasaba por un proceso de institucionalización en el cual todavía se estaban enfrentando los diversos grupos que apoyaron a Venustiano Carranza en su lucha contra Huerta, Villa y Zapata.
Esa difícil relación con los sonorenses tuvo un dramático final en 1928, cuando la empresa fue vendida a un grupo empresarial proveniente de Nuevo León que intentó llevar un trato cordial con el Jefe Máximo, pero no pudo negociar con las facciones en el interior del periódico, quienes ejercían presión por la administración de éste. El conflicto entre los empresarios y los empleados de Excélsior se mantuvo hasta 1932, cuando la empresa se declaró en quiebra.
Entre 1916 y 1932, Excélsior adquirió esa imagen que fue tan criticada durante varios años y que lo caracterizó durante gran parte del siglo XX: la de periódico católico y conservador. Sin embargo, este Excélsior también tenía una línea editorial “más abierta”, comprometida con los vencedores de la Revolución y con su proyecto político. En esos años llegaron a Excélsior las personas que construyeron la “historia oficial” del periódico y armaron la estructura sobre la que funcionó la cooperativa por décadas y que entró en crisis durante el sexenio de Adolfo López Mateos.

EL PROYECTO DEL SEÑOR ALDUCIN
A las ocho de la mañana del 18 de marzo de 1917, La Cucaracha dejó de caminar. Era una rotativa de segunda mano instalada en el patio de una casa ubicada en la calle de Colón esquina con Rosales, en el centro de la Ciudad de México. Tres horas antes había comenzado a imprimir los ejemplares de un nuevo diario que llevaba en su cabezal el lema que lo haría famoso durante todo el siglo XX: “El periódico de la vida nacional”. Entre gritos y carreras, los trabajadores del periódico consiguieron echarla a andar. Afuera los voceadores, niños en su mayoría, se desesperaron ante la tardanza, y apedrearon los ventanales del edificio. Tuvo que salir el dueño del nuevo matutino a hablar con ellos para que los papeleros aceptaran esperar un rato más. Para las once de la mañana los ejemplares estuvieron listos y los niños corrieron por las calles para venderlo.1 Los fundadores celebraron la aparición del primer número del nuevo diario disfrutando de un mole de pato antes de regresar a la redacción para elaborar la edición del día siguiente. Así nació Excélsior. Este periódico era fruto del trabajo de un grupo de periodistas comandados por un joven empresario que había tenido la oportunidad de conocer íntimamente el medio periodístico mexicano y que en ese momento aprovechaba los cambios políticos que el país vivía para comenzar una nueva empresa.
Rafael Alducin nació en San Andrés Chalchicomula, Puebla, en 1889. Llegó a la Ciudad de México en 1904 para continuar sus estudios de derecho. Su familia era de posición acomodada, lo que le permitió tener amigos que años más tarde le ayudaron a crear Excélsior. El primero de ellos fue Luis Reyes Spíndola, hijo de Rafael Reyes Spíndola, dueño del periódico más importante del Porfiriato: El Imparcial. Alducin conoció a Reyes Spíndola en el despacho del senador José Castellot, donde el primero trabajaba como ayudante.2 La amistad con Reyes Spíndola le permitió a Alducin volverse un visitante asiduo de la redacción de El Imparcial, como recordó años después Carlos Díaz Dufoo:
Todavía, por un resorte mnemotécnico, reproduzco la visión de los dos muchachos que huroneaban en los departamentos de aquel alcázar del diario. ¿Qué hacían en el vasto recinto de fiebre? De un lado a otro, de la rotativa al fotograbado, del fotograbado al linotipo y del linotipo a la sala de redacción, iban recogiendo datos, almacenando hechos, descubriendo documentos, buscando materiales para una futura empresa, acaso apenas entrevista, pero que tomaba cuerpo lentamente en sus espíritus. Aquellos dos chicos jugaban a hacer periódicos. No lo decían, pero se les adivinaba su pensamiento. Se llamaban Rafael Alducin y Luis Reyes Spíndola. Nosotros los dejábamos hacer, intrigados por aquellos escarceos, con esa simpatía que despierta en los hombres que combaten cada niño que se interesa por su lucha.3
Alducin no quería ser reportero, una profesión mal vista y peor pagada en el México de principios del siglo XX. Él quería saber cómo funcionaba El Imparcial para después crear su propia empresa editorial. Otra pasión de Rafael Alducin eran los automóviles y de ahí surgió su primer negocio: organizaba carreras de autos en los alrededores del bosque de Chapultepec y vendía llantas usadas a talleres para que las rearmaran.4 Fue su afición por las carreras lo que lo introdujo formalmente en el negocio editorial al comprar en 1914 una revista de autos y deportes: El automóvil en México.5 Junto con esa revista, Alducin puso una imprenta para hacer libros, revistas y folletos. Para hacerlo, se asoció con un amigo de la infancia llamado José de Jesús Núñez y Domínguez, con quien se reencontró durante sus visitas a El Imparcial.
Núñez y Domínguez era periodista y fue parte de diversos gremios de reporteros.6 En 1913 formó parte de la Asociación de Periodistas Metropolitanos, de la cual salió acusado por sus antiguos compañeros de ser un “madero-vazquista, científico, mocho, zapatista y díscolo”.7 Ésta y otras experiencias le permitieron hacerse de contactos en la prensa capitalina y de ese modo consiguió empleo como reportero en un semanario fundado durante las fiestas del Centenario de la Independencia de México: Revista de Revistas.8
En 1915, Raúl Mille, dueño de Revista de Revistas —y de la Librería Bouret—, decidió vender el semanario debido a los problemas políticos y la zozobra que vivía la Ciudad de México. Núñez y Domínguez lo platicó con Alducin y éste, luego del pago de 5 000 pesos, se convirtió en el nuevo propietario.9 La empresa de Alducin comenzó a crecer, puesto que ya contaba con dos revistas y la imprenta. Para tener más espacio adquirieron la casa de la calle de Colón.10
El regreso de las tropas carrancistas a la Ciudad de México favoreció a Alducin y a Núñez y Domínguez. En 1916 la empresa de Alducin publicó un libro sobre las relaciones del gobierno constitucionalista con varios países, incluidas las conversaciones con el gobierno de los Estados Unidos auspiciadas por Argentina, Brasil y Chile. El libro tenía por objeto dar a conocer la versión carrancista de los conflictos internacionales que generó la Revolución:
La lectura de los documentos insertos llevará al ánimo del lector el convencimiento de que el Gobierno Constitucionalista ha sido siempre un celoso defensor de la integridad nacional y, de haber quien abrigara dudas o se atrincherara en retrasados recelos, llegará a la conclusión halagadora de que los hombres que actualmente rigen los destinos del país han cumplido constantemente su deber de ciudadanos y de patriotas.11
Núñez y Domínguez dijo años después que la publicación de este libro les sirvió para que el gobierno de Carranza les diera papel para sus revistas a un precio menor que el habitual.12 Sin embargo, parece que no fue la única ayuda que recibieron. Con el triunfo del carrancismo y la desaparición de los grandes periódicos del Porfiriato, el momento parecía apropiado para que nacieran nuevos diarios que con sus opiniones ayudaran a reconstruir al país. Félix Palavicini aprovechó la coyuntura y fundó El Universal en 1916. Alducin y Núñez y Domínguez también se arriesgaron.
Primero necesitaban un grupo de personas que los respaldaran con su experiencia y sus conocimientos del medio periodístico, por lo que configuraron un equipo fogueado durante el Porfiriato y la Revolución. Algunos de los miembros de este grupo aprendieron los fundamentos del trabajo periodístico durante la época de don Porfirio, mientras que otros ya habían llegado a la cima de sus carreras profesionales al dirigir los diarios más importantes de ese tiempo. A todos les afectó la tormenta revolucionaria: unos se quedaron sin trabajo, otros emigraron y el resto tuvo que dedicarse al “periodismo itinerante” para sobrevivir.13 Pero 1916 fue el año en el que la avalancha al fin se detuvo, por lo menos para ellos y sus carreras.
Manuel Flores y Carlos Díaz Dufoo aceptaron la invitación de Alducin para colaborar en el nuevo periódico. Ambos tenían una gran experiencia en el oficio, ya que comenzaron sus carreras durante la segunda mitad del siglo XIX. De hecho, Díaz Dufoo trabajó en un diario muy famoso de esa época: El Siglo Diez y Nueve.14 Ambos fueron directores de El Imparcial (Díaz Dufoo en 1897 y Flores en 1905),15 tuvieron grandes problemas luego de que ese periódico desapareció en 1914 y vieron el proyecto de Alducin como una oportunidad para retomar sus carreras:
[u]n soplo de tempestad derribó [El Imparcial] y nos dispersó en direcciones distintas. Éramos náufragos en un convulso mar sin orillas. Estábamos destinados irremisiblemente a hundirnos. De aquella muerte nos salvó uno de aquellos niños. Nos salvó Rafael Alducin. Y por él pudimos un grupo de esos náufragos tripular la nueva nave, construida por él, con esa fe en sí mismo que ha sido el secreto de su triunfo.16
En 1916 llegó a la Ciudad de México un experimentado reportero proveniente de Chihuahua: Manuel Becerra Acosta. Nacido en 1881, a los 20 años ya dirigía un periódico local, El Universo; años después fundó El Norte, donde publicaba una columna llamada “Balas perdidas”. La Revolución lo obligó a salir del...

Índice

  1. Introducción. Políticos, periodistas y una sociedad ausente
  2. 1. El periódico que llegó a la vida nacional (1916-1932)
  3. 2. Los años de "la familia feliz" (1932-1963)
  4. 3. Problemas en el paraíso (1962-1968)
  5. 4. El Olimpo fracturado (1968-1976)
  6. 5. La memoria, el olvido y el futuro
  7. Bibliografía